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jueves, 21 de abril de 2016

IV SE ACERCA EL FINAL DEL RELATO. HACIA LA ROMERÍA DE LA VIRGEN DE LA CABEZA

            
No escatimó esfuerzo ni tiempo, y, menos aún, dilató el asunto por si quedaba algún hilo de esperanza. Pronto, se dirigió a su bufete y escribió el primer alegato contra  Juana Gallardo. Era el  ocho de marzo , cuando presentó, ante el alcalde mayor, el escrito de reclamación de los objetos donados o, en su pérdida,  su cobro si no les quedaban o habían desaparecidos . Comenzaba alegando la fidelidad de Manuel  que había mantenido el compromiso de esponsales en todos los lugares en donde había vivido y se había alojado el regimiento. Insistía que su cliente Manuel  no había cometido fraude alguno  con su Juana y la correspondencia mantenida entre ambos era una señal inequívoca de  que aquel acto culminaría  con el matrimonio.  Nada menos resaltaba y subrayaba que habían mantenido aquel lazo común durante cinco años hasta que realizó su pretendienta nuevas esponsales con Lorenzo Navas. Le trajo a colación las impugnación de su madre Ana de Mejías y las cartas presentadas al vicario. Y el carpetazo del Tribunal Eclesiástico haciendo pasar el tiempo  y no permitiendo que su  cliente presentara el escrito de reclamación, porque se produjeron los desposorios de Juana y Lorenzo. Enumeró alhaja por alhaja, y no dejó escapar ninguna alhajilla, al mismo tiempo que le reclamaba la devolución de todos los regalos o el valor en dinero por la ruptura del contrato o compromiso de Juana. Y le escribía al juez "  de haberse burlado Juana en la realidad y engañado  q Manuel con nueva resolución matrimonial". Además, le solicitaba que se presentara ante el juez y , junto con su marido se apremiara a restituir todo aquello.

            El alcalde, tras leerlo, llamo al alguacil mayor Manuel González para que, al día siguiente, fuera a casa de Juana Gallardo y le dijera que presentara en la sala de la audiencia de la Justicia de la sala alta de las nuevas Casas de Cabildo. Así lo hizo.  Y A primeras horas de la mañana siguiente  estaba sentada Juana en los bajos de la primera casa de la calle Real ante el alcalde mayor. Este le hizo jurar por Dios  ante la cruz y, acompañada de su esposo Lorenzo Navas. Prometió decir la verdad, No comenzaba bien la declaración, pues negó que hubiera recibido el agnus Dei  de plata con sus cadena, y el relicario ni el abanico. No sabía cómo iba  reaccionar el procurador, pero estaba claro que los símbolos de los esponsales se venían abajo. Además, justificaba las demás prendas  con las siguientes palabras:
-Señoría,  no se crea nada de las peticiones del procurador. Que yo le entregué nada menos que  siete pesos de plata a quince reales para que me comprara  las corbatillas de oro,  y otros 75 reales armilla de damasco con puntas de plata. En otra ocasión..
-Siga, siga, con su declaración
-Tampoco recibí pañuelo alguno, ( ah bueno, sí uno de lienzo estampado) ni  la paletina,  ni las  medias de seda y estambre.
-Y ¿qué me dice del corte de guardapiés?
-En modo alguno.
-Y ¿del sombrero fino?.
- Tampoco
-Y el ceñidor de seda y la viguela?
-Nada, de nada.
-Entonces,¿ cómo se relaciona todo en esta acusación contra  usted?.
-Se los dio a mi madre y en su poder paran.
-
Recogió el alcalde las declaraciones y se marchó a las habitaciones de su casa.
Parecía que el asunto se había derrumbado por completo. O era un edificio en ruinas que no tenía por donde meterle mano. Tan solo, una nimiedad,  un simple pañuelo podría denunciarse. Mal cariz tomó este juicio para Manuel Navajo. Había sido una pura ficción, Delirios. Bravuconadas de un toro herido.
Por el camino, Juana y Lorenzo  prepararon todo tipo de acciones para evitar cualquier tipo de sospecha y burlar a su anterior pretendiente y a la justicia.  Se ayudó de su marido a la hora de encubrir aquellas alhajas. Ya al anochecer , salieron hacia la calle Bordador, donde vivía su madre en una casas cercana a la de Manuel de Lastres.  Se valió la oscuridad para ocultar debajo en su cesto las joyas que recogió de un antiguo arcón. Su madre le acosó de inmediato por la acción que llevaban a cabo y le increpó diciendo:
--No te las lleves, Juana. Te pueden causar problemas.
-Contigo, no va el asunto. Vienen a por mí y ya sabré lo que tenga que responder cuando se me pregunten por ellas. Son mías , y sólo mías, no sabe usted madre que yo las adquirí con mis ahorros .
Al  escuchar las voces, los vecinos salieron de su casas, y, entre ellos se encontraban el alguacil eclesiástico Francisco Moreno entre otros, a los que le contó Ana de Mendoza que su hija se llevaba las prendas de Manuel Navajo.

Por la calle Llana, el matrimonio joven marchó al barrio del Barrero  y las subió a un pajar de su casa.  De esta manera, creían que no dejaban pistas  algunas para aclarar el asunto.
El alcalde mayor, preocupado por estas declaraciones.  quería  que  se resolvieran pronto las contradicciones. Y lo debía aclarar  lo más pronto posible: Dos días después, llamo al procurador de nuevo.  Y este alegó que se recibiera la declaración de Ana de Mendoza , la madre de Juana para aclarar el asunto . 


DECLARACIONES DE ANA DE MENDOZA

Para sentirse más seguro del interrogatorio el Juez convocó a Ana de Mendoza una mujer que rondaba los cuarenta y ocho años, y era viuda de un jornalero. Dudaba si aquel enamoramiento había sido solo una ficción de Manuel y unos simples intentos de acercarse a Juana. Le hizo jurar a la viuda  ante la cruz y  le prometió decir  la verdad. Desde el banquillo Ana de Mendoza. Así le contestó a la pregunta de su relación  de parentesco.
-Sí usía, soy la madre de Juana Galabardo, me llamo Ana de Mendoza  y me casé con Juan Galabardo.
-Promete decir la verdad,
- Sí,  mi señor.
Le leyó el alcalde mayor el pedimento de las alhajas  que le había regalado Manuel Navajo a su hija con motivo de los esponsales para casarse en un futuro. Y Lo primero que  le preguntó: 
-¿Es verdad que Manuel Navajo le regaló todas estas alhajas a su hija Juana?
-Si. totalmente, es cierto y verdadero. Esas mismas que se contienen en el pedimento de ese señor.
-Podemos ir a su casa y verlas. No , mi señor. Se encuentran desde la noche de la declaración de  mi hija en su casa. Aquel día, su esposo la atosigó en muchos momentos y ,juntos, acudieron a mi vivienda. Se llevaron el agnus Dei con la cadenilla, , el relicario, el abanico, las corbatillas de oro, la armilla, tres pañuelos ( el de seda, el de lienzo estampado  y el de la china), el corte de guardapiés de la indiana, la palatina con lentejillas de plata, el sobrero fino, los dos pares de medias,  y la vigüela.
-¿Todo?, Ana. ¿No quedó ni un recuerdo para usted?
-No, mi señor, me he precipitado al responderle. Aquel  recuerdo quedó en mi casa.
-Explíquese.
- Por un lado, un pañuelo de  lienzo estampado que se consumió por el uso; y el sombrero y  la vigüela y el ceñidor quedaron en mi casa,
-Ah, ¿alguien compromiso tenía con vd.?
-Nada, cuando quiera, mi señor, las pongo en su poder. No quiero nada de lo que no es mío.  
-Bueno, bueno, se aclara el asunto. Su hija me ha engañado como  un pardillo. Le pregunto  si le dio dinero a Manuel Navajo para comprar todos estos vestidos y alhajas.
-En modo alguno, de dónde podía sacarlo.  

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