UN  NUEVO DONATIVO CON MOTIVO DE LAS GUERRAS
DE  ITALIA
En el año 1629 Felipe IV, ante
la cuestión sucesoria en Mantua, pidió un nuevo donativo, ya mencionado, con
motivo de estas guerras de Italia. 
Este donativo se  conoció como el de Juan Chumacero,que
era   miembrro del Consejo de Estado y
fue uien lo gestionó. 
La situación, no obstante, no
era tan difícil como a principios cuando la subida del pan se acrecentó en gran
manera gracias a que fue un año muy beneficioso por las lluvias que dieron
lugar a que:
atento a que NªSª a enviado el
rocío del cielo, ha bajado el precio de trigo, manda la ciudad que se pregona y
venda a dieciséis maravedís 
   A partir de 163O, se contribuyó con dicho
donativo de veinticuatro mil ducados en moneda de vellón durante seis años.
Para ello, se repartieron (tres o) mil fanegas de tierra en las distintas
dehesas de Alcalá- Charilla, Hituero. Fuente Tétar, Fuente Álamo, Dehesa de los
Caballos, Entretorres, Mures, Hondonera- que fueran pasto común y concejil, se
creó una nueva escribanía en el Castillo de Locubín, se doblaron los impuestos
de las asaduras y despojos y se puso una nueva sisa de un maravedí por cada
panilla de aceite en los seis años. El jurado Francisco de Orduña, importante
mercader de la seda, asumió la administración de las mil fanegas y prestó los
veinticuatro mil ducados en dicho año. De ahí que las tierras roturas se
conocen a lo largo de los siguientes años como las mil fanegas de Orduña.Incluso
, se prorrogaron con diversos servicios para evitar cargas impopulares ante los
pobres y estado eclesiástico cuales eran las imposiciones obre los alimentos
básicos.-
             
Sin embargo, aunque las medidas
podían mostrar un balance equilibrado, no recaían sino en el pueblo llano
mientras el estamento eclesiástico y los hidalgos se veían exentos de toda
imposición nueva. Tampoco, la ciudad podía comprometerse el primer año, porque
la única entrada que tenía los propietarios era el desmonte del arbolado, por
lo que debía afrontar el primer año a través de sus ingresos de propios y
pósito y con un aplazamiento para años posteriores cuando las tierras
desmontadas fueran rentables.
En este mismo año, se
contribuyó  con mil ochocientas fanegas
de trigo para el abasto de la Villa de Madrid, en la que participaronn arrieros
alcalaínos en el acarreo desde los lugares del sur de la provincia, que
completaron  hasta la cantidad de las dos
mil. No obstante los mercaderes y los arrieros quisieron que se les conmutara
la cantidad por la sisa o impuesto sobre la carne elevándola a dos maravedís. 
Aunque las medidas  a veces trataban de incidir en sectores que
por su carácter privilegiado, estaban exentos como los nobles hidalgos y los
eclesiásticos, hubo años como en el 1632, en el que los eclesiásticos en un
número aproximado de sesenta firmas trataron de evadir el impuesto de acarreo
de carros y trigo a Madrid, lo que recaía sobre el impuesto de la carne y
pesacado, cuyo valor alcanzaba  en su
totalidad los 1.100 reales, por una misma cantidad aplicada en dorar el retablo
del Santo Cristo de la Columna de la Iglesia Mayor abacial[1]. De esta contribución se sacan
conclusiones, como que  la ciudad era
exportadora, porque Pedro Jiménez se obligóa llevar a Madrid cinco mil fanegas
para aliviar el hambre y en concepto de de venta, mientras toda la contribución
del reino de Jaén era unos 5.550. fanegas.
                                   
PRÓRROGA DE 
CONTRIBUCIONES Y LA GUERRA DE FRANCIA
Las guerras en Mantua se
agravaron en los años treinta. También el  corredor español hacia los países Bajos  se desmanteló con la ocupación francesa de
Saboya y la de Lorena, Alsacia y Brisach por Bernardo Sajonia. Para colmo de
males, en los Países Bajos  los españoles
fueron cercados por suecos y holandeses que conquistaron  varias plazas que no se recuperaron  hasta la llegada del cardenal Infante.
Las tres cargas más importantes
que soportó la ciudad de Alcalá la Real durante los años  treinta 
continuaron siendo  la composición
de alcabalas[2],
la moneda forera[3]
y el donativo de 24.000 ducados. Para ello, el rey permitió la concesión de los
arbitrios del maravedís por panilla de aceite, asaduras, lana y otros, el uso y
disfrute de la bellota de los montes, y cinco mil doscentas fanegas de tierras
para roturarse. Cuatro mil para la composición de alcabalas, setecientas para
la moneda forera y quinientas para el donativo. 
A esto, había que añadir que
tuvo que pagar un censo de veinte mil ducados que cumplía el año 1634. Todo
esto era insuficiente para pagar los distintos réditos, porque las tierras
estaban cansadas e improductivas. De ahí que se solicitara un nuevo repeso
de  las asaduras y cabezas y otras dos
mil fanegas de roturación de tierra y el mantenimiento de las otros dos  repartimientos anteriormente concedidos, dejando
las dos mil antiguas para el ganado. 
En medio de  esta historia de respuesta a las contínuas
contribuciones, que en forma de donativos, alcabalas, repartimientos y
servicios de milicias eran reclamadas por el rey para afrontar las distintas
guerras, el clima de imposiciones que soportaba la ciudad no podía ser más  asfixiante en 1629, tal como lo recofen los
diversos cabildos. Pues los  arbitrios de
las tierras  se veían obligados a pagar
150.000 ducados. Y estos se repartyían entre los 90.000 ducados del  donativo de treinta mil ducados, de la
composición de la moneda forera y del concierto de las alcabalas, a lo que se
añadía un censo de 60000 ducados.
Si estas medidas agravaban la
siutación de penuria económica, en 1630, se contribuyó  con mil ochocientas fanegas de trigo para el
abasto de la Villa de Madrid, en la que participaron arrieros alacalaínos en el
acarreo de los lugares del sur de la provincia. 
Completaronn la cantidad de las dos mil que le correspondieron, cifra
muy lejana de los 10000 fanegas que había reclamado don Francico de Valcaracel
,alcaide de la corte. Ante la imposibilidad de enviar carros, cabalgaduras y la
ausencia de arrieros, hubo que contratarlos de otros lugares de la campiña y se
hizo repartimiento de un real por los 1,300 vecinos y 500 del Catillo tras una
gran cantidad de apremios que lograron conseguir que se llevara la cantidad de
1800 en los meses de mayo y junio de 1631. 
Un nuevo impuesto recayó sobre
los vecino, pues se tuvo que pagar el importe del acarreosobre la sisa de dos
maravedís por libra de carne. Estos eran los precios que provocaba la nueva
imposición:
Cabeza carnero 4 cuartos
Asadura carnero: seis cuartos y
medio= 18 maravedís
Criadillas: 4 cuartos valía dos
Lengua de vaca          : I real valía tres cuartos
Hígado de vaca: 10 maravedís
valía seis
Corazón de vaca: 5 cuartos               3
Riñón                3 cuartos                   6
Mollada            10 maraveís              6
Varilla                4 cuartos                  3
papada               4                                          3
Cabeza y asadura de macho a l
precio del carnero.
Cabeza de obeja   10 maraveís                      6
Asadura de oveja        4                                 3                                                         
En 1632, ya se había pagado a la
Corona  6.160.476, además de los 7.250.
000 que había importado la venta del Castillo y ello había conllevado que
estuvieran empeñados todos bienes propios de la ciudad.
Pero las anteriores medidas de roturación
se enfrentaban  con los intereses de los
ganaderos que veían sus tierras ocupadas e iba en detrimento de sus ganados. La
ciudad aludía que en el saldo final entre ingresos y gastos su saldo era
positivo, y también para los ganaderos, 
porque se les dejaba suficiente terreno para pasto. Sin embargo, las
repercusiones de los asuntos nacionales, ocasionados por las guerras y las
finanzas,  motivaron continuos conflicios
en estos primeros decenios del reinadode Felipe IV.  La ciudad aludía que había suficiente ganado
y con lo que se le dejaba para pasto era suficiente. Nada de lo anterior fue
aceptado. No obstante, las anteriores gracias reales se prorrogaron con motivo
de la adquisición del Castillo de Locubín salvo los arbitrios, ya que cumplían
en los años treinta del siglo XVII, al mismo tiempo que se les permitió un
nuevo censo que hiciera frente a los antriores compromisos de la Corona,
acreedores y la nueva adquisición del Castillo. El más importante prestamista
fue doña María de Narvaez y Alfaro, que supera los seis millones de maravedís.
Como manifestábamos en  la Historia de
Alcalá la Real, esta primera roturación de tierras y pago a la Corona se
resolvió de la siguiente manera:
“Todo esto era insuficiente para
afrontar el pago de los réditos de los préstamos, y porque las tierras pronto
se cansaban y se hacín improductivas. Así para salvar la situación, en 1633 se
ampliaron en otras mil fanegas, denominadas del jurado Orduña, que se
comprometió con un préstamo de 2400 ducado y aliviaron la situación”[4]. 
 
Aunque las medidas  a veces trataban de incidir en sectores que,
por su carácter privilegiado, estaban exentos como los nobles hidalgos y los
eclesiásticos, hay años como en el 1632, en el que los eclesiásticos en un
número aproximado de sesenta firmas trataronn de evadir el impuesto de acarreo
de carros y trigo a Madrid. Pues , este recaía sobre el impuesto de la carne y
pescado, y estaba valorado en  una cifra
total de 1.100 reales, que lo conmutaron 
por un donativo similar  para
dorar el retablo del Santo Cristo de la Columna de la Iglesia Mayor abacial[5].
La  delimitación del cuarto de legua tuvo varios
conflictos a lo largo del siglo entre los nuevos propietarios y los ganaderos
de Alcalá la Real hasta que se delimitó definitivamente. La Majada Cano y la
Atalaya eran dos puntos conflictivos, donde pastaban los ganados vacunos en el
siglo XVII y no era raro el motivo en el que los guardas del Marqués apresara
las vacas de los propietarios como en el año 1633[6].
Si las medidas de imposición eran
contínuas y producían contínuas deudas, el Pósito sufría tambien las mismas
consecuencias al existir un gran número de deudores de trigo y dinero por el
año 1632, que eran continuamente apremiados por los alguaciles.
La ciudad trató de salvar la
situación mediante el desembolso de todas las deudas y lo que le correspondía
del donativo de los 24.000 ducados, que pudo conseguirse con una nueva
provisión real que le permitía roturar otras mil fanegas de tierra, conocidas
como las del jurado Orduña para hacer frente junto con una nueva imposición de
un ms por panilla de aciete a todos los gastos, al mismo tiempo que uitaba
todos los anteriores que cargaban sobre productos básicos como la carne, vino y
asaduras[7]. Esto
se ajustó con el mencionado jurado a quien se e encomendóel arbitrio dedichas
tierras y el nuevo impuesto, provocando un nuevo conflicto con respecto a la
arbitrio del aceite en el ajuste de cuentas. 
En 1635, años de  peste y hambre en toda España y estallido de
la guerra con Francia, por mediación del miembro del Consejo del Rey don  Luis Gudiel y Peralta se vendieron diversas
tierras a varios particulares en el reino de Granada, Jaén y Andalucía, y
Alcalá la Real se vio beneficiada por esta medida que pretendía acrecentar las
tierras y arbolado, al mismo tiempo que suponía una fuente de recursos para la
Corona. La ciudad, imbuida en los intereses de los ganaderos y del pasto
comunal, solicitó que se anulara la venta de dichas tierras. Alcalá ofreció
servir a los intereses reales con veintidós mil ducados de vellón en el año
1640, por intermediación del señor don Manuel Pantoja, caballero de la orden de
Calatrava, a cuyo cargo estaba el cobro del anterior donativo. Se permitió a la
ciudad romper tres mil fanegas de tierras hasta tanto se acabaran de pagar la
cantidad prometida y convertir las mencionadas tierras roturadas en uso del
común junto con todas las restantes. Años antes, otra pequeña dádiva del rey
recompensaba los servicios a la corona con :
la merced de los Oficios de
Contadores de Particiones y Fiscal de Cuentas de ella y de la villa del
Castillo, para  que queden consumidos y
sus ejercicios a nombres de las Justicias y partes, como antes ha venido en
uso.
Pues, nada de lo anterior fue
aceptado y las anteriores gracias reales se prorrogaron con motivo de la
adquisición del Castillo de Locubín salvo los arbitrios, ya que cumplían en los
años treinta del siglo XVII. Al mismo tiempo que se les permitió un nuevo censo
que hiciera frente a los anteriores compromisos de la Corona, acreedores y la
nueva adquisición del Castillo. El más importante prestamista fue doña María de
Narvaez y Alfaro, que superó los seis millones de maravedís. 
            La
administración local no podía afrontar esta situación, a pesar de los esfuerzos
de Baltasar Gilemón de la Mota en 1636 de reducir los cargos municipales que
alcanzaban la cifra de cuarenta regidores y 11 jurados. Tan sólo, tuvo efecto
sino en los años que se propusieron las medidas, pues la Corona, ahíta de
recuaudar los concedió posteriormente a familiares a todos aquellos que los
quisieron comprar y, al final del reinado, no consumieron y ni libraron  a las arcas municipales de esta carga.  
.
. 
            LA
GUERRA CONTRA FRANCIA Y LOS  FRENTES DE
ESPAÑA
A pesar de que  el 
cardenal-infante consiguió recuperar algunas plazas en  los Países Bajos, y  en Nordlingen 
derrotó a las tropas suecas, la declaración de la guerra por parte de
Francia en 1635 eclipsó todos los éxitos, pues abrió “el momento más difícl del
reinado y de la monarquía. A la guerra con Francia se añadieron la revuelta de
Portugal, las cosnspiraciones aristocráticas, entre ellas en Andalucía al duque
de Medina Sidonia, las revueltas populares...’todos se quejan, chicos y grandes
y nadie sabe de dónde ha de venir el remedio como decía un jesuita en 1641”  
                                    
 
             
                                               
                        Otras
contribuciones, donativos y roturaciones de tierras
            
En 1635, año de  peste y hambre en toda España y  del mencionado estallido de la guerra contra
Francia, la ciudad  se vio obligada a
responder a las nuevas imposiciones de la Corona.  Por mediación del miembro del Consejo del Rey
don  Luis Gudiel y Peralta se vendieron
diversas tierras a varios particulares en el reino de Granada, Jaén y Andalucía.
Alcalá la Real se vio beneficiada con esta medida que pretendía acrecentar las
tierras de labor  y  el arbolado, al mismo tiempo que suponía una
fuente de recursos para la Corona. La ciudad, al principio imbuida en los
intereses de los ganaderos y del pasto comunal, solicitó que se anulara la
venta de dichas tierras. Incluso ofreció servir a los intereses reales con
veintidós mil ducados de vellón en el año 1640. Por mediación del señor don
Manuel Pantoja, caballero de la Orden de Calatrava, a cuyo cargo estaba el
cobro del anterior donativo, se permitió a la ciudad romper tres mil fanegas de
tierras hasta tanto se acabaran de pagar la cantidad prometida y convertir las
mencionadas tierras roturadas en uso del común junto con todas las restantes.
Estas se conocieron como tierras nuevas. 
Estas  roturaciones afectaron a las tierras de las
Atalaya baja, Coza la Hornera, Majada desde el Camino de Noalejo hasta el
Camino de Charilla, Encina Hermosa, Salobral, Malabrigo, Arroyo de las Parras,
ribera del Palancares, Hituero, Vereda de las Grageras, Carrizalejo, Dehesa de
Charilla, Vega de las Parras y la Rábita. Todas ellas trataban de roturar
tierras que estaban cercanas a las antiguas veredas, rios, abrevaderos,dehesas
y descansaderos de animales. Con el arrendamiento anual se hacía frente a
las  nuevas imposiciones de la Corona,
los donativos y los gastos contraídos con los censos para pagar la compra del
Castillo de Locubín.
Unos años antes, otra pequeña
dádiva del rey recompensaba los servicios a la Corona:
“la merced de los Oficios de
Contadores de Particiones y Fiscal de Cuentas de ella y de la villa del
Castillo, para  que queden consumidos y
sus ejercicios a nombres de las Justicias y partes, como antes ha venido en
uso”.
LA PAZ DE LOS PIRINEOS
LA PAZ DE LOS PIRINEOS
[1] AMAR. caja 167. Pieza 2.
[2] Impuesto sobre las
mercancias en torno al 10 por ciento, pagado por el vendedor y que solía cobrar
un arrendador. 
[3]  Contribución que se pagaba para evitar las
devaluaciones de la moneda cada seis años
[4]
AAVV,Tomo II. Pág. 472.
[5] AMAR. caja 167. Pieza 2.
[6]AMAR.Caja 285.Pieza 5.
[7]
AMAR Acta del cabildodel 8 de marzo de 1633.
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