A
todos nos impactan las cifras de pobreza y exclusión social de nuestra tierra.
Pero, cuando la naturaleza ofrece su rostro más trágico, como ha acontecido durante
este mes
en Filipinas con la embestida del supertifón Haylán, ya no nos quedamos impactados, sino que nos vemos anonadados. Como siempre los resortes
de loa mayoría de los corazones del mundo, suelen responder generosamente a una
megatragedia: de índole inconcebible
para los que gozamos de una buena posición de bienestar, pero concretada con números, cifras y datos irrefutables. Si no, comprobémoselo. Nada menos que ocho
millones de personas afectadas en 574 municipios o ciudades. De estas se han visto obligadas a
desplazarse112.962 personas. Se encuentran
además., más de 130.074 casas
destruidas. El paisaje es desalentador:
caminos intransitables, mercados
totalmente destruidos, escasez de
alimentos, cortes de energía en la mayoría de las zonas afectadas, falta de
agua corriente de las diversas redes en muchas provincias
filipinas.
Ante
esta situación son muchas las llamadas de colaboración y ayuda, a las que nos
convocan las ONG s, Cáritas, UNICEF u otra cualquier organización altruista. Nos convocan no sólo con la
urgencia necesitada y básica de agua,
abrigo, o alimentos sino con la
celeridad de la emergencia por jugarse la vida de muchas personas, que pueden
verse afectadas en muchas enfermedades y,
con nuestra ayuda, sin embargo librarse de la muerte . Sirva como ejemplo esta
nota de Javier Martos, director de UNICEF : “El
pasado viernes el devastador tifón Yolanda arrasó Filipinas, destruyendo
pueblos enteros, haciendo desparecer millones de hogares y dejando cuatro
millones de niños en una situación de niños en una situación de grave riego,
sin alimentos ni agua potable. En esta catástrofe natural de esta magnitud, los
niños son los que más sufren. Nuestra prioridad en estos momentos es actuar lo
más rápido posible para salvar vidas.
Cada momento cuenta para salvar la vida de estos niños”. En parecidos términos se referían los
equipos de Caritas, cuando comenzaron a proporcionar las primeras ayudas a los filipinos siniestrados. En palabras del
voluntario Rey Barnido, miembro del
personal de Cáritas Filipinas en Taclobtan City y
presente en el terreno, se
refería así: “ el hospital regional está
desbordado de pacientes que necesitan
ayuda. Hay muertos por todas partes. No hay agua ni energía. Los voluntarios
están tratando de gestionar este desastre. Es como si hubieran lanzado bombas
nucleares”.
En medio de la
economía egoísta imperante que nos invade, me viene estas palabras del economista Enrique Lluch, defensor de la
economía altruista: “Cualquiera que
quiera ser solidario, que piense que nuestra economía y nuestro sistema social
deben ser más justos-entendiendo esta justicia como una mejora de los que peor
están “. Y en este caso el pueblo filipino
no está peor, está destrozado. Y ahí ya
no vale tan sólo la justicia, sirve
todo, con el nombre de solidaridad, fraternidad, caridad o ayuda global, lo que
cada uno o cada institución quieran.
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