Ante el
escribano Manuel Montes Lezcano, un 10 de
diciembre de 1718 comparecieron varias
personas, todas ellas reclamadas y citadas por el alcalde mayor Pedro Montemayor y Pizarro en su casa de la
calle Real, ya que el ayuntamiento se la había alquilado por ser un cargo oficial.
Habían acontecidos reyertas entre pastores por cuestión de pastos, entre
agricultores por motivos de aparcería y lindes, pero este litigio, ante los mismos ojos del alcalde mayor y no
enterarse de nada, se pasaba de castaño oscuro. Pues, a unos
metros, un poco más debajo de la
aguardentería se había formado un altercado impresionante y nadie quería saber
nada de nada. Caminaban un maestro herrador
y un campesino Tejuela abajo, y al revolver de una esquina se encontraron
unas mujeres en tono pendenciero tirándose de su cabellera y lanzándose arañados, y
estos dos vecinos se dijeron el uno al otro.
-Vámonos, hombre, ellas que lo
armaron, lo desarmarán.
-Vámonos.
Juan de Frías
se encerró en su casa y, tras pasar unas
horas, escuchó tras la reja, que no era ruido de mujeres sino una pendencia
entre otros dos vecinos suyos, Juan de Vílchez y el menor Pedro Cañete.
La
aguardentera Mariana de la Peña acudió a la casa de Juan de Vílchez y contempló
la escena. Vio a este medio muerto y tirado al suelo lleno de sangre. Y escuchó
que el agresor era un tal Cañete, del que no se dio cuenta de su presencia,
porque no tenía ánimo para ello. Juan Peñalver, vecino de tapia lindera,
frontero, salió al amanecer de su
casas y
no percibió nada, solamente, pudo manifestar que un tal Cañete el mozo
iba, paseo arriba abajo, como si tuviera la mosca tras la oreja. Ya
muy tarde, llegó a su casa y quedó
informado de la pendencia entre Cañete y Vílchez, y de que este último, su vecino, se hallaba
herido en la cama por una pedrada de Cañete.
Pero,
a Cañete no le valió de nada el escabullirse
y salir del atolladero, sino que fue reclamado por la justicia para que
se presentara.
El alcalde
mayor, habiendo percibido los mismos rumores que los otros vecinos, ni corto ni
perezoso había convocado en primer lugar
al escribano Manuel Montes y a sus alguaciles mayores. Les ordenó que el
primero escribiera que se abrieran los
autos y, a continuación, a su equipo
policial que trajeran presos a sus vecinos Pedro Cañete, que los vecinos apodaban “El menor”, y a Juan de
Vílchez.
El escribano,
a instancias del alcalde mayor y abogado
Pedro Montemayor y Pizarro,
redactó que se había producido un altercado muy grave entre los dos vecinos,
en forma de disgusto y pendencia causándose graves heridas a Juan de Vílchez por parte de
Cañete, al que había que infligir un cruel castigo. Inmediatamente, les dio una
orden de detención para que comparecieran
como reos y, al mismo tiempo para esclarecer las circunstancias, convocó a
varios testigos que hubieran presenciado
el caso.
El alguacil
Jacinto Retamosa, tras haber jurado que diría la verdad, fue el primer en
manifestar el contenido de los acontecimientos, declarando que Cañete acudió a la casa de Juan de Vílchez y le dio una pedrada,
provocándole la caída; inmediatamente salió corriendo. Pero el mismo lo
persiguió y pudo prenderlo, por eso lo tiene preso ante su autoridad. Se
presentaron en casa de Juan de Vílchez, y lo encontraron acostado en la cama
con la cabeza liada con unos trapos
blancos en forma de vendas.
Como el
afectado era Juan de Vílchez, el alcalde mayor le pidió que declarara ante la cruz el
relato de los acontecimientos. Y así los hizo:
-“Yo le debía
a Pedro Cañete tres cabezas de obrada
con su peón”.
-Es decir el
importe de tres días de trabajo con su correspondiente mula, lo que es frecuente en nuestros pagos donde
se intercambian animales y trabajo en labor de aparcería-interrumpió el
escribano.
-Déjeme,
señoría, que se me va el hilo, pero hace unos días vino Cañete a mi casa y me pidió
la mula a cuenta de lo que le debía, con el fin de que iba a arar las tierras del
cura José Solís. Se la prestó, y, tras
la obrada, se la trajeron, al anochecer,
el cura y Cañete, destrozada y renqueando, jadeando como si se fuera a morir. Se lo voy a decir
más claro que el agua, me la trajo con el mismo efecto que si hubiera salido de
un río, reventaíca.
-Déjese de epítetos,
vaya al grano.
-Volvió de
nuevo otro día y se la dejé con el fin de que le pagaría a cuenta de otra
peonada. Y, esta mañana, mire su señoría por donde, cuando acabé de dársela de nuevo, se dirige a
mí con estas palabras: me dice el cura Solís que eres un hombre pícaro, ruin y
embustero.
-Claro, y, en
consecuencia, empezó la trifulca.
-Pues claro
que sí, cómo iba a consentir yo aquello.
Le dijo que no me lo creía, también que el cura no era un hombre, que yo averiguaría todo esto. Y, alterado, hecho una
hidra o un energúmeno, porque no podía
más...le dije que no se llevaba la mula.
--De seguro
que entonces cambiaron las cosas.
-Como lo sabe,
cogió la mula para llevársela y yo tiraba de mi mula para meterla en mi casa,
`pero Cañete, se arrodilló y agachó, cogió
una piedra igena
-Que no; ígnea,
volcánica, me demuestra que es un
cateto.
- … y me la
tiró a la cabeza.
-Pero mi mujer
que presenciaba la escena lo cogió del
brazo y no pudo alcanzarme. De nuevo se soltó y cogió otra piedra que le hirió en la frente. Caí desmayado, y
entre nubes, acudió a mis gritos el síndico
alguacil que me preguntó si quería querellarme con quien me había
herido, para que corriese con los cargos de mis heridas y daños.
-Y, usted, Juan, que me dice?
-Que no, que
no me quiero querellar, que yo corro a cargo de mis curas, medicinas y boticas,
y me pongo en manos de cirujano para que cierre mi herida. Señor alcalde,
primero es la salud; luego, ya veremos…
-Atente a tus
razones y, pero debes mantener bajo mis órdenes, no te excedas con alguien. Y, como no quieres
querella, debes pagar todos los perjuicios que se te han ocasionado.
Llamó al
cirujano y le reconoció. Lo primero que hizo fue quitarle los trapos y
dirigiéndose al alcalde mayor, le diagnosticó:
-tiene varias heridas,
una en la frente y otra en la cabeza en
el coronal; los trapos están llenos de sangre, para que conste en la diligencia.
-Gracias,
Ginés Terol, cúrelo.
Se puso a
curarlo para emitir su parte médico y
así se los manifestó al alcalde mayor :
- Pero , se lo
voy a diagnosticar en e términos médicos “He curado a Juan de Vílchez, vecino de esta ciudad, de una herida
contusa fracturando el cráneo en
el gueco coronal continuando con el
criborio otra herida que tiene el susodicho en el coronal continuando en la
comisura coronal y son peligrosas por el
sitio que ocupan y por los accidentes
que `puedan sobrevenir , que esto al verdad
a su saber y entender. Lo firmo , a requerimiento de su merced
-Gracias,
Ginés.
Se tomaron una
parada el escribano y el juez. En el ínterin
acudieron los testigos. Un tal Juan Márquez, maestro herrero, le dijo
al escribiente que todo fue al amanecer cuando los campesinos salían al
campo, y en la esquina de la
aguardentería donde tomaban la energía y
el combustible para iniciar la tarea, escucharon varias mujeres alteradas, a
las que trataron de ayudarle. Desistieron de su colaboración y auxilio y no dieron más que estos escuetos datos, tan
solo escucharon voces y gritería. Juan
Guerrero dio más detalles, porque muy ceremonioso manifestó que venía del
Llanillo hacia la Tejuela cuando oyó grandes voces y se acercó al lugar de la
pendencia y, en sus palabras lentas y calmosas,
manifestó que los “quiso meter en paz”, pero no pudo, pues no lo
respetaron. Y dio un nuevo dato, me insinuando que anteriormente Juan de Vílchez
le lanzó otra pedrada a Cañete que le cayó a la espalada.
No estaba muy
conforme el alcalde mayor con las declaraciones del primero y mandó al ministro
de justicia que se trajera de nuevo a
Cañete ante su presencia, al mismo tiempo que ordenó que se le embargaran los bienes
de su casa. Y envió al síndico con varios ministros de justicia fueron a la calle Pastores y recogieron todo el mobiliario de esta persona , poca
cosa , alguna ropa de cama, un bufete de
nogal, varias arcas, objetos de
cocina-olla, una caldera , una artesa,
cinco retazos de tela, otra caldera, un caldero, un perol, una aja de
agua, dos pares de trébedes, un asador, dos candiles, una sillería de enea , seis lienzos de pintura,… y escasa vestimenta, si esta puede llamarse a
dos calzones pequeños, un jubón de sempiterna con mangas de calimaco , una espada
de caballo, una escopeta de cartuchos , una capa de paño, manto de anascote, pollera
, y algunos instrumentos del campo como a azada y el amocafre.
El síndico subió a un cuarto de la
segunda planta con las mujeres y le preguntó qué había allí.
-No se lo
puedo decir ni pienso abrirle, porque esta habitación pertenece a
Juan Garrido.
-El
labrador-le contestó el síndico.
-Sí mi
señor. Pero yo no le puedo abrir, y me
niego a que lo haga.
-Bueno,
alguacil, llama al cerrajero Antonio, que venga…
Acudió el
cerrajero y encontraron muchos bienes muebles dentro de ella. Un serón con cuatro fanegas de harina,
20 fanegas de trigo, una arroba
de lino, media fanega de palo herrada, un arcón con vestimenta ( chamarra de paño fino y azul, calzones con botones de plata, capa de lamparilla, mantilla , medias, capa de pelo , jubón de
rato verde, una montera, varias piezas
de cáñamo, sábanas, camisas,
calzoncillos). Y el síndico le dijo:
-Llevad todo a
las casas y depósito de Pedro Fernández.
Y que firmen los testigos que se los hemos dado y no lo puede devolver
hasta que haya sentencia firme. ,
-Siempre,
Cañete y su familia, con sus pillerías. Por eso, se ve en estos enredos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario