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lunes, 23 de enero de 2023

FOLCKLORE ORAL DE LA SIERRA SUR en el JAÉN

 


Un relato, una canción  y una poesía de Navidad

Ya pasaron los tiempos  cuando la ganadería ocupaba muchos lugares de la geografía provincial.  Llegó a competir con la agricultura del cereal y del olivo en muchos lugares. Las aldeas, los cortijos y  las cortijadas eran los elementos arquitectónicos del paisaje. Sus moradores  mantenían la economía autárquica y familiar de la agricultura. Y, plasmaron un acervo cultural muy importante. En la Sierra Sur quedan todavía vestigios de aquellos tiempos, y personas nonagenarias todavían recuerdan contenidos de un folclore rico en leyendas , cuentos y poesía popular. Esta es una muestra de estos rincones, que solían enriquecerse con los tiempos litúrgicos, y sobre todo en Navidad. Primero con un poema de poesía pastoril religiosoidad popular. Es el siguiente recogido de una aldeana ocotogenaria de la Venta de los Agramaderos de Alcalá la Real.

La pastora con sus cabras

A la sombra de una piedra,

había  una niña sentada

con un rosario en la mano

rezando la vida sagrada.

Y vio venir tres personas,

dos blancas y una morada.

Y le pregunta la morada:

Niña, ¿de quién son las cabras?

-Tuyas, Virgen María,

la pastora con sus cabras.

Le respondió Jesús:

-Niña, tan bien nos conoces

que tan dulcemente hablas.

Y se la llevaron al cielo

de serafina cercana.

Su madre viendo que no venía

la pastora con sus cabras,

se arrodilla delante de Cristo,

 y  le dice: Señor,

 ¿dónde tienes a mi pastora

 que tantos días tarda?

Le respondió una voz:

-Toma tus ovejas y tus cabras.

Que tu hija está en el cielo´

con mi familia sagrada.

 

Más curioso es este cuento rural muy extendido por la zona de la Rábita y Castillo de Locubín, titulado “La Pobre Vejecita”.

LA POBRE VIEJECITA

Había una viejecita, muy pobre, muy pobre, pero muy buena. Vivía en una casa  con todos sus muebles  muy antiguos, desgastados  y destartalados. Sólo le quedaba una gallina muy delgada. Pero decidió cocinarla para invitar al Señor por Navidad. Primero  arregló toda la casa muy esmeradamente, mató a la gallina y la  troceó y la puso en la olla. A continuación, se  puso en marcha  y bajó a la Iglesia para  invitar a  comer al Señor.

Desde los barrios altos de su aldea bajó a la iglesia, tras entrar en ella, le dijo al Señor:

-Mira, Señor, me gustaría mucho que subieras a comer conmigo.

Él le respondió:

-Vete  tú primero, que yo, a continuación subo.

Así, como se lo  había mandado el Señor, lo  cumplió. Entró en su casa y se quedó esperando al Señor. Al cabo de un buen rato, un viejecito  llamó  a la puerta, al instante le abrió la puerta  y aquel pobre hombre   se le acercó diciendo

-Por favor, señora, tiene  algo con que darme.

Elle le respondió:

-Toma este pedazico de gallina, la verdad es que estoy esperando al Señor para comer con él, pero, no importa, tómelo.

Pasó mucho rato, y, al darse cuenta de que el Señor no se presentaba, volvió a la iglesia y le dijo:

-Señor, suba, ya que se va a enfriar la comida.

Él le contestó:

-Súbete, que pronto estoy allí.

De nuevo, se demoró la visita de su Señor, entretanto pasó un niño andrajoso y mal vestido, que llamó a la puerta, y, el muchacho le pidió algo de comer. Aunque estaba inquieta la viejecita  por la tardanza de su Señor a quien le tenía preparada la cena y porque ya sólo le quedaba media gallina, ello no fue óbice para que diera otro trozo de la gallina al chiquillo.

Como no subía el Señor, de nuevo bajó por tercera vez a la iglesia. De nuevo, el Señor le ordenó que se subiera y  le esperara dentro de su casa. Le obedeció la muchacha. Ahora se encontró con una nueva visita, la de un mendigo pidiéndole algo de comer. La viejecita le dijo:

-He invitado al Señor a comer, pero, bueno, te daré un  trocito.

El mendigo, loco de contento, se la agradeció en gran manera. Por su parte, la viejecita se decía a sí misma. “Voy a volver a bajar por tercera vez, porque la comida se ha enfriado y yo no sé lo que pasa al señor”. Así hizo, bajó  de nuevo a la iglesia y entabló conversación  con el  Señor que le dijo:

-Tres veces que he subido a comer, las tres veces que me has dado. Ahora, inmediatamente súbete a tu casa y acaba de comerte la gallina,  

La viejecita se quedó asombrada y se subió a su casa en un santiamén. Al llegar, todo había cambiado. Su casa se convirtió en un palacio, en la despensa había grandes manjares, le servían varios mayordomos, relucían lámparas maravillosas, grandes y esplendorosos sillones amueblaban el salón, el huerto se había transformado en un versallesco jardín.

Sin embargo, una vecina de la viejecita, por cierto muy orgullosa y altanera, egoísta y envidiosa, y, para colmo altanera, se enteró de lo ocurrido y no pudo soportar este cambio en la forma de vida de la  viejecita. Entonces le dijo:

-Voy a preparar una gran comilona, e invitaré también  al Señor, para que me pase todo lo que le ha acontecido a mi vecina.

            A continuación, ordenó matar a su mejor cordero, compró las frutas más ricas del mercado de la plaza y acudió al horno por dulces exquisitos y el pan más tierno. Con estos preparativos, bajó a la iglesia a invitar al Señor, que le dijo:

      - Súbete ya tú, que pronto voy a visitarte yo.

            Tras  llegar a su casa, tuvo la visita de un mendigo y le pidió algo de comer. Ella lo echó a patadas y no le hizo caso alguno. Más tarde, un pobre niño le tocó la puerta pidiéndole un trozo de pan y ella ni lo miró. Al ver que el  Señor no subía, volvió a llamarlo y éste le dijo:

            -Ya subiré, no te impacientes.

            De nuevo, un viejecito tocó a la puerta pidiéndole algo de comer. La misma respuesta de rechazo y de negaciones tuvo con el desafortunado viejo.

Al volver a ver en la iglesia al Señor, este le contestó:

            -Tres veces, que te he pedido de comer, las tres veces me has echado.

            Ella quedó sorprendida por las respuestas.  Subió a su casa y no pudo aguantarse, porque se había transformado totalmente. Desde el cuadro  más pequeño hasta el arcón más grande se había convertido en lo más feo y  anticuado que uno se podía imaginar, su casa ya no era una mansión, de un palacio, era una cuadra de animales, los mayordomos pordioseros mendigos…y colorín, colorado este cuento se ha acabado.  


Ana Rosales Gómez, en Alcalá la Real, cantaba este villancico que escuchaba en la capilla del Hospital de la calle de Rosario. Con su buena voz, recordaba las noches de Navidad, Noche Vieja  y Reyes Magos en las que madres mercedarias se agrupaban en torno al Niño de Belén de su Portal y entonaban estos veros preciosos líricos, y con una melodía inolvidable:

 

En el portal de Belén,

hay un niñito

que le llaman Jesús Rey,

y el pobrecito

ropa no tiene.

Duérmete niño,

duérmete leve.

qué serenita cae la nieve,

que menudita

cae la nieve

En el portal de Belén

hay un niñito

que llaman Jesús Rey,

es muy bonito y chiquito.

¡Qué serenita cae la nieve!

¡qué menudita cae la nieve!

 Y, qué bonita

que es la canción!

No cabe duda

que, al escuchar,

una segunda repetición,

es más bonito

 el bello cantar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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