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jueves, 28 de agosto de 2025

FELIPE IV Y ALCALÁ LA REAL CON SUS CONTRIBUCIONES A LAS GUERRAS EXTERIORES

 

 

UN  NUEVO DONATIVO CON MOTIVO DE LAS GUERRAS DE  ITALIA

 

En el año 1629 Felipe IV, ante la cuestión sucesoria en Mantua, pidió un nuevo donativo, ya mencionado, con motivo de estas guerras de Italia.

Este donativo se  conoció como el de Juan Chumacero,que era   miembrro del Consejo de Estado y fue uien lo gestionó.

 

La situación, no obstante, no era tan difícil como a principios cuando la subida del pan se acrecentó en gran manera gracias a que fue un año muy beneficioso por las lluvias que dieron lugar a que:

atento a que NªSª a enviado el rocío del cielo, ha bajado el precio de trigo, manda la ciudad que se pregona y venda a dieciséis maravedís

   A partir de 163O, se contribuyó con dicho donativo de veinticuatro mil ducados en moneda de vellón durante seis años. Para ello, se repartieron (tres o) mil fanegas de tierra en las distintas dehesas de Alcalá- Charilla, Hituero. Fuente Tétar, Fuente Álamo, Dehesa de los Caballos, Entretorres, Mures, Hondonera- que fueran pasto común y concejil, se creó una nueva escribanía en el Castillo de Locubín, se doblaron los impuestos de las asaduras y despojos y se puso una nueva sisa de un maravedí por cada panilla de aceite en los seis años. El jurado Francisco de Orduña, importante mercader de la seda, asumió la administración de las mil fanegas y prestó los veinticuatro mil ducados en dicho año. De ahí que las tierras roturas se conocen a lo largo de los siguientes años como las mil fanegas de Orduña.Incluso , se prorrogaron con diversos servicios para evitar cargas impopulares ante los pobres y estado eclesiástico cuales eran las imposiciones obre los alimentos básicos.-

             

Sin embargo, aunque las medidas podían mostrar un balance equilibrado, no recaían sino en el pueblo llano mientras el estamento eclesiástico y los hidalgos se veían exentos de toda imposición nueva. Tampoco, la ciudad podía comprometerse el primer año, porque la única entrada que tenía los propietarios era el desmonte del arbolado, por lo que debía afrontar el primer año a través de sus ingresos de propios y pósito y con un aplazamiento para años posteriores cuando las tierras desmontadas fueran rentables.

En este mismo año, se contribuyó  con mil ochocientas fanegas de trigo para el abasto de la Villa de Madrid, en la que participaronn arrieros alcalaínos en el acarreo desde los lugares del sur de la provincia, que completaron  hasta la cantidad de las dos mil. No obstante los mercaderes y los arrieros quisieron que se les conmutara la cantidad por la sisa o impuesto sobre la carne elevándola a dos maravedís.

Aunque las medidas  a veces trataban de incidir en sectores que por su carácter privilegiado, estaban exentos como los nobles hidalgos y los eclesiásticos, hubo años como en el 1632, en el que los eclesiásticos en un número aproximado de sesenta firmas trataron de evadir el impuesto de acarreo de carros y trigo a Madrid, lo que recaía sobre el impuesto de la carne y pesacado, cuyo valor alcanzaba  en su totalidad los 1.100 reales, por una misma cantidad aplicada en dorar el retablo del Santo Cristo de la Columna de la Iglesia Mayor abacial[1]. De esta contribución se sacan conclusiones, como que  la ciudad era exportadora, porque Pedro Jiménez se obligóa llevar a Madrid cinco mil fanegas para aliviar el hambre y en concepto de de venta, mientras toda la contribución del reino de Jaén era unos 5.550. fanegas.

                                  

PRÓRROGA DE  CONTRIBUCIONES Y LA GUERRA DE FRANCIA

 






Las guerras en Mantua se agravaron en los años treinta. También el  corredor español hacia los países Bajos  se desmanteló con la ocupación francesa de Saboya y la de Lorena, Alsacia y Brisach por Bernardo Sajonia. Para colmo de males, en los Países Bajos  los españoles fueron cercados por suecos y holandeses que conquistaron  varias plazas que no se recuperaron  hasta la llegada del cardenal Infante.

Las tres cargas más importantes que soportó la ciudad de Alcalá la Real durante los años  treinta  continuaron siendo  la composición de alcabalas[2], la moneda forera[3] y el donativo de 24.000 ducados. Para ello, el rey permitió la concesión de los arbitrios del maravedís por panilla de aceite, asaduras, lana y otros, el uso y disfrute de la bellota de los montes, y cinco mil doscentas fanegas de tierras para roturarse. Cuatro mil para la composición de alcabalas, setecientas para la moneda forera y quinientas para el donativo.

A esto, había que añadir que tuvo que pagar un censo de veinte mil ducados que cumplía el año 1634. Todo esto era insuficiente para pagar los distintos réditos, porque las tierras estaban cansadas e improductivas. De ahí que se solicitara un nuevo repeso de  las asaduras y cabezas y otras dos mil fanegas de roturación de tierra y el mantenimiento de las otros dos  repartimientos anteriormente concedidos, dejando las dos mil antiguas para el ganado.

 

En medio de  esta historia de respuesta a las contínuas contribuciones, que en forma de donativos, alcabalas, repartimientos y servicios de milicias eran reclamadas por el rey para afrontar las distintas guerras, el clima de imposiciones que soportaba la ciudad no podía ser más  asfixiante en 1629, tal como lo recofen los diversos cabildos. Pues los  arbitrios de las tierras  se veían obligados a pagar 150.000 ducados. Y estos se repartyían entre los 90.000 ducados del  donativo de treinta mil ducados, de la composición de la moneda forera y del concierto de las alcabalas, a lo que se añadía un censo de 60000 ducados.

Si estas medidas agravaban la siutación de penuria económica, en 1630, se contribuyó  con mil ochocientas fanegas de trigo para el abasto de la Villa de Madrid, en la que participaron arrieros alacalaínos en el acarreo de los lugares del sur de la provincia.  Completaronn la cantidad de las dos mil que le correspondieron, cifra muy lejana de los 10000 fanegas que había reclamado don Francico de Valcaracel ,alcaide de la corte. Ante la imposibilidad de enviar carros, cabalgaduras y la ausencia de arrieros, hubo que contratarlos de otros lugares de la campiña y se hizo repartimiento de un real por los 1,300 vecinos y 500 del Catillo tras una gran cantidad de apremios que lograron conseguir que se llevara la cantidad de 1800 en los meses de mayo y junio de 1631.

Un nuevo impuesto recayó sobre los vecino, pues se tuvo que pagar el importe del acarreosobre la sisa de dos maravedís por libra de carne. Estos eran los precios que provocaba la nueva imposición:

Cabeza carnero 4 cuartos

Asadura carnero: seis cuartos y medio= 18 maravedís

Criadillas: 4 cuartos valía dos

Lengua de vaca          : I real valía tres cuartos

Hígado de vaca: 10 maravedís valía seis

Corazón de vaca: 5 cuartos               3

Riñón                3 cuartos                   6

Mollada            10 maraveís              6

Varilla                4 cuartos                  3

papada               4                                          3

Cabeza y asadura de macho a l precio del carnero.

 

 

Cabeza de obeja   10 maraveís                      6

Asadura de oveja        4                                 3                                                        

 

 

En 1632, ya se había pagado a la Corona  6.160.476, además de los 7.250. 000 que había importado la venta del Castillo y ello había conllevado que estuvieran empeñados todos bienes propios de la ciudad.

 

Pero las anteriores medidas de roturación se enfrentaban  con los intereses de los ganaderos que veían sus tierras ocupadas e iba en detrimento de sus ganados. La ciudad aludía que en el saldo final entre ingresos y gastos su saldo era positivo, y también para los ganaderos,  porque se les dejaba suficiente terreno para pasto. Sin embargo, las repercusiones de los asuntos nacionales, ocasionados por las guerras y las finanzas,  motivaron continuos conflicios en estos primeros decenios del reinadode Felipe IV.  La ciudad aludía que había suficiente ganado y con lo que se le dejaba para pasto era suficiente. Nada de lo anterior fue aceptado. No obstante, las anteriores gracias reales se prorrogaron con motivo de la adquisición del Castillo de Locubín salvo los arbitrios, ya que cumplían en los años treinta del siglo XVII, al mismo tiempo que se les permitió un nuevo censo que hiciera frente a los antriores compromisos de la Corona, acreedores y la nueva adquisición del Castillo. El más importante prestamista fue doña María de Narvaez y Alfaro, que supera los seis millones de maravedís. Como manifestábamos en  la Historia de Alcalá la Real, esta primera roturación de tierras y pago a la Corona se resolvió de la siguiente manera:

“Todo esto era insuficiente para afrontar el pago de los réditos de los préstamos, y porque las tierras pronto se cansaban y se hacín improductivas. Así para salvar la situación, en 1633 se ampliaron en otras mil fanegas, denominadas del jurado Orduña, que se comprometió con un préstamo de 2400 ducado y aliviaron la situación”[4].

 

Aunque las medidas  a veces trataban de incidir en sectores que, por su carácter privilegiado, estaban exentos como los nobles hidalgos y los eclesiásticos, hay años como en el 1632, en el que los eclesiásticos en un número aproximado de sesenta firmas trataronn de evadir el impuesto de acarreo de carros y trigo a Madrid. Pues , este recaía sobre el impuesto de la carne y pescado, y estaba valorado en  una cifra total de 1.100 reales, que lo conmutaron  por un donativo similar  para dorar el retablo del Santo Cristo de la Columna de la Iglesia Mayor abacial[5].

La  delimitación del cuarto de legua tuvo varios conflictos a lo largo del siglo entre los nuevos propietarios y los ganaderos de Alcalá la Real hasta que se delimitó definitivamente. La Majada Cano y la Atalaya eran dos puntos conflictivos, donde pastaban los ganados vacunos en el siglo XVII y no era raro el motivo en el que los guardas del Marqués apresara las vacas de los propietarios como en el año 1633[6].

Si las medidas de imposición eran contínuas y producían contínuas deudas, el Pósito sufría tambien las mismas consecuencias al existir un gran número de deudores de trigo y dinero por el año 1632, que eran continuamente apremiados por los alguaciles.

La ciudad trató de salvar la situación mediante el desembolso de todas las deudas y lo que le correspondía del donativo de los 24.000 ducados, que pudo conseguirse con una nueva provisión real que le permitía roturar otras mil fanegas de tierra, conocidas como las del jurado Orduña para hacer frente junto con una nueva imposición de un ms por panilla de aciete a todos los gastos, al mismo tiempo que uitaba todos los anteriores que cargaban sobre productos básicos como la carne, vino y asaduras[7]. Esto se ajustó con el mencionado jurado a quien se e encomendóel arbitrio dedichas tierras y el nuevo impuesto, provocando un nuevo conflicto con respecto a la arbitrio del aceite en el ajuste de cuentas.

En 1635, años de  peste y hambre en toda España y estallido de la guerra con Francia, por mediación del miembro del Consejo del Rey don  Luis Gudiel y Peralta se vendieron diversas tierras a varios particulares en el reino de Granada, Jaén y Andalucía, y Alcalá la Real se vio beneficiada por esta medida que pretendía acrecentar las tierras y arbolado, al mismo tiempo que suponía una fuente de recursos para la Corona. La ciudad, imbuida en los intereses de los ganaderos y del pasto comunal, solicitó que se anulara la venta de dichas tierras. Alcalá ofreció servir a los intereses reales con veintidós mil ducados de vellón en el año 1640, por intermediación del señor don Manuel Pantoja, caballero de la orden de Calatrava, a cuyo cargo estaba el cobro del anterior donativo. Se permitió a la ciudad romper tres mil fanegas de tierras hasta tanto se acabaran de pagar la cantidad prometida y convertir las mencionadas tierras roturadas en uso del común junto con todas las restantes. Años antes, otra pequeña dádiva del rey recompensaba los servicios a la corona con :

la merced de los Oficios de Contadores de Particiones y Fiscal de Cuentas de ella y de la villa del Castillo, para  que queden consumidos y sus ejercicios a nombres de las Justicias y partes, como antes ha venido en uso.

 

Pues, nada de lo anterior fue aceptado y las anteriores gracias reales se prorrogaron con motivo de la adquisición del Castillo de Locubín salvo los arbitrios, ya que cumplían en los años treinta del siglo XVII. Al mismo tiempo que se les permitió un nuevo censo que hiciera frente a los anteriores compromisos de la Corona, acreedores y la nueva adquisición del Castillo. El más importante prestamista fue doña María de Narvaez y Alfaro, que superó los seis millones de maravedís.

 

            La administración local no podía afrontar esta situación, a pesar de los esfuerzos de Baltasar Gilemón de la Mota en 1636 de reducir los cargos municipales que alcanzaban la cifra de cuarenta regidores y 11 jurados. Tan sólo, tuvo efecto sino en los años que se propusieron las medidas, pues la Corona, ahíta de recuaudar los concedió posteriormente a familiares a todos aquellos que los quisieron comprar y, al final del reinado, no consumieron y ni libraron  a las arcas municipales de esta carga. 

 

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            LA GUERRA CONTRA FRANCIA Y LOS  FRENTES DE ESPAÑA

 

A pesar de que  el  cardenal-infante consiguió recuperar algunas plazas en  los Países Bajos, y  en Nordlingen  derrotó a las tropas suecas, la declaración de la guerra por parte de Francia en 1635 eclipsó todos los éxitos, pues abrió “el momento más difícl del reinado y de la monarquía. A la guerra con Francia se añadieron la revuelta de Portugal, las cosnspiraciones aristocráticas, entre ellas en Andalucía al duque de Medina Sidonia, las revueltas populares...’todos se quejan, chicos y grandes y nadie sabe de dónde ha de venir el remedio como decía un jesuita en 1641” 

                                   

 

 

             

 

                                              

                        Otras contribuciones, donativos y roturaciones de tierras

           

En 1635, año de  peste y hambre en toda España y  del mencionado estallido de la guerra contra Francia, la ciudad  se vio obligada a responder a las nuevas imposiciones de la Corona.  Por mediación del miembro del Consejo del Rey don  Luis Gudiel y Peralta se vendieron diversas tierras a varios particulares en el reino de Granada, Jaén y Andalucía. Alcalá la Real se vio beneficiada con esta medida que pretendía acrecentar las tierras de labor  y  el arbolado, al mismo tiempo que suponía una fuente de recursos para la Corona. La ciudad, al principio imbuida en los intereses de los ganaderos y del pasto comunal, solicitó que se anulara la venta de dichas tierras. Incluso ofreció servir a los intereses reales con veintidós mil ducados de vellón en el año 1640. Por mediación del señor don Manuel Pantoja, caballero de la Orden de Calatrava, a cuyo cargo estaba el cobro del anterior donativo, se permitió a la ciudad romper tres mil fanegas de tierras hasta tanto se acabaran de pagar la cantidad prometida y convertir las mencionadas tierras roturadas en uso del común junto con todas las restantes. Estas se conocieron como tierras nuevas.

 

Estas  roturaciones afectaron a las tierras de las Atalaya baja, Coza la Hornera, Majada desde el Camino de Noalejo hasta el Camino de Charilla, Encina Hermosa, Salobral, Malabrigo, Arroyo de las Parras, ribera del Palancares, Hituero, Vereda de las Grageras, Carrizalejo, Dehesa de Charilla, Vega de las Parras y la Rábita. Todas ellas trataban de roturar tierras que estaban cercanas a las antiguas veredas, rios, abrevaderos,dehesas y descansaderos de animales. Con el arrendamiento anual se hacía frente a las  nuevas imposiciones de la Corona, los donativos y los gastos contraídos con los censos para pagar la compra del Castillo de Locubín.

 

Unos años antes, otra pequeña dádiva del rey recompensaba los servicios a la Corona:

 

“la merced de los Oficios de Contadores de Particiones y Fiscal de Cuentas de ella y de la villa del Castillo, para  que queden consumidos y sus ejercicios a nombres de las Justicias y partes, como antes ha venido en uso”.

 

LA PAZ DE LOS PIRINEOS

Este cuadro del pintor francés Laumosnier, que se conserva en el Museo de Tesse, en Le Mans (Francia), es un documento gráfico excepcional, de valor casi periodístico, para conocer uno de los hechos más trascendentales de la historia de España. Representa el encuentro entre los reyes Felipe IV de España y Luis XIV de Francia en la Isla de los Faisanes, en mitad de la frontera natural que forma entre ambos países la desembocadura del río Bidasoa. La entrevista se produjo el día 7 de noviembre de 1659 y sirvió para certificar un importante tratado de paz, que ponía fin a más de veinte años de 

LA PAZ DE LOS PIRINEOS

Este cuadro del pintor francés Laumosnier, que se conserva en el Museo de Tesse, en Le Mans (Francia), es un documento gráfico excepcional, de valor casi periodístico, para conocer uno de los hechos más trascendentales de la historia de España. Representa el encuentro entre los reyes Felipe IV de España y Luis XIV de Francia en la Isla de los Faisanes, en mitad de la frontera natural que forma entre ambos países la desembocadura del río Bidasoa. La entrevista se produjo el día 7 de noviembre de 1659 y sirvió para certificar un importante tratado de paz, que ponía fin a más de veinte años de guerra.


Desde la Baja Edad Media, España y Francia habían estado violentamente enfrentadas por sus intereses políticos en Europa y por sus respectivas ambiciones imperialistas. El control de los territorios limítrofes de Navarra, Cataluña y el Rosellón habían sido motivo frecuente de disputa, pero también Borgoña y los Países Bajos, que pertenecían a la Corona de España desde que fueron heredados por el Emperador Carlos I. Esta herencia provocó que Francia se sintiera completamente rodeada y amenazada por los dominios los Habsburgo, y además originó una fuerte rivalidad en otras zonas de Europa, como Nápoles o el Milanesado, donde colisionaban los intereses estratégicos de ambas potencias. Las Guerras de Religión sostenidas por la monarquía española contra los protestantes alemanes y holandeses durante los siglos XVI y XVII, sirvieron de excusa a Francia para luchar en contra de España, con la intención de socavar su hegemonía en Europa. En el transcurso de la Guerra de los 30 Años, Francia se alió con Holanda y con Suecia, y aunque en un primer momento los resultados fueron desfavorables, finalmente logró derrotar a los tercios españoles en la batalla de Rocroi (1643), e imponerse al resto de las tropas de los Habsburgo en Baviera. Desde esta situación claramente ventajosa, el primer ministro francés, el Cardenal Mazarino, forzó la firma de la Paz de Westfalia, que cambió radicalmente el mapa de Europa: Francia logró importantes concesiones territoriales, como Alsacia y la frontera renana, Holanda y Suiza consiguieron su completa independencia, Suecia pudo expansionarse por el norte de Alemania, y el Sacro Imperio Romano-Germánico experimentó profundos cambios políticos. Los Habsburgo austriacos y españoles fueron los grandes perdedores. Consciente de la situación de debilidad de la monarquía hispánica, Francia continuó la guerra contra ella hasta el año 1659, con la intención de apropiarse de nuevos territorios.
La Paz los Pirineos, que ponía fin a esta última guerra, fue estipulada por los ministros Luis de Haro, por parte de España y el Cardenal Mazarino, por parte de Francia, los cuales aparecen representados en el cuadro de Laumosnier detrás de cada monarca. El nombre del tratado viene porque desde entonces los Montes Pirineos fueron establecidos como la frontera definitiva entre ambos reinos, de tal manera que el Rosellón, la Cerdaña y otras zonas situadas al norte de esa cordillera fueron traspasados a Francia. Además de eso, España también se vio obligada a ceder el Artois y algunas ciudades de Bélgica y Luxemburgo colindantes con Francia. En definitiva, la Paz de los Pirineos marcó el inicio de la decadencia española en Europa y el ascenso de Francia como la nueva potencia hegemónica.
Esto se expresa muy elocuentemente en la pintura que exponemos aquí, en la cual el rey español, Felipe IV, aparece viejo y cansado, mientras que el francés, Luis XIV, se muestra joven y lleno de energía. Esta comparación va más allá de la simple diferencia de edad entre ambos. La rivalidad entre ambas monarquías fue la nota dominante en sus relaciones diplomáticas durante más de dos siglos. Si el rey español era denominado en los documentos oficiales como Su Majestad Católica, el rey francés recibía el título de Cristianísimo. Si el propio Felipe IV fue apodado El Rey Planeta, Luis XIV sería conocido como El Rey Sol. Lo mismo sucedía con el protocolo, la moda y las costumbres en ambas cortes, que competían en magnificencia y en capacidad de influencia sobre el resto de Europa. En el cuadro, los españoles se sitúan a la derecha y visten según la moda austera característica de los Habsburgo (cuello sencillo o gola, colores sobrios y poses severas), mientras que los franceses se colocan a la izquierda, engalanados con el tipo de indumentaria que se puso de moda en Europa a partir de entonces (vestidos coloristas, emperifollados, con gorgueras, enaguas, brocados y poses más gráciles). Toda una metáfora de la tradición superada por la modernidad.
Pero el cuadro no representa únicamente el encuentro entre las dos monarquías ni la firma del tratado de paz entre ambas. El verdadero asunto es la ceremonia de entrega de la princesa María Teresa, hija de Felipe IV, para convertirla en la esposa del joven rey francés. La alianza matrimonial era el mejor medio para sellar una nueva era de cooperación y amistad entre los dos países, y las mujeres solían ser las primeras víctimas de la política, tal como se establecía en una de las cláusulas del tratado, donde decía:

«Y para que esta paz y unión, confederación y buena correspondencia sea, como se desea, tanto más firme e durable e indisoluble, los dichos dos principales ministros, Cardenal Duque y Marqués Conde Duque, en virtud del poder especial que han tenido para este efecto de los dos Señores Reyes, han acordado y asentado en su nombre el matrimonio del Rey Cristianísimo con la Serenísima Infanta Doña María Teresa, hija primogénita del Rey Católico, y este mismo día, fecha de las presentes, han hecho y firmado un Tratado particular, al cual se remiten todas las condiciones recíprocas del dicho matrimonio y el tiempo de su celebración. El cual Tratado separado y capitulación matrimonial tienen la misma fuerza y virtud que el presente Tratado, como que es la principal y más digna parte de él, como también la mayor y más preciosa prenda de la seguridad de su duración.»

A pesar de ello, este matrimonio sería causa de nuevos conflictos en el futuro. Primero, por las dificultades de la monarquía española para pagar la elevadísima dote de la novia, que ascendía a 500.000 escudos de oro. Y segundo, porque un nieto de Luis XIV y María Teresa, el Duque Felipe de Anjou, se vería legitimado para suceder al último de los Habsburgo españoles, Carlos II, muerto sin descendencia en 1700. Así pues, en este acto protocolario representado aquí se sitúa nada más y nada menos que el origen de la llegada de los Borbones al trono de España.

[1] AMAR. caja 167. Pieza 2.

[2] Impuesto sobre las mercancias en torno al 10 por ciento, pagado por el vendedor y que solía cobrar un arrendador.

[3]  Contribución que se pagaba para evitar las devaluaciones de la moneda cada seis años

[4] AAVV,Tomo II. Pág. 472.

[5] AMAR. caja 167. Pieza 2.

[6]AMAR.Caja 285.Pieza 5.

[7] AMAR Acta del cabildodel 8 de marzo de 1633.

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