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sábado, 30 de agosto de 2025

VII, FELIPE IV Y ALCALÁ LA REAL. Protestas, motines y luchas de bandos EN LA CIUDAD DE LA MOTA.

 

Protestas, motines y luchas de bandos

 












Durante el reinado de Felipe IV, no es verdad que el movimiento de contestación social significara un cambio de las estructuras de poder organizadas, ni menos aún  que tuviera una base social, estructurada en sus órganos correspondientes, para que pudiera poco a poco dar lugar a  un cambio social. Sin embargo, a lo largo de este reinado se prodigaron un gran número de conflictos que muchas veces respondían a intereses personales de las distintas familias hidalgas que habían controlado el poder municipal, a lo que se añadieron algunas manifestaciones de protesta colectiva por los grupos más desfavorecidos ante la corrupción de los más poderosos y el aparato administrativo. Con un enfoque actual, no se uede valorar qie tuviera gran trascendencia el ascenso social de los Zamorano, pero refleja  el litigio entre los hidalgos de sangre y los nuevos advenidizos. Pues completamente emparentados con las familias de los hidalgos de sangre, ya la ciudad no tuvo que hacer frente a un litigio que se prolongaba más de treinta años.   Mientras algunos casos fueron simples problemas de orden controlados por la justicia y a ello contribuyeron  corregidores como Pedro González de Hoces en 1621, otros, en cambio, con sus actitudes dilatorias o partidistas a favor de alguna de las facciones provocaban agravar el clima de conflictividad. La desidia y el abandono del cargo dieron lugar a situaciones muy complicadas como el caso del corregidor Liñán de Zúñiga.

No obstante, era dificil a veces controlar el orden público  con la sola presencia del alguacil para controlar muchos enfretamientos con armas, pues se dieron casos de muerte de alguno que otro a manos de vecinos, como en el 1622 Francisco Bonal muerto a manos de Pedro de Lara.

Diversos bandos controlaban  la vida municipal, que, a su vez, extendían sus redes en un entramado  integrado por miembros de diversas familias , clientes y amigos de ellos. Es el caso de don Pedro de Pineda y Góngora que controlaba una gran parte del cabildo tal como le acusaba otro regidor Francisco de Salazar y Mendoza  con motivo del nombramiento de alférez mayor [1].

 Estos conflictos, sobre todo, resurgían en cuestiones protocolarias, principalmente, de preeminencias y en la defensa de los intereses agropecuarios. Áún más, la reforma, empredida por  el consumo de oficios, dio lugar a que renacieran enfrentamientos entre los diversos bandos. El grupo de hidalgos, procedente de los descendientes de los conquistadores e hidalgos de sangre, pronto se opuso a aquella reducción que le afectaba al control del poder municipal, concretizado en la reducción del número de jurados, regidores, escribanos, y procuradores. Un grupo formado por Gonzalo Narvaez de Padilla, el licenciado Alonso de Rojas, Juan de Novoa, Gaspar de Ciezas, Francisco Mazuelo Monte, Rodrigo Alfonso Clavijo, Alonso de Aranda Cañete, Juan de de Aranda Góngora, Luis Fernández de Cardera, rechazó la reforma, aludiendo lo poblada que se encontraba la ciudad en la cota más alta de tres mil vecinos y mil vecinos del Castillo, cifra exagerada para la época, que contrastaba con el único padrón realizado ante el escribano Pedro de Contreras que cifraba en 1624 en el año 1614. Sus razones eran la necesidad de un mayor número de regidores por las muchas delegaciones y comisiones, la distancia con el recinto fortificado que impedía la ausencia de muchos de ellos, el desgobierno futuro que podría ocasionarse eran otras razones para rechazarlo.


Este grupo, por su parte,  impedía cualquier apertura en el acrecentamiento de sus miembros. Por eso, en 1630, cuando el rey, acuciado por las dificiles cirunstancias económicas que le ocasionaban los frentes de la guerra en Italia, Flandes y en las Indias, se opusieron la mayoría de ellos a conceder hidalguías a nuevos personajes enriquecidos por puestos buurocráticos. Un claro ejemplo fue el entablado con el escribano Luis Méndez de Sotomayor con el que emprendieron una serie de litigios que alcanzaron en algunos momentos la violencia entre los diversos bandos de la ciudad  que enfrentaba a los Sotomayor  y los nuevos advenidizos como los Utrilla y Vazquez Mesía frente a los hidalgos de sangre como los Cabrera, Góngora, Aranda o Clavijo [2].

 

Lo mismo manifestaron en 1634 cuando los vecinos acuciados por gran número de cargas municipales y oficios pretendían que estos últimos podían repartirse por igual entre pecheros y nobles. El estamento hidalgo se opuso rotundamente, agoviado por la posible entrada de otros muchos hidalgos dentro de ellos  y el consiguiente disfrute de  privilegios anteriores[3]. No obstante, varios miembros aspirantes por sus títulos profesionales en este mismo año, se  volviio a replantear la vuelta al cómputo  de cargos anterior  a la reforma de Gilemón de la Mota, porque eran necesarios y porque, además, tan sólo  tres regidores de la familiar de Salazar y Mendoza controlaban todo el gobierno municipal. Los nuevos regidores o herederos de familias proecedentes de finales del siglo XVI, Miguel de Utrilla, Luis de Ortega, Juan Fernández de Villalba y el abogado Pedro Muñoz de los Díez defendieron la postura de los vecinos en el cabildo y se opusieron los regidores hidalgos de la familia Salazar, el hermano del abad Alonso de Moya, el advenidizo Juan Vázquez Mesía, el alcaide Antonio de Gamboa y Pedroy Cristobal de Jérez. El enfrentamiento fue tenso entre los distintos miembros provocando la salida de algunos de ellos de la sala de Cabildos hasta tal punto que el asunto lo llevó a la Corte el regidor  Miguel de Utrilla.

Pero, este  pronto murió y se inició un nuevo pleito, en el que los renovados regidores trataron de impedir cualquier tipo de ampliación con todos los medios posibles . La razón fundamental de su postura radicaba, más bien, en esto último, que en otros motivos alegatorios y vanales. Pues aludían que, anteriormente, se habían evitado los bandos que hasta ahora habían dominado la vida municipal y habían gonbernado con paz y quietud la reública. Tampoco es muy creíble el beneficio de las clases menos privilegiadas al  disponer la ciudad de mejores y mayor número personas preparadas para ejercer la gran cantidad de oficios que se nombraban por el cabildo y no verse obligados los sectores menos desfavorecidos a ejerer cargos que le implicaban molestias y vejaciones. Era, ciertamente, un dato fiable que anteriormente los oficios solían recaer siempre entre un reducido grupo de  personas, que  participaban de una endogamia y de un clientelismo a través de las ventas de los oficios y la corrupetela de su administración den detrimento de las clases menos defavorecidas. El corregidor Diego de Guizmán decretó la vuelta a la situación anterior que permitía un mayor número de oficios     

                                   

                                    Un alcalde mayor en contra de los regidores

 


 Lo mismo sucedía con el abuso de poder por parte de las autoridaes. Hubo  decisiones desorbitadas  en este año mencionado anteriormente cuando tomó, sin provisión real el alcalde mayor doctor Lara y Castro, la decisión de roturar en beneficio de la ciudad o 500 fanegas de tierra en el monte baldío, destinado al pasto común y cría de ganado, con el fin de hacer frente a las obras de los corredores y el rastro. Pero esto  venía  en detrimento de las intereses de los ganaderos, que veían cada día más reducido el término municipal destinado al pasto de sus animales. Los intereses contrapuestos provocaba un amplio debate entre los miembros del cabildo, divididos entre la legalidad e ilegalidad, subterfugios de intereses particulares. De ahí que surgieran situaciones muy embarazosas de personas afectadas ante el anticipo de dinero y nuevos arrendamientos de tal manera que al final los propios munícipes obligaron a paralizar dicho arrendamiento y endeudamiento de los propios para pagar las obras emprendidas. El regidor Ruiz Díaz de Mendoza emprendió todo tipo de acciones legales ante la carestía y subida del precio de la carne. Pues, aunque parezca un poco exagerado, se veía en situación de peligro el ganado de cerda y ovino y, lo peor de todo, se había desmontado gran cantidad de  monte llegando a producir más de mil cargas de leñas de las que se aprovecharon el corregidor y alcalde mayor. Estos tuvieron un enemigo común cual fue el abogado Diego de Haro y los regidores Francisco Salazar y Pedro Vazquez Mesía que prosiguieron el pleito contra el alcalde mayor tras el cese de  su cargo. Con ello se logró que las tierras no se volvieran a arrendar y se quedaran de pasto común, porque, segun alegaban los regidores, un foco fantasiosamente eraimposible criar ganado ovino ni de otro por no haber donde pastar nu monte bajo para abrigo, dando lugar a que los los ganaderos lo sacaran del término para venderlo.El abuso de poder por parte de los corregidores siguió excediéndose en las competencias e invadiendo los privilegios de los regidores y jurados  y era otro campo frecuente de fricciones en la ciudad, puesto que su nombramiento real no le permitía usurpar los privilegios que la ciudad había conseguido en siglos anteriores. Varios fueron los pleitos entre los que destacó el nombramiento de alguaciles de la ciudad. Esto enfrentó en 1633 al cabildo con el corregidor Diego de Guzmán que unilateralemnte pretendió evadir esta suerte concedida por Alfonso XI alos miembros del cabildo. Aunque, alineado con el bando de Rodrigo de Cabrera con el que tenía cierto parentesco, los regidores Antonio de Gamboa, Juan Fernández de Villalta, Pedro de Góngora y Alarcón se le opusieron y fueron encarcelados, dando lugar a la paralización de la vida municipal en el que no se convocaban cabildos. Recurrieron a la  Real Chancillería de Granada e inmediatamente fueron soltados. 

La situación de la hacienda municipal era desastrosa, porque  las tierras de arbitrios no habían cobrado más de mil ducados ni se habían nombrado regidores comisionados para los pleitos ni para las esterilidades de donde dimanaban muchos intereses de la ciudad. El abuso de los ejecutores y el nombramiento de un excesivo número de alguaciles atormentaba a muchos labradores, porque cobraban en exceso y había llegado a un límite la ciudad que

la ciudad no había visto los nombramientos y llevan más derechos de los que toca y salen al campo a denunicar, no pudiendolo hacer y se a dado ante su Majestad en su Real Consejo el riesgo que esta Ciudad y capitulares de ella con la deuda del señor don Diego de Guzmán, por los bandos y disensiones, que han formado en particular don Alonso de Cabrera, y amenazas y excesos con el nombramiento de tantos alguaciles-

Ante esta situación, trasladaron el asunto a la Corte, protestando por la actitud excesivamente personal del corregidor que impedía la participación de los regidores en detrimento de la hacienda local, mermada por la falta de cobro del Pósito, propios y arbirtrios, y lo más grave el alineamiento con un bando de ellos,  al que exigieron la prohibición de entrada en terrenos de propios :

“el dicho don Alonso de Cabrera sin poder hacer, en contravención de las órdenes reales, tocantes al plantío y conservación de los Montes y a lo dispuesto en las Cortes de 1632, teniendo en su mayorazgo mucho monte de encinas. muy considerable y provechoso a esta república, muchas veces a bendido muchas encinas a carboneros, y la ciudad y la justicia de ella le han hecho causas y justicias de ella y impedido a él cortar, y no obstante este, a prozedido y con la mano poderosa del teniente y el favor del señor corregidor procede de suerte que de raiz saca encinas y talado el dicho monte y a aciendo lo mismo a lo que queda, y lo peor es que en lo público y realengo a hecho la dicha la dicha tala y bendiendo las dichas encinas a carboneros, en que se a seguido más de treinta mil ducados”[4]

El asunto lo zanjó la resolución de Jose Chumacero y Carrillo, miembro del Consejo y Presidente del Consejo, obligando al corregidor a entregar las varas  de los  aguaciles mayores de Alcalá y Castillo de Locubín  y la del alguacil de penas de ordenanza para que lo echaran en suerte entre los miembros de la ciudad[5] .

Otras veces el conflicto radicó en la elección de personas a la hora  del nombramiento de guardas de campo y alguaciles de vagabundos y penas de ordenanzas, como ocurrio  este mismo año, No tardó en producirse la reacción de protesta contra el mismo corregidor en el Castillo de Locubín. Alegaba el corregidor que la villa tenía más de 600 vecinos y nombró el corregidor a los guardas de las seis zonas del campo otros seis sobreguardas o acompañantes de los guadas, además que los alguaciles también solía emprender algunas acciones de ejecución y control en el campo. Por su parte, la ciudad, no admitía en el Castillo más de quinientos vecinos y tan sólo un alguacil mantenía el orden desde hacía treinta años hasta 1633 y el actual Lorenzo Maldonado en contra de las ordenanzas vívía en Alcalá y había cometido un gran número de vejaciones contra los vecinos. La situación se descrbía en el dos septiembre de esta manera por el corregidor parcialmente:

“la ocupación es de tan poco aprovechamiento que falta ordinario que execute los autos y órdenes de la Justicia, y padecen notable daño y perjuicio los vecinos de que ha tenido queja general, y así mismo grandes robos y salteamientos que suceden en el campo, y es forzoso hayga nuestra justicia que la visiten y requiera, lo qual no es contra los privilegios que este no tiene por nombrar guarda de campo(..).noombró uno en particular que bisite de noche y de día el término común y bentas para obiar guertas y salteamientos y en razón de tocarle las execucioneses cosa asertada..”.

El propio síndico lo apoyaba porque los vecinos de Martos se adentraban por la zona del Castillo a medio legua con sus ganados y no había más solución que poner remedio.   

 

Claro reflejo de los bandos y el resentimiento entre ellos dieron lugar con motivo de la real provisión que, en el año 1623 ejecutó Baltasar Gilemón de la Mota, miembro del Consejo, referida al consumo de oficios, quedaron a un tercio de los miembros y oficios del cabildo ( de 27 regidores pasaron a nueve, de 12 jurados a cuatro, y en la misma proporción los 17 escribanos a ( cinco de Alcalá y uno en el Castillo) seis, procuradores). La queja se inició por parte de los regidores, pero pronto otros grupos afectados manifestaron sus quejas, aludiendo a la alta vecindad de la ciudad que alcanzaba los tres mil vecinos, cifra un poco exagerada, y 700 vecinos del Castillo y la acumulación de servicios como el de millones, arbitrios e impuestos para que los pudieran administrar los reducidos oficios. A la contestación y protesta se unieron un numeroso grupo de vecinos, ligado con el grupo de hidalgos,  y el estamento eclesiástico, representado por 33 clérigos firmantes; lo mismo hicieron los oficios liberales como los ocho abogados de la ciudad, los dos médicos y los miembros de las familias hacendadas solicitando seis escribanos para Alcalá y dos para el Castillo. Ni el corregidor ni Gilemón de la Mota aceptaron la propuesta. La propuesta se extendió al Castillo de Locubín, donde el regidor y vecino Rui Díaz de Mendoza reclamaba dos de los tres escribanos reducidos a uno, pues la villa tenía seiscientos vecinos y la razón no era otra sino la económica:


“su principalcosecha que tenía era la del vino que se cogía  en la dicha villa que se sacaba todos los días y a todas las horas con guías, si fallase el dicho escribano cesaría dicho trato y comercio”[6].

Lo mismo hizo el vicario Miguel de la Peña Valenzuela y diez clérigos y los vecinos más representativos, entre ellos seis familiares del santo Oicio y el capitán Benavides.

Por unos años llegó a mantenerse el consumo reducido de oficios, que apartó de los cargos al grupo de regidores ligados  con los hidalgos de sangre( los Aranda, Pineda, Gángora, Monte) frente a los Sotomayor, Mendoza y Salazar, Gómez de Moya y Utrilla, que se habían enriquecido poco a poco con la concentración de tierras en sus personas o sus clientes. Estos últimos van a ser los más arduos defensores del mantenimiento de la situación ante las nuevas medidas de apertura que se inician  por los años treinta ante la asfixia de la Corona, concediendo nuevos regimientos y oficios.

 

 

Un apartado singular merece destacar por la trascedencia de la economía comarca. Nos referimos al comercio del vino. En este reinado la produccción vitviinícola había alcanzado su mayor cota de producción y la distribución geográfica más amplia en el mercado de las provincias del Reino de Granada, Jaén, incluso, de Córdoba. Sin embargo, dos factores van a contribuir a la inestabilidad del mercado y al inicio de la decadencia del primer producto excedente de la comarca. En primer lugar, el fraude de toda aquella red de comerciantes, corredores y productores que  obligaron a imponer medidas más restrictivas en perjuicio de la libertad del mercado. Y, en segundo lugar, el cierre o la progresiva disminución de importantes núcleos de vetnta del mercado ante la entrada de otros vinos procedentes de la tierras cordobesas y la producción autóctona, como fue el caso de la ciudad de Granada.

El fraude del comercio de vino se había originado en el anterior reinado por los corredores del vino, que tenían obligación de controlar las medidas líquidas en cualquier acto  de venta con el fin de que se le aplicase el impuesto de millones. En 1621, se nos presentaba esta situación:

 

“ha habido muchos fraudes y excesos en las personas que los arriendan, en especial, los corredores, porque estos manejan quanto ay en el lugar y lo tienen a su beneplácito y dispusición y tienen mano para hacer lo que ellos quieren que se lo vendan  a quienes es su voluntad, y la mayor parte de ellos o todos, que es lo peor, tratan en vino y debaxo de decir que es para  medir, se lo compran para ellos, y, lo que es bueno, lo desaforan y, lo que es malo y quieren despachar, lo acomodan por sus particulares intereses, porque es suyo, y, siendo el mayor trato de este lugar como es el del vino, porque toda dciha hacienda que tienen los vecinos es esta, no tienen comercio ni despacho y, por no tener salidas, pierden las bodegas habiéndoles tenido a los herederos tanta costa de emplear en esto su caudal, y luego costearlo con tan excesivos precios”.    

Ante este fraude, la única salida consistía en renovar a los medidores de vino  anualmente  impidiendo, en lo posible, las prórrogas anteriores de dos años y afianzando el oficio sin necesidad de que tuvieran que hacer fraude para poder pagar los remates de la concesión de este oficio. Claro testimonio de que el malestar social era notorio era esta última medida:evitará la violencia y no estarán los vecinos empeñados y que la renta pase por la mano del corredor y cada uno vaya a casa de los herederos que les pareciere comprar y concertar con que  cesarán los dichos incovenientes y malestar de la república por dicho modo vejada y oprimida[7]

 

Sin embargo, se opusieron algunos regidores y se retrasaron nuevas ordenanzas  varios meses, y dieron largas al castigo de mil maravedíes a los consumidores y a los medidores de vino, Cada vez fue más  necesario y peretnorio  tomar medidas y nombrar nuevos delegados que consiguieran el armónico desarrollo del mercado y, sobre todo, de ahí que, ante las quejas de los taberneros:

 

 

los medidores no compren vino para sí ni par otra ninguna persona, sino que dejen a los arrieros comprar y los herederos venderlo, quando tengan comprado, llamar al que bende el vino a  quien quisiere de los medidores, para que lo mida y no tengan medidas sino fueren los herederos...

que ningún medidor compre vino ni lo reparta a ningún tabernero sino que el tabernero compre de cualquier heredero y que el tal tabernero ayude al sisero a dar cuenta que lo ha comprado y de quien lo compró

que los medidores no puedan llevar más de dos maravedís por arroba de cada tinaja que midieren al vezino y otro tanto al arrierro...

que no se pueden reelegir sin pasar un año de su nombramiento de medidores..

se manda que cualquier medidor que aya sido privado no tenga  taberna y que cumpla lo mandado y se castigue por el esceso que a hecho

que dichos medidores no puedan vender a ningún arrierro

vino suyo ni ajeno, porque harían muchos fraudes.

 

No era tan fácil la comercialización en estos años, pues los mercados de Jaén  tambien, poco a poco, se fueron  restringiendo. Un  caso especial es la zona de Campillo que protestó en 1621 ante el cambio de un vendedor que trata de vino a Noalejo el tiempo que durase la feria y lo llevó a la raya del Camello. Al mismo tiempo, surgió la competencia de los  buenos vinos en la Costa  con los de Alcalá, cerrándoles los puestos de muchos  mercados.

Relacionado con la sisa del vino hay que entender enfrentamientos personales como el jurado Husepe Gómez de Villalba y el licenciado Martín Alonso de Herrera por un enfrentamiento con acuchillamiento en el que estaban implicado el doctor Roger alcalde mayor.      

Pero la causa del conflicto vino, sobre todo,  provocada por la entrada del vino de Lucena en Alcalá, ya que los arrieros aprovechaban los itinerarios  hacia otros lugares para abrir puntos de venta en Alcalá y en la comarca como en Valdepeñas. En el año 1624, ante las quejas de los vecinos, se acordó por el ayuntamiento la entrada de vino de Lucena[8].

Pero los acontecimeitos adversos contra el comercio del vino se fueron intesificando año tras año. En 1625 se solicitó al cabildo ayuda ante la confederación de los linajes, que pagaban la tercia directamente sin la intervención de medidores ni tabernero, provocando un conflicto con las normas de la ciudad [9]. En 1630 se constataba y ya era una realidad la entrada negativa  de vinos, que provocaron la desaparción de los propietarios de viñas por el elevado sueldo de los trabajadores. De ahí que regulasen los sueldos[10] . Por eso, no fue de extrañar que en  la ciudad se formaran dos grandes grupos, uno dirigido por Rodrigo de Cabrera y otros hidalgos de sangre y  otro enfrentado al anterior dirigido por Luis Méndez de Sotmayor. Este úlimo, coaligado con el corregidor, que había introducido vinos cordobeses a la ciudad provocando la decadencia. El conflicto no quedó en el debate institucional, sino que llegó a las manos entre los partidarios de unos u otros  Hubo alguna muerte de un arriero y el  asalto a las cargas de vino foráneos e incluso enfretnamientos de armas entre los distintos bandos que hubo que atajar el corregidor. Como es lógico, los intereses y odios personales generaron una serie de acciones y reyertas  entre ambos grupos. Al final el cabildo, consciente de la autoridad municipal para zanjar el conflicto , en 1632  promulgó una nueva ordenanza del vino que impedía la entrada de  vino de fuera y nombraba comisarios a Francsico de Salazar y Alonso de Moya para redactarlos: parte porque la ciudad temía a la consumición de los vecinos herederos de vino , porque es la principal cosecha y caudal[11] 

 

Los opositores a la entrada de vinos foráneos  convocaron varios cabildos a campana teñida para alarmar e  implicar a toda la población en la defensa de una de las fuentes más importantes de su amenazada economía, a lo que se oponía el corregidor previendo las intenciones y la tensión que se había generado entre los bandos. En 1633, el problema siguió eferveciendo ante  las nuevas imposiciones que hubo que hacer efecto a la Corona. Por eso, se estableció  una ordenanza que prohibía:

entrada de vinos de fuera de la ciudad en ella ni en las tres leguas a la redonda y planta de vinos y cobranza de ms los qualesse repartena  para paga de S.M en una cnatidad de 522 reales y 22 ms.

Al año siguiente, un vecino Antonio Callejón introducía el vino de Lucena, dando lugar a una queja de los vecinos  que veían coartados sus ingresos y pedían que se cumplieran las ordenanzsas antiguas de entrada de vinos porque era el principal caudal y hazienda que tienen [12].

Lo más grave fue que la dificultad de la venta de vinos se extendió  a los tradicionales comercios de Granada con la  entrada de los vinos cordobeses en quella ciudad, porque provocó una nueva competencia en la ciudad de la Alhmabra , donde hubo que defenderse, a lo largo del siglo, mediante continuos pleitos  para hacer valer los privilegios que le permitían entrar en el mes de mayo, junio y julio. Además, cada vez más se veían acosados los comerciantes por medidas impositivas y por los cosecheros granadinos [13]. Por eso en los años treinta y cuarenta fueron constantes los viajes de los comisarios regidorees, y, hasta del propio corregidor, a Granada para defender la ciudad ante la nueva situación.

 

 

atento al negocio de vino por esta ciudad en la de Granada es tan grave y de mucha utilidad para los vecinos de esta ciudad hererederos de vinos, y en Granada se le hacen vejaciones y no les dejan vender libremente ni usar de privilegios y exenciones  que tienen de Su Majestad [14].

Otras  veces, el problema lo generaba, como se ha dicho anteriormente, las actuaciones arbitrarias de la justicia en contra de los intereses de parte de los privilegiados de la ciudad. En este contexto hay que entender el conflicto provocado por el alcalde mayor doctor Lara y Castro, que tuvo su origen en  el reparto personal de 500 fanegas de tierra, sin provisión real, para subvencionar las obras del Rastro, que denunciaron muchos vecinos que exigían nuevos arrendatarios. La acusación de los regidores, defensores de los terrenos concejiles para el pasto común, lograron que fuera condenado al embargo de sus bienes, valorados en cinco mil ducados.

Sin embargo, las situaciones más conflictivas siempre fueron causadas por los ejecutores y los jueces de la Cancillería y del Rey ante el impago de los acredores. Para ello, se valían de sus ministros y alguaciles tal como se reflejaba el uno de octubre de 1621:

 

“Los alguaciles y ministros e justicia, en el tiempo que en esta ciudad an estado, an prozedido indebidamente en sus oficios causando grandes estorsiones y vejaciones a los dichos vecinos  llevándoles derechos indebidos en tanto esceso y exsorbitancia  que assi lo llevaban  a ser caso principal de las deudas,  a lo menos que podrían pagar los vecinos parte de ellas, con  lo que así an llevado y, lo más a sido, por no executar ni cumplir mandamientos, y teniendo muchos retardado, habiendo con ello se dado vuelta y llevándolo que podrían sacar para executarlos por vía de cohecho y soborno, daban los mismos mandamientos a otros alguaziles y demás de estos tiniendo esta ziudad exequtorias ganadas para que se guarden el orden de los derechos por el vía y forma , que es todo a de aver, como es que llevando más de un mandamiento, yendo a tomar más de una posesión, se dividan los derechos porrata, an contravenido en todo a las dichas exequtorias sin guardar en cosa alguna aranceles de todo lo que han siguido a los dichos vizinos gran daño y perjuicio”..

 

El carácter pacífico de la ciudad resolvía todo este tipo de cuestiones mediante la intervención de los propios regidores  que emprendían las alegaciones de defensa y sus abogados en la Corte y en la Chancillería de Granada. No siempre se conseguían las dilaciones oportunas, sino que a veces los regidores eran tambien víctimas de los propios ejecutores y pasaron varios días apresados hasta que lograban levantar las ejecuciones de las deudas, como en el año 1622 ante el impago de los corredores[15] . Pues cualquier imposición conllevaba abusos por parte de los arrendadores de arbitrios o sisas y los vecinos  inmediatamente acudían al cabildo para que velara por los intereses de los vecinos. En 1634 lo hicieron ante los abusos de los arrendadores del voto de Santiago que cobraban más de lo que les pertenecía [16].



[1] Acta del  cabildo de 27 de enero de 1623.

[2]AMAR. Acta de cabildo de 31 de mayo de 1630. Estos fueron los hidalgos que se opusieron que citamos por la representatividad de sus familias: Rodrigo Cabrera y Luna,  Martín de Gamboa, Antonio de Gamboa, Gonzalo de Narvaez y Padilla, Martín Fernández de Villalta, Alonso de Valenzuela y Mendoza, Rodrigo Alfonso de Clavijo, Pedro de pineda Méndez, Pedro de Góngora Pineda, Fernando de Cabrera y Aranda, Pedro de Góngora Alarcón, Antonio de Pineda Narvaez.

[3] AMAR. Acta de cabildo de 11 de marzo de 1634

[4] AMAR Acta de cabildo de 11 de agosto de 1633.

[5] AMAR. Acta de cabilo de 25 de agosto de 1632

[6] AMAR. Acta de cabildo de nueve de marzo de 1634.

[7]  AMAR. Acta del cabildo de 22 de junio de 1621

[8]  AMAR. Acta de cabildo de 25 de noviembre de 1624

[9]  AMAR. 28 de enero de 1625.

[10] AMAR. Acta de cabildo de 13 de marzo de 1630.

[11]  AMAR.  Acta de cabildo de 28 de junio de 1632.

[12] AMAR. Acta de  20 de marzo de 1634

[13]  AMAR. Cabildo de 14 de mayo de 1634.

[14] AMAR.- Acta de cabildo de 16 de mayo de 1634.

[15] AMAR. Acta de cabildo del tres de agosto de 1622.

[16] AMAR. Acta de cabildo de 10 de enero de 1634.

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