CAPITÚLO XX. EL
SOLDADO MARTÍN JIMÉNEZ.
Comenzaba a tener fama un joven escribano de nombre Alonso y primer apellido Ramírez. Frecuentaba la tienda de don Gome y solían entablar amplias conversaciones. Aquel día de frío invierno, no tenía mucho trabajo. Encendieron el brasero y se sentaron alrededor del bufete, mientras esperaban los clientes. Don Gome andaba, desorientado de la noche anterior, y no sabía como evadirse de cualquier pregunta inadecuada o incómoda. Por eso, le comentó que todavía quedaban resquicios de la paz de las Alpujarras y le salió por peteneras con el tema de los monfíes. Por su parte, Alonso Ramírez le sacó un asunto de 1570, en el que había aprticipado como escribano. Y le dijo:
- Yo no se esperaba
escribir un documento tan insospechado como el que me aconteció aquella mañana
de agosto. Desde el mirador de la Mota,
asomándose por la parte trasera de al tienda de escribanía, el día anterior
había visto venir a la ciudad una caterva de personas, con triste atuendo de
moriscos que parecían una prenda de un botín de guerra; venían escoltados por
un jefe y varias escoltas de soldados, y
caminaban arrastrando los pies y, a veces,
el mismo cuerpo y asidos a las
sogas de los soldados y de los burros a los que los tenían atados. Corrían los
trágicos momentos del final de la guerra del levantamiento morisco de las
Alpujarras. No hacía sino darle vueltas
que, en los últimos momentos, se habían acrecentado el mercado de esclavos, los
fugitivos por las Sierras y muchas caravanas de personas que se trasladaban
hacia el interior, apartados del Reino de Granada. Comentaban que el ejército
castellano no había podido sofocar
aquella sublevación, cuando se
encontraba al mando del Marqués de Mondéjar. Pero, desde que llegó don Juan de
Austria como capitán general habían cambiado muchas las cosas, en 1570, año este, en que el levantamiento fue
sofocado por don Juan de Austria al mando de un ejército regular traído de
Italia y del Levante español. Hasta la llegada de las tropas de don Juan de
Austria actuó la milicia local, en la que se integraba la compañía de don Diego
Mejía, compuesta por 300 hombres, algunos de ellos de pueblos de la comarca de
La Serena.
-Abundaron, amigo Alonso, los desertores. No había día que quedara una cama libre en los hospitales de la ciudad, que hacían de fondas.
-Te cito, para que veas el documento, exactamente la orden que nos enviaron desde una orden militar : "Ante las deserciones que se producen, el 29 de abril de 1570, "el
fiscal de Su Majestad de la Orden de Alcántara actúa contra Francisco Benítez,
de Campanario, y contra Juan Ramírez, vecino de Villanueva de la Serena".
-Te dejé este asunto a ti, Alonso. No quería más complicaciones.
- Sí, estoy muy agradecido. Me refiero al de un
vecino de Villanueva, Juan Alguacil, testigo en la causa, relató cómo el
capitán se encontró por el camino, al regreso de una misión que le había
llevado a Órgiva, con otros desertores: "un hijo de Salvador Pérez que
se llama Juan Pérez y a Pedro Gómez y a Pedro Escobar y a dos hijos de Pedro
García que se llaman Juan y Alonso y a Martín Alonso Márquez, vecinos todos de
esta villa de Villanueva y ansí en el dicho camino vio que venían hasta esta
tierra Marcos Hernández y a Francisco Pérez. Se sabía de oídas que
aquella mañana la llegada de un capitán muy apuesto, que había encerrado a
todos los moriscos en el Hospital del Dulce Nombre de Jesús y de la Veracruz.
Pernoctaban hacinados para hacer una nueva etapa con dirección a Extremadura. Pero,
muy de mañana subió a la fortaleza, y vivió este acontecimiento de un paisano
suyo ante mí.
-Recuerdo que le causó sorpresa, - interrumpió el oficial.
- Claro que sí, porque inesperadamente se topó con este soldado de la guerra de las Alpujarras, que se sentía
ufano de haber acudido a la guerra con el ilustrísimo capitán don Juan de
Sande. Lo primero que hizo al entirar al
escritorio, fue decirles a los escribanos, soy soldado del capitán Juan
de Sande. Me tiene que servir usted con todos los honores. No soy un prófugo ni
un…Pero, al ver al oficial se salió y dijo:
-A sus órdenes, mi capitán.
El
escribano, sorprendido, le preguntó:
-Que le trae por estos altos.
-Un
simple papel de trueque de soldados, me llevan por la calle de la amargura,
entre cambios, deserciones…y fallecidos.
--Me
dice sus datos.
-Soy
el capitán Juan de Sande, de la ilustre casa de los señores de Valdefuentes,
oriundo de Galicia y, actualmente, vecino de Cáceres, donde ejerzo de regidor y
además me nombraron como capitán de una compañía de la ciudad.
-Ilustre
linaje, los Sande, me suena don Álvaro de Sande, sus batallas con Carlos I. Dicen
que su abuelo, el poderoso Sancho de Paredes Golfín, escribió al Emperador Carlos I de España y V de
Alemania, para que lo admitiera a su servicio. Estuvo presente en numerosas
batallas en Europa en la conquista de Luxemburgo, Epernay. Aquí una mina le
abrasó el cuerpo: pero no desistió en la
carrera de las armas, siguió dirigiendo la batalla desde la camilla donde esta
postrado, conquistando Augsburgo, Frankfort, Parma, Siena y África, donde presenció el desastre de la
isla de los Gelves. Cayó prisionero de los turcos y fue llevado a
Constantinopla, donde estuvo cinco años. Libre de cautiverio, al haberse pagado
un fuerte rescate, volvió a guerrear contra los turcos como Maestre de Campo
General, consiguiendo liberar la Isla de Malta. Llego a ser Gobernador y
Capitán General de Milán en 1571, Felipe II le concedió el marquesado milanés
de la Piovera y sus descendientes cambiaron el titulo por el español de
marqueses de Valdefuentes.
- y me dijo además: Soy hijo de su hermano Pedro, el que heredó el título-el cuarto señor
de Valdehondo-, pero pasó a manos de su
hermano y engrandecido con el de Piovera
y señor de Vladehondo.
-Sí
no me equivoco, su divisa y escudo un águila en vuelo orlada de banderas y
estandartes.
-Claro
que sí.
-Mi
madre no dude, usted, que también es de alta alcurnia. Doña Aldonza de Torres,
hija de García Fernández de Vargas y Marina Paredes.
-Pero,¿
a qué viene usted mi capitán?, me basta con su presencia y sus titulaciones.
-Sí,
capitán en esta guerra contra los moriscos, por tierras de Almería. He traído
una partida de moriscos para venderlos en los mercados de fuera del reino de
Granada. Algunos los llevaré al mercado extremeño de Cáceres y otros nos los
reservaremos como botín de guerra.
-Cuando
quiera iniciamos los contratos de compraventa, no tiene más que buscarme a los
comparadores, ahí en la plaza abundan los regatones y los mercaderes.
-No
ni mucho menos, este no es el motivo de mi visita.
-Entonces,
¿en qué le puede complacer?
-
Un poder notarial.
-Que
no, que no, es un trueque…
-Un
cambio de alguna moneda, con esto de la inflación…
-Tampoco, no es
un asunto ajeno a mi persona. Un soldado.
-Sí
ese que me espera en la puerta.
-Ah, el que le redacté los papeles, -dijo el oficial- muy de prisa. Un tal Martín Jiménez que hablaba con el alguacil
menor a la puerta de aquella torre, en
el soportal de un cuerpo recién
construido. Me comentaba que había
estado recorriendo los campos de Almería, allá por tierras de Cadiar y la
alpujarra almeriense, su anterior su oficio de vaquero, que le servía de
apellido. Y, en medio de la conversación me desveló que tuvo que venirse a la
guerra en una de las levas que hicieron
para la guerra y encuadrado a las
órdenes del capitán Sande. Me mostraba su arcabuz, su frasco, su rodela y sus
prendas de vestir de la guerra algo deterioradas. Pero, mantenía asidas
con mucha fuerza sus armas porque
no se fiaba que algún rufián pasara por la plaza y se las quitara. Era
una orden tajante que debía cumplir de su capitán. Junto a él se encontraba
Juan Zamorano, otro joven cacereño que había quedado de reserva de leva de la
ciudad extremeña, y había acudido a la cita notarial de la ciudad de la
Mota por una misiva que le envió el capitán
Sande. Un poco aturdido de la situación,
no sabía lo que le esperaba si acompañar a la comitiva hasta Cáceres o volver con el capitán a la guerra. Los dos
andaban en una densa conversación contemplando el trasiego comercial de aquella plaza alta de la Mota,
rodeada de casas y tiendas de la ciudad y particulares, un hospital (que
algunos denominaban de los Monteses), las Casas de Cabildo y una Iglesia, la
Mayor, alzándose en torno a una anterior de estilo gótico y con un bello
claustro adosado a las Casas de Cabildo. Se oían las voces de los mercaderes
portugueses que vendían telas, hilillos y prendas de Portugal en las tiendas
debajo de los escritorios, junto a la
casa del corregidor. Salían los vecinos con sus
varas de tela de tiradizo, de tafetán, lino y estopa. Los había que
compraban especies y productos de comida en la plaza. Y mi compañero Pablo, escribiente del notario Alonso
Ramírez lo llamó al interior de la escribanía a grandes voces "Martín Jiménez Vaquero". Servidor", le respondió al instante. y como un eco dijo el otro soldado " Juan Zamorano, servidor". "Entren, entren en la escribanía" le dijo el escribano. Alonso Ramírez abrió el legajo y, como muestra de notoriedad, se puso manos a la obra con su pluma.
-No me lo podía esperar, porque comencé
a escribir“En la ciudad de Alcalá la Real, llave, guarda e
defendimiento de los Reinos de
castilla y León, a 2 de junio de 1570, … de pronto interrumpió
la escritura del documento.
-¿Qué pasó
?
-Pues, que al preguntar quién
se obliga en este caso y , responderle "El
soldado Martín Jiménez, natural de Cáceres y estante en esta ciudad". Entró el capitán y cambió de
aspecto. Le
entregó las armas a su colega y se obligó a no desertar y a volver a la guerra.
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