Archivo del blog

lunes, 14 de marzo de 2022

EL ORGANISTA DEL CASTILLO DE LOCUBIN

 

JUAN DE PARRA

Juan de la Parra (1593-1611) formaba parte de una familia musical que había situado a muchos organistas en muchos pueblos andaluces a lo largo de mediados del siglo XVI. Este, en concreto, se había avecindado en Castillo de Locubín, desde 1593 y estaba casado con Ana de Mesa. Y, gracias a sus emolumentos eclesiásticos, logró hacerse de algunas propiedades, una pequeña huerta en el Valle, un haza de olivar en el Picacho con dos aranzadas de viña torrontés y un haza de secano que le daba algunos cereales, trigo, y cebada sobre todo. Los cobraba muchas veces a través de poderes  como lo hacía con los cuatro ducados   anuales del Hospital del Dulce Nombre ante el mayordomo y vicario Martín de Reyes. Tiraba  de la vida  y no se veía inmerso en las  capillas de música que proliferaban  por las grandes sedes episcopales o abaciales. Había llegado a Castillo de Locubín de la mano del cura  Martín de Jerez, su vicario que  le  encargó todos los servicios de actuaciones musicales en las iglesias y en las ermitas de esta villa. Era un pueblo pequeño, pero proliferaban las fiestas, las memorias de misas, los entierros, las capellanías con misas cantadas. Cerca de su casa, en el hospital de la  Caridad el mayordomo de su cofradía administraba varias fincas con las que pagaba los servicios y las misas de sus hermanos; en el arrabal de la Veracruz, saliendo con dirección a Alcalá, otros cofrades habían fundado otra iglesia y hermandad en una casa amplia; las ermitas de Jesús y María, San Sebastián, San José, cercana a la huerta del Colmenero, y la Limpia Concepción eran mantenidas por las memorias de muchos devotos; la iglesia de San Pedro le ofrecía como parroquia los más suculentos ingresos, de la parte ligada a memorias, capellanías e , incluso de los beneficios de los diezmos del vino, corderos y otros productos. Le tenía cierto apego a la ermita de la Madre de Dios, porque estaba rodeada de unas huertas frescas bajo el cobijo de los morales de Ajenjo de Frías y Bartolomé López de Quesada. 

  Sabía que en Granada, la sede de su formación, podría haber entrado en una de las  tres capillas musicales más estables al servicio de las tres instituciones religiosas más importantes de la ciudad: la catedral, la Capilla Real y la colegiata del Salvador.  O que lo podía hacer en las capillas establecidas en diferentes conventos, como en el monasterio de San Jerónimo, Pero, vino al Castillo  para evadir las pequeñas agrupaciones, de vida más o menos efímera, que participaban en las actividades musicales desarrolladas en la geografía urbana granadina. En esta villa  las fiestas, con una fuerte ambivalencia religioso-profana, constituían para sus vecinos las principales ocasiones de oír música, junto a las misas y oficios religiosos. Llegó a tierras de la abadía porque era  parte integrante un grupo de extravagantes, como los denominaban  que  obtenían importantes ingresos procedentes de las actuaciones realizadas en los centros eclesiásticos durante las festividades de mayor relevancia, así como de sus desplazamientos a diferentes localidades de la diócesis, e incluso fuera de ella. Y es que era consciente de que  ejercía por sí y donde quiere su oficio o cargo». Precisamente, esta será la cualidad que caracteriza a «los Extravagantes», la no dependencia económica de una institución religiosa o capilla cuando les interesara  mostrar su grandiosidad, generosidad y fasto. En este sentido, los músicos prebendados (racioneros, en la catedral; capellanes reales en la Capilla Real) sólo participarán excepcionalmente en estos desplazamientos^. Cobraba seis ducados en trigo por tañer el órgano de la iglesia de San Pedro, lo que le permitía recibir adelantados de otras personas, generalmente curas para que lo recibieran posteriormente del mayordomo. Así le ocurrió en 1597 con el doctor Luís Bustos, y le  señalaba la fecha de que se lo debía pagar limpio por el 15 de agosto. 

Salió de la iglesia, en aquella mañana de invierno, con su asno rucio que le había costado ocho reales y medio y si dirigió a los  molinos de aceite que habían recientemente comprado el regidor Cristóbal Muñoz  y el alcalde ordinario Gabriel Díaz Caballero. Quería recibir la parte del diezmo que le correspondía por el sueldo, que se le daba en especie. Aquel día, andaba ocioso y tarareaba un réquiem, mientras bajaba al primero desde la iglesia de San Pedro y llegaba a las puertas, que le abrieron los molineros, pasó primero por la casa y el mesón del Cristóbal Muñoz. 

- ¿Habéis cambiado de dueño?

-Es un decir, el molino, en verdad que era de doña María de Salazar y Mendoza, la esposa del capitán don Juan de Benavides y Mendoza. Pero, tenía muchas más cargas y   censos.

- ¿Qué me dices censos?

-Si una especie de préstamos que pagaban otras personas a este molino y se hipotecaban sus bienes. 

-Me han  dicho que han dado 150 ducados y han cargado con los censos. 

    Contempló el organista el interior del cuerpo del molino, y las dos vigas  que servían para sacar el aceite de la aceituna vaciada de los canastos en el receptáculo de la prensa. Y, luego, dirigió la mirada a la zona de las bodegas, que estaban repletas de tinajas. 

-Me llena la cantarilla, amigo. lo que me corresponda a cuenta de la parte del diezmo.

-Ahora mismo, un cuarto de arroba. 

Quería cobrar todo el aceite que le correspondía y subió al Real, donde se encontraba el otro molino, junto a las casas de Juan del Pozo y Cristóbal Ruiz Cortecero y otros vecinos. Llegó  a la plaza pasó por la casa de doña María de Mendoza, por otra que tenía arrendada, dos callejuelas que salían de la plaza y entró en el molino que se encontraba junto a la casa arrendada. 

Pero le avisaron que se acercara a la parroquia. Había muerto una mujer y el vicario quería hablar con él. Debía concertar la  música. Llegaron a la sacristía que se encontraba en un lateral de la antigua iglesia, Y contempla el altar y la nueva capilla mayor, que Ginés Martínez de Aranda había finalizado. El vicario Martín de Jerez le recibió y saludó, 

-Buenos días, Juan, una nueva muerte.

-Anote la vecina de la calle de San Pedro  Ana de Magaña, hermana del licenciado y médico Diego de  Magaña. Su padre Sebastián u su madre doña Elvira de Molina.

-Pide misa de réquiem y de vísperas. Que le acompañemos todos los curas, beneficiados y capellanes de la Castillo y las cofradías.

- ¿Todas?

-Sí la de la Veracruz, la de La limpia Concepción, la de la Caridad, Santísimo Sacramento, San José, y la nueva del Rosario que hace unos años se ha instituido.

-Como es lógico, acompañarán  con sus cruces, cera y pendón.

-Claro que sí.

-Y además, apunta, que le cantemos las tres misas de la Santísima Trinidad, las nueve misas rezadas a Nuestra Señora, cinco por las Llagas de Cristo, otra a San Miguel, una  del Ángel de la Guarda, trece por los apóstoles, y cuatro a San Marcos otra por las almas del Purgatorio, cinco por sus padres, y por su familia otras cuatro

-Y añade las de los santos, a san Agustín, san Amador, y san Juan Bautista.

-Y, de seguro también el Evangelista.

-En  el  altar privilegiado de  Santa  María de la Mota Alcalá, a santa Catalina de Alejandría

-No faltará la  de Sena

-También  a Santa Ana, San José, san Joaquín y San Pedro; no olvides san Gregorio y San Vicente Ferrer, san Pedro y San Pablo, y San Lorenzo, san Jerónimo, san Diego, san Francisco de Paula, y el de Asís, y san Jacinto.

-No me extraña que no se escape ningún santo. El santoral completo. Pero ¿a qué se debe San Amador?

-Sí, otros dedican a los Reyes Magos, Nuestra Señora de la Paz, la de los Remedios.  Y del Carmen...incluso algunas promesas a Nuestra Señora de la Cabeza.

-Las del Carmen  que se dicen en Alcaudete, donde hay convento. 

-Y a San Andrés, en su capilla de Jaén.

-Amigo gran santo este Amador de Tucci,  sacerdote y mártir católico nacido en Martos un mozárabe que fue  ejecutado en Córdoba por proclamar y defender el nombre de Cristo bajo el poder de los árabes. nuestro primer santo de la Diócesis de Jaénpatrón de su ciudad natal, en cuyo honor se levantó la Iglesia Parroquial de San Amador y Santa Ana. Siendo muy joven, Amador fue a Córdoba a estudiar, ciudad que entonces era la cabecera del Imperio Árabe, junto con sus padres y hermanos a Córdoba. Según unos escritos de Eulogio de Córdoba, Amador era un joven muy aplicado a los estudios, no sólo en literatura, sino en valores tales como prudencia y honestidad, por lo que atraído por la vida casta y al servicio de la iglesia, estudió y fue ordenado sacerdote. En aquella época, reinaba en Córdoba Mahomad I, hijo de Abderramán II, gran enemigo y perseguidor de cristianos, del que heredó su odio hacia la Iglesia Mozárabe, a la cual perseguía. se puso en contacto con dos amigos suyos cordobeses: el más íntimo, Luís, hermano de Pablo Diácono y pariente de Eulogio, y un monje cuyo nombre era Pedro. Decidieron predicar el Evangelio, confesando públicamente el nombre de Jesús de Nazaret, negando de este modo toda credibilidad hacia Mahoma. Los prendieron, y se los llevaron con la orden de que fueran ejecutados a muerte con la mayor brevedad. Los tres jóvenes seguían firmes en sus convicciones religiosas, hasta el momento en el que fueron ejecutados. La ejecución se llevó a cabo el 30 de abril del año 855, siendo sus cuerpos arrojados al río Guadalquivir para que fueran comidos por los peces. El cuerpo de Amador no apareció hasta  ahora.

-Ya, ya que no doy a abasto.

-Pues yo tengo que apuntar más, los donativos a las ermitas de San Sebastián y decirle misa, San José, Jesús y María, Veracruz, Santa Ana, y Limpia Concepción, y a la Madre de Dios y a San  Pedro.

-Y, tampoco se le olvidó la cera para el Santísimo Sacramento y Nombre de Jesús, ni Nuestra Señora del Rosario. 

-Buena mujer, parece que fue. Con sus criadas, le ha dejado unos fondos de dinero y toda la ropa blanca del cobijo de la cama y algunos vestidos interiores y exteriores, una suya y dos de su hermana.

-Y, no es de extrañar que haya fundado una capellanía.

-Claro que sí, Con una viña del Picacho de tres aranzadas y media de viña para que se diga anualmente una fiesta a la Limpia Concepción. Y se lo encarga a su hermano.  

LOS OFICIOS

No olvidaba Juan de la Parra subir a las tiendas de la plaza para comprar lo básico en las tiendas de aquel entorno. Siempre encontraba nuevas noticias. Un día, se encontraba en casa del sastre Bartolomé López al hijo de Antón de Víboras como aprendiz del oficio, vestido a sus expensas con la capa, ferreruelo, montera, calzas, calzones y suyo; en otras ocasiones el zapatero Bartolomé Ramos convertía de oficial al niño Pedro. Le comentaban que solían atarse con sus padres para que los vistieran, dieran de comer, calzaran y dieran cama, además de un finiquito que variaba entre los ocho y diez ducados cuando se liberaban del maestro.  

Otras veces, bajaba a comprar papel para sus composiciones a la fábrica de Bernardo Aranda, junto al batán, donde los maestros de hacer papel Andrés Peinado. y Leonis de la Plana, cuidaban del caz para que les llevara el agua al artilugio donde macear la masa que constituyera el trapo. 

En u 1594, se informó de  que estos habían formado una mancomunidad de trabajo y empresa con el valdepeñero Martín Timón, que regentaba el molino de Luis del Castillo, junto a una huerta y diez fanegas de tierra en el arroyo del Cerrero de Valdepeñas. A partes iguales entre  los dos hermanos el castillero y el valdepeñero, asimiento las cargas y la renta. Él les preguntaba  para interesarse y cuadrar sus impuestos:

-Cuánto importa bala renta.

-Señor, 70 ducados la del Castillo y cien los de Valdepeñas.

--Muy holgada.

-Tenemos muchos gastos de trapo  para realizar el papel, de  transporte con bestias y de los mozos que nos ayudan a la fábrica.

-Sí, sí, pero luego el papel, blanco o de traza que fabricáis, lo vendéis a excelentes precios a los vecinos y a los notarios. 

-Claro que sí, lo que diga y ordene  el Rey (4-2-1594).

Frecuentaba la compra venta de paño con los mercaderes portugueses Los hermanos Diego y Hernán Méndez y Pedro Núñez afincados en la ciudad de la Mota. Se le veía comprar los paños de frezada, palmilla, catorcenos y ochoceno pardo, colorado  y azul en cantidad de decenas de baras, y al precio cada una de 12 reales; las telas de anascote de lana a nueve reales por la vara. Y curiosamente, estos negociaban todo lo que les venía a las manos. En aquel día se encontraron con el pregonero Mateo Torres que les compraba un puerco, 

-Te doy setenta y un real. 

-Algo más.

-No, eso es lo que vale, y no saco más carne. 

Con el paso del tiempo se acrecentó su caudal de bienes, unas viñas en Puerto Llano, zona     que compartían los labriegos alcalaínos con los castilleros   pero no las tenía todas consigo, estaba empeñado con algunas personas de sus primeros años en Granada, una tal Juan de Aranda que le reclamaba en 1605, 379 reales de modo que le embargaba estos bienes adquiridos valiéndose de un procurador Cristóbal de Daza. Y no sólo, le llovieron los palos de los primeros tiempos de su vida, sino que por cualquier rincón había levantado deudas y un día de mayo de 1607 se conjugaron r siete familias castilleras que lo demandaron mediante un procurador a la Real Chancillería de Granada.

EL AGUA

Juan de la Parra descubrió que, como en Granada, el agua era la vida de aquella villa. Desde el riego de los campos hasta la producción artesanal del  pan a través de los molinos. Le gustaba bajar al río y pasear cerca de los canales. El primero que conoció fue el de las Colmenillas, que necesitaba de una presa que contuviera las aguas y regularizar su encauce, pues se desbordaba e inundaba todas las huertas. Veía su huerta del Valle que arrendaba con su tierra y sus morales, para que la tuviera bien estercolada y cavada.

  LOS PRIVILEGIADOS Y LA LIBERTAD


Se relacionaba el organista con el clero, pero no olvidaba con los más privilegiados de la villa que le contaban sus hazañas y sus linajes.Uno de los primeros contactos fue el regidor Francisco de Alarcón Ocón, al que en 1593  compró  diez puercos en la cantidad de siete ducados por cabeza. 

omo era granadino, se embobaba contando las historias de la Alpujarra. Algunos de  ellos acudieron como capitanes de las tropas de las compañías de Alcalá la Real. Se interesaba por los botines, sobre todo  por las esclavas que habían adquirido para formar parte de la familia como criadas y siervas. También, solía  interesarse por los criados de piel de loro, que  habían venido de las Indias y formaban parte de estas familias hidalgas. Los hacía con los hidalgos, y, sobre todo, con los capitanes. Tenía muy buenas relaciones con los descendientes del capitán Bartolomé Ruiz de Santiago, casado con   Francisca de Leiva.  

. Los Escavias, hijo del regidor alcalaíno Pedro de Escavias, Isabel; María y Francisca  y Juan de Escabias Aranda  solían ser visitadas por el organista. Por encima de todos, don Rodrigo de Aranda y Utiel ejercía un poder sobre la población, pues este hidalgo de esta familia de abolengo poseía los molinos y las mejores huertas del Castillo, las del Nogueral. E, incluso, un mesón y tiendas en la calle Magdalena de Granada. 

Con doña Florencia de Mendoza e Castillejo, esposa del regidor Ruiz Díaz de Mendoza, todos los vecinos se encontraban inmersos en una red clientelar  de buenes y censos, tras la muerte de su marido. Recordaba muchos momentos de la historia de esta persona, entre  los que se sentía alegre por ser una mujer muy generosa. Pero, especialmente, le llamó la atención aquellas muestras de gozo con motivo de la libertad de su esclava María de Aguilar. Aquella mujer blanca cautiva, herrada en la frente, que su marido había adquirido de un botín de las Alpujarras, había alcanzado la edad de 36 de años, y, se había amancebado con  el vaquero  Juan Álvarez de Morales, un liberto de piel de loro. Se la llevó a  la sierra  en los primeros días de verano de  1608 y la cobijó  en los montes de Encina Hermosa, entre cuevas y chozones.  Al enterarse, lo denunció ante la justicia de Alcalá la Real y el ministro los encarceló en la cárcel real de Jaén. Desde allí, le pidió la libertad de su criada el vaquerizo. Le exigía una recompensa que la pagó.

María de Aranda y Salazar también le frecuentaba al organista para contratarle los servicios de misa cantada por su esposo el capitán Juan de Benavides y Mendoza. Este había comandado las tropas de la ciudad, en su marcha a las tierras de Portugal, aunque tuvo algunos avatares de deserciones de soldados. El capitán fue corregidor de San Clemente de Cuenca, una villa castellana, que ostentaba un ayuntamiento de corte vandleviriano, frente a una iglesia majestuosa y una amplia plaza, donde destacaban otros lugares como el Pósito.  Recordaba con ella lo mal que lo pasaron en sus relaciones con los poderosos de aquellas tierras, sobre todo, todavía renqueaba un pleito contra Jorge de Mendoza, que se había con María Garnica Avilés, asunto que llegó a la Corte y tuvo que enfrentarse con la poderosa familia de los Garnicas. Ya muerto su marido, le comentaba que había reclamado un manto y la plata que le habían incautado tras el juicio de residencia.  

-Dame 150 ducados, y no tendrás problemas.

-Muy alta me las has tasado. un rescate muy elevado.

-Lo hago por servicio a Dios, por estar casada y embarazada-

- Pues, trato hecho.

-No, trato incompleto. Estáis inculpados y presos. No podéis salir fácilmente.

-Por favor, solicita el perdón de cada uno de nosotros.  Somos un matrimonio de amor.

Y así lo hizo doña Florencia, acudió al corregidor alcalaíno, que les libró del castigo carcelario y de la pena impuesta. María alcanzó la libertad saltando de alegría, porque se veía ya sin ataduras, podía disfrutar de la libertad de comprar, vender, hacer tratos, adquirir, libremente relacionarse con los demás. Y lo más importante, la conseguía para su futuro hijo. No se sometían a servidumbre alguna. Juan de la Parra que fue un regalo, algo envenenado, nada menos que 150 ducados, que tras la Pascua de Resurrección de 1609 vivió  con aquellos recién casados. 
EL COMERCIO

Solía ir a comprar a las tiendas de la  plaza y adquiría carne en las carnicerías; el paño y vestido lo adquiría de los mercaderes de otros lugares, como Diego Sarrete de Alcaudete o Burbana Izquierdo. Le gustaba entrometerse en el comercio del vino de los propietarios de fincas con los mercantes. Fue conociendo los parajes de la Zarza, Picacho, Buenos Vinos, Cogolla, Robredo y la Cuesta, cerca de Fuente Tetar, y el valor de los vinos torrontés y albillo que rondaba, y la producción de unas sesenta arrobas por fincas. le extrañaba que el olivar ocupaba algunos parajes entre el viñedo en zonas como Olivo Tuerto o en las cercanías del Puerto.  


GANADERÍA Y AGRICULTURA

En la plaza de la ciudad solía acudir por la mañana a comprar en las Carnicerías. Allí comprendía que era una villa en la que la carne provenía de sus propios ganados. Abundaban los de oveja cuya lana se vendía a los mercaderes genoveses ( por cierto era controlado  por un regidor alcalaíno Pedro Veneroso) ; las cabras solían formar parte de muchos campesinos que en sus cortijos se complementaban con ganados guiados por sus pastores, y las piaras de puercos ofrecían mucha carne con sus tocinos y jamones, y, sobre todos las carnes que aportaban el impuesto de millones sobre cabezas y asaduras; escaseaban otras carnes como las vacunas, cuyo ganado se empleaba para las yuntas de las tierras calma y el transporte; la volatería y la pesca complementaban la nutrición en otros tiempos de los años. 

Por la tarde, bajó a la iglesia y se encontró con Blas de Castillo, que había arrendado la huerta de don Luis Fernández de Aranda, junto al  pie del molino entre el río y el caz del molino. Le comentaba que venía de contratarla con su mayordomo Lázaro de la Puerta.

- ¿A qué te has comprometido?

- A pagar cada año, diecisiete ducados  y darle a don Rodrigo  mil nueces. Y me la da por seis años. 

-Y me figuro que las condiciones tradicionales.

-Las tradicionales, no puedo ni cortar árboles ni ramas, no poder sembrar en el último año del contrato, ni un cereal, ni legumbre ni la hortaliza. (1606)

-Encontramos también el término «capilla de músicos extravagantes» en la ciudad de Antequera, para referirse a la nueva capilla de músicos que ubicó su sede en la iglesia de S. Pedro de esta ciudad, en torno a 1646 capillas «extravagantes». 

Sin embargo, un día le vino una carta de un antiguo compañero de Granada, un extravagante de aquellos que se buscaban la vida. quería actuar con los anteriores miembros de aquella capilla para una fiesta y  procesión de un pueblo de Granada, para la que fueron llamados y se habían concertado previamente. Había obtenido muy buenos honorarios, mejor que los que estaba cobrando. Sabía que lograría recibir los emolumentos resultantes estando juntos, y realizar cuatro partes que repartirían entre ellos por igual.  Y, que, si alguno cobraba la fiesta por su cuenta, sería penalizado.  Ni podría ninguno de los integrantes de la compañía servir fiestas sin sus compañeros, ni podría asistir con otra compañía de músicos. Si lo hiciera, estaría obligado a darles el doble de la cantidad que él hubiera ganado, y esta se repartiría entre los tres restantes. Había firmado secretamente un contrato que, durante los dichos seis años, ninguno se excusaría para faltar a las fiestas, Recordaba que a él le  venía como anillo al dedo aquello que firmó «sino fuere que fuere ganando fuera de Granada, o en ella, algún salario de yglesia e monasterio», o por establecerse fuera de la ciudad.  Y como se fue vivir a otra ciudad, «ya sea con salario de yglesia o no», los otros compañeros tendrían la obligación de aguardarle durante cuatro meses. Si regresaba en este período, deberían admitirle, pero pasado este tiempo quedaría despedido y no podría ser readmitido sin la voluntad de los otros tres compañeros- 


Acudió a la cita, Y Juan de la Parra, dejó todo atado y bien atado. Se marchó, pero dejó en el Castillo  una serie de credenciales de poder para poder cobrar lo estipulado anteriormente y cultivar sus peculios. No olvidaba que podía regresar. 

 

 

 

^

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario