MANUEL CANTERO PÉREZ
En septiembre, miraré la silla de enea y la encontraré vacía. No lo comprenderé. Han sido tantos domingos compartiendo el puesto voluntario y simultáneo del sonido ambiental. Me regañarás por no haberte avisado a tiempo para iniciar la música de paz en la comunión. Te responderé , con una sonrisa, que no se adecua la canción al tiempo estacional y litúrgico. Han sido tantos años, de coparticipar muchos momentos de oración, desde que se abrió la iglesia de San Juan, allá por los años ochenta siendo hermano mayor Enrique Garnica, para asistir a la celebración ininterrumpida de la misa dominical. Te urgiré a veces a realizar un cambio brusco de sonido, y siempre con tu frase tópica "los hombres no somos escopetas". Pues eras una silueta que reflejaba tu eficiencia artesanal y no la impetuosidad de las malas prisas, que no son buenas consejeras. Mientras estabas a mil lado, siempre me venía la memoria los muchos años que fuiste el conductor perfecto de aquel trono o andas barrocas del famoso maestro Tejero, que adquirieron nuestros antepasados con tanto sacrificio. Te veía subiendo la calle Veracruz mientras conducías aquel objeto de arte procesional esquivando el roce de los candelabros de Antonio Aguayo con las rejas de Frasquita Huertes. Pasando de refilón por las casas del demandante Francisco Rosales y
Con
la lectura del evangelio, si hacía referencia a una parábola, la
del Samaritano, siempre me venía a mi mente y me retrotraía al día en el que ibas montado
a una motocicleta y, a las once en punto
de la noche, quedaste sin vida con fractura craneal junto a las tapias del
huerto del antiguo convento capuchino- propiedad de la familia Abril. Me
convertí en aquel personaje evangélico, recogiéndote entre mis brazos y
trasladándote a la clínica privada del doctor Contreras, por cierto muy cercana al lugar; fue especial para tí la experiencia
pues resucitaste a los quince días tras permanecer en coma algunas semanas. Ni
te enteraste, seguiste como buen servidor cofrade del Cristo de la Salud. Te implicaste aún
más, enrolaste a tus hijos y a toda la familia. Te comprometiste cada vez y
eras el buen sancristóbal que transportaba en su coche al sacerdote todas las mañanas
dominicales desde su casa a la placeta
de San Juan. Puntual como ninguno, había que espabilarse para llegar antes que
él al primer toque de la campana de Diego de Castro.
Nadie olvidará tus colaboraciones
para las misas de aplicación de los difuntos y tu diaconía con muchos servicios
del templo, ni la tertulia senatorial de ese banco dominguero que saludaban e
ilustraban a los párrocos antes de la misa. Ya quedan pocos, pero tú como el
junco siempre en pie incluso cuando la guadaña te anunció malos augurios. Y eso
que prestabas en la Residencia Nuestra
Señora de las Mercedes una diaconía ejemplar a tu mujer
como el esposo san José. Estuviste al pie del cañón asistiéndola hasta
que resistieron tus fuerzas, tuviste la entereza de e renunciar a muchas
aficiones y cosas del ocio y dejaste
atrás aquellos encuentros matutinos en la fortaleza de la Mota , que tanto te gustaba
visitar subido en tu coche. Porque tú cumpliste excelentemente el hasta la
muerte sin paliativo ni evasivas.
Te echaré de menos en las misas
otoñales, y más tu familia a la que tenías siempre presente. Eras un
manitas y te la inventabas para arreglar cualquier desaguisado de mis
manazas como también los hacías en
aquellos años cuando iba a que me repararas mi coche en tu taller de la Opel .
Siempre fuiste servicial para
todos, tenías buen anclaje y encomienda. El pasaporte celestial lo has
conseguido por tus méritos. Te mandaré el
programa y una nueva estampa del Cristo
para que la confrontes en el presbiterio eterno de fulgor amarillo del cielo.
En estos últimos días, ya no te quedabas en el rincón del PAX TECUM. Tus
manos estaban más frías, pero el corazón derrochaba el mismo candor generoso
que te caracterizó en vida. Tu mirada se dirigía al Cristo de la Salud , el de la clínica
definitiva, el que te dio ese amor que testimonian y prosiguen tu hijos Manolo
y Loli , tus nietos y muchos familiares tuyos. Este domingo de septiembre te daré un fuerte abrazo y te diré PAX TECUM SEMPER. Ah, no apagaré el sonido hasta que escuche
cum spiritu tuo .
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