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viernes, 23 de noviembre de 2018

COSTUMBRISMO DEL AMBIENTE RURAL DE LA SIERRA SUR. LAS ALDEAS ALCALÁINAS



.  Actualmente, es difícil percibir el ambiente rural y la dispersión poblacional tal como se manifestaba a lo largo del siglo XIX. Fue fruto de una gran labor roturadora que partió de los repartimientos de tierras y roturación de campos para conseguir arbitrios desde Alfonso XI hasta el mismo siglo XX, que culmina el proceso desamortizador con los bienes propios. Al mismo tiempo que se produjo un gran movimiento migratorio desde los núcleos urbanos a las anteriores cortijadas, que dieron lugar a núcleos más concentrados, en forma de aldeas, Principalmente y hábitat disperso a lo largo de los territorios cercanos a los caminos reales, veredas, veredas, ventas, molinos, dehesas, servideras, descansaderos y abrevaderos. Se dividieron en doce partidos de campo que recogió el Diccionario Histórico-Geográfico de Madoz, simplemente un refrendo de aquellas divisiones administrativas de índole local para el pago de impuestos, guarda de montes y tierras privadas y comunales, reclutamiento y levas, y disfrute de servicios religiosos
Muchas aldeas vivieron su punto álgido a partir de los años treinta del siglo pasado hasta que comenzó la diáspora de los años sesenta, y, a pesar de que mantenían una gran dispersión de sus viviendas, consiguieron engrandecer los núcleos constituyentes a partir de un edificio público o religioso, o simplemente expandido en torno a un cortijo de labradores. Durante estos años, se asentaron muchos vecinos y, además, se establecieron algunos servicios públicos como el correo, el estanco, la escuela y la iglesia (a veces, compartidas en un mismo edificio.
Unas costumbres peculiares, unas formas de vida especiales y un trabajo agrícola-ganadero, marcado por la distancia con el casco urbano más cercano y la dispersión se sus viviendas rurales. Sus vínculos de unión comarcal y de apertura ante el progreso radicaba en el  desplazamiento a la ciudad de Alcalá la Real para comerciar sus productos, surtirse de los servicios básicos como los religiosos ( matrimoniales, funerarios y  bautismales) y la celebración de las  fiestas y   ferias, así como, a la inversa, la celebración de  las fiestas aldeanas, que fueron programándose con el esplendor y la inauguración de sus  templos, atrajo a los vecinos del casco urbano y de otras aldeas y cortijadas de su derredor. Desde la tradicional Santa Ana, patrona alcalaína y la Coronada, hasta la fiesta de San Isidro, surgieron, antes de los años treinta del siglo XX, una gran cantidad de fiestas aldeanas, como la de San Juan y San Jerónimo en las Riberas, la Cruz en la Pedriza y Hortichuela, san José en la Rábita, san Miguel y Nuestra Señora del Rosario en Charilla y Fuente Álamo, San Vicente en Grajeras, y san Roque en Mures.
Se cerró el círculo en muchas de ellas, cuando se propagó la devoción de la Virgen de Fátima, que daba lugar a celebrar la fiesta por el me de mayo y estrenar una puesta en sociedad de los niños aldeanos recibiendo las primeras comuniones. Al mismo tiempo que los doce partidos de partidos de campo se acrecentaron con nuevos núcleos rurales como Villalobos, las Peñas, Venta de los Agramaderos, Puertollano y la Hoya entre otros.
EL COSTUMBRISMO
            

Recoger las peculiaridades de aquellos tiempos consiste en remontarse a un periodo comprendido entre el Catastro de la Ensenada y los años cuarenta del siglo XX.  Analizamos el contraste entre Alcalá la Real y el mundo de los cortijos y aldeas con estas palabras:  En este primer tercio del siglo XX la gente vive anclada en el tiempo. Si para cualquier vecino de una ciudad populosa el campo representa el sosiego y el descanso, la vida sana y el placer del ocio, para el cortijero o aldeano es el trabajo duro y la pobreza, el olvido y la humildad. Realmente son dignas de admiración estas gentes sencillas y honradas, que viven en unas condiciones  precarias,  en donde todo lo de los demás está ausente: la cultura, la educación el confort, el progreso… .[1]  Y en verdad que, si nos atendiéramos al simple dato de la escritura y lectura básicas, hasta muy entrado el siglo XIX, no existen escuelas en las aldeas, menos aún en los cortijos, y , tan sólo,  muy pocos vecinos de estas zonas sabían leer y firmar. Con la extensión de las escuelas, comenzando por la parte de Charilla, Santa Ana, Riberas, Mures, Ermita Nueva, la Rábita, dio lugar que el campesino se liberara de muchos aspectos, pero tuvo que pasar un siglo para la cultura y educación públicas se ofreciera a toda la población. Y en verdad que hubo momentos, desde finales del siglo XIX, en los que los maestros garroteros y los centros de las sociedades obreras significaron cierta apertura.  El tipo de vivienda responde a diferentes formas de vida. Desde el cortijo al chozón de retama, pasando por la casa de teja, el núcleo fundamental es la familia. Esta familia se compone de una persona que ejerce el patriarcado. Y se encuentran desde el viudo o el soltero con familiares o sirvientes hasta la familia numerosa con varios hijos y varios sirvientes (gañanes o mozos de soldada o suelos y sirvientes ganaderos o porqueros). Generalmente, en las casas de los más pudientes (los labradores de cortijos y los pujareros) suelen aumentar el número de miembros, mientras que los jornaleros y las viudas, salvo el caso de algunas labradoras, las familias no llegan a sobrepasar los tres miembros. Conforme se alcanza el siglo XX, el núcleo familiar queda reducido a grados de parentesco, y no se adscriben los miembros ajenos a los vínculos consanguíneos
En la mayoría de las viviendas rurales, el centro de la casa es el cuarto de entrada, que hacía las veces de comedor y cocina, cercano al portal, que no siempre se encuentra en las viviendas. Su mobiliario consiste en una mesa muy modesta, unas banquetas y unas sillas de anea. El instrumental de la comida suele ser platos y cucharas de palo, a veces de cerámica o de otros materiales de alfarería o vidriados. Se da el caso de que una misma familia utiliza la misma cuchara y tenedor, la navajilla suele ser individual. Por turno rigurosos pasaba de mano en mano el cubierto hasta que se agotaba el alimento. El padre iniciaba la primera cucharada y daba la señal del final de la comida con la guarda del cubierto en el cebero. A continuación, suelen los campesinos atender los animales en los tinados, cuadras, caballerizas, zahurdones y gallineros. Y bajo la luz del candil o la lumbre, la sobremesa es la antesala de las horas de sueño.  Suelen prevenir la labor del día siguiente, realizar algunas labores de telar, punto e, incluso, del horno de pan. En la tertulia, el padre de familia suele contar algunas historias o leyendas de su pasado miliciano, y no quedan en el arcón del olvido las vivencias de santeros. Abundan también las leyendas de fantasmas, tesoros y bandoleros y triángulos de amor. Solía concluir la tertulia con el rezo del rosario entre los labradores, que se despedían de la patrona colgada en las litografías adquiridas a los demandantes que acudían a las casas y cortijos con motivo de las fiestas de la Virgen de las Mercedes, Cristo de la Salud, Cristo del Paño, Aurora y Santo Domingo. Y así lo recogía Antonia Conde: Labrador, si tú quieres,/ fruto del campo, /con tu mujer y tus hijos,/ reza el rosario,
            Juega, entre los vecinos de los partidos del campo, un papel fundamental el Zaor, que es una palabra vulgar con el apócope del zahorí, generalmente ejercía de ministro de la justicia, vocal de barrio y, ya muy adentrado el siglo, de alcalde pedáneo.  Este personaje suele desplegar, en la vida de los aldeanos y cortijeros, una influencia proverbial. Lo mismo daba recetas vegetales para la cura de las enfermedades, que interpretaba todos los sueños y desvaríos del entendimiento. Como trotamundos, les proyectaba la mente a los parajes más exóticos del mundo, y, como hombre organizativo, lo mismo preparaba una procesión que un carnaval en una concentración de vecinos de los cortijos, o una fiesta de la cruz en una era. En estos terreros muy secanos, su mayor impacto lo ejercía en la búsqueda de las aguas subterráneas y en la proyección y apertura de pozos.
 El horario de la gente del campo se regía por la universal ley de “sol a sol”, y, en las primeras luces de la alba, tras el canto de los gallos, se incorporaban a sus tareas en las tierras roturadas que rodeaban a la vivienda, en las propias o del cortijo arrendado. Generalmente, su trabajo consistía en la tala de los montes, roturación  de campos, siembra, escarda, siega y recogida de la cosecha por ser los campos de sembradura que
solían calificarse de diversas cualidades ( desde la primera calidad, sin interrupción de siembra anualmente, hasta la sembradura de habas, yeros y escañas de seis años en seis años que ocupaba la cuarta escala); por las tierras de Alcalá, el viñedo suele ocupar el laboreo del olivar, y se complementa con el zumacal y la ganadería, pastoreo, y la apicultura. El que ocupaba mayor número de personas se relaciona con el laboreo de los cereales. María Pilar  Contreras así lo describe : “Lejos de arredrarles o entristecerles el natural cansancio por  producido por la continua tarea,  alegres y solícitos, dan al viento cantares  característicos del país, mientras los capataces o aperadores con la mayor pulcritud y agilidad condimentan el rico y fresco gazpacho  que les ha de servir de merienda, después de transportar de un lado a otro los sacos o costales repletos de semillas; esta animación y pequeña algazara dan vida y colorido al cuadro que alumbrado por el sol de Andalucía, ofrece un golpe de vista admirable[2]”. A principios de siglo XX,  Jesús Rodríguez Jiménez comentaba la vida campesina y abundaba en otros detalles, distinguía ente los trabajadores fijos de los cortijos  y eventuales, el lugar de contrato en los alrededores del hostal de la fundación Moya, o en Consolación, la función del amo que proporcionaba pan, tocino, ajos y aceite  para hacer las migas, el comienzo de la jornada tras la comida miguera, el final de la jornada con el Ave María Purísima del aperador, el gazpacho del mediodía y el cocido de noche, la  rebusca y de frutos silvestres, volatería caracoles y ranas  por los eventuales.
No todo radicaba en trabajar, sino que solía acabarse el final de una cosecha con la fiesta del remate, a la que acudían todos los jornaleros a la casa de un labrador y celebrar una fiesta. Decíamos “… lo hacían nuestros paisanos, a lo largo de las diversas estaciones del año y en las tareas agrícolas y artesanales. Desde los encuentros familiares y festivo s, como el nacimiento, boda, petición de mano, hasta los puramente religiosos, como las fiestas navideñas, ofrecían momentos oportunos para desarrollar la copla andaluza, composición breve, poética, que suele servir de letra a un cantar   En nuestra tierra abundan las canciones de olivar, de arriero, de coro[3]. En las Caserías de San Isidro, resalta esta canción labradora, recogida por Rafael Jesús Peinado Cano: “La perdiz canta en el monte, / la liebre en el retamal, / el gazpacho en el dornillo. / ¡Vámonos a merendar!
 
 
EL NACIMIENTO
El nacimiento de un miembro familiar era celebrado siempre por todos.  El Zahorí era convocado para leer el futuro del niño, y, lo que era muy frecuente, ante las primeras enfermedades prevenir o curar el mal de ojo de los recién nacidos, ya que abundaba la muerte de los recién nacidos y de las madres en medio de unas condiciones ínfimas para realizar el parto con el uso de barreños y los recursos más artesanales que podía uno figurarse. Por eso, solían trasladarse los más pudientes a la ciudad de Alcalá la Real, en los días anteriores del parto para ser asistidos por las comadronas. Es curioso que muchos pequeños solían morir en los primeros días de verano y saciaban su tristeza aludiendo que los recogía bajo su manto la Virgen del Carmen, devoción que se extendió en la iglesia de la Veracruz. Antes del nacimiento, se solía preparar el vestido que dominaban de “cristianar”, con su gorrito y capa blancos o de color hueso, la cuna y los amuletos o medallones, sobre todo, del Ángel de la Guarda, y se elegían los padrinos de la ceremonia. No siempre daba lugar a todos estos preparativos, sino que, a veces, ante riesgo de muerte, se hacía en los primeros días del nacimiento.
El día del bautizo se centraba en la ceremonia religiosa y el baile posterior, al que se invitaba familiares y amigos.  Lo más curioso es el ceremonial de regreso a la casa de la familia del bautizado. Suelen acudir a la puerta de la iglesia los niños de los vecinos y familiares, que arremeten contra los padrinos a gritos de “roña, roñica, una lismonica…” roña, roñura, si no me das un chavo, que se muera la criatura…”. Desde el templo hasta la casa del nacido, el padrino saca de sus bolsillos monedas de poco valor y las arroja a al suelo para que las recojan los zagales al vuelo. En el portal se repite en varias ocasiones la misma tirada de monedas. A continuación, se celebra un pequeño convite, al que se invita con garbanzos tostados, licores, arresoli. A veces se hacen bailes entre los presentes en el salón de la casa.  Si recogemos un baile aldeano, María Pilar Contreras así nos lo describe:
“En las fiestas de campos, días de rifas (hoy muy frecuentes en las aldeas), bautizos, bodas y romerías, abundaban las almendras y el garbanzo tostado; y alguna vez, muy rara, por cierto, el licor (según ellos el arresoli), bebida clásica, superfina, que solo se usaba en las grandes solemnidades.   


EL MATRIMONIO


Eran frecuentes las concentraciones humanas en las aldeas con motivo de sus patrones, las cruces y el uno de mayo, los remates, el carnaval…Eran momentos propicios para el encuentro entre jóvenes.  La pedida de mano a los padres se declaraba y se representaba con muestras de regalos y, sobre todo, los pañuelos. Dolores López cantaba: Ese pañuelo que arrojas, /en el suelo despreciado, / recógelo, tu , velera, /por ser de tu buen amado./ Ja, ja, Así me lo pongo bando/, así, a lo bandolero, /así a lo sevillano/, y así a lo caballero, /, ja ja//. Y la presentación oficial ante los vecinos del a aldea o cortijada. Era frecuente que mostraran una rigurosa seriedad en la primera salida, se asistía a la misa de la ermita, junto con familiares y amigos, y, si existía algún puesto, convidarse tras la ceremonia. Tras los meses posteriores de maduración del noviazgo, se fijaba la fecha de la boda. Por un lado, la novia se esmeraba en asimilar todas las enseñanzas de la comida y mantenimiento del hogar junto con la preparación de su ajuar. Por su parte, el novio deja de frecuentar los encuentros con otros amigos en fiestas de aldeas, y se dedica a ahorrar para tiempos posteriores al matrimonio. Suelen existir acuerdos de dote. Las familias más hacendadas reflejaban la dote que se les concedía a los hijos mediante un documento ante el escribano, y, posteriormente, el notario. El estudio de los enseres y bienes que se suelen recoger radica en una lista muy variada, que, al final, se reduce a cantidades de la moneda del momento. Se especifica desde las fincas que se incluyen en la prestación dotal desde una finca extensa hasta el último broche de adorno, pasando por el mobiliario de cuartos, cocina, aposentos, vestuario, ornamentos y cuadros, instrumentos y herramientas de oficios y de labranza, censos, y memorias. Varía de una familia a otra y sería objeto de otra comunicación.
En las casas y, sobre todo, en las aldeas, se suele hacer la limpieza general de la casa, y no es de extrañar que la primera mansión del nuevo matrimonio se reserve en una parte de la casa o se amplíe una parte del cortijo. Se suele prevenir la alimentación matando los mejores carneros, elaborando queso y requesón, y reservando huevos y gallinas para la pepitoria.
Los días anteriores de la boda eran muy propensos para invitar a los vecinos a que acudieran a la casa del nuevo matrimonio para que contemplaran sus habitaciones y estructura, los enseres y el estado de la nueva vivienda. Es curioso que, sobre la cama, algún bromista coloque unas tijeras y, en alguna alcayata, un pero colgado de una cuerda. Esta costumbre la usaba el sacristán de la iglesia Francisco Gámez, cuando se hacían reformas en la ermita de San Juan. Era una manera de vacunarse ante las críticas de los invitados.  A la boda y el convite, asistía todo el mundo sin tarjeta de invitación, esta costumbre todavía se mantiene en algunas aldeas alcalaínas. El día de la boda, antes de acudir a la ceremonia, los padres de los contrayentes impartían una singular bendición a cada uno de sus hijos, y se cubren con la célebre capa española o los mejores trajes. Benigno Trujillo, a sus 94 años, así lo recordaba: “Por la salud, señorita, / y la de tu esposo amado, ya dejas de ser mocita, Dios te eche la bendición, / de bienes y salud colmada, / Es distinta obligación, / como mujer casada./[4] En las aldeas, incluso en verano la capa es signo de alcurnia y se tocan con pañuelos  de color en la cabeza. Existían unos cantos relacionados con los pañuelos.   Cada invitado forma la correspondiente comitiva de los contrayentes por separado y le acompaña desde la salida de su casa hasta la iglesia; en primer lugar, lo hace el novio con sus familiares o amigos, que recogen a la novia, y, juntos acudían a la iglesia, con la preeminencia de las mujeres y los hombres cerrando el desfile nupcial. El ceremonial se llevaba a cabo ante el sacerdote, según el ritual católico. En las aldeas que no podían celebrarse misa se hace en las parroquias.  Y la vuelta se hacía a caballería u al trote. Suelen asomarse al camino los vecinos de las cortijadas y arrojar trigo a su paso sobre las cabezas tras la vuelta al hogar; los padres suelen invitar a una copita de aguardiente o licor.  Y, a continuación, se asistía al banquete o convite. En las aldeas, en una habitación de un cortijo grande, aposento principal, orlado de colchas, cuadros y flores.  En un lugar destacado se colocaban novios y padrinos. Al final de la comida la novia “ponía la falda”, que consistía en que en su regazo colocaba un pañuelo, en el que recibía los presentes, en la mayoría de las ocasiones dinero puro y duro, que donaban los invitados haciendo ostentación de entrega.  Los primeros que entregaban eran los padrinos y padres de los novios; luego los invitados y finalmente las mujeres. En las aldeas decíamos “similar a casco urbano, guarda aquí todavía aparecen días especiales”. Pues el padre del novio llevaba a cabo intercambian de una manera solemne una serie de frases con el de la novia, que se mantuvieron hasta muy reciente tiempo.  Tras su ofrenda siguen los padrinos e, familiares e invitados, con frases como Quisiera que usted fuese una cosa como usted se merece.  Todos en silencio lo atienden y dice:  - ¿Me da su merced licencia para hacer una dádiva a la señora novia?  Le responde el padre del novio: Haga usted la dádiva y Dios se lo premie.  Al anochecer, se regresaba a los hogares.
 Al final de este ceremonial, se encerraban los novios y padrinos y contaban el montante de los donativos. Luego, se servía chocolate y roscas, arresoli, bizcochos de canela y de boda. Se acababa con un baile, amenizado por las cámaras de música, y en el siglo XX, pequeñas orquestas, de instrumentales básicos, en los que se impone poco a poco los bombos y la batería como percusión, una trompeta, un vocalista, y un acordeón. Los muy pudientes y hacendados prolongaba durante tres días la celebración del matrimonio y el segundo día se suele hace la convidada de la mañana recorriendo diversos domicilios y con degustación de licores y aguardiente con dulces. Era frecuente, que, durante el primer año, el nievo matrimonio mantuviera el vínculo en casa de los padres.
Unas bodas especiales eran las de la etnia gitana, con sus rituales especiales del paso del pañuelo, y el predominio del cante de castañuelas al son de la guitarra y el vino de las sierras subbéticas.
Otra boda singular era la que enlazaba la pareja con un viudo, no se veía privado de la cencerrada. Consistía en la concentración de los jóvenes y vecinos a cantarle chanzas y hacer percutir el instrumental más insospechado de cocina y de labranza bajo el balcón o ventana del nuevo matrimonio durante varios días.
LA MUERTE
Antes de producirse el óbito final, los enfermos suelen recibir la extremaunción. El sacerdote acudía acompañado del sacristán y de un monaguillo, que tocaba la campana y avisaba paso del sacramento. A su paso, dos familiares solían portar dos farolillos para iluminar el paso por las calles y prevenía a los vecinos y los que se cruzaban para santiguarse y entonar un padrenuestro por el moribundo. Ceremonia especial era la del Santo Viático o el Señor de los impedidos, que consistía en trasladar la comunión a los más impedidos. Este acto se organizaba desde las parroquias y se hacía un día especial en otoño, en forma de procesión. Solían llamarse a la de las Angustias el Dios de Arriba y a la Santa María la Mayor el de abajo. 

La muerte se anunciaba hasta mediados del siglo XX con el redoble de campanas, que variaba su cantidad de sones de acuerdo con el sexo y la categoría social. En las parroquias, y los más hacendados en la torre de la Iglesia Mayor.  A la llamada de la campana, suelen acudir los vecinos, amigos y familiares a la casa del difunto. Raro es el caso que se realice en un salón de una institución, y se acude para dar el pésame a la casa del finado. Consistía en una frase lúgubre acompañé a usted en su sentimiento. Y suelen sentarse en torno al féretro y en las habitaciones del portal, donde no suele hablarse o a lo más, se hace una pequeña hagiografía, con un final que descanse en paz. Se escuchan algunos gemidos de las mujeres, y a veces se enjuga la pena con algunos platos de bizcotelas u chocolates. El ritual de la muerte de un niño, encerrado en un ataúd banco, como signo de pureza, era muy curioso. 
Decíamos “Con la impresionante fe en la vida, se baila alrededor de los angélicos, con castañuelas, bebiéndose vino y comiéndose garbanzos tostados”. En la muerte de los adultos, acudían los vecinos y familiares solían tocarse la cabeza con pañuelos de colores., según María Pilar Contreras.  En la ciudad, se suele enterrar en las iglesias, ermitas y algunos cementerios colindantes como en la Veracruz, hasta mediados del siglo XIX, asistiendo las cofradías con sus estandartes, cruz y hachones y cera a la misa y al entierro en la cripta de la cofradías y hermandades o de familias notables, todo ello pagado por ser miembro de asociación o familia.

 Hasta finales del siglo XX a la población de todo el término, se trasladaban los difuntos a los dos cementerios de la fortaleza de la Mota, al situado, primero dentro de la iglesia y, posteriormente, la de fuera del recinto sagrado en sus dos secciones; por otra parte, a los que se declaraban neutros como los masones o republicanos lo hacía en las Entrepuertas en el Pósito de la ciudad. Pronto surgieron cementerios en las aldeas, comenzando por Charilla, Mures, Santa Ana, San José, las Riberas y la Rábita.  Y, en algunas, hubo hasta dos cementerios como en Charilla. Solían hacer el velatorio en algunas iglesias del extrarradio y luego subir a la Mota de noche a la luz de los farolillos de la Aurora, con el ataúd y luminarias (el número de faroles variaba según la categoría social de los familiares que costeaban este servicio). Desde las aldeas solían traer a los fallecidos en unas parihuelas de madera sobre los mulos y, a veces, a hombros.
 
EJEMPLO DE HÁBITAT RURAL
CAÑADA HONDA
Esta zona  manifiesta la evolución de lo rural a las nuevas formas de mecanización.
 Desde el cruce de la carretera de Fuente Álamo, bajando el camino lindero con la actual carretera de Priego por el entorno del antiguo cortijo del Fundo, o de las Monjas Dominicas, se desciende entre olivos hasta el cortijo y molino de la Chinche, deteniéndose en el núcleo en torno a la ermita de las Casería. Virando hacia el oriente, por un camino secundario y tras una subida, y pasando bajo el cerro de la casa de Juan Rufino, dejamos varias casas abandonadas de Canales y otras en usos ganaderos, por medio de ribazos y lindazos de flora silvestre de gayumbares, majoletas, tapaculos, encinas y alguna hoguera, nísperos, hasta llegar al pequeño puente que salta el arroyo de Cañada Honda. Desde allí se perciben las casas de los Bonifacio, Vitela, y se contemplan los cortijos de los Coscojales, el cerro del Olivar, Camy, la Saetilla, Cornicabra, Toro y Albarizas. Por camino lindero al arroyo, se sube hacia la carretera de Fuente Álamo, dejando atrás casas de Benignos, fuente y lavadero de la Rata, casa Bonifacio, Pulido, Retamero, Custodio entre otras y mirando a la derecha los olivares del cortijo de las Monjas. Tras llegar al cortijo de Bermejo, se desciende al punto de partida. 

Se observa el paso de los tres tipos de viviendas (cortijo de teja, vivienda de teja o de retama y chozón de retama) a la proliferación de casas de segunda vivienda o de aperos, casas abandonadas de teja, y los cortijos y chozones desaparecidos o sustituidos por grandes naves de maquinaria agrícola.  desparecidos que recuerdan las dimensiones en torno a las diez varas y la presencia de un   lavadero común convertido en fuente sin agua. Es curioso el vestigio de las casas de teja o chozones de retama:  suelen conservar unas diez varas de frente y unas cinco de fondo; a veces se adosan a cuevas naturales que le sirven de caballerizas o cuadras, de dos plantas- la primera hace de portal, cocina y cuarto con una sola puerta o portón; y la segunda, con uno o dos pequeños vanos hace de cámaras. Estas casas se han transformado en viviendas similares al casco urbano, tras adosarle varios cuerpos y abrir otro tipo de balcones de cerrajería metálica. 



La tipología de los cortijos varía












 de una zona a otra, pero suele diferenciarse muy poco, salvo el contenido de sus elementos interiores y las dimensiones de anchura y longitud, así como la presencia de edificios anexos: corrales, tinados, pajares, zahurdones, chozones y cuevas. En las Caserías, junto al de La Cuesta de las Monjas dominicas se labraba en 1750 el cortijo del Allozo. Este era la situación de partida

El aparcero era Manuel Nieto (vecino 2054), un  labrador de 60. Su familia se componía de su mujer María de Peñalver, seis hijos entre ellos os hembras. Este cortijo pertenecía al presbítero Gaspar de Jerez en la Fuente del Allozo. Sus habitaciones se componían de un cuarto y cocina en bajo; y cámara y pajar, en alto; a estos elementos se añadía el corral. No era de grandes dimensiones, tan sólo, de cinco varas de frente (unos cuatro metros y medio) y ocho de fondo (unos siete metros), y se diferenciaba de la mayoría de ellos, que solía ser la fachada de la puerta de mayor longitud que el fondo o hastial. Como era lógico, se justificaba su construcción y uso por estar rodeado de 130 fanegas de tierra (linderas con las monjas dominicas de la Encarnación, del cortijo don tierras de don Pedro de Viedma, con el camino de Priego. Mantenía en tipo de arrendamiento más frecuente de siete partes se pagaban dos partes al dueño y al cuarto de semillas. Estos cortijos mantuvieron un paisaje entre tierra sembradura y monte, pues el del Allozo, con 120 encinas y quejigos en 12 fanegas, se labraban 112 de tercera calidad, 25 de segunda, 30 de tercera, y 37 de cuarta.
 Los labradores solían complementar sus recursos y ganancias con el arrendamiento de otras tierras. Este era el caso del labrador del Allozo, porque tenía arrendadas 16 fanegas en la Cañada del Dornillo, labradas a manchones y restantes de sembradura, lindera con tierras del Pósito, de la Santa Iglesia Mayor, herederos de don Lorenzo de la Cruz, y el arroyo que bajaba de la Cañada del Membrillo, con 24 encinas y quejigos. Lo arrendaba de ocho partes / dos para el dueño, y al cuarto de las semillas por ser de tercera y cuarta calidad. 

Y complementaba sus recursos con ganadería y animales domésticos: para alimentación y labranza 4 vacas, para transporte y traslado de personas, una yegua y una jumenta, Y para consumo familiar, 3 cerdos de cría, 3 lechones y 6 lechonas. Curiosamente, sabía leer y escribir y no sabía firmar. 
Este cortijo se encuentra inventariado en una reciente edición y así se especifica su conservación: Caserío de reducidas dimensiones, vinculado a terrenos en principio de sembradura, plantados de olivar en las últimas décadas del siglo XX. En origen configuraba un conjunto de planta en L, con patio delantero, al que se fueron añadiendo varias edificaciones transversales. En el cortijo destaca el bloque, mejor conservado, de una voluminosa pieza de dos alturas, con la vivienda principal, bajo tejados a cuatro aguas. Parte de las dependencias se encuentran muy deterioradas[5].
Muchos cortijos   cayeron con el tiempo en manos de rentistas foráneos, que enlazaron por uniones matrimoniales con hidalgos alcalaínos. Este es el caso del cortijo de la Fuente la Negra

[1] MURCIA ROSALES, Domingo y MARTIN ROSALES, Francisco. Alcalá la Real. Cancionero, relato y leyendas. Alcalá la Real. 1993.
[2] CONTRERAS, María del Pilar, La andaluza, Costumbres de Alcalá la Real (Jaén). Manuscrito recogido por Manuel Pérez Urbano. Boletín de Estudios Giennenses. Número CL. Jaén 1993.
[3] Ibídem. Pág. 551.
[4] Ibídem. Pág. 553.
[5] CORTIJOS, HACIENDAS  Y LAGARES DE LA PROVINCIA  DE JAÉN. CONSEJERÍA DE FOMENTO DE LA JUNTA DE  ANDALUCÍA.2018.


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