Archivo del blog

martes, 25 de abril de 2023

PEDRO CANO, ALCAIDE DE BIBATAUBIN

 


EL CAPITÁN PEDRO CANO

 

Tras la conquista definitiva del reino de Granada en 1492 y la entrada de los ejércitos cristianos en la ciudad de Granada, la Alhambra, sede palaciega y fortaleza de los antiguos reyes nazaríes,se conviirtió en propiedad de la Corona. Fue administrada y gobernada en régimen de tenencia de alcaldía  por don Íñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, capitán general de la ciudad y capitán general del reino de Granada desde 1502, que anteriormente estuvo con los Reyes Católicos en Alcalá la Real, donde le nació su hijo  Antonio de Mendoza.

Ser alcaide conllevaba , entre otras disposiciones de orden público y disciplinario, las competencias de gobernador civil y militar de esta fortaleza y ciudadela. Un real sitio de administración de la Corona, donde , a nivel gubernativo, desde 1492, hasta la salida de los Mendoza del cargo de capitanes generales, la vinculación entre la Alhambra y la Capitanía General fue muy estrecha, dado que también fue




su sede administrativa: dependencias carcelarias, residencia del personal subalterno de la Capitanía General –alguacil mayor, secretarios, oficiales-, guarnición permanente de 1000 hombres, reducida tras la muerte de la reina Isabel a 200 soldados, y los miembros de las dos compañías de escolta de los Mendoza –una de 100 lanzas y otra de 30 alabarderos-. Con esta familia estuvo vinculada la élite hidalga de caballeros alcalaínos, a los que se acogían en su protección.

 Tanto don Íñigo como sus sucesores cobraban por su condición de alcaides de la Alhambra, más las tenencias de Mauror, Bibataubín y La Peza. Unos  700000 maravedís era su fuente de ingresos y mercedes percibidas por esta  familia. Asimismo, los alcaides de la Alhambra tenían una serie de privilegios, como el derecho a una escolta de alabarderos, la provisión de numerosas plazas subalternas y militares a su antojo, regalías sobre el pescado y la carne de la ciudad. Por la naturaleza de sus cargos, los Mendoza residieron en la Alhambra, permanentemente –con alguna interrupción, como veremos- hasta principios del siglo XVIII, otorgándoseles numerosas dependencias y, para su residencia un antiguo palacio nazarí ubicado en la zona del Partal, del que ya no quedan restos. El hecho de que el gobierno de la ciudadela y el cargo de capitán general estuviesen unidos en la misma cabeza determinó que no hubiese una separación legal ni administrativa entre el despacho de los negocios tocantes a ambas instituciones. Algo parecido ocurría con buena parte de la red clientelar y de patronazgo que la familia tejió en la ciudad, muchos de ellos residentes en la Alhambra, sujetos a una doble jurisdicción privativa, que causó constantes tensiones con otras instancias. Esta estrecha vinculación durante el siglo XVI llevó a muchos de sus contemporáneos a asimilar erróneamente ambos oficios, y fue un factor determinante para el buen mantenimiento del gobierno y conservación del alcázar regio durante el tiempo en que los Mendoza residieron de continuo en la Alhambra.


Bibataubín  o a Puerta de los ladrilleros (el vocablo Bib nos indica, a, la existencia de una puerta de acceso en la muralla musulmana) se abrió hacia el siglo XIII en el interior de una torre  torpemente demolida en los años sesenta del siglo XX. A esta torre y puerta en recodo se le añadió en época nazarí una segunda muralla  de  mayor protección. El Gran Capitán, en una escaramuza de la guerra de Granada, incendió el pequeño castillete que se había construido en torno a esta puerta y torre. Los Reyes Católicos mandaron fortificar este sitio con baluartes para artillería, encargándose de este trabajo Ramiro López (el mismo que había realizado la fortificación de Santa Fe y que estaba haciendo, por esas fechas, los cubos artilleros de la Alhambra, como el de la Puerta de la Justicia) fortificando tanto el exterior como el interior del conjunto que se dotó de un profundo foso y puente levadizo que lo aislara, pues la rebelión de la propia población musulmana era cosa esperada.

De este modo, se formó un auténtico castillo en el llano de la ciudad, un acuartelamiento dependiente de la Alhambra que tenía alcayde propio y que protegía ese punto débil.

 

Se produjo una gran cambio  tras la guerra morisca  de 1568-1571, pues don  Íñigo López de Mendoza perdió el cargo de capitán general del reino y fue trasladado a Valencia. Por este tiempo , ejerció de alacayde del castillo de Bibataubín Juan Hurtado de Mendoza, así como  capitán de infantería y guarda de Alhambra. En Granada quedó solo su hijo, don Luis Hurtado de Mendoza, como alcaide de la Alhambra. La Capitanía General fue desvinculada de la familia y la Alhambra dejó de ser sede y residencia de los capitanes generales, que a partir de 1574 ya no serían de todo el reino, sino solo de la costa, con obligación de residir en Vélez Málaga y sin jurisdicción sobre el real sitio. El gobierno de don Luis Hurtado estuvo envuelto en la polémica por sus constantes enfrentamientos de competencias con otras instituciones de la ciudad, sobre todo la Chancillería. Ello se debió, en gran medida, a su falta de habilidad política y, muy especialmente, a sus deseos de recuperar las antiguas preeminencias y facultades militares  del linaje. Muy al contrario, don Luis vio mermadas sus facultades discrecionales sobre el personal militar de la fortaleza y la guarnición de 200 soldados se redujo a 80. Debido a un turbio asunto en el que se entremezclaron testimonios y acusaciones falsas por parte de algunos de sus enemigos, don Luis fue procesado y condenado en 1588 por un crimen. Su detención y destierro supuso el inicio de un período de tenientes de alcaide que sumieron la Alhambra en un marcado proceso de abandono y desgobierno, denunciado en 1590 por el visitador de fortalezas.  En este periodo se hizo cargo de la tenencia de la alcaidía del castillo de Bibataubín el capitán alcalaíno Pedro Cano de Rejas, relacionado con la familia  Mendoza por estar casado con Catalina, hermana de Luís Hurtado de Mendoza. Son varios los documentos que recogen su presencia como alcaide de este castillo con su guarnición y sus competencias. Los documentos aluden a su relación alcalaína de la que nunca  hizo dejación de su vecindad. En concreto sus casas eran en la calle Trinidad, y debían formar una gran manzana. Pues en concreto en 1592 , manteniendo el mando de la tenencia  del castillo granadino y estante en Alcalá la Real





, hace dejación de un censo  de unas casas linderas a favor del mayordomo Andrés de Leon, en una cantidad bastante estimable de 34.000 maravedíes y réditos anuales de dos mil cuatrocientos maravedíes, las casas eran linderas con las suyas ( en 1600 se las alquilaba a Gaspar López de Rojas y eran linderas con las de Francisco del Haro Portocarrero y su alhorí por renta de 38 ducados anuales) y las de Aparicio López de Antequera, un comerciante de paños. ( Escribano Felipe Pérez, 4814, 28 de agosto de 1592). En 22 de septiembre 1601, ya se encontraba en Alcalá la Real  (ante Alonso Pérez de Contreras)Legajo 4751 folio 201)  y, como capitán de las torpas de caballos  del rey, dio el poder al alférez Collantes, para que cobrara la paga de su servicio en Marbella en el año anterior ante el capitán Juan de Alarcón en la canttidad 48.460 maravedíes. En junio de 1606, ya había muerto y su mujer viuda estuvo en Alcalá la Real por un asunto de mayorazgo y patronato que fundó Francisco Martínez Cano (sobre cortijos de Puertollano y Villar), y había heredado su hijo Gaspar Cano de Mendoza, por el que hacía donación de dos cahices de trigo para cuidado de otros hijos (Mencía).  Debió morir Pedro Cano en 21 de julio de este año, pues testó el 21 y la mujer era viuda el 22 de julio. Familiar de los curas Diego de Pareja, párroco de Santo Domingo, y el licenciado Martin Cano, párroco de San Miguel de Granada, maestro de capilla de Alcalá, al que alquiló su casa. Pudo ser enterrado en el Sagrario de Granada o la capilla del convento trinitario de Alcalá, donde la familia tenía capilla. 



Este castillo como la fortaleza quedó relegada a su condición de ciudadela civil. Tras la muerte del quinto conde de Tendilla sin descendientes, en 1604 Felipe III decidía despojar de la alcaidía a los Mendoza, para cederla al duque de Cea, un miembro ajeno a la familia del conde de Tendilla, hijo del entonces todopoderoso Lerma, de los Gómez Sandoval,  y además capitán general de la costa que no llegó a desempeñar el oficio ni a residir en el palacio granadino. Durante su titularidad se desarrolló una larga etapa de absentismo que afectó gravemente al gobierno y conservación de la ciudadela. Frente al período de los Mendoza, en el que los alcaides y capitanes generales estaban especialmente implicados en el mantenimiento y conservación del real sitio, el duque de Cea dejó la fortaleza en manos de unos tenientes de alcaide que además de cometer abusos, entraron en conflicto con oficiales y veedores del sistema defensivo. En numerosos informes remitidos al Consejo de Guerra se denunció la indisciplina y la negligencia generalizada del personal militar de guarnición y la existencia de un alto porcentaje de soldados de avanzada edad e incapacitados para servir, mucho más preocupados por servir en oficios y otros negocios en la ciudadela que en el cumplimento de sus tareas como centinelas. También se señalaba la necesidad de intensificar el control y las inspecciones sobre los alardes para evitar el fraude de las plazas muertas en las muestras, y los excesos cometidos por el teniente de alcaide, quien se apropiaba para su beneficio de sueldos y numerosos recursos de la fortaleza. Por otro lado, el alcázar se había convertido en un reducto de soldados ociosos, considerados por los oficiales de la administración militar una carga económica para la hacienda regia, poco disciplinados, cuyos servicios eran mucho más necesarios en la costa que en la ciudad, provista ya de su propia milicia urbana.

Esta situación pareció 

cambiar en 1624, cuando, tras la muerte del duque de Uceda, don Íñigo López de Mendoza, quinto marqués de Mondéjar, consiguió que se le restituyese la alcaidía de la Alhambra después de un largo pleito. Se abrió entonces un nuevo período marcado por la fuerte personalidad del quinto marqués y, en definitiva, el restablecimiento de una autoridad firme sobre el real sitio. Don Íñigo acabó con los largos períodos de absentismo, estableciendo su residencia fija en la Alhambra y mejorando el gobierno y gestión de la fortaleza, tanto en lo referente a sus recursos económicos y conservación material, como a la criticada guarnición militar.

Por su parte, el castillo de Bibataubín  este  castillo del llano de la ciudad,  y acuartelamiento dependiente de la Alhambra  con su  alcayde propio se mantuvo hasta el siglo XVIII, en el que se realizaron  importantes reformas que llegaron al palacio  actual. Se ciega el foso en 1718,  y, sobre el bastión artillero de la esquina, se construye la torre poligonal que hoy es seña de identidad del edificio. es el momento de la transformación radical del conjunto, añadiéndole el torreón y la actual portada con columnas salomónicas, procedentes del Sagrario de la Catedral. Se decoró con esculturas de Carlos III, conservada en el interior, y granaderos que fueron eliminados hacia 1932, durante la adaptación del antiguo cuartel por el arquitecto Fernando Wilhelmi, para el uso administrativo de la Diputación de Granada.


No hay comentarios:

Publicar un comentario