CAPÍTULO XVII. SIGUEN CON LOS JUEGOS INFANTILES.
Por
la mañana siguiente, Gome Muñoz esperaba
a Antón, mientras repasaba una nota manuscrita donde recogía,
por orden, los nombres de todos los juegos infantiles, que, años anteriores, había compartido con sus
coetáneos.
-Buenos días,
mi señor. Parece como si los sueños se le hubieran esfumado.
-Algo de
insomnio padezco. Me quedé pensando en el
aquel solar y en el juego la alcancía,
con el que he conseguido tantos trofeos. Comencé a darle vueltas y vueltas a mi
cabeza. Y se me vinieron a mi mente todos los juegos y los divertimentos del
pueblo, que reproducíamos en mi niñez en los corrales y junto a los caminos.
Comencé a anotar las danzas de los gremios con sus invenciones y sus lujosos
vestidos de antaño. Eran tan exuberantes y tan provocativas que despertaban la
hilaridad y la chanza de todos los que nos zaherían entre las filas del público
durante las fiestas del Corpus y las extraordinarias organizadas por el Cabildo
municipal. Y qué de premios les otorgaban:
para el primero, cuatro varas de
terciopelo; al segundo, otras cuatro de damasco turquesado, al tercero de raso
amarillo, y al cuarto de tafetán carmesí en la misma longitud.
-Pero sí están
decayendo, sólo quedan algunas del gremio de los tejedores, otras pocas de
los sastres, escasas en los hortelanos,… y abundantes en la de los campesinos. Ya no hacen sino
repetir las mismas mojigangas y los mismos inventos en forma de un diálogo que
se acerca a un entremés de campesinos o paletos, una pantomima como las antiguas atellanas
latinas, algún saltimbanqui o titiritero y
escasos son los que agudizan su ingenio
presentando una novedad en las
fiestas con un montaje sorpresivo para
la gente.
-Bueno, y, ¿ qué me dices sobre
el juego de los gansos?
-Nosotros , en aquel corral, los
simulábamos colgando la maroma de las
manos de un hombre sentado en la tapia del convento y otro en la otra
punta en el tejado de la alfarería, en
medio un trapo blanco de lienzo blanco se rellenaba de lana y simulaba a un ganso. Formábamos varias
cuadrillas y nos acercábamos al ganso hasta que sujetarnos a un chaval al
pescuezo del ganso. El que más veces resistía colgado los movimientos de bajarlo y subirlo ganaba la partida.
-Me decía mi padre, que consistía en una cesta de fruta. Otras veces, una
moneda de oro o varias varas de seda o de tafetán, telas tan caras y
codiciadas. .
-Se desarrollaba de la misma
manera como los mozalbetes y hombres
maduros hacían en la Mota, una vez extendida la maroma desde las tiendas altas de
los corredores hasta las de
Cabildo. Lo malo de aquella fiesta eran
los pechugazos en tierra, los chimbombos en la cabeza por los golpes de la
caída, los moratones en la cara, y los alaridos del ave.
-¿Qué eso del chimbombo?
-Nada, Antón, un chichón o edema con el que se nombra en
nuestra tierra al bulto de la piel tras
una caída. Déjame seguir. No me interrumpas.
Parecía como si fueran de bronce, aquellos gansos que compraban en
Valdepeñas. La emoción invadía a la gente de derredor., ¡ cómo gritaban al
muchacho, mientras se mantenía el máximo tiempo posible agarrado al ganso que colgaba de la cuerda! Fija la cuerda en el balcón
volado de las Casas de cabildo, en el
otro extremo, en los corredores, los
ministriles y los porteros se morían de risa mientras tiraban de la
maroma ella para levantarla o la aflojaban
para bajarla. ¡Qué cara ponían
los chavales, embadurnados de las grasas de los tocinos de las
carnicerías, que chorreaba del cuello del ganso! Golpetazo tras golpetazo y cuerpo a tierra forzados,
una vez que se marchaba los compañeros de cuadrillas. ¡ Con qué ahínco se asía
al ganso el participante del juego! Venga, unas veces para arriba, y otras para abajo,… casi se caía y hacía
trampas cogiendo se de la argolla donde estaba atado el ganso. Le decía
dolo, mentira, trampa, mañoso, valiente…, y le mostraban signos de victorias sus compañeros
de cuadrilla. Así hasta que llegaban a acabar con la partida de los seis gansos,
y se contaba el que más había resistido
las subidas y bajadas. Una, dos, tres, cuatro, ….y en bomborombillos y
volandas le daban una vuelta en la plaza hasta llegar va los comisarios de las
fiestas que le premiaban con pañuelos de seda que se colgaba al cuello. Una vez
arriba, soltaban la cuerda y el participante caía a tierra (es un decir, al
enladrillado de la plaza o el arrecifado) , seguidamente, de nuevo, se volvía a tirar de la cuerda haciendo subir al ganso y
al participante. Así hasta que el muchacho caía al soltar el ave o el cuello de
esta se rompía. Aquel que más alzadas aguantaba es el que ganaba.
-Mi señor, salgamos al mirador,
respiremos. Mira La Sierra, está nevada, recuerdo que me decía mi padre aquello
de ...Pedro Mártir de Anglería” vidi Alcala Regale -“super nubila erectum et in
conspectu in regno Granatae”
-Sí, sí estamos sobre las nubes, y como si todavía Boabdil viniera por
aquellos caminos. Fíjate en el solar, hay unos niños jugando.
-Claro, al juego del árbol.
-¿No recuerdas el que hicimos en
las fiestas extraordinarias con motivo de la batalla de Lepanto?
-Aquellos niños parecen como si
se ensayaran para las nuevas fiestas del
parto de la Reina. Soñaban con los premios.
-¡A quién le amarga un dulce! Si fueran los trofeos
como en aquellas fiestas, simplemente en el árbol se simularían las ramas con
varias e varas de tafetán amarillo y colorado para el triunfador.
-Pero, mi señor, se las tenían
que ver canutas. Nada menos que deben
subir el tronco de un árbol alijado por el espadador Juan Martínez, que dicen
que tiene que transportar a la plaza de la Mota una carreta con cuatro bueyes los
más robustos y poderosos de la abadía. Y, además, este año han guardado los sebos más
escurridizos para que no suba nadie y se escurra cuando tenga a tiro la punta
del árbol. Lo que es un incógnita es el tesoro escondido en ella..
Mientras
se asomaban hacia la muralla del Trabuquete, Antón le señalaba con el dedo a
otro grupo de niños jugando a los bolos. No podían distinguir las rayas desde
donde lanzaban las bolas ni los preciosos bolos que solían elaborar por
aquellos tiempos. Pues, cortaban de los chaparros algunas ramas secas y, con
ellas, hacía varios trozos de madera hasta convertirlos en un cilindro con
forma antropomorfa de cabeza apepinada y con una
base, al menos estable, para fijarse en el suelo. Las bolas solían ser también de madera y un poco
achatadas en sus ejes y con algunas agarraderas. Los niños solían reducir muchas reglas de los juegos y se
saltaban el número de tiradas. Antón le comentaba al escribano los saltos que
daban cuando lanzaba el bolo a larga distancia y que no podía superar el otro
jugador.
Un poco más
alejado cerca de los aledaños del Barrero, otros niños jugaban a la barra
castellana. Antón le comentaba a Gome lo
que tenía escrito con el título de Tiro de la Barra. Y le indicaba la
peligrosidad de este juego, del que había oído decir que los regidores querían
trasladarlo a la Corredera cerca de una era. Pues la barra era pieza cilíndrica
de hierro con las puntas afiladas con el fin de que, al lanzarse , quedara
fijada o clavada en tierra.
-Mi señor, las jabalinas de los
niños son de madera. Pero, de madera que pesa , para ser clavada.
-Ya
lo sé. Los mayores tampoco usan armas de guerras. Ya lo hagan a pecho, a pijote
o entre piernas, se sirven de las barras de los molinos de harina, o las de los
arados romanos,
-Y, aquellos , ¿qué hacen?
-La ferrezuela., mi señor. Se pasan en el manteo de los chicos, de seguro que causarán una lesión a
alguno.
-Y, en la plaza, ya
comienzan los espadadores a ensayar juegos de esgrima como si fueran a guerrear
de nuevo con los moriscos
-Fíjese, mi señor,
mis señor, ¡cómo junto al Posito juegan los niños y se pasan la pelota de uno a
otro!
-Corta, que viene
un cliente para redactar un testamento.
-Esto me ocupará
toda la mañana.
-Te reto para un
atuque de naipes esta noche.
-Atuque o ataque,
prefiero los juegos de mesa como las damas o los dados.
-Sí, además el
corregidor y los familiares de la Inquisición han metido en la cárcel eclesiástica a varios jugadores
furtivos.
-Por eso, más
bien, juguemos una partida de ajedrez,
porque siempre me ganas en las cartas.
-Bueno, con las tablas quedamos, pero sin apuestas.
En mi casa a las seis de la tarde.
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