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viernes, 26 de enero de 2018

EN ALCALÁ LA REAL INFORMACIÓN. LOS ANIMALES Y LA FIESTA DE SAN ANTÓN




            Se ha profundizado muchos sobre el origen de la iglesia de San Antón, su patronazgo y su construcción. Y quedan muchas lagunas muy importantes sobre sus arquitectos y originalidad de su templo. No es reciente su origen, la devoción de San Antón se remonta al año 1562, cuando se fundó la cofradía de San Antón en Alcalá la Real, con permiso del prelado de aquel tiempo el abad don Diego de Ávila y se dieron las primeras constituciones relacionadas con la cofradía baezana de la Orden de San Antón. Sin embargo, ha pasado sin percibir  la importancia de esta cofradía, porque, a pesar de su auge en los años de su  fundación,   ya no alcanzó un grado de influencia en esta ciudad hasta el siglo XVIII, cuando erigió iglesia en los aledaños del Paseo de los Álamos. Y eso que era notoria su presencia  a mediados del siglo XVI,  y  numerosos  los alcalaínos que se declaraban cofrades de San Antón, aunque solo disfrutaran de los beneficios de los sufragios eclesiásticos al final de su vida.  Esta cofradía  tenía una imagen de san Antón y su sede en la ermita de San Sebastián, donde se decían las dichas misas y, por cierto, se tenía mucha devoción. Además de estos gastos, el prioste debía pagar diez ducados en cada año al hospital Casa de San Antón de Baeza en reconocimiento por la dicha cofradía. Recientemente, se descubrió que, a principios del siglo XVIII, se levantó una nueva ermita  en la ciudad del Llano, probablemente, una que se denominaba ermita de San José, donde se trasladó la imagen de San Antón. Y, por su estrechez y lugar inadecuado, a mediados de este mismo siglo, los devotos y cofrades de este santo  se liberaron de acudir con sus limosnas a su cofradía y hospital matrices y lo dedicaron a honrar al patrón de los animales y protector de las enfermedades de la piel con el levantamiento de la actual ermita de San Antón. Fue fruto de un acuerdo ente el comendador del hospital baezano y el jurado José Ruiz Castellano, que se hacía portavoz de los vecinos de Alcalá en 1741.
Han pasado muchos años desde aquel acontecimiento que hace recordar un profundo cambio del sistema económico de la sociedad alcalaína. Predominaba la agricultura y la ganadería no era escasa en los pastos de la Sierra Sur. Se extendían muchas enfermedades relacionadas con los animales y las semillas. No estaban vacunados ante las alergias ni de las eczemas nuestros antepasados. Y se veían con un hospital, en muchos momentos, que apenas alcanzaba una decena de camas.  Muchos vecinos quedaban marcados por la enfermedad del cracel, a saber, los tumores de  piel, el noli me tangere, referido a la  llaga maligna en el rostro y, peligrosa de tocar y, finalmente, el fuego de San Antón, es decir  el herpes zoster. No les quedaban más remedio que imprecar a este  santo y ser atendido en un hospital específico de la provincia.
            Aquel mundo agroganadero se transformó completamente, durante el siglo XX, en una nueva sociedad, donde comenzaron a surgir con cierta pujanza otros sectores productivos a pesar del predominio de la agricultura, dejando como un testigo en el sustento la ganadería. La industria textil se invadió con la nueva mecánica, proliferaron los servicios y transportes, y la construcción expandió un casco histórico que se habían mantenido inamovible casi cuatrocientos años.  Aquellas enfermedades quedaron relegadas por otras de nuevo cuño, o, más bien,  alergias insospechadas ante los más insospechados productos de consumo, desde el cemento hasta el mínimo roce de las fibras sintéticas. San Antón quedó relegado tras la posguerra en un altar lateral de un retablo de su nave central. Tan sólo, había noticias de la tradición de animales en  una  feria dedicada a este santo ermitaño,  y su correspondiente fiesta religiosa que  se mantuvo muy avanzado el siglo XX. Y nunca faltaron  los cultos religiosos   en la  iglesia de la advocación. Debió ser el precedente de la feria de San Antonio. Y no tenía nada que ver  con otra feria que se celebraba  junto al Pilar de las Tórtolas. Tampoco, se relacionaba con la feria, denominada de los Cochinos,  por el día de San Andrés., en la que cientos y miles de cerdos de cerdos se ponían a la venta de diferentes razas y tamaños con intención de hacer las matanzas familiares. Simplemente se decía misa y función de iglesia. Y, en algunos momentos, corría a cargo de la hermandad de San José.  Fueron otros tiempos, otras culturas, y otro sistema productivo.
Desde hace unos años, por esta fiesta se bendicen  los animales y mascotas al pie de  la ermita de San Antón. Ya a nadie se le ocurre invadir la plaza con un tractor  ni portar la varoli de turno con el fin de recibir el agua bendita de manos del párroco. La sociedad del ocio, engrandece y valora el animal, como ser amigo, guía de personas y  de compañía, y  no es de extrañar que surjan partidos como el Pacma, asociaciones protectoras de animales, guarderías de estos animales, paseantes de





canes, normas protectoras y ordenanza de higiene animal. Y, lo que nadie podía esperar que las mascotas llegaran a ser no sólo el legendario  perro de Laertes, sino una serpiente tropical ubicada en un piso.  Parece como si se hubieran puesto de acuerdo aquel cofrade fundador de la ermita de San Antón y el  inventor del centro de recuperación de reptiles y animales autóctonos de la los arrabales de la Mota para beber de las mismas fuente, proteger al hombre y al animal, uno bajo el patronazgo del báculo de  este santo, y el otro, bajo el techo de una mansión museística para precaverse de los que abandonan mascotas  y no cumplen con las reglas de la urbanidad. Uno, un templo; otro un aula de la naturaleza. Dos formas de proteger a la sociedad y a la naturaleza en tiempos distintos.

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