Hace unos días, un documento de finales del siglo XVI cayó en mis manos. Y me llamó
mucho la atención, que hacía referencia al testamento de la viuda Isabel Polaina,
tanto por su apellido como por su
esposo, el arriero Pedro de Baeza. Le
habían adosado, para distinguirla de otras
mujeres con nombre Isabel, el apodo de la Polaina, la Calcetina, y la
Media del Pie. Como es lógico en su texto, se percibe que esta mujer se
sentía enfadada por el mote que le
habían adosado. Pero, además las había pasado bastante canutas , soportado
indescriptibles desgracias, y sufriendo
las de Caín. Su marido pasaba durante casi todo el año recorriendo con su reata de asnos
y mulos las tierras alcalaínas y granadinas
y transportando el vino torrontés
de la comarca abacial y la lana de los
rebaños de la Sierra Sur. Para colmo, con motivo de la guerra de la toma de
Orán, se quedó sola con sus hijos, pues su esposo tuvo que acudir a la guerra con su
arcabuz y acémila bajo las órdenes de los capitanes alcalaínos y el mando supremo del conde de Alcaudete. Y
cayó preso. Isabel anduvo de la Ceca a la Meca para buscar dinero con el que
afrontar el rescate de su marido, por medio de intermediarios granadinos y
malagueños. Y removió Santiago con Roma hasta lograrlo rescatarlo de las mazmorras de
Argel.
Pero, en sus últimos años, disfrutaron de
cierta estabilidad y tranquilidad con el arrendamiento del mesón de Aparicio
Martínez de Colomo, situado en la calle Llana de los Mesones, cerca de las
Entrepuertas de la Mota. Por su testimonio, abundaba en sus postreras
intenciones pagando deudas que
especificaba entre sus mandas afirmando que eran sacadas de la faltriquera. Me
sorprendió este arabismo. Era comprensible que empleara faltriquera en lugar de
bolsa. Pues esta palabra provenía del mozárabe ḥaṭrikáyra (lugar
para bagatelas —cosas de poco valor—) y se usaba en este contexto cercano a
Granada. Definía una prenda muy utilizada en los entornos rurales durante
la Edad Media y hasta bien entrado el siglo XX. (Todavía, se
distinguen ciertos personajes como las mujeres gitanas que guardan lo más
insospechado en la faldriquera). Por cierto, en el documento se escribe
faltriquera, pero por estos lares y en otros sitios la emplean como faldriquera
o faldiquera. Aquella bolsa, todavía, le había permitido sacar a su marido
preso en la cárcel para poder pagar al dueño del mesón y afrontar las condenas y otros
litigios.
En los vestidos regionales y
tradicionales de muchos pueblos de España, usaban esta pequeña prenda de tela
plana, con forma rectangular y con una abertura, elaborada a mano, con forro
por detrás y por dentro. En los trajes aldeanos solía hasta bordarse bellamente
y colocarse debajo de la falda y delantal. Colocada en un lateral a izquierda o
derecha, servía de bolsillo, donde guardaban pequeños objetos útiles. No nos
extraña que nunca faltaran algunos de
estos objetos: la navaja, las tijeras,
la caja de cerillas, un pañuelo para limpiarse, un dedal, un tubo con agujas,
hilo, un monedero con unas monedas, las llaves, imperdibles. Siempre la
llevaban puesta a donde fueran. Y, distinguía a la mujer frente a los varones
que solían llevar en los chalecos bolsillos para guardar estos elementos. En algunas regiones se usaban distintas
faltriqueras según fuera para uso diario, para los carnavales, en las romerías
o en las fiestas regionales. Actualmente, se conservan de paño, tela o
terciopelo en los trajes regionales de los museos. Ya no es tiempo de
faldriquera. Pero se necesita que vuelvan estos tiempos para afrontar los
nuevos y futuros años con esta alforja y
su instrumental. Es el momento de transportar una buena faldriquera, nunca
mejor que en periodo electoral. Y
contenga la navaja para cortar todos los momentos adversos que han sacudido durante estos fatídicos años
de pandemia; no falte el pañuelo que limpie el patio; los instrumentos de coser para sanar las heridas y confeccionar
nuevos vestidos; traiga monederos de
proyectos en Andalucía; y las llaves con las que se abran puertas de un
nuevo progreso para las tierras del Sur,
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