MUJERES DEL BARRIO DE SAN JUAN
Me
encontraba en una csa del último tramo de la
calle de Los Caños, que hace
esquina junto al Llanete del Conde. Todavía, se conserva el ambiente rural, en las casas de dos cuerpos y un pajar, reformadas
en los últimos finales de siglo. Frente a la casa, donde me encuentro, hay una
hornacina que recuerda ser una casa de la capellanía de la Virgen de las Mercedes.
Entramos en la casa, su primera planta reformada es ahora una sala en forma de
escuadra que albergará los enseres de la
hermandad del Ecce-Homo. Pero, a mi se me va la vista y me encuentro a
una mujer de cabello rubio, paciente, y buena en el buen sentido de la palabra
bueno. Parece como si me encontrara con ella por los años setenta, cuando acudía
o iba en busca de su hijo Casiano.
Parece
como si reviera aquella conversación de mi adolescencia en la que
me preguntaba por qué la llamaban maestra y no era mi maestra del
colegio de la Sagrada Familia ,
viviendo yo tan cerca de aquella casa. Y me encotraba en medio de esos
devaneos, cuando me vinieron los recuerdos de aquella mujer entregada a sus
hijos y a su marido y en servicio de la
cultura de las clases más desfavorecidas.
Y
es que Pilar Flores Jiménez fue una mujer adelantada a su tiempo dentro del
mundo rural. Nació en el entorno de la Cañada Membrillo , por tierras
de la Hortichuela ,
lo que hoy es la casa del Lute. Allí, en
los primeros años de su vida aprendió a leer de manos del maestro garrotero “El
Guitas”, en una casa de aquel paraje natural desde donde se divisa hasta la Peña
de Martos. Lo hizo sólo seis meses, y compartía escuela con gente mayor que
ansiaba aprender a leer y escribir, con Teodoro, Cedillo y e Lute entre otros. .
. Después, su tío le enseñó con la cartilla, el Catón y algunos libros básicos, a leer más rápidamente.
Pero,
la diáspora de la guerra civil le hizo emigrar a tierras republicanas, y se
alojó en el Villar Bajo de Martos. Allí, recibía cartas de su hermano
Julián que se encontraba en el frente de
Madrid. Por eso, nunca, olvidará la anécdota que le indujo a escribir las
primeras letras. Fue, con motivo de la respuesta de una carta de su la familia
que leía su hermana Mariana. Ni corta ni perezosa, quiso acompañar con algunas
letras aquel mensaje y escribió con puño y letra estas dos palabras a su querido hermano: “Besos de tu hermana Pilar”. Ni corto ni perezoso su hermano no tardó
en responder desde las trincheras y e n alentar
aquella pasión por el saber de Pilar, y
le devolvió su alegría con este mensaje: “He leído los cuatro garabatos. Me
gusta mucho tu forma de escribir. Aplícate, Pilar, a ver si te haces una mujer
de la Nueva España ”.
Inmediatamente, se compró Manuscrtito y practicaba mayúsculas y minúsculas diariamente para cumplir con los deseos de
Julián.
Después,
se vino a la casa de su tío en la calle de los Caños. Allí topó con José
Jiménez, un alcalaíno que le atrajo por
el callejón del Mudo. Fue una tarde que
venía de excursión de tierras del
Cañuelo y los niños simulaban un volteo de campanas con el repiqueteo de los guijarros encontrados en el arroyo de
Chinares.
-Maestra,
que artistas traes…..Le dijo su futuro novio.
Unos
años después de la guerra, Pilar puso
escuela durante los años del hambre en esta casa que hoy rezuma sabor a escuela
y bancas de anea. Antes de la obra de restauración actual, todavía quedaban
planos y mapas de sus hijos, pero recuerdo algunos pedazos de aquella geografía
básica que enseñaba cantando, pedazos
con los que los niños aprendían las cordilleras y los ríos
confundiendo la Pineraica
y la Mariana
por Sierra Morena y se esforzaban por memorizar los límites de
España en los cuatros puntos cardinales.
Al Norte con el Cantábrico y los Montes Pirineos; al Este con el océano Atlántico
y …..
Su
metodología se basaba para el dominio de la lengua con la lectura de “Mis
dictaditos”, para el saber escribir con la aplicación de los ejercicios de la
“Ortografía dudosa”, y para perfeccionar con la copia del “Manuscrito”; en
cuanto a las matemáticas y el cálculos, ejercicios, y más ejercicios de
cuadernos; y en cuanto a la religión, los niños acudían a su escuela para
aprender las oraciones básicas del catolicismo y se preparaban para los sacramentos de la
confesión y comunión. En esta labor catequética, fue muy estimada por el
párroco perenne de Santa María la
Mayor , aquel hombre y cura
bajito llamado don Antonio Camacho, que la defendía ante los ataques de
otros profesionales que no querían que les suplantara en la enseñanza de la doctrina católica. Muestra de ello me
comenta la anécdota de un maestro de aquella época que le reprehendió en la
iglesia del templo de Consolación porque estaba mezclada con sus alumnos que se preparaban para la confesión. Ella, sin embargo, situada
tímidamente al final de los bancos de la capilla del Señor de la Expiración , esperaba su
turno y ante la intempestiva pregunta de qué hacía allí, se vio sorprendida
porque el propio párroco le respondía al ufano maestro:
-Déjala,
tranquila, que tiene mi permiso
.
Curiosamente,
no se producían muchos casos de absentismo escolar en su escuela de la
calle los Caños, porque todos sus
discípulos estaban interesados a integrarse en una cultura básica, pero el
que hacía absentismo, se marchaba a con cariño
y afecto hacia esta maestra. Por eso, Pilar no olvida nunca el abandono del niño del barrendero del
barrio que confundía la escuela con el ejercicio de acompañante de un circo
haciendo de payaso. Sin ser reprendido, y
con la sabia sabiduría, le aconsejó
que se marchara; el inmediatamente, le pagó
a la maestra y se marchó. Pero Pilar siempre recuerda que le saludaba afectuosamente.
En
los años cincuenta, se frecuentaba que
los niños más humildes del barrio se marcharan, tras su etapa de primaria, a realizar
los estudios secundarios al Seminario de Baeza; mucho fueron los llamados
y pocos los escogidos, porque, a las
primeras de cambio, se dejaron llevar por los nuevos aires de su madurez o de
la nueva sociedad y abandonaron la
sotana. Para aprobar el curso de introductorio, se necesitaban un sobreesfuerzo
de clases extraordinarias en aquellos chiquillos que algunos no habían cumplido
los diez años: Pilar los preparó a
muchos de ellos; siempre Paco Grande le llamará “mi maestra” o el mismísimo
nuestro párroco don Antonio Pérez Rosales. Estos niños, luego ele recompensaran
su dedicación con el agradecimiento personal y, a su barrio, adoctrinarán
con las catequesis en lo alto de las
escalinatas de la calle los Caños y en los bancos del tempo de San Juan.,
Pero,
no todos se fueron al Seminario, pues raro no es el cincuentón o sesentón
actuales que no hayan acudido a aprender
las primeras letras a su escuela; Pilar ya pierde la vista de algunos de los
años cuarenta como el exconcejal Pepe
Vega, pero guarda recuerdos inolvidable de Vale y José Luís, hijos de nuestra inolvidable Enriqueta,
la mujer del panadero Trompetín; ella le
creó los cimientos para una formación
profesional que se plasmó en la emigración madrileña. Y no , sólo, hubo niños, sino que hubo mujeres que conservan el ambiente de
esta escuela rural todavía en fotorgrafías de la casa como María Teresa
Castillo. Y, algunas no eran de los años cincuenta sino más jóvenes como Puri y
María Dolores Gálvez que ocuparon puestos muy importantes de medicina.
Todos
los profesores siempre han tenido un
ojito derecho, un san Juan evangelista como Jesús: así Pilar descubrió
en su niñez la inteligencia, maestría y halagüeño futuro de algunos de sus
alumnos. Es el caso de Rafael Hinojosa, pues ya en su tiempo se esforzaba en
ser el primero a la hora de dividir y dividir, le encantaba resolver con facilidad problemas y culminar la prueba del nueve, la que finalizaba
siempre el primero.
Sustos
tuvo Pilar. Pero sus alumnos siempre la defendían. Uno de ellos aconteció un día en que se entró confundido a su casa un miembro de la
familia de los Pinchos. Se subió al segundo piso, mientras ella daba las clases
a los niños en el cuarto de entrada. Parecía como si hubiera sido un ataque personal a cada niño, todos porfiaban por asaltar al extraño personaje,
que se disculpó pues había confundido
aquella casa por la de un familiar
cercano. Tal vez, fueran los días de la
vendimia de otoño
Pero
llegaron los años setenta, cuando se inauguraron las escuelas comarcales del Coto, se imponía la
enseñanza reglada, y pública….Pronto, Pilar solo podía dar clases en verano
para acompañar con su trabajo a la
hacienda familiar, pues su marido marchó a tierras alemanas a trabajar. Más
tarde, en el verano acompañó a sus hijos a compartir el trabajo en Alemania, la
escuela, la reliquia del barrio tocó a su final. Pilar transmitió a sus hijos
la pasión por la escuela, se hicieron maestros Casiano y José Antonio. Antes,
el primero se marchó como otros niños del barrio al Seminario, lo que más
deseaba Pilar.
Sigo
escribiendo. Y, sin darme cuenta, limpio las paredes de la casa del Ecce-Homo
ahíta de la pena que quedó por la
pérdida de tantos años de vivencia de Pilar rn aquellos rincones, con sus
vecinas Encarna, Marí, y las familias del barrio como los Lopera…
y , sin quererlo, me encuentro en
un piso del barrio de la Huerta
de Capuchinos, su pared está llena de cuadros de pintura naif, a la que se
aficionó en los últimos años con las enseñanzas e Carmen Esteo y el
venezolano Pedro Segovia ; me regala un cuadro para el museo del
Pujarero, un labriego con una trilla, pero me quedo fijo en un cuadro del
Cristo de la Salud
pintado cuando la vista no le jugaba malas pasadas: un Cristo que es su gran devoción,
como mujer genuina de un barrio que le cautivó a ella y a toda la familia. Se
siente agradecida, y me pide que la
lleve a ver su casa, la actual casa del Ecce-Homo, pero también me dice
que subirá a la iglesia de San Juan, a sus ochenta y cinco años con sus huesos
desgastados, pero su alma está
llena de generosidad, paciente armonía y de amor hacia los suyos, un
ejemplo más de nuestras mujeres del barrio.
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