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lunes, 8 de mayo de 2017

aen el jaén de hoy, obituario de JULÍAN CASTILLO

JULIÁN CASTILLO GARRIDO

             El mundo de los ciegos llama la atención a muchas personas y escritores. La ceguera se considera como un apagón que hace perder el contacto  con muchos dones de la naturaleza. Sin embargo, se encuentran muchos ciegos que supieron compaginar  y salvar este duro trance, a veces, congénito y otras veces ocasionado por múltiples accidentes o fallos técnicos en la adopción del medicamento adecuado. Este es el caso de Julián  Castillo Garrido,  que fue víctima de un descuido medicinal al aplicarle un antídoto a sus enfermos ojos que nunca lograron recuperar su vista desde que le aplicaron unos colirios malditos. Curiosamente, el inicio de su ceguera se produjo en medio de unas circunstancias muy adversas, a los pocos meses en los que Alcalá la Real  pasó del gobierno  republicano local a mano de las tropas del coronel Muñoz bajo las directrices de Queipo de Llano. En su inconciencia de recién nacido, Julián no lo pudo comprobar ni palpar,  durante su lactancia, aquellos momentos funestos, pero, entre su familia, se vivía un momento crucial  y de orfandad  al ser asesinado su abuelo que le dio el nombre  Julián Castillo Talavera en la diáspora o espantá de los cinco mil alcalaínos, que huyeron a tierras  jienenses para alojar se en los pagos de los municipios de la Sierra Sur. Una bala traicionera desde un  cortijo cercano al puente,  mal llamando  Romano, en el camino real de la Mata lo dejó tirado en tierra sin nadie que lo pudiera recoger. Estas circunstancias, añadidas  a los años del hambre, marcaron a la familia y al joven Julián  durante casi medio  siglo XX y eso  que  su afán de supervivencia le hizo resistente ante la adversidad  como el Polifemo de Ulises para llegar a los ochenta años.   
En los años, en los que el teatro de Buero Vallejo entusiasmaba a muchos espectadores y ensalzaba la libertad con la técnica del contraste  de su ausencia al poner en escena personajes ciegos como aconteció En la ardiente oscuridad, siempre nos venían a colación las personas ciegas  de nuestro entorno como Domingo, Andrés o Julián. También nos empatizábamos con las que perdían la vista por la edad o por la enfermedad del paño, por muchas romerías que acudieran al Cristo del Paño de Moclín. Compartíamos la catarsis con la obra mencionada al presenciar el crudo enfrentamiento con la realidad que no podía escamotearse ni disfrazarse. Y dábamos un salto cualitativo, porque éramos conscientes que en muchas de estas personas además del sufrimiento de la ceguera se simbolizaba la limitación humana, tan física y espiritual,  en este caso, muchos de ellos eran víctimas de la simbología del ser  humano y de la oscuridad que nos imponían en nuestro derredor. La imperfección física daba lugar a la falta de libertad, tanto real como del contexto sociopolítico. En este caso, estos amigos ciegoss no eran los personajes de Buero, es decir   meros actores o personas representando un papel o rol escénico. Eran auténticos seres que  sufrían las consecuencia de una ceguera forzada.
            Y eso que nadie puede olvidar la presencia amable de Julián en las calles y tabernas vendiendo aquellos cupones minúsculos de los ciegos sin más adorno que el número y la fecha del sorteo, que cabían en una cartera de diminutas  dimensiones. Era una persona superadora de complejos, cariñosa como ninguna, que saludaba a todo prójimo que se le acercaba en su recorrido milimetrado  y bien organizado gracias a al olfato y el tacto  que , en muchas ocasiones, le suplieron la ceguera para contar y pasar  los escalones de la calle Espinosa, los trancos del Llanillo o los pasos de peatones, que mejoraron gracias al sonido cigarrero de las señales acústicas de sus monitores. 

            Como hombre agradecido siempre elogió el cambio que se produjo del sistema benéfico de la Once al modelo empresarial , lo que su supuso un avance en los derechos de los  discapacitados. Nada menos que  vendió  42 años los cupones de los ciegos, en las duras y en las maduras, en las tabernas y en las calles, en el mercado antiguo de abastos y en las tiendas de diferente surtidos.  Al principio, la clientela era fija; con el nuevo sistema aumentó el radio de acción  de la visita a las nuevas calles lejanas del casco antiguo y supuso vencer  una nueva dificultad urbanística. A pobres y a ricos, trabajadores y empresarios, siempre con la sonrisa como si quisiera dar el premio a todo el que le vendía el  cupón.  Y nunca olvidó a su familia, la que le acompañó en el último adiós y  que le palió muchos momentos y algunas incapacidades, pocas, porque se las ingeniaba como podía para ser una persona con luz, mucha luz de bondad.   


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