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lunes, 16 de marzo de 2015

EN EL PERIÓDICO JAÉN, ,AYER DOMIINGO, MI TESTIMONIO A ANTONIO

ANTONIO PÉREZ AFÁN DE RIBERA

            Hay lugares del barrio de San Juan, cuya huella ha quedado impresa en todos sus vecinos. Uno es la iglesia; otro es el Hospital Civil y su Gota Leche; y el tercero es el conjunto de tabernas que le daban un encanto y tipismo diferente al resto de los barrios de la ciudad de la Mota. Las tabernas de  este barrio ocupaban el sitio de los casinos burgueses como lugar de encuentro de campesinos, labradores y jornaleros, y, en las épocas del desarrollo tecnócrata, el sitio de la tertulia de artesanos y profesionales de los diferentes oficios. Además, cada taberna ofrecía una singularidad: en el Bodegón de los Muertos predominaba el sector de la construcción; en Atranque los pegujareros y los  miembros del sector de servicios; en Caniles,  se abría un mundo donde te podías esperar los últimos cantos del cisne; en Canastas se respiraba el aire de libertad de los primeros años de la democracia; en la de Joaquín Hermoso, se recordaba a tiempos anteriores y de solera; y en la de Antonio Pérez la casa se transformaba en la esencia vecinal  y en el encanto de la familia del siglo XX. Y, es que, en el patio de aquella taberna, se escuchaba el primer clarinazo por el que se proclamaban candidatos a hermano mayor de las hermandad de solera del barrio, la del Cristo de la Salud. Allí , Antonio recibía, tras la celebración de la  junta directiva, a todos sus miembros  y los agasajaba con sus buenos caldos y , sobre todo, con  toda la amabilidad. El blanco cristal de las botellas de Licor 43 y los pequeños vasos de cubo siempre se ofrecían con una limpieza sin igual de tal manera que sedaba las penas de los trabajos  de todos aquellos acudían a la cita diaria.   En el patio todavía se encontraba oculto el espíritu cofrade de los años sesenta, aquellos hermanos que porfiaban por engrandecer el templo y  la cofradía sanjuanera. En sus sillas de enea y sus  mesas rústicas quedaban  los trazos del calco de los acuerdo de palabras de honor entre hombres leales. En su bodega, los niños aprendieron las reglas del fútbol compitiendo en el futbolín mientras sus padres se ponían de acuerdo por temas laborales o por asuntos de la sociedad. La familia ofrecía su cariño  y, hubo momentos en los que los clientes disfrutaban del calor de los braseros preparados con mucho esmero en aquel amplio  patio. Si esta taberna representaba a la cofradía del Cristo de la Salud, Antonio aprendió  o bebió de ella seguramente el espíritu de servicio y de bondad que le caracterizaba; no hay mejor persona al que le cuadre eso que dicen que "era un pedacico de pan"; le habían nacido los  dientes de la entrega a los demás,  pues complementaba su  negocio con el servicio de bodas preparando el menú de los casamenteros y cortando los embutidos con una magistral mano.
Relatar la vida de una taberna como la de Antonio llevaría a cualquiera  a relatar  una novela como La Colmena de Camilo José Cela. Pues su  familia, y, en este caso, Antonio y su esposa e hijos siempre  ofrecieron su casa con las puertas abiertas a toda la vecindad, de modo que fueron generosos en todo,  hasta con algunos objetos de campo que donaron a la cofradía, porque se los legó tiempos ha y quedaron como muestra etnográfica del Rincón del Pujarero.  
Este espíritu cofrade  fue heredado por sus nietos  de tal manera que se subieron al timón de la barca sanjuanera para dar testimonio de su  abuelo, y, en verdad que deben estar agradecidos, porque su abuelo fue un alma reivindicativa de muchos de ellos. Recuerdo cuando solicitaba el funcionamiento de la piscina cubierta y lo hacía con toda la pasión para que la pudieran utilizar sus nietos que tenían necesidad vital  de ella.
Hay personas que pasan desapercibidas en la sociedad, Antonio era sencillo como las pompas de jabón y podía dar la sensación que no se alteraba por nada. Simplemente era fruto de una bondad personal con la que transmitía paz y sosiego  a todos los que acudían a su negocio o compartían la vida en familia o
laboral

Podríamos contar muchas anécdotas de aquel rincón de la calle Luque, en la que aprendimos  mucho de los antepasados, tomamos la antorcha de finales del siglo XX y quedó interrumpida por el cierre de la jubilación del querido Antonio. Es que con las nuevas tecnologías, ya los garbanzos tostados  no convocaban a la tertulia sana y amable. Nos hemos hecho muy sofisticados.  Gracias, Antonio y familia por lo que nos hicisteis compartir de hermandad cofrade,  por vuestra amabilidad y hospitalidad.                

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