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miércoles, 5 de agosto de 2015

CABALLITO BLANCO, CUENTO ADAPATADO DE LA SIERRA SUR

EL  CABALLITO BLANCO


En las tierras del Sur de la provincia de Jaén, hay un sitio de ensueño, lo llamaban la Alfávila. Tenía a su alrededor cerros, castillos sobre las montañas, y algunos llanos, al fondo de los valles. Hubo muchos años en los que el único árbol que crecía era la encina en la ladera de los montes. En tiempos  de lluvia, las fuentes de agua regaban los campos, a donde acudían los animales de aquellos parajes: muchas ovejas, numerosas cabras y algunos caballos y bueyes. Tan solo existían cuatro casas; una de ellas se encontraba junto a una Fuente, que llamaban la Fuente del Espino, porque las plantas de su alrededor pinchaban mucho como los erizos.  Tan sólo los pastores recorrían aquellos parajes de pasto conduciendo las ovejas de un sitio para otro. Tan sólo, de vez en cuando, se sentían acompañados con el balido de las ovejas:
-Beh, beh, beh
Otras veces, lo hacían con su manada de cabras, que trotaban por los peñascos y golpeaban a los pastores al tirar las piedrecillas con sus ágiles  patas.
-Bee, bee,, bee
Muy parsimoniosos, los ganaderos de bueyes y caballos subían a los sitios, donde  podían correr y trotar sus animales. La soledad se consumía escuchando la sinfonía de los mugidos de los animales.
          -Mu, muu, muuu.
Eran muy pocos pastores, pero muy mayores. Solían juntarse en una majada Pedro, Jacobo, Luís y Antonio. Pero entre todos  ellos destacaba Antonio, el más joven de todos. Este no había conocido a sus padres, y lo había acogido una familia del cortijo de la Fuente del Espino. Ya,  mayor, sus padres adoptivos lo hicieron pastor de sus ganados. Como había vivido de pequeño en la ciudad, no asimilaba la vida del campo. Y siempre estaba de mal humor y enfadado. Además, el resto de los pastores se reía mucho de él y le daban bromas pesadas.
          -Qué secas están tus ovejas, ¿Te has comido su comida?-le increpaban diciendo.
      También se enfadaba con su padrastro, porque le obligaba a hacer las faenas de la casa tras recoger los animales en su redil, le quitaba los animales que había cazado para venderlo en la aldea y tenía que traer la leña para calentarse.
Su madrastra trataba de ganarse su corazón entristecido y le preparaba la comida en el zurrón, donde le metía unos dulces caseros que le gustaban mucho a Antonio. Pero, aún así, Antonio mantenía su rostro alargado y triste.
          Pero, llegó la primavera, y  le cambió el aspecto y el semblante en un día claro  de sol radiante. Lo notaron sus compañeros de ganado. Todos se preguntaban cómo podía haber ocurrido aquello.
          -¿Habrá venido alguna persona que le ha dado una medicina?.-Le decía su amigo  Pedro.
          -¿Acaso no le habría convertido aquel cura que no encontramos en el camino?-le respondió el pastor  Jacobo.
          -Que nó, que no , que cambió el día de la romería.-Le dijo Luis.
          -¿Lo habrá visitado un ser imaginario?
          Se pusieron de acuerdo y decidieron seguirle para encontrar el motivo del cambio. Sin que se diera cuenta, entre matorrales se escondían y le seguían la pista hasta que llegaron a un lugar de  pastos, donde se encontraron a Antonio. Las ovejas descansaban dormidas  y  Antonio  descansaba sobre una piedra . De pronto saltó de alegría. Ellos no vieron nada, pero Antonio contempló que bajaba de una nube de algodón  un caballito  blanco, un potro de pocos meses, blanco cmo la nieve. El caballo lo acariciaba, se le acercaba muy blando, remolón y atractivo. Entonces, le preguntó a Antonio:
          -¿Porqué estás tan triste y apenado?- Le dijo el caballo.
          -No lo sé, siempre lo estuve, desde que me quedé solo y  me vine a estos lugares.-Le respondió Antonio.
          -Pues, ya no estará no te encontrarás nunca en soledad. Me tendrás  siempre como amigo. Seré tu fiel amigo que te acompañaré en todos los sitios de este cortijo. Tendrás muchos amigos.
          Se quedaron encantados sus compañeros que observaban la conversación escondidos tras las matas. Pues, no veían nada y notaban que Antonio había cambiado de aspecto. Sonreía, saltaba, bailaba. Y recordaba las últimas palabras del caballo:
          -No se lo digas nadie, porque perderás a este amigo, si no cumples esta condición.
           Ellos se dieron prisa, no fuera que los descubriera el joven Antonio.
           
          Antonio regresó al cortijo, abrazó a sus padres, y, cada día, tenía más amigos.




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