DESDE LA CRUZ DEL RAYO
LA LEYENDA DE LA MINA.
La última vez que me recordaron el nombre de La Mina fue con motivo de una conducción de agua que bajaba al Cuartel de la Guardia Civil. Se había agotado aquel canal de agua y los miembros de la benemérita, alarmados me pidieron ayuda en mi servicio municipal. . Y ahondé en los derechos adquiridos su historia. La mina había sido vista por mí, de pequeño, y mis abuelos me habían contado miles de historias. La mina se ubicaba en la falda del nuevo barrio que había nacido en tono a las calles de Moreas de Gamboa y Tal de Arroba. La orientaba un cronista hacia el occidente del barrio de las Cruces, moteado de blancas cruces. Pero realmente se hallaba en dirección sur, en la ladera de los peñascos de la linde majestuosa de los Llanos, hacia el promedio de ese cerro, que como decía este insigne personaje “a cuyos pies tiene Alcalá su caserío, abre su boca una mina, cubierta de zarzas y tomillos, cuya senda tortuosa y estrecha, descendiendo con el declive de la ladera, parece como que va a perderse por bajo de las primeras casas enclavadas en sus faldas”. .
Hubo un antepasado que me comentó las célebres brujas cerniendo higos que se
transformaron en personajes provistos del espíritu de la hechicería; otro me comentaba que a
un familiar suyo aquella hechicera lo
había dejado encantado y no daba respuesta a nadie; algunos se remontaban a los
tiempos del principio de la Edad Moderna y comentaban que allí acudían y se refugiaban los duendes que acudían por
la noche a la Mota, a la casa del Miedo; más consistencia tenía el hecho de que
esta mina había sido refugio de los
monfíes cuando acudían a asaltar a los arrieros y sus recuas en su paso desde
la Campiña a Granada; dicen que un pariente mí vio algunos bandoleros de la
Sierra de Ronda esconderse en aquella
Mina para despistar a los alguaciles y caballeros
de la sierra que le seguían los pasos.
Con mi padre,
me acerqué una vez al hueco de aquella mina, pero, lleno de miedo, no me atrevía a bajar al fondo de aquella oquedad y
nunca pude descifrar su misterio. No sé si allí había tiestos de vasijas o
restos de fuego, allí ni jergones de paja, ni nada de nada. Pero un amigo de mi
niñez m, el Pacuco, nos condujo en una día de batalla infantil entre barrios
alcalaínos. Se introdujo entre sus matorrales, buscando el palacio de oro. que le había comentado su abuela, lleno de estalactitas
y estalagmitas, para descubrir la presencia de una reina de hadas sentada
en el tono de marfil, que había salvado de l hambre a un niño pobre del barrio del Arrabal. Fue el único que se atrevió a avanzar con una
caja de mixtos, cerillas actuales y un pedernal por si fallaba la cerilla y
estopa, Le acompañaba Pataavana, con una capacha de su padre potando todos aquellos elementos incendiarios y una
vela. Lo esperábamos sentados bajo un almendró; y se nos hacían los minutos horas, y a ellos
semanas. Al principio sentíamos algún
que otro alarido y grito, pues parecían que topaba su cabeza con alguna piedra
imprevista de la bóveda natural de aquella oquedad circular. Al fin, los vimos salir. Nos abrazamos.
Andamos con un azogue especial, para preguntarles muchas cosas.
Ávidos de
conocer muchas historias, de contemplar los tesoros escondidos. Nuestra primera pregunta consistió si habían visto a los hombres de piedra,
aquellos liliputienses de que habían
poblado las entrañas de la tierra, si les habían quitado las hachas de silex.
No nos daban satisfacción alguna, solo los harapos y zancajos de sus ropas se nos presentaban a nuestra vista. Dejando aparte estos seres, le preguntamos ya
por historias de moros y cristianos.
-Escucha, Pacuco, Pacuco,
-Bueno, que no he visto nada.
-Pero mi padre me dijo que leyó sobre un pasadizo que
desde aquí llegaba por debajo de tierra a otra mina del pie de la torre de la
Cárcel Real.
-Cuenta, cuenta, hemos visto una oscuridad.
-Te cuento: Sabes lasa veces que hemos entrado por esa
mina en el torreón de la Mazmorra, que se yergue como torre barbacana de la
fortaleza de la Mota.
--Pues, entonces me confirma la leyenda de la Mina.
Aquella que hicieron bajo tierra en tiempos de los cartagineses, la utilizaron
los romanos y no nos extraña que los
visigodos se escondieran.
-Más que camino
oculto subterráneo que arranca de la mazmorra es un escondrijo o guarida de
animales.
-Déjame, que prosiga. Desemboca en el Cerro de enfrente,
ten lo por seguro, bajo un peñón. Fue obra humana. Pasaron los tiempos, y quedó en el olvido,
como si fuera un túnel sin fondo. Algunos intentaron atravesarlo por curiosidad,
sobre todo, algunos muladíes para salvarse de las garras de otros musulmanes.
Pero no pudieron volver. Lo que te puedo asegurar es esta historia.
-Dime cual.
-En
1340, Alcalá se encontraba asediada y
cercada por las tropas de Alfonso XI. No podían salir sus moradores de la
fortaleza para enviar misivas al rey granadino. Entonce el alcaide Ibrahim cayó
en la cuenta de que existía este pasadizo comentado en muchas ocasiones por los
ancianos del lugar. Convocó al pueblo en el patio de armas de la torre del caid. Allí les pidió que necesitaba un hombre
valiente para que asumiese una hazaña
especial. Tenía que avisar al rey granadino que estaban cercados y debía acudir
en su ayuda. Se ofreció Tayre. Era un
hombre de espíritu inquieto, capaz de todo como un adalid castellano, una
auténtico almogávar, osado, de mediana estatura, su guardia personal, y también
archero distinguido; no necesitaba altura para hacer muestras de su valor. El
alcaide lo llamó al aposentó de su
palacete y le desveló que existía un pasadizo que nacía de la mazmorra y moría
en las Torres Bermeja, a quinientos pasos de la cuartel castellano, a través de
aquel conducto debía pasar por el camino de Guadix, y de allí avisar a las
tropas granadinas que estaban cercados. Tayre no dudó, no podía soportar más la
humillación que sufrían de parte los cristianos, los padecimientos de sed y hambre
durante tantos meses de asedio. No se lo pensó dos veces, se hizo de una
lucerna de bronce y de una antorcha . se introdujo por la sal de la mazmorra de
la torre de la Cárcel Real, y, logró atravesar aquel pasadizo. Llegó a la
corte3 granadina, donde fue recibido por su rey. Pero, de nada le valieron sus
lamentos y dotes de persuasión. No recibió respuesta alguna. Volvió a su tierra,
con la callada como respuesta. El rey no tenía tropas de refuerzo en aquellos
momentos, porque estaban dedicadas a cubrir otros flancos. Ante el alcaide
alcalaíno no hacía sino lanbzar improperios contra su rey. El rey convocó al
pueblo y no les dio más opción que entregarse a las tropas cristianas. Unos
meses después, un grupo de3 ellos se avecindaba en Moclín y otro en el Norte de
África, donde recuerdan el nombre de Said en algunas aldeas del Atlas.
Nos
contaron que los rasguños recibidos no eran sino fruto de haberse arrastrado
como cangrejos y los descosidos de pantalones y camisas se los había causado la estrechez de la parte
final. Desilusionados, decían que ni la
esfinge ni la sibila de Cumas habían salido a su encuentro. Tan sólo al final se
contemplaba una profunda sima que goteaba y formaba un pozo de agua. Pero, de
ahí que hubiera un pasadizo era otro cantar.
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