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lunes, 14 de diciembre de 2015

LA MAESTRA PILAR FLORES
 
            En una casa del  último tramo de la calle los CVeracruz, esquina junto al  Callejón del  Horno, sede actual  de la casa de la Hermandad del Ecce-Homo. todavía, se conserva el ambiente rural, en  las casas de dos cuerpos y un pajar, reformadas en los últimos finales de siglo. Frente a la casa, hay una hornacina que recuerda ser una casa de la capellanía de la Virgen de las Mercedes. Allí, hace años,  vivió  una mujer  de cabello rubio, paciente,  y buena en el buen sentido de la palabra bueno. Siempre que me acercaba a ella, parecíae como si me encontrara con ella por los años setenta, cuando acudía o  iba en busca de su hijo Casiano. Y me preguntaba por qué la llamaban maestra y no era mi maestra del colegio de la Sagrada Familia, viviendo yo tan cerca de aquella casa. Y me encontraba en medio de esos devaneos, cuando me vinieron los recuerdos de aquella mujer entregada a sus dos hijos, José Antonio y Casiano,  y  a su marido y en servicio de la cultura de las clases más desfavorecidas.
            Y es que Pilar Flores Jiménez fue una mujer adelantada a su tiempo dentro del mundo rural. Nació en el entorno de la Cañada Membrillo, por tierras de la Hortichuela, lo que hoy es  la casa del Lute. Allí, en los primeros años de su vida aprendió a leer de manos del maestro garrotero “El Guitas”, en una casa de aquel paraje natural desde donde  se divisa hasta la  Peña de Martos. Lo hizo sólo seis meses, y compartía escuela con gente mayor que ansiaba aprender a leer y escribir, con Teodoro, Cedillo y e Lute entre otros.  Después, su tío le enseñó con la cartilla, el Catón  y algunos libros básicos,  a leer más rápidamente.
            Pero, la diáspora de la guerra civil le hizo emigrar a tierras republicanas, y se alojó en el Villar Bajo de Martos. Allí, recibía cartas de su hermano Julián  que se encontraba en el frente de Madrid. Por eso, nunca, olvidaba la anécdota que le indujo a escribir las primeras letras. Fue, con motivo de la respuesta de una carta de su la familia que leía su hermana Mariana. Ni corta ni perezosa, quiso acompañar con algunas letras aquel mensaje y   escribió con puño y letra estas dos palabras  a su querido hermano: “Besos de tu hermana Pilar”. Ni corto ni perezoso su hermano no tardó en responder desde las trincheras y  e n alentar aquella pasión por el saber  de Pilar, y le devolvió su alegría con este mensaje: “He leído los cuatro garabatos. Me gusta mucho tu forma de escribir. Aplícate, Pilar, a ver si te haces una mujer de la Nueva España”. Inmediatamente, se compró Manuscrtito y practicaba mayúsculas y minúsculas  diariamente para cumplir con los deseos de Julián.
            Después, se vino a la casa de su tío en la calle de los Caños. Allí topó con José Jiménez, un alcalaíno que le atrajo  por el callejón del Mudo. Fue una tarde que  venía de excursión  de tierras del Cañuelo y los niños simulaban un volteo de campanas con el  repiqueteo de los  guijarros encontrados en el arroyo de Chinares.
            -Maestra, que artistas traes…..Le dijo su futuro novio.
            Unos años después de la guerra, Pilar  puso escuela durante los años del hambre en esta casa que hoy rezuma sabor a escuela y bancas de anea. Antes de la obra de restauración actual, todavía quedaban planos y mapas de sus hijos, pero recuerdo algunos pedazos de aquella geografía básica que enseñaba cantando,  pedazos con los  que  los niños aprendían las cordilleras y los ríos confundiendo la Pineraica y la Mariana por Sierra Morena  y  se esforzaban por memorizar los límites de España  en los cuatros puntos cardinales. Al Norte con el Cantábrico y los Montes Pirineos; al Este con el océano Atlántico y …..
            -Niño, sigue, no te pares…

            Su metodología se basaba para el dominio de la lengua con la lectura de “Mis dictaditos”, para  el  saber escribir con  la aplicación de los ejercicios de la “Ortografía dudosa”, y para perfeccionar con la copia del “Manuscrito”; en cuanto a las matemáticas y el cálculos, ejercicios, y más ejercicios de cuadernos; y en cuanto a la religión, los niños acudían a su escuela para aprender las oraciones básicas del catolicismo y  se preparaban para los sacramentos de la confesión y comunión. En esta labor catequética, fue muy estimada por el párroco perenne de Santa María la Mayor, aquel hombre y cura  bajito llamado don Antonio Camacho, que la defendía ante los ataques de otros
            .
            En los  años cincuenta, se frecuentaba que los niños más humildes del barrio se marcharan, tras su etapa de primaria,  a realizar  los estudios secundarios al Seminario de Baeza; mucho fueron los llamados y pocos los escogidos, porque,  a las primeras de cambio, se dejaron llevar por los nuevos aires de su madurez o de la  nueva sociedad y abandonaron la sotana. Para aprobar el curso de introductorio, se necesitaban un sobreesfuerzo de clases extraordinarias en aquellos chiquillos que algunos no habían cumplido los diez años: Pilar  los preparó a muchos de ellos- Pero, no todos se fueron al Seminario, pero lo que no es raro  que cualquier cincuentón o sesentón alcalaíno  no hayan acudido a  aprender las primeras letras a su escuela;   
                        Pero llegaron los años setenta, cuando se inauguraron las  escuelas comarcales del Coto, se imponía la enseñanza reglada, y pública….Pronto, Pilar solo podía dar clases en verano para  acompañar con su trabajo a la hacienda familiar, pues su marido marchó a tierras alemanas a trabajar. Más tarde, en el verano acompañó a sus hijos a compartir el trabajo en Alemania, la escuela, la reliquia del barrio tocó a su final. Pilar transmitió a sus hijos la pasión por la escuela, se hicieron maestros Casiano y José Antonio. Antes, el primero se marchó como otros niños del barrio al Seminario, lo que más deseaba Pilar.
            De aquella casa se marchó Pilar. Se quedó ahíta de  la pena   por la pérdida de tantos años de vivencia  de aquellos  rincones, con sus vecinas Encarna, Marí, y las familias del barrio como los Lopera…Se fue a un piso del barrio de la Huerta de Capuchinos,  y llenó su pared de cuadros de pintura naif, a la que se aficionó en los últimos años con las enseñanzas de Carmen Esteo y  el  venezolano Pedro Segovia ; me regaló  un cuadro para el museo del Pujarero, un labriego con una trilla, A sus noventa y dos años, se nos ha ido  su alma  llena de generosidad, paciente armonía y de amor hacia los suyos, un ejemplo  más de las  mujeres del barrio.

              




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