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viernes, 6 de junio de 2014

PROCLAMACIÓN DEL NUEVO REY


PROCLAMACIÓN DEL NUEVO REY

 

Salvo algunos casos en los que el rey abdicó el rey en la historia de España, en la mayoría de las ocasiones, una vez muerto,  se le proclamó a través de un acto solemne, que tenía lugar en la Corte y en todas las ciudades. Creo que de los casos más significativos de nuestra Historia Moderna, la más conocida y famosa  abdicación fue la del emperador  Carlos I  de España,  en la  persona de Felipe II. Lo más normal  en la sucesión del monarca  tras la muerte de su antecesor, acontecimiento que daba lugar a una serie de actos protocolarios con un alto significado simbólico en todos los rincones de España.
Si nos remontamos a muchos actos de proclamación real del cabildo alcalaíno, podemos percibir que todos ellos eran perfectamente organizados  por las autoridades municipales. Solían dividirlos en dos partes muy significativas: un recuerdo por el anterior monarca, y por otra parte, la proclamación del nuevo rey. Hasta el siglo XIX, ambas ceremonias se llevaron a cabo en la ciudad fortificada de la Mota, como testigo de la Historia. La memoria del anterior monarca se rendía a través de una serie de ceremonias, en las que los cabildos municipales proclamaban pomposamente  las exequias fúnebres  con pregones de las exequias, luto oficial y funciones religiosas funerarias, donde la arquitectura efímera de los catafalcos se contrataban a los mejores artistas. La segunda ceremonia consistía en una fiesta auténtica, en la que  el pueblo participaba a la hora de proclamar el rey. Tras el desfile caballeresco hacia la fortaleza, donde el alcalde se hacía el ignorante para abrir las puertas simulando que su rey era el anterior, finalmente entraba toda la comitiva en la plaza de Armas de la Mota junto con todo el pueblo. Subían el alcaide, el corregidor y varios regidores a la parte alta de la torre del Homenaje, como si se tratara de rendir pleitesía al nuevo Rey. Una vez, en la terraza, se blandía el pendón real  acompañados de vítores al nuevo rey, añadiendo  las palabras por Castilla o España.

            El pueblo congregado gritaba con gran brío ratificando  aquellos vítores y, ansioso y expectante, esperaba las monedas (con simbología del nuevo rey y escudo de la ciudad)  que solían repartirse entre los vecinos. Estas fiestas se acompañaban con ceremonias religiosas, presentación del cuadro del monarca en el balcón real, mascaradas, veladas musicales y desfiles de gremios y comparsas sin olvidar un reparto de pan a los más desfavorecidos.

Hoy día, todo está mucho más centralizado y supertelevisado. Es un momento crucial de la historia de España. Y, sin embargo, nos es momento de fastos lujosos ni menos aún de derroche insulso.  Hubo una transición democrática,  y una Constitución que aprobó la mayoría del pueblo español. También, un rey, Juan Carlos I que contribuyó a que se formara el partido juancarlista. Ahora asistimos a un nuevo reto en  el futuro de la historia de España. Todos esperamos como, en otros tiempos,  aquel pueblo expectante de las plazas de los ayuntamientos. Ahora, no ansiamos un pedazo de pan, sino que está en juego que no se destruya la sociedad de bienestar.            

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