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viernes, 19 de enero de 2018

EL ESCRIBANO PÚBLICO DE NÚMERO. DON JUAN ANTONIO DE GUARDIA, VECINO DE LA CALLE REAL




DON JUAN MANUEL DE LA GUARDIA





Desde la constitución del cabildo municipal por parte del rey Alfonso XI, la figura del escribano de cabildo estuvo presente, y, pronto, también  acudieron a la ciudad escribanos públicos  de número. Su número se fue acrecentado  hasta el punto que llegaron a alcanzar más de veinte notarías. Solían ubicar sus oficinas en los corredores de la plaza de la ciudad fortificada de la Mota y en sus alrededores, hay constancia de que con frecuencia ocupaban los bajos de estas tiendas. Disponían de varios escribientes que le redactaban los escritos y contratos notariales. Había varios tipos de escribanos y predominaban en la ciudad de Alcalá la Real, los escribanos de número  y los de cabildo, aunque en el siglo VI y XVII compartieron ambos oficios. Generalmente, eran  dos  los que se dedicaban a levantar actas, informes y todo tipo de actuaciones del cabildo; lo que asumió el nombre de secretario en el siglo XIX. 
Como dice Townsed, " Desde su construcción, conformación y madurez, el notariado castellano, y el de los reinos de la Corona de Aragón, compatibilizaba la función notarial de dar fe pública de las escrituras y contratos privados con su atención a la gestión municipal y a la justicia local. Así pues, era frecuente ver cómo compartían la escribanía pública o notaría con otras escribanías relacionadas con la dinámica administrativa de la localidad (escribanía del Cabildo, del Pósito, de Rentas, de Marina, de Naos, de Millones…), junto con la redacción de pruebas testificales necesarias para pleitos y litigios. También en las villas y ciudades solía haber otros escribanos al margen de los notarios públicos del número, eran los escribanos reales o del rey, quienes, mientras esperaban a que se produjera alguna vacante, ayudaban a redactar los documentos a los titulares de las escribanías u ocupaban cargos como el de procurador de la Audiencia. Al no poder redactar escrituras notariales como titulares, pues estaba prohibido por ley . 





Su oficio se consideraba de gran rango de modo que debía establecerse cerca de la plaza donde estuviera el cabildo, en este caso en la Mota, porque se perdían los privilegios, Fueron muchos los litigios que surgieron por el abandono de la ciudad fortificada  por los escribanos a partir del siglo XVI. A mediados del siglo XVII ya se habían bajado al llano y coadyuvaron con el abandono de  vida oficial, por ende de la Mota. Famosos fueron los escribanos Santa Cruz, Alonso de Castro, los Ordoñez, Contreras, Méndez de Sotomayor, Santillán, Montes, Gutiérrez, Acevedo, Guardia, Sola y Serrano.La importancia de  estos funcionarios se constatan con estas palabras tan significativas de  Townsend al asignar a los escribanos públicos la redacción de los contratos y testamentos, considerando estos últimos como una categoría nutrida e independiente en el contexto de los productos de la fe pública; indicio de que, aún en la España de finales del XVIII, un testamento podía resultar tan crucial como una confesión, y un notario, tan indispensable como un sacerdote
En tiempos de Felipe IV, se llevó a cabo una reducción de escribanos en Alcalá que los redujo a menos de  diez, acumulando varias notarías.  Respecto a la intervención del notario en asuntos judiciales, habría que apuntar que en la documentación que conformaba un sumario podían aparecer un número elevado de escribanos testimoniando pruebas, pero en este caso sólo nos interesan los asignados a la instrucción de la causa.  En los tribunales municipales lo más habitual es que fuera el escribano de Concejo o de Ayuntamiento. En Alcalá, no hay distinción, pero suelen ser los más acreditados los que llevan a cabo la participación como escribanos en los procesos judiciales desde la apertura de de expedientes hasta la ejecución de sentencias, división de bienes, hipotecas, embargos etc. Existían escribanías que solían ser adquiridas por propiedad, sino quedaban secuestradas y la Hacienda Real las arrendaba. 
Este es el caso de  Don Juan Antonio de Guardia, soltero, ( 1.122) era escribano de número heredado de su padre, fijo y vitalicio.   Su escribanía la tenía arrendada a don Felipe Montes Lezcano por la renta de 110 reales. Estaba gravado este oficio con cuatro censos principales: uno de 500 ducados a favor de  la dominica de la Encarnación sor doña María Francisca Vázquez,  con  unos réditos anuales de 165 reales; otro de 200 ducados a favor del convento de esta monja con 66 reales de réditos; otro de 400 ducados a favor de la antequerana doña Leonor Palomares con 165 reales anuales, otro de 200 ducados a favor del patronato que fundó Juana Fernández, mujer de Gil Pérez Izquierdo, cuyo administrado era don Juan Barrionuevo.
Como notario receptor de la Audiencia Eclesiástica, le ayudaban  un hermano de 18 años que trabajaba de la pluma, es decir de escribiente. Y le producía 500 reales. A los que añadía otro cargo relacionado con la economía eclesiástica al ser nombrado diezmero o fiel sobresaliente de las tercias decimales, por las que recibía ocho fanegas de  trigo, nueve de cebada que importaban 405 reales( 9 reales/ fanega de cebada y 10 reales/trigo). 

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