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viernes, 20 de marzo de 2015

                                               CANDIDATOS

            Nos encontramos en la recta final de las elecciones andaluzas de 2015. Parece como si el cansancio se hubiera apoderado del electorado desde que  se anunciaron los comicios hasta el momento de la votación. Y más aburridos debieron estar todos aquellos que nunca acudieron  a unas urnas o tuvieron que soportar regímenes tiránicos o dictatoriales. La democracia es un sistema político que permite a la ciudadanía participar en la vida política o cívica , como algunos han recuperado de la terminología de la Primera República de España. Podrá cualificarse, aumentarse y mejorarse el modo de participación, proponer a los candidatos en listas cerradas o abiertas,  convocatorias primarias o secundarias. Pero, al menos, cuando se emite el voto personal, se  accede a recoger el sentir del pueblo constituido en ciudadanos. Y debemos sentirnos ciudadanos sin complejos, porque la democracia se ganó a pulso con la Constitución Española; ya los líderes anteriores de la transición  manifestaron que había pasado el tiempo de  haber sido vasallos y súbditos, aunque les pese a los que quieren convertir el actual proceso democrático en una vuelta a la tortilla utilizando la palabra cambio. Son pura mímesis de campañas anteriores buscando sus intereses partidistas, aunque sean muy legítimos. No están descubriendo la pólvora ni la penicilina; hace tiempo que esta palabra cambió de la noche a la mañana la vida política de España.
            El domingo 22 de marzo, hay que vestirse de gala como lo hacían  los ciudadanos de Roma  ( bueno , esto es un decir los que no eran esclavos) hace más de dos mil años en la celebración de los diferentes comicios. En este día , la escena cambia de protagonista y actores; los candidatos dejarán el espacio público a los votantes. Pues, hasta esta fecha, el candidato ha sido el foco de atracción de una campaña, en la que ha empleado toda su batería de memorias de acciones  u logros anteriores, análisis y evaluaciones de los programas de sus adversarios, y, sobre todo, la presentación de  propuestas. Y, sería un error volver a otros sistemas como el romano, en el que el candidato se distinguía tan sólo por su toga blanca en medio del foro ( diferenciándose solo por lo externo, como actualmente se imita colocándose camisetas de los deferentes colores por parte de los asistentes  a los actos públicos)  y dedicaba todo el tiempo de contacto con sus electores en resaltar sus méritos personales o el de sus antepasados sin exponer un programa electoral ni poner al descubierto su ideología. Claro que se comprendía perfectamente este modo de actuación, porque el candidato destacaba y se llevaba el mundo de calle, si había conseguido en su enseñanza un dominio perfecto de la oratoria y de la elocuencia, el arte bien hablar, con el que culminaba toda la enseñanza de la época grecorromana.
            Ahora, en el segundo decenio del tercer milenio ha llovido mucho. Los candidatos no dirimen sus diferencias solamente entre el público del foro romano, sino que su espacio ha sobrepasado la tribuna de los mítines ( prohibidos para los candidatos y reservados para las autoridades) para incardinarse en el rincón más inesperado de las redes sociales. Puede uno desayunarse con un imprevisto Whasapp anunciando una convocatoria a una tertulia vespertina de líderes regionales, recibir un mensaje de telefonía para recabarte tu opinión electoral  de una encuesta periodística, y acostarte soñoliento escuchando un debate entre varios candidatos. Hasta en la sopa, pueden aparecer las siglas de un partido político o una agrupación de electores. Y no digamos que no hemos sobrepasado la propaganda política, ya no queda el apoyo ejemplificado  con un graffiti contratado a un pintor  entre los vecinos reclamando Fulanitum  aedilem facias rogo ( que votes a Fulanito), sino que hasta los pendientes de una jovenzuela o el reloj de un caballero pueden ser un motivo de solicitar el voto para un determinado partido político usando el color o las siglas estilizadas de la formación política.
            Poco se ha avanzado en la cohorte  que acompaña a los candidatos, pues su  gabinete ha sustituido a los antiguos salutatores ( despertadores, en este caso los que llevan la agenda),  sus simpatizantes han ocupado el puesto de los deductores ( aquellos que estaban acompañándolos en el foro, o sea  los simpatizantes actuales) y los asesores actuales se han convertido en los asectatores romanos ( su equipo de campaña que les programan hasta la valeriana de los mítines) . Solamente la diferencia radica en que un  pincel, un a pluma o un papel de pergamino ya no se usan ni para el esquema del candidato cuando

sube al atril, sino que echan mano a las tablet y miles de artilugios que puedan refrescarle la memoria cuando la mente se les queda en blanco.
Parece como si le estuviera escribiendo a un romano del siglo I antes de Cristo, pero  resulta que poco ha cambiado la sociedad desde  que el famoso  Marco Tulio Cicerón redactó su  Manual del Candidato dirigido a su hermano   Quinto Tulio. Pues da la sensación de  que todos los candidatos lo han leído o se lo han comentado de modo  que   se han aplicado aquellos consejos referentes a  llegar y formarse  grupos de apoyo,  a cuidar de  todos los ciudadanos sin olvidar los más excluidos, a evitar la corrupción y, al mismo tiempo, agasajar a sus votantes con los recuerdos de campaña,   o rodearse de portavoces de peticiones de votos; incluso,  se han multiplicado las promesas electorales  llegando a tocar los puntos más inauditos y  concretos de los electores. Pero, muchos candidatos actuales han hecho  caso omiso de  un  aspecto que el ilustre pater patriae romana sugería a  los futuros cargos, a saber, procurar que  la campaña  electoral se caracterizara por la grandeza y dignidad anteponiendo el prestigio de su tierra o patria al  suyo propio; y, por otra parte, lo que han copiado con mucha vehemencia  el descrédito  público del adversario poniendo de relieve sus defectos. Y eso que la túnica es blanca, si fuera de colores. 


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