Archivo del blog

lunes, 25 de agosto de 2025

III ALCALÁ LA REAL Y FELIPE IV. LAS RELACIONES ENTRE LOS ESTAMENTOS RELIGIOSO Y MUNICIPAL.

 

 

 

LAS RELACIONES ENTRE LOS ESTAMENTOS RELIGIOSO Y MUNICIPAL

 




El abad Pedro de Moya

 

                La importancia de la Abadía radicaba en el nombramiento de importantes personalidades relacionadas con la Corte. Muchos de ellos delegaban sus funciones en provisores y vicarios emparentados o relacionados con otras diócesis, que habían estudiado con ellos en las facultades universitarias. En el año 1632 se nombró al inquisidor general fray Antonio de Sotomayor  que delegó en don Lorenzo Bella porque otros cargos  de atención al futuro rey le impedían incorporarse a la seda alcalaína[1].

En estos primeros años del reindado, tuvo lugar un acontecimiento especial en la ciudad y en la abadía con el nombramiento del alcalaíno  Pedro de Moya como abad en el mes de julio del año 1621, recomendado por el cabildo municipal en 1614 a la Corona.  El pueblo alcalaíno lo recibió con gran alegría enviando misivas de agrdecimiento a la Corte y celebrándolo con  fiestas de toros y juegos de cañas. Conocedor de la ciudad por nacimiento y haber  ejercido cargos importantes de provisor en tiempos del Abad Alonso de Mendoza, dió un gran impulso a la renovación y reconstrución de todas las iglesias, entre ellas la del Castillo de Locubín y finalizó la Iglesia Mayor Abacial, al mismo que nacieron otras nuevas como la de San Blas.

También, gracias a su gestión, trató de adaptar la institución abacial a los nuevos tiempos convocando un sínodo en el que se aprobaron las Constituciones que hubieron de regir durante varios siglos a la abadía. A pesar de que mantuvo algunas diferencias con algunos miembros del cabildo municipal al retirarle varios privilegios referentes a la creación de las capellanías, en el sínodo convocado el veintiséis de junio de 1623, el cabildo asistió con la presencia de cuatro caballeros regidores( Francisco de Salazar y Mendoza, Pedro de Frías, Pedro Vazquez y Mesía y Cristóbal Méndez Zamorano) y dos jurados ( Martín Fernández Cantarero y Gaspar de Jérez)  que tuvieron la posibilidad de ejercer el voto consultivo hasta el  punto, que, al final de este concilio abacial, el abad   logró la concordia entre los dos estamentos. Para ello, la participación del regidor Rodrigo de Sotomayor fue muy significativa, porque no estaba de acuerdo con los nuevos capítulos de la fundación de capellanías. Pues  las tasaron en 20 ducados, obligó a la residencia de los capellanes  en la iglesia local y renovó los aranceles y emolumentos de las velaciones y obvenciones. Ademças su  postura fue apoyada por la mayor parte  de los regidores y jurados.

No esperaba tal posición el cablido eclesiástico que provocó la salida airada del abad del sinodo  en el 29 de junio de 1623. Los pareceres de los regidores se dividieron entre los partidarios del abad, formados por su hermano Alonso de Moya y su tío Nuño Fernández de Valladolid, que se opusieron a la postura mayoritaria de contradecir los artículos mencionados, encabezada por Rui Díaz de Mendoza. Días más tarde, mediaron en la concordia cuatro clérigos de prestigio Antonio Blázquez, Juan de Aranda Leyva, Pedro del Castillo y Juan de Alvaro.

En el mes de septiembre, incluso, el  asunto trascendió la demarcación abacial y se apeló ante el obispo de Jaén. El ayuntamiento llegó a enviar como delegado a Rui Díaz de Mendoza para que defendiera las posturas de los vecinos, de  los patronos y clérigos locales sin renunciar tampoco a la normativa de los diezmos del Sínodo Viejo de Juan de Ávila. En este contexto, el primer incidente aconteció en un acto protocolario del día de la Puerificación. Pues el abad se permitió la licencia de  llevar la  silla de tras de sí y el acompañamiento de  dos criados con motivo de la procesión de esta fiesta, como si se tratara de sede episcopal, lo que no sentó nada bien por las preeminencias a los  caballeros hidalgos. Aunque el deseo de la ciudad no era otro que el compararse en el parangón  con otras ciudades como Granada, el abad accedió a las peticiones del cabildo y en un clima de cordura, se compaginaron las dos jurisdicciones, permitiendo al comisario de fiesta el bastón dorado de regirlas y abundando en las pretensiones de portar silla.

Este mismo interés común los unió ante la petición de convertir la iglesia mayor abacial en sede colegial, que se trasladó altas instancias de la audiencia y arzobispado de Granada, presidencia de Estado y Castilla. El principio de la petición provenía de tiempos de Felipe II,  en  la que se tuvo como embajador del cabildo al regidor Juan de Aranda Góngora: Más tarde, participó en las gestiones el miembro del Consejo de Estado Fernando de Alarcón. Con el abad Moya  se renovaron y dirigieron las negociaciones los regidores Antonio de Gamboa y el alférez de Fernado de Sotomayor. Otros abades y el propio ayuntamiento persistieron en la demanda que no llegó a consumarse.

Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones, las relaciones se tensaron en muchas ocasiones. Ante los distintos intentos de la ciudad a que contribuyeran los eclesiásticos en los arbitrios del vino, vinagre y aceite, el estamento eclesiástico se oponía continuamente y   alegaba que no estaban obligados a pagarlo. Hubo que hacer refacción concordada con ellos  ( dos maravedís por carne y pescado y un maravedís por el aceite vendido). También,  los eclesiásticos, como eran grandes productores, no querían verse agravados por dicha imposición. Por eso, no era fácil muchas zanjar la resolución del conflicto.

En 1624, el clero obligó al cabildo municipal a rectificar su posición anterior mediante la presentación de la Bula In coena  Domini, por la que logró que también se le hiciera la refacción del impuesto que había pagado de la carne y pescado. Aunque el ayuntamiento la había reconocido con el clero regular de los conventos de monjas y frailes, se resistió ante el clero secular,  y dió lugar a que todos los regidores fueran excomulgados. Al final, en medio de pleitos y provisiones reales,  se hacía el concierto entre los dos cabildos, cosa frecuente, que en esta ocasión se redujera a  la entrega anticipada de 120 ducados y a la donación de una lámpara para el Santísimo Sacramento, valorada en 300 ducados. No obstante, la propia Santa Sede en el 1627 obligaba al pago del uno por ciento del vino y aceite. En 1632 , ante un nuevo intento  de imponer la sisa a los eclesiásticos, el abad don Pedro de Toledo amenzazó con la excomunión.  

 

 

 

Refacción  años cada año 100 ducados

 

Cantidad

 

Hasta el año 1622: Lámpara

 

300 ducados.=112.500 ms

 

1620-1626

 

600 ducados:225000 ms

 

Resto

 

               3.025 ms

 

 

Pero en una sociedad en la que tenía una gran influencia  religiosa no ofrecía obstáculos en pagar a la iglesia los diezmos que era la fuente obligatoria de contribución vecinal y en la que no hubo ningún tipo de altercado.

Al mismo tiempo, se multiplicaban las colaboraciones económicas a través de otras fórmulas como capellanías, memorias, y fundaciones que enriquecieron el patrimonio local. En este contexto, hay que entender que la ciudad asumiera la declaración y la defensa de los dogmas como  uno de los puntos de la cruzada frente a otros movimientos religiosos que se apartaban del domatismo cristiano. Así, desde el año 1628, se recibió un breve del papa en el que proclamaba el dogma de la Limpia Concepción sin Pecado Original de la Virgen, que la ciudad lo asumió, estableciendo el juramento de los cargos por dicha adovocación y una fiesta importante  en la que se torearon ocho toros de garlocha y varios capeos en la plaza, donde los regidores se distribuían las distintas ventanas de las Casas del Cabildo para presenciar los distintos regocijos.  La fiesta se institucionalizará, al declararse patrona a la Inmaculada, que era el juramento obligatorio con el que iniciaba su oficio todo tipo de cargo público.

Tambien era frecuente la colaboración material en las distintas obras de la iglesias conventos mediante limosnas y donativos, que partían de los recursos del cabildo municipal. A veces, la colaboración no era muy significativa como la concesión de la madera de los álamos  o de las columnas de los grandes catafalcos que se realziaban  con motivo a las grandes exequias de la familia real. Así sucedió con la reutilización de las columnas del catafalco de Felipe IV para la capilla del Santísimo Sacramento en el año 1622 o en el donativo de 100 ducados para la fundición de la campana del reloj[2] . La marcha del abad alcalaíno Pedro de Moya en el año 1631 dejó una profunda huella, en la que se reconocía su labor como el mejor prelado por sus buenas obras con las dotes de los pobres y huérfanas y haber culminado la obra de la Capilla Mayor de la Iglesia Abacial y la Iglesia de san Pedro  y la definitiva reconstrucción y asentamiento de los conventos, sobre todo, el de los Capuchinos.

 

Aunque algunos abades no llegaron ni a residir en la ciudad y no tuvieron incidencia en la ciudad, otros en cambio que residieron fueron muy conflictivos, como el abad don Pedro de Toledo  volvió a renacer los mismos conflictos. Estos se generaban con los privilegios del estamento eclesiástico consistentes en la exención de sisas e impuestos hasta tal punto que se  provocaron amenazas de excomunión en 1632.

Los abades, muchos de ellos ni siquiera clérigos, obtenían todo tipo de prerrogativas y preeminencias en la ciudad. No era extraño que se les reservara para ellos sólo las dehesas con motivo de los ejercicios de la casa y como auténticos señores nobiliarios, impedía la entrada a dichos sitios a los vecinos que se abstecían de la leña[3]



[1] AMAR. Acta del cabildo del uno de noviembre de 1632.

[2] AMAR. Acta del dos de diciembre de 1622.

[3] AMAR. Acta de uno de agosto de 1632, para el andad don Pedro de Toledo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario