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lunes, 10 de agosto de 2015

HOY EN EL PERIÓDICO JAÉN , MI HOMENAJE A MI COMPAÑERO DE PAX TECUM

MANUEL CANTERO PÉREZ


En septiembre, miraré la silla de enea y la encontraré vacía. No lo comprenderé. Han sido tantos domingos compartiendo el puesto voluntario y simultáneo del sonido ambiental. Me regañarás por no haberte avisado a tiempo para iniciar la música de paz en la comunión. Te responderé , con una sonrisa, que no se adecua la canción al tiempo estacional  y litúrgico. Han sido tantos años, de coparticipar muchos momentos de oración,  desde que se abrió la iglesia de San Juan, allá por los años ochenta siendo hermano mayor Enrique Garnica, para  asistir a la celebración  ininterrumpida de la  misa dominical. Te urgiré a veces a realizar un cambio brusco de sonido, y siempre con tu frase tópica "los hombres no somos escopetas". Pues eras una silueta que reflejaba tu eficiencia artesanal  y no la impetuosidad de las malas prisas, que no son buenas consejeras. Mientras estabas a mil lado, siempre me venía la memoria los muchos años que fuiste  el conductor perfecto  de aquel  trono o  andas barrocas del famoso maestro Tejero, que adquirieron nuestros antepasados con tanto sacrificio. Te veía subiendo la calle Veracruz mientras conducías aquel objeto de arte  procesional esquivando el roce de los candelabros de Antonio Aguayo con las rejas de Frasquita Huertes.  Pasando de refilón por las casas del demandante Francisco Rosales y La Paz. Deteniéndote en la casa grande de vecinos, la del Cura. Entrando triunfal por la esquina de la antigua iglesia de la Veracruz -hoy Banco de Santander- al Llanillo. Subiendo la calle Real con precaución para evitar que derrapara hacia atrás y se lastimara la imagen. Contento de la labor hecha en el último tramo de la calle Rosario entre vivas de los devotos sanjuaneros. Parece como si te lo dedicaran a tí por tu buen gobierno en aquel minúsculo y artesanal volante, que manejabas a toda perfección. Fueron muchos años sirviendo a la hermandad sin faltar a la cita septembrina. Eras hombre de fe y leal al compromiso adquirido sin fallar desde que te dejó el puesto Pedro Barrios.
            Con la lectura del evangelio, si hacía referencia a una  parábola, la  del Samaritano, siempre me venía a mi mente  y me retrotraía al día en el que ibas montado a  una motocicleta y, a las once en punto de la noche, quedaste sin vida con fractura craneal junto a las tapias del huerto del antiguo convento capuchino- propiedad de la familia Abril. Me convertí en aquel personaje evangélico, recogiéndote entre mis brazos y trasladándote a la clínica privada del doctor Contreras, por cierto muy  cercana al lugar; fue especial para tí la experiencia pues resucitaste a los quince días tras permanecer en coma algunas semanas. Ni te enteraste, seguiste como buen servidor cofrade  del Cristo de la Salud. Te implicaste aún más, enrolaste a tus hijos y a toda la familia. Te comprometiste cada vez y eras el buen sancristóbal que transportaba en su coche al sacerdote todas las mañanas dominicales  desde su casa a la placeta de San Juan. Puntual como ninguno, había que espabilarse para llegar antes que él al primer toque de la campana de Diego de Castro.
Nadie olvidará tus colaboraciones para las misas de aplicación de los difuntos y tu diaconía con muchos servicios del templo, ni la tertulia senatorial de ese banco dominguero que saludaban e ilustraban a los párrocos antes de la misa. Ya quedan pocos, pero tú como el junco siempre en pie incluso cuando la guadaña te anunció malos augurios. Y eso que prestabas en la Residencia Nuestra Señora de las Mercedes una diaconía ejemplar  a tu mujer  como el esposo san José. Estuviste al pie del cañón asistiéndola hasta que resistieron tus fuerzas, tuviste la entereza de e renunciar a muchas aficiones y cosas del ocio  y dejaste atrás aquellos encuentros matutinos en la fortaleza de la Mota, que tanto te gustaba visitar subido en tu coche. Porque tú cumpliste excelentemente el hasta la muerte sin paliativo ni evasivas. 
Te echaré de menos en las misas otoñales, y más tu familia a la que tenías siempre presente. Eras un manitas  y te la inventabas  para arreglar cualquier desaguisado de mis manazas como también los hacías  en aquellos años cuando iba a que me repararas mi coche en tu taller de la Opel .
Siempre fuiste servicial para todos, tenías buen anclaje y encomienda. El pasaporte celestial lo has conseguido por tus méritos. Te mandaré el  programa y  una nueva estampa del Cristo para que la confrontes en el presbiterio eterno de fulgor amarillo del cielo.

En estos últimos días, ya no  te quedabas en el rincón del PAX TECUM. Tus manos estaban más frías, pero el corazón derrochaba el mismo candor generoso que te caracterizó en vida. Tu mirada se dirigía al Cristo de la Salud, el de la clínica definitiva, el que te dio ese amor que testimonian y prosiguen tu hijos Manolo y Loli , tus nietos y muchos familiares tuyos. Este domingo de septiembre  te daré un fuerte abrazo  y te diré PAX TECUM SEMPER.  Ah, no apagaré el sonido hasta que escuche cum spiritu tuo . 





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