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martes, 27 de octubre de 2015

MERCEDES PADILLA CANO



Conservo una encantadora foto de la niñez, en la que un grupo de niños posamos a los pies de Mercedes Padilla Cano, en un patio de la calle de los Caños. Tenia en sus brazos a un bebé, y el resto rondábamos entre los 4 y 7 años sentados escalonadamente en sillas de enea según edades y estatura . Pelados  casi a rape, largos  flequillos sobre la frente, y cubiertos con chaquetillas de tela de  amplias solapas, emprendíamos los primeros peldaños de la amistad los  vecinos del barrio de San Juan al amparo de esta maestra de pequeñines.
Aquella mujer tenía un encanto especial  para  guiar, a la manera de los pedagogos griegos, aquel numeroso grupo que superaba cualquier ratio actual de la enseñanza infantil. Recuerdo que no eran muchas las actividades escolares que  realizábamos a lo largo del día. Repetitivas y con técnicas de refuerzo para recuperar los pasos perdidos del año escolar en el Martínez Montañés, la SAFA o el Colegio de la Inmaculada de las Trinitarias o el de Cristo Rey Una de ellas, la recogía con estos versos en años pasados:  " Ay inocencia infantil, / a los rapsodas porfiando, recitan tablas de uno a mil/ y sílabas del abecedario./. Jugaba Mercedes un papel fundamental en nuestra formación, sin haber pasado por la Normal de Magisterio ni el Bachiller. Pues eran los primeros pasos cuando se colocaban los cimientos básicos del edificio humano en los departamentos de  conocimientos, destrezas y actitudes para que en un futuro aflorara la formación integral en aquellos individuos. 
Significaba un sobreesfuerzo para Mercedes que, además de su trabajo en los peucheros de la casa,  debía aguantar este gran número de pequeñines que solíamos acudir durante el periodo estival para liberar a nuestras madres de la guardería vacacional  y suplir la docencia anual. Cada uno era autónomo , porque llevaba sus asientos, su material escolar y sus ganas de aprender. Por lo tanto su batuta se esmeraba diariamente a que pudiéramos, al menos,  cantar  algunas canciones y coplas de coros repitiendo las tablas de sumar, restar y multiplicar. Dicho tan simplemente, parece que no tuvieron importancia alguna, pero en aquel patio y sala de la calle Llana logramos aclimatar la escritura y corregir las faltas de ortografías con el pizarrín de aquellas pizarras de dura piedra. Algunos, tan sólo, pudieron recibir, este refuerzo y algún curso más porque se incorporaron inmediatamente al mundo laboral. 
Mercedes heredó de su padre la docencia y la transmitió a los niños del barrio de San Juan. Luego, como todos , intentó andar por otros derroteros de entrega generosa  hasta casarse con José Serrano, que falleció muy joven. 
Siempre que la veía Mercedes  me devolvía la sonrisa con la  que , desde pequeño, le agradecía el avance en la lectura o en el cálculo. O, simplemente, en la corrección de un mal comportamiento transmitiéndome enseñanzas de compañerismo y sociabilidad.
Su hija Carmen recibió en sus genes la docencia y desarrolla su labor educativa en las aulas de la enseñanza secundaria. Su hijo Jose tomó otros derroteros, pero manifiestan la templanza y afabilidad que siempre caracterizaron a su madre.
Hoy, al leer su esquela, no tuve la ocasión de mantener la afable conversación con la que entramábamos los dos en los aledaños de la iglesia de Consolación. Siempre me recordaba los años anteriores y el orgullo de haberme enseñado las primeras letras y números. Desgraciadamente, llegué tarde a la cita y no pude despedirla. Que descanses en paz y muchas gracias por el agua graciosa  de la fuente primera del árbol de la sabiduría. 



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