Hace veinte años, preparaba en
una revista local una entrevista a dos
miembros de la familia Lozano Romero: al padre José Lozano Vega, y, a su hijo
Antonio. En 2018, por primavera vuelvo a recordar aquella conversación y aquel diálogo socrático envuelto en la ausencia de
ambos, y con la presencia de su hijo Pepe. Me lo ha traído a colación el adiós
del patriarca familiar de la calle de Abad Palomino, que compartió muchas
tareas con mis antepasados agricultores. De arrendador y labriego de sus
tierras a la aparecería entre ambas
familias. Siempre que me topaba con su persona en el paseo de los Álamos, me
venía a la mente a esas personas que constantemente
rezuman el carácter y la tradición de los agricultores de la ciudad de la Mota; mantenían la esencia y
la sabiduría de los labradores de la Sierra Sur, eran la quinta esencia de los
zahoríes aldeanos, con su libro oral de recetas
y máximas filosóficas de lo cotidiano, y su catón agrícola para las actividades relacionadas
con la naturaleza. Y todo ello envueltos en un espíritu conformista, en el buen
sentido de la palabra, del sino, el senequismo andaluz.
Siempre que me encontraba con
Pepe me aportaba para cada momento un
mensaje conformador de sus actos. Escrito en cuartetos o pareados
conversacionales que daban sentido a sus
aseveraciones y posturas vitales. No me extrañaba que no necesitara el calendario zaragozano, porque le sacaba el primer pareado a cualquier momento, ocasión o estación. Recuerdo de esta entrevista aquel referido a la
aceituna: Nace por San Juan, y muere por
Navidad. Una frase impresionista y acertada de sus labores agrícolas,
centrándose en el olivo y su laboreo. Y, nunca me olvidaré de los dichos del
mes de abril y mayo cuando escribía aquella.
Si, para el uno de abril, el cuchillo no
está aquí. O el cuchillo se ha muerto, o el moreno no está aquí. Y concretado
y referido a los espárragos trigueros,
que dividían estos dos meses claramente . Los espárragos de abril, para mí.
Mientras que los espárragos del mes de
mayo, para mi caballo.
Y ahora, cuando cogió la maleta
de la otra vida, recuerdo muchas frases
relacionadas con toda la fauna animal de la comarca, desde los mulos de los
apareceros (La cuesta arriba no quiero
mulo, la cuesta abajo, yo me la subo. Más vale burro que ande, que caballo loco).
Y aquella filosofía del camino: Coge la
cuesta como viejo, y llegarás nuevo. Una manera de vivir no estresante y
muy esclarecedora de su prolongada vida.
Y nonagenario, celebró su segundo
año en medio de su prole de hijos, nietos y biznietos, habiendo vencido los
últimos arañazos de la enfermedad repentina, que le dio el último manotazo dos
días después. Estaba claro que su filosofía vital le hizo resistir su corazón,
no en balde declamaba Ya se está poniendo
el sol y la sombra en los terrones, se
angustian los amos y se alegran los peones. Se entusiasmaba con algunos
dichos plenos de esencia solidaria. Un
grano no llena un granero/ pero ayuda a
su compañero. Y nos dejaba parados
con algunos otros refranes como La viña y
el potro que la crie otro. Muchos eran muy conocidos por todos, otros
variantes críticos de los vicios rurales, como el que muchos juncos abarca, pocos arranca.
Y todo lo barnizaba con ese
gracejo de los poetas populares, que con su deje pueblerino y su octosílabo espontáneo atraía a sus
interlocutores y los embelesaba con miles de anécdotas que recordaban otros
tiempos de miseria, escenas de picaresas o de ingenio obligado. Como cuando
decía “No te preocupes, ya vendrá quemearte
“.
Y transcribo, aquel último
párrafo de aquella entrevista para despedirme:
el campesino es un compendio de la
experiencia con la sabiduría para
afrontar todas las situaciones de la vida en medio de un gracejo estoico que
supera todas las dificultades, Y en medio de este sentido peculiar de afrontar
las situaciones, a su señor sanjuanero, forjado con la solidaridad para con los
débiles. Que él lo acoja entre sus brazos.
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