JUAN DE PARRA
Juan
de la Parra (1593-1611) formaba parte de una familia musical que había situado
a muchos organistas en muchos pueblos andaluces a lo largo de mediados del
siglo XVI. Este, en concreto, se había avecindado en Castillo de Locubín, desde
1593 y estaba casado con Ana de Mesa. Y, gracias a sus emolumentos
eclesiásticos, logró hacerse de algunas propiedades, una pequeña huerta en el
Valle, un haza de olivar en el Picacho con dos aranzadas de viña torrontés y un
haza de secano que le daba algunos cereales, trigo, y cebada sobre todo. Los
cobraba muchas veces a través de poderes como lo hacía con los cuatro
ducados anuales del Hospital del Dulce Nombre ante el mayordomo y
vicario Martín de Reyes. Tiraba de la vida y no se veía inmerso en
las capillas de música que proliferaban por las grandes sedes
episcopales o abaciales. Había llegado a Castillo de Locubín de la mano del
cura Martín de Jerez, su vicario que le encargó todos los
servicios de actuaciones musicales en las iglesias y en las ermitas de esta
villa. Era un pueblo pequeño, pero proliferaban las fiestas, las memorias de
misas, los entierros, las capellanías con misas cantadas. Cerca de su casa, en
el hospital de la Caridad el mayordomo de su cofradía administraba varias
fincas con las que pagaba los servicios y las misas de sus hermanos; en el
arrabal de la Veracruz, saliendo con dirección a Alcalá, otros cofrades habían
fundado otra iglesia y hermandad en una casa amplia; las ermitas de Jesús y
María, San Sebastián, San José, cercana a la huerta del Colmenero, y la Limpia
Concepción eran mantenidas por las memorias de muchos devotos; la iglesia de
San Pedro le ofrecía como parroquia los más suculentos ingresos, de la parte
ligada a memorias, capellanías e , incluso de los beneficios de los diezmos del
vino, corderos y otros productos. Le tenía cierto apego a la ermita de la Madre
de Dios, porque estaba rodeada de unas huertas frescas bajo el cobijo de los
morales de Ajenjo de Frías y Bartolomé López de Quesada.
Sabía que en
Granada, la sede de su formación, podría haber entrado en una de las tres
capillas musicales más estables al servicio de las tres instituciones
religiosas más importantes de la ciudad: la catedral, la Capilla Real y la
colegiata del Salvador. O que lo podía hacer en las capillas establecidas
en diferentes conventos, como en el monasterio de San Jerónimo, Pero, vino al
Castillo para evadir las pequeñas agrupaciones, de vida más o menos
efímera, que participaban en las actividades musicales desarrolladas en la
geografía urbana granadina. En esta villa las fiestas, con una fuerte
ambivalencia religioso-profana, constituían para sus vecinos las principales
ocasiones de oír música, junto a las misas y oficios religiosos. Llegó a
tierras de la abadía porque era parte integrante un grupo de
extravagantes, como los denominaban que obtenían importantes
ingresos procedentes de las actuaciones realizadas en los centros eclesiásticos
durante las festividades de mayor relevancia, así como de sus desplazamientos a
diferentes localidades de la diócesis, e incluso fuera de ella. Y es que era
consciente de que ejercía por sí y donde quiere su oficio o cargo».
Precisamente, esta será la cualidad que caracteriza a «los Extravagantes», la
no dependencia económica de una institución religiosa o capilla cuando les
interesara mostrar su grandiosidad,
generosidad y fasto. En este sentido, los músicos prebendados (racioneros, en
la catedral; capellanes reales en la Capilla Real) sólo participarán
excepcionalmente en estos desplazamientos^. Cobraba seis ducados en trigo por
tañer el órgano de la iglesia de San Pedro, lo que le permitía recibir
adelantados de otras personas, generalmente curas para que lo recibieran posteriormente
del mayordomo. Así le ocurrió en 1597 con el doctor Luís Bustos, y le
señalaba la fecha de que se lo debía pagar limpio por el 15 de agosto.
Salió de la iglesia, en aquella
mañana de invierno, con su asno rucio que le había costado ocho reales y medio
y si dirigió a los molinos de aceite que habían recientemente comprado el
regidor Cristóbal Muñoz y el alcalde ordinario Gabriel Díaz Caballero.
Quería recibir la parte del diezmo que le correspondía por el sueldo, que se le
daba en especie. Aquel día, andaba ocioso y tarareaba un réquiem, mientras
bajaba al primero desde la iglesia de San Pedro y llegaba a las puertas, que le
abrieron los molineros, pasó primero por la casa y el mesón del Cristóbal
Muñoz.
- ¿Habéis cambiado de dueño?
-Es un decir, el molino, en
verdad que era de doña María de Salazar y Mendoza, la esposa del capitán don
Juan de Benavides y Mendoza. Pero, tenía muchas más cargas y
censos.
- ¿Qué me dices censos?
-Si una especie de préstamos
que pagaban otras personas a este molino y se hipotecaban sus bienes.
-Me han dicho que han
dado 150 ducados y han cargado con los censos.
Contempló el
organista el interior del cuerpo del molino, y las dos vigas que servían
para sacar el aceite de la aceituna vaciada de los canastos en el receptáculo
de la prensa. Y, luego, dirigió la mirada a la zona de las bodegas, que estaban
repletas de tinajas.
-Me llena la cantarilla, amigo.
lo que me corresponda a cuenta de la parte del diezmo.
-Ahora mismo, un cuarto de
arroba.
Quería cobrar todo el aceite
que le correspondía y subió al Real, donde se encontraba el otro molino, junto
a las casas de Juan del Pozo y Cristóbal Ruiz Cortecero y otros vecinos. Llegó
a la plaza pasó por la casa de doña María de Mendoza, por otra que tenía
arrendada, dos callejuelas que salían de la plaza y entró en el molino que se
encontraba junto a la casa arrendada.
Pero le avisaron que se
acercara a la parroquia. Había muerto una mujer y el vicario quería hablar con
él. Debía concertar la música. Llegaron a la sacristía que se encontraba
en un lateral de la antigua iglesia, Y contempla el altar y la nueva capilla
mayor, que Ginés Martínez de Aranda había finalizado. El vicario Martín de Jerez
le recibió y saludó,
-Buenos días, Juan, una nueva
muerte.
-Anote la vecina de la calle de
San Pedro Ana de Magaña, hermana del licenciado y médico Diego de
Magaña. Su padre Sebastián u su madre doña Elvira de Molina.
-Pide misa de réquiem y de
vísperas. Que le acompañemos todos los curas, beneficiados y capellanes de la
Castillo y las cofradías.
- ¿Todas?
-Sí la de la Veracruz, la de La
limpia Concepción, la de la Caridad, Santísimo Sacramento, San José, y la nueva
del Rosario que hace unos años se ha instituido.
-Como es lógico,
acompañarán con sus cruces, cera y pendón.
-Claro que sí.
-Y además, apunta, que le
cantemos las tres misas de la Santísima Trinidad, las nueve misas rezadas a
Nuestra Señora, cinco por las Llagas de Cristo, otra a San Miguel, una del Ángel de la Guarda, trece por los
apóstoles, y cuatro a San Marcos otra por las almas del Purgatorio, cinco por
sus padres, y por su familia otras cuatro
-Y
añade las de los santos, a san Agustín, san Amador, y san Juan Bautista.
-Y, de seguro también el
Evangelista.
-En el altar
privilegiado de Santa María de la Mota Alcalá, a santa Catalina de
Alejandría
-No faltará la de Sena
-También a Santa Ana, San
José, san Joaquín y San Pedro; no olvides san Gregorio y San Vicente Ferrer,
san Pedro y San Pablo, y San Lorenzo, san Jerónimo, san Diego, san Francisco de
Paula, y el de Asís, y san Jacinto.
-No me extraña que no se escape
ningún santo. El santoral completo. Pero ¿a qué se debe San Amador?
-Sí, otros dedican a los Reyes
Magos, Nuestra Señora de la Paz, la de los Remedios. Y del Carmen...incluso algunas promesas a
Nuestra Señora de la Cabeza.
-Las del Carmen que se dicen en Alcaudete, donde hay
convento.
-Y a
San Andrés, en su capilla de Jaén.
-Amigo gran santo este Amador de Tucci, sacerdote y mártir católico
nacido en Martos un mozárabe que fue ejecutado en Córdoba por proclamar y defender el nombre de Cristo bajo el poder de los árabes. nuestro primer santo de la Diócesis de Jaén, patrón de su ciudad natal, en cuyo
honor se levantó la Iglesia Parroquial de San Amador y Santa Ana. Siendo
muy joven, Amador fue a Córdoba a estudiar, ciudad que entonces era la cabecera
del Imperio Árabe, junto con sus padres y hermanos a Córdoba. Según unos
escritos de Eulogio de Córdoba, Amador era un joven muy aplicado a
los estudios, no sólo en literatura, sino en valores tales como prudencia y
honestidad, por lo que atraído por la vida casta y al servicio de la iglesia, estudió y fue ordenado sacerdote. En
aquella época, reinaba en Córdoba Mahomad I, hijo de Abderramán II, gran enemigo y perseguidor de
cristianos, del que heredó su odio hacia la Iglesia Mozárabe, a la cual
perseguía. se puso en contacto con dos amigos suyos cordobeses: el más íntimo,
Luís, hermano de Pablo Diácono y pariente de Eulogio, y un
monje cuyo nombre era Pedro. Decidieron predicar el Evangelio, confesando públicamente el nombre de Jesús de Nazaret, negando de este modo toda
credibilidad hacia Mahoma. Los prendieron, y se los llevaron con la orden
de que fueran ejecutados a muerte con la mayor brevedad. Los tres jóvenes
seguían firmes en sus convicciones religiosas, hasta el momento en el que
fueron ejecutados. La ejecución se llevó a cabo el 30 de abril del año
855, siendo sus cuerpos arrojados al río Guadalquivir para que fueran comidos por
los peces. El cuerpo de Amador no apareció hasta ahora.
-Ya, ya que no doy a abasto.
-Pues yo tengo que apuntar más,
los donativos a las ermitas de San Sebastián y decirle misa, San José, Jesús y
María, Veracruz, Santa Ana, y Limpia Concepción, y a la Madre de Dios y a San Pedro.
-Y, tampoco se le olvidó la
cera para el Santísimo Sacramento y Nombre de Jesús, ni Nuestra Señora del Rosario.
-Buena mujer, parece que fue.
Con sus criadas, le ha dejado unos fondos de dinero y toda la ropa blanca del
cobijo de la cama y algunos vestidos interiores y exteriores, una suya y dos de
su hermana.
-Y, no es de extrañar que haya
fundado una capellanía.
-Claro que sí, Con una viña del
Picacho de tres aranzadas y media de viña para que se diga anualmente una
fiesta a la Limpia Concepción. Y se lo encarga a su hermano.
LOS OFICIOS
No olvidaba Juan de la Parra
subir a las tiendas de la plaza para comprar lo básico en las tiendas de aquel
entorno. Siempre encontraba nuevas noticias. Un día, se encontraba en casa del
sastre Bartolomé López al hijo de Antón de Víboras como aprendiz del oficio,
vestido a sus expensas con la capa, ferreruelo, montera, calzas, calzones y suyo;
en otras ocasiones el zapatero Bartolomé Ramos convertía de oficial al niño
Pedro. Le comentaban que solían atarse con sus padres para que los vistieran,
dieran de comer, calzaran y dieran cama, además de un finiquito que variaba
entre los ocho y diez ducados cuando se liberaban del maestro.
Otras veces, bajaba a comprar
papel para sus composiciones a la fábrica de Bernardo Aranda, junto al batán,
donde los maestros de hacer papel Andrés Peinado. y Leonis de la Plana,
cuidaban del caz para que les llevara el agua al artilugio donde macear la masa
que constituyera el trapo.
En u 1594, se informó de
que estos habían formado una mancomunidad de trabajo y empresa con el valdepeñero
Martín Timón, que regentaba el molino de Luis del Castillo, junto a una huerta
y diez fanegas de tierra en el arroyo del Cerrero de Valdepeñas. A partes
iguales entre los dos hermanos el castillero y el valdepeñero, asimiento
las cargas y la renta. Él les preguntaba para interesarse y cuadrar sus
impuestos:
-Cuánto importa bala renta.
-Señor, 70 ducados la del
Castillo y cien los de Valdepeñas.
--Muy holgada.
-Tenemos muchos gastos de
trapo para realizar el papel, de transporte con bestias y de los mozos que nos
ayudan a la fábrica.
-Sí, sí, pero luego el papel,
blanco o de traza que fabricáis, lo vendéis a excelentes precios a los vecinos
y a los notarios.
-Claro
que sí, lo que diga y ordene el Rey
(4-2-1594).
Frecuentaba la compra venta de
paño con los mercaderes portugueses Los hermanos Diego y Hernán Méndez y Pedro Núñez
afincados en la ciudad de la Mota. Se le veía comprar los paños de frezada, palmilla,
catorcenos y ochoceno pardo, colorado y azul en cantidad de decenas de baras,
y al precio cada una de 12 reales; las telas de anascote de lana a nueve reales
por la vara. Y curiosamente, estos negociaban todo lo que les venía a las manos.
En aquel día se encontraron con el pregonero Mateo Torres que les compraba un
puerco,
-Te doy setenta y un
real.
-Algo más.
-No, eso es lo que vale, y no
saco más carne.
Con el paso del tiempo se
acrecentó su caudal de bienes, unas viñas en Puerto Llano, zona
que compartían los labriegos alcalaínos con los castilleros pero
no las tenía todas consigo, estaba empeñado con algunas personas de sus
primeros años en Granada, una tal Juan de Aranda que le reclamaba en 1605, 379
reales de modo que le embargaba estos bienes adquiridos valiéndose de un
procurador Cristóbal de Daza. Y no sólo, le llovieron los palos de los primeros
tiempos de su vida, sino que por cualquier rincón había levantado deudas y un día
de mayo de 1607 se conjugaron r siete familias castilleras que lo demandaron
mediante un procurador a la Real Chancillería de Granada.
EL AGUA
Juan de la Parra descubrió que,
como en Granada, el agua era la vida de aquella villa. Desde el riego de los
campos hasta la producción artesanal del pan a través de los molinos. Le
gustaba bajar al río y pasear cerca de los canales. El primero que conoció fue
el de las Colmenillas, que necesitaba de una presa que contuviera las aguas y
regularizar su encauce, pues se desbordaba e inundaba todas las huertas. Veía
su huerta del Valle que arrendaba con su tierra y sus morales, para que la
tuviera bien estercolada y cavada.
LOS PRIVILEGIADOS Y LA
LIBERTAD
Se relacionaba el organista con el clero, pero no olvidaba con los más
privilegiados de la villa que le contaban sus hazañas y sus linajes.Uno de los primeros contactos fue el regidor Francisco de Alarcón Ocón, al que en 1593 compró diez puercos en la cantidad de siete ducados por cabeza.
omo era
granadino, se embobaba contando las historias de la Alpujarra. Algunos de
ellos acudieron como capitanes de las tropas de las compañías de Alcalá la
Real. Se interesaba por los botines, sobre todo por las esclavas que
habían adquirido para formar parte de la familia como criadas y siervas.
También, solía interesarse por los criados de piel de loro, que
habían venido de las Indias y formaban parte de estas familias hidalgas. Los
hacía con los hidalgos, y, sobre todo, con los capitanes. Tenía muy buenas
relaciones con los descendientes del capitán Bartolomé Ruiz de Santiago, casado
con Francisca de Leiva.
. Los Escavias, hijo del
regidor alcalaíno Pedro de Escavias, Isabel; María y Francisca y Juan de
Escabias Aranda solían ser visitadas por el organista. Por encima de todos,
don Rodrigo de Aranda y Utiel ejercía un poder sobre la población, pues este
hidalgo de esta familia de abolengo poseía los molinos y las mejores huertas
del Castillo, las del Nogueral. E, incluso, un mesón y tiendas en la calle Magdalena
de Granada.
Con doña Florencia de Mendoza e
Castillejo, esposa del regidor Ruiz Díaz de Mendoza, todos los vecinos se
encontraban inmersos en una red clientelar de buenes y censos, tras la
muerte de su marido. Recordaba muchos momentos de la historia de esta persona, entre
los que se sentía alegre por ser una mujer muy generosa. Pero, especialmente,
le llamó la atención aquellas muestras de gozo con motivo de la libertad de su
esclava María de Aguilar. Aquella mujer blanca cautiva, herrada en la frente,
que su marido había adquirido de un botín de las Alpujarras, había alcanzado la
edad de 36 de años, y, se había amancebado con el vaquero Juan
Álvarez de Morales, un liberto de piel de loro. Se la llevó a la
sierra en los primeros días de verano de 1608 y la cobijó en
los montes de Encina Hermosa, entre cuevas y chozones. Al enterarse, lo
denunció ante la justicia de Alcalá la Real y el ministro los encarceló en la
cárcel real de Jaén. Desde allí, le pidió la libertad de su criada el
vaquerizo. Le exigía una recompensa que la pagó.
María de Aranda y Salazar
también le frecuentaba al organista para contratarle los servicios de misa
cantada por su esposo el capitán Juan de Benavides y Mendoza. Este había
comandado las tropas de la ciudad, en su marcha a las tierras de Portugal,
aunque tuvo algunos avatares de deserciones de soldados. El capitán fue
corregidor de San Clemente de Cuenca, una villa castellana, que ostentaba un
ayuntamiento de corte vandleviriano, frente a una iglesia majestuosa y una
amplia plaza, donde destacaban otros lugares como el Pósito. Recordaba
con ella lo mal que lo pasaron en sus relaciones con los poderosos de aquellas
tierras, sobre todo, todavía renqueaba un pleito contra Jorge de Mendoza, que
se había con María Garnica Avilés, asunto que llegó a la Corte y tuvo que
enfrentarse con la poderosa familia de los Garnicas. Ya muerto su marido, le
comentaba que había reclamado un manto y la plata que le habían incautado tras
el juicio de residencia.
-Dame 150 ducados, y no tendrás
problemas.
-Muy alta me las has tasado. un
rescate muy elevado.
-Lo hago por servicio a Dios,
por estar casada y embarazada-
- Pues, trato hecho.
-No, trato incompleto. Estáis
inculpados y presos. No podéis salir fácilmente.
-Por
favor, solicita el perdón de cada uno de nosotros. Somos un matrimonio de
amor.
Y así lo hizo doña Florencia,
acudió al corregidor alcalaíno, que les libró del castigo carcelario y de la
pena impuesta. María alcanzó la libertad saltando de alegría, porque se veía ya
sin ataduras, podía disfrutar de la libertad de comprar, vender, hacer tratos,
adquirir, libremente relacionarse con los demás. Y lo más importante, la
conseguía para su futuro hijo. No se sometían a servidumbre alguna. Juan de la
Parra que fue un regalo, algo envenenado, nada menos que 150 ducados, que tras
la Pascua de Resurrección de 1609 vivió con aquellos recién
casados.
Solía ir a comprar a las tiendas de la plaza y adquiría carne en las carnicerías; el paño y vestido lo adquiría de los mercaderes de otros lugares, como Diego Sarrete de Alcaudete o Burbana Izquierdo. Le gustaba entrometerse en el comercio del vino de los propietarios de fincas con los mercantes. Fue conociendo los parajes de la Zarza, Picacho, Buenos Vinos, Cogolla, Robredo y la Cuesta, cerca de Fuente Tetar, y el valor de los vinos torrontés y albillo que rondaba, y la producción de unas sesenta arrobas por fincas. le extrañaba que el olivar ocupaba algunos parajes entre el viñedo en zonas como Olivo Tuerto o en las cercanías del Puerto.
GANADERÍA
Y AGRICULTURA
En la plaza de la ciudad solía
acudir por la mañana a comprar en las Carnicerías. Allí comprendía que era una
villa en la que la carne provenía de sus propios ganados. Abundaban los de
oveja cuya lana se vendía a los mercaderes genoveses ( por cierto era
controlado por un regidor alcalaíno Pedro Veneroso) ; las cabras solían
formar parte de muchos campesinos que en sus cortijos se complementaban con
ganados guiados por sus pastores, y las piaras de puercos ofrecían mucha carne
con sus tocinos y jamones, y, sobre todos las carnes que aportaban el impuesto
de millones sobre cabezas y asaduras; escaseaban otras carnes como las vacunas,
cuyo ganado se empleaba para las yuntas de las tierras calma y el transporte;
la volatería y la pesca complementaban la nutrición en otros tiempos de los
años.
Por la tarde, bajó a la iglesia
y se encontró con Blas de Castillo, que había arrendado la huerta de don Luis
Fernández de Aranda, junto al pie del molino entre el río y el caz del
molino. Le comentaba que venía de contratarla con su mayordomo Lázaro de la
Puerta.
- ¿A qué te has comprometido?
- A pagar cada año, diecisiete
ducados y darle a don Rodrigo mil nueces. Y me la da por seis
años.
-Y me figuro que las
condiciones tradicionales.
-Las tradicionales, no puedo ni
cortar árboles ni ramas, no poder sembrar en el último año del contrato, ni un cereal,
ni legumbre ni la hortaliza. (1606)
-Encontramos también el término
«capilla de músicos extravagantes» en la ciudad de Antequera, para referirse a
la nueva capilla de músicos que ubicó su sede en la iglesia de S. Pedro de esta
ciudad, en torno a 1646 capillas «extravagantes».
Sin embargo, un día le vino una
carta de un antiguo compañero de Granada, un extravagante de aquellos que se
buscaban la vida. quería actuar con los anteriores miembros de aquella capilla
para una fiesta y procesión de un pueblo de Granada, para la que fueron
llamados y se habían concertado previamente. Había obtenido muy buenos
honorarios, mejor que los que estaba cobrando. Sabía que lograría recibir los
emolumentos resultantes estando juntos, y realizar cuatro partes que
repartirían entre ellos por igual. Y, que, si alguno cobraba la fiesta
por su cuenta, sería penalizado. Ni podría ninguno de los integrantes de
la compañía servir fiestas sin sus compañeros, ni podría asistir con otra
compañía de músicos. Si lo hiciera, estaría obligado a darles el doble de la
cantidad que él hubiera ganado, y esta se repartiría entre los tres restantes.
Había firmado secretamente un contrato que, durante los dichos seis años,
ninguno se excusaría para faltar a las fiestas, Recordaba que a él le
venía como anillo al dedo aquello que firmó «sino fuere que fuere ganando fuera
de Granada, o en ella, algún salario de yglesia e monasterio», o por
establecerse fuera de la ciudad. Y como se fue vivir a otra ciudad, «ya
sea con salario de yglesia o no», los otros compañeros tendrían la obligación de
aguardarle durante cuatro meses. Si regresaba en este período, deberían
admitirle, pero pasado este tiempo quedaría despedido y no podría ser
readmitido sin la voluntad de los otros tres compañeros-
Acudió a la cita, Y Juan de la
Parra, dejó todo atado y bien atado. Se marchó, pero dejó en el Castillo
una serie de credenciales de poder para poder cobrar lo estipulado
anteriormente y cultivar sus peculios. No olvidaba que podía regresar.
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