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martes, 17 de marzo de 2015


ALCALÁ ROTURA  LOS CAMPOS

Durante el siglo XVI y XVII,  va a significar el nacimiento de una nueva clase rural, afincada en las zonas rurales o aldeas y dependiente de la agricultura y, en menor cantidad, de la ganadería. Junto a los propietarios de cortijos y arrendadores de los cortijos de cien o ciento cincuenta fanegas, nació otra gran población que se dedicó a trabajos de gañanes, pastores, criados, jornaleros u hortelanos, base de los núcleos actuales. Aunque en desacuerdo con la interpretación de este periodista del siglo XIX con respecto a la ganadería, el panorama de estos siglos se puede resumir:

Unos ávidos de porvenir buscaban las fuentes, los arroyos, levantaban humildes casas, destinando los terrenos próximos a ellas al cultivo de los cereales, Otros poblaban de vides extenesiones considerables cuyos frutos fueron unas de las mayores riquezas del pais; y por último la generalidad se consagraba a la cría y fomento de animales, puesto que el terreno abundante en ricos pastos se prestaba perfectamente a esta clase de grangería. Así que en los tres siglos precedentes al siglo XIX la industria lanera fue un elemento poderoso de prosperidad, y tan positivo y verdadero es que que esto se contaban ocho batanes en esta jurisdicción municipal. Las costumbres honradas y sencillas de los primeros pobladores. El atraso en que todo se encontraba por consecuencia de las luchas continuas era la causa de que no progresara la agricultura, utilizándose tan sólo el terreno en la producción de trigo y alguna que otra semilla, pero dando un descanso de dos años en la alternativa de las cosechas.










Resumiendo,podremos decir que durante el tiempo que este pueblo sirvió de frontera no hubo verdadero sistema de labores y que en el segundo hasta principio del siglo XIX ya por haber muchos pastos, ya por las mercedes y privilegios concedidos por los Reyes, la verdadera grangería estaba fundada, ora en la elaboración de vinos, que, según la tradición, eran muy exquisitos porque los terrenos destinados a estas plantas se escogían de los mejores, no como en la atualidad ocurre que se dedica a viña terrenos que no producen ni tomillos.[1]


La ciudad, por otra parte, cabeza de la abadía y de un corregimiento al que pertenencia Loja y Alhama, repartía el trabajo en los sectores agrícolas, comerciales, principalmente el vino, y los servicios que generaba la iglesia, la justicia y la vida administrativa como hospitales, abastecimiento de la población, fiestas, obras públicas, milicia y otros cargos que generaba su relación con los ciudadanos. Como consecuencia de lo anterior, los miembros que regían a los vecinos eran siempre miembros de las clases hidalgas o enriquecidos a través de las  distintas transacciones comerciales o agroganaderas.
La política de continuos arbitrios, donativos y de levas de la Corte ante las circunstancias bélicas nacionales o extranacionales provocó que todas las clases sociales se vieran  obligadas a disminuir sus rentas y la pérdida del poder adquisitivo. Sin embargo, donde más se resintió fue en las clases jornaleras campesinas y la gran caterva de pobres que poco a poco constituyeron el núcleo fundamental de la sociedad alcalaína. Estos vecinos ni siquiera se veían exentos de muchos privilegios que eximían  a los hidalgos y los eclesiásticos que controlaban el poder económico y, lo que es peor,  sobre ellos incidieron la mayoría de los males de la época: las malas cosechas que se producían fruto de una climatología irregular con grandes periodos de sequía y lluvias torrenciales, a lo que había que añadir las epidemias significativas en algunos años de estos años y otras plagas como la de langosta que arrastraban prácticamente los campos y dejaban desabastecidos los graneros del Pósito para ejercer elñ reparto del trigo. En este contexto, se extiende que algunos levantamientos de vecinos se produjeran en algunas zonas de nuestra comarca con motivo de otra carga que recibía la población cual era el alojamiento de soldados, primero como lugares de tránsito hacia  el Reino de Granada, y posteriormente para el forraje de las caballerías de los regimientos nacionales en estancias más prolongadas. También Dominguez Ortiz y Henri Kamen destacan otro en el año 1647 con motivo del  abastecimiento de trigo y reparto entre la población.
Cuando el Marqués de la Ensenada lleva a cabo el registro de bienes de todos los ciudadanos, no es de extrañar que años después se saquen unas conclusiones muy acertadas en las que la riqueza se encuentre en una dependencia de manos muertas y en grandes hacendados, con lo que significaba de indigencia para esta gran masa social:




productos

de

legos





productos

e

cle

siásticos

Total

Total líquido



Productos de 1ª operación

Productos con los gastos

Aumento

Baja



Producto lª opèración

Productos con los gastos

Aumento

Baja





Ramo real

2.328.973.27

1.197.874.2



1.131.099.25



749.379.31

468.338.26



281.041

3.078.353.21

1666.212

Industrial

1.063.671

788.679



274.992



16.977

20.619

3642



1080618

809.298

Comercio

29.800

24.200



5.600











21.200

21.200

Otales

3.422.444.27

2.010.753.2



1411.691.25



766.356.31

488.957.26

3642

281.041

4188801.21

2499710.26

























Un resumen de la evolución agrícola de la comarca durante este período nos lo presenta un artículo del periódico del año 1869:

Hasta principios del siglo XVI, nuestra agricultura había sido más bien un sistema pastoril, debido a las circunstancias especiales en que estaba constituida la población, al corto número de habitantes y a la reserva de territorio que hizo para el Rey conquistador. Pasaron los tiempos, se unieron las Coronas de Castilla y Aragón, se dieron leyes, se normalizó en esta Ciudad la administración municipal, y como consecuencia natural de todo ello se aumentó el vecindario y con él las necesidades. Ya no bastaba la industria lanera ni viníciola; era necesario algo más. Se hacía preciso ensanchar el círculo de nobles aspiraciones, entrar en el concierto de los demás pueblo, urgía el fomento de la agricultura, única fuente de riqueza de este privilegiado suelo, y así es que con frecuencia se impetraba permiso del Monarca para hacer nuevas roturaciones; permiso que siempre se concedía, ya por gracias especiales, ya mediante el pago de cantidades que el municipio hacía, hasta tanto que adquirió la Ciudad toda la superficie del distrito, con la obligación tan sólo de pagar al Estado el veinte por ciento de los productos, que aquella representara por su valor dado a censo.
Así las cosas, si bien  es cierto que por una parte no pudieron menos de sentirse las consecuencias de una amortización  exagerada, ya en lo civil ya en lo religioso; también lo es, que los arrendamientos de las fincas amortizadas, reunían dos ventajas inmensas para el colono: una era la estabilidad y otra el exiguo precio de la renta. Y si a esto se añade que los impuestos con que se gravaba el verdadero producto de la tierra  consistía sólo en la décima, se comprende fácilmente que resultaba un conocido beneficio para el labrador.. Bajo de estas,  formas, pues,  que vivían los colonos y propietarios; unos ocupaban los cortijos, otros las casas, que ya hoy forman las aldeas, y otros dentro de la población.    




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