Un relato, una canción y una
poesía de Navidad
Ya pasaron los tiempos
cuando la ganadería ocupaba muchos lugares de la geografía
provincial. Llegó a competir con la
agricultura del cereal y del olivo en muchos lugares. Las aldeas, los cortijos
y las cortijadas eran los elementos
arquitectónicos del paisaje. Sus moradores
mantenían la economía autárquica y familiar de la agricultura. Y,
plasmaron un acervo cultural muy importante. En la Sierra Sur quedan todavía
vestigios de aquellos tiempos, y personas nonagenarias todavían recuerdan
contenidos de un folclore rico en leyendas , cuentos y poesía popular. Esta es
una muestra de estos rincones, que solían enriquecerse con los tiempos
litúrgicos, y sobre todo en Navidad. Primero con un poema de poesía pastoril
religiosoidad popular. Es el siguiente recogido de una aldeana ocotogenaria de
la Venta de los Agramaderos de Alcalá la Real.
La pastora con sus cabras
A la sombra de una
piedra,
había una
niña sentada
con un rosario en la
mano
rezando la vida sagrada.
Y vio venir tres personas,
dos blancas y una
morada.
Y le pregunta la morada:
Niña, ¿de quién son las
cabras?
-Tuyas, Virgen María,
la pastora con sus
cabras.
Le respondió Jesús:
-Niña, tan bien nos
conoces
que tan dulcemente
hablas.
Y se la llevaron al
cielo
de serafina cercana.
Su madre viendo que no
venía
la pastora con sus
cabras,
se arrodilla delante de
Cristo,
y le
dice: Señor,
¿dónde tienes a mi pastora
que tantos días tarda?
Le respondió una voz:
-Toma tus ovejas y tus
cabras.
Que tu hija está en el cielo´
con mi familia sagrada.
Más curioso es este cuento rural muy extendido por la zona de la Rábita y
Castillo de Locubín, titulado “La Pobre Vejecita”.
LA POBRE VIEJECITA
Había una viejecita, muy pobre, muy pobre, pero muy buena. Vivía en una
casa con todos sus muebles muy antiguos, desgastados y
destartalados. Sólo le quedaba una gallina muy delgada. Pero decidió cocinarla
para invitar al Señor por Navidad. Primero arregló toda la casa muy
esmeradamente, mató a la gallina y la troceó y la puso en la olla. A continuación,
se puso en marcha y bajó a la Iglesia para invitar
a comer al Señor.
Desde los barrios altos de su aldea bajó a la iglesia, tras entrar en ella,
le dijo al Señor:
-Mira, Señor, me gustaría mucho que subieras a comer conmigo.
Él le respondió:
-Vete tú primero, que yo, a continuación subo.
Así, como se lo había mandado el Señor, lo cumplió. Entró en su
casa y se quedó esperando al Señor. Al cabo de un buen rato, un viejecito
llamó a la puerta, al instante le abrió la puerta y aquel pobre
hombre se le acercó diciendo
-Por favor, señora, tiene algo con que darme.
Elle le respondió:
-Toma este pedazico de gallina, la verdad es que estoy esperando al Señor
para comer con él, pero, no importa, tómelo.
Pasó mucho rato, y, al darse cuenta de que el Señor no se presentaba,
volvió a la iglesia y le dijo:
-Señor, suba, ya que se va a enfriar la comida.
Él le contestó:
-Súbete, que pronto estoy allí.
De nuevo, se demoró la visita de su Señor, entretanto pasó un niño andrajoso
y mal vestido, que llamó a la puerta, y, el muchacho le pidió algo de comer.
Aunque estaba inquieta la viejecita por la tardanza de su Señor a quien
le tenía preparada la cena y porque ya sólo le quedaba media gallina, ello no
fue óbice para que diera otro trozo de la gallina al chiquillo.
Como no subía el Señor, de nuevo bajó por tercera vez a la iglesia. De
nuevo, el Señor le ordenó que se subiera y le esperara dentro de su casa.
Le obedeció la muchacha. Ahora se encontró con una nueva visita, la de un
mendigo pidiéndole algo de comer. La viejecita le dijo:
-He invitado al Señor a comer, pero, bueno, te daré un trocito.
El mendigo, loco de contento, se la agradeció en gran manera. Por su parte,
la viejecita se decía a sí misma. “Voy a volver a bajar por tercera vez, porque
la comida se ha enfriado y yo no sé lo que pasa al señor”. Así hizo, bajó
de nuevo a la iglesia y entabló conversación con el Señor que le
dijo:
-Tres veces que he subido a comer, las tres veces que me has dado. Ahora,
inmediatamente súbete a tu casa y acaba de comerte la gallina,
La viejecita se quedó asombrada y se subió a su casa en un santiamén. Al
llegar, todo había cambiado. Su casa se convirtió en un palacio, en la despensa
había grandes manjares, le servían varios mayordomos, relucían lámparas
maravillosas, grandes y esplendorosos sillones amueblaban el salón, el huerto
se había transformado en un versallesco jardín.
Sin embargo, una vecina de la viejecita, por cierto muy orgullosa y
altanera, egoísta y envidiosa, y, para colmo altanera, se enteró de lo ocurrido
y no pudo soportar este cambio en la forma de vida de la viejecita.
Entonces le dijo:
-Voy a preparar una gran comilona, e invitaré también al Señor, para
que me pase todo lo que le ha acontecido a mi vecina.
A
continuación, ordenó matar a su mejor cordero, compró las frutas más ricas del
mercado de la plaza y acudió al horno por dulces exquisitos y el pan más
tierno. Con estos preparativos, bajó a la iglesia a invitar al Señor, que le
dijo:
- Súbete ya tú, que pronto voy a visitarte
yo.
Tras llegar a su casa, tuvo la visita de un mendigo y le pidió algo de
comer. Ella lo echó a patadas y no le hizo caso alguno. Más tarde, un pobre
niño le tocó la puerta pidiéndole un trozo de pan y ella ni lo miró. Al ver que
el Señor no subía, volvió a llamarlo y éste le dijo:
-Ya
subiré, no te impacientes.
De
nuevo, un viejecito tocó a la puerta pidiéndole algo de comer. La misma
respuesta de rechazo y de negaciones tuvo con el desafortunado viejo.
Al volver a ver en la iglesia al Señor, este le contestó:
-Tres
veces, que te he pedido de comer, las tres veces me has echado.
Ella
quedó sorprendida por las respuestas. Subió a su casa y no pudo
aguantarse, porque se había transformado totalmente. Desde el cuadro más
pequeño hasta el arcón más grande se había convertido en lo más feo y
anticuado que uno se podía imaginar, su casa ya no era una mansión, de un palacio,
era una cuadra de animales, los mayordomos pordioseros mendigos…y colorín,
colorado este cuento se ha acabado.
Ana Rosales Gómez, en Alcalá la Real, cantaba este villancico que escuchaba
en la capilla del Hospital de la calle de Rosario. Con su buena voz, recordaba
las noches de Navidad, Noche Vieja y Reyes Magos en las que madres
mercedarias se agrupaban en torno al Niño de Belén de su Portal y entonaban
estos veros preciosos líricos, y con una melodía inolvidable:
En el portal de Belén,
hay un niñito
que le llaman Jesús Rey,
y el pobrecito
ropa no tiene.
Duérmete niño,
duérmete leve.
qué serenita cae la nieve,
que menudita
cae la nieve
En el portal de Belén
hay un niñito
que llaman Jesús Rey,
es muy bonito y chiquito.
¡Qué serenita cae la nieve!
¡qué menudita cae la nieve!
Y, qué bonita
que es la canción!
No cabe duda
que, al escuchar,
una segunda repetición,
es más bonito
el bello cantar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario