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domingo, 8 de mayo de 2022

HOY EN LA SEMANA DEL JAÉN. LOS BÁRTULOS

DÓNDE VAS CON TANTOS BÁRTULOS

Nunca imaginaba que la palabra “bártulo” hiciera referencia a una persona. Más bien, adivinaba que podía provenir del nombre de una cosa. Me la había imaginado y empleado en muchas ocasiones:” ¿Dónde vas con tantos bártulos?”, “Mercedes, vas cargada de muchos bártulos”. Es verdad que no la he encontrado  en singular en el diccionario ni en el uso cotidiano. Siempre, se escucha en plural. Y así la recoge  el Diccionario de la Real Academia Española. La relacionaba como muy bien la define el diccionario español  en el registro de los bártulos, a saber: enseres que se manejan y comprendía  perfectamente el sintagma coger o liar los, mis, tus y con toda gama de adjetivos los bártulos. También, no me sorprendían ciertas acepciones verbales que coloquialmente expresaban la decisión de intensificar la precipitación o el enfado, que acompañan a la decisión de irse como en el caso de preparar los bártulos. O, más concretamente, otra expresión coloquial como recoger los bártulos para disponer los medios ejecutar algo.

Sin embargo, un documento alcalaíno de la segunda decena del siglo XVI, me ofreció un nuevo registro, que me conducía a su origen y etimología.  En concreto el licenciado  y abogado Alonso de Hinojosa compraba a Martín de Guerra, un licenciado cordobés, que ejercía el oficio de secretario de abogados, una librería jurídica. Y al proseguir su lectura, me especificaba que  se encontraban en ella obras  del derecho civil y dos canónicos, y la lectura de Bartulo y de Pablo de Castro y Abades, y  otros libros que “de él compré”. Lo adquiría por el elevado precio de mil reales, casi el precio de un ganado de cien ovejas. Y del valor del contrato debía responder hipotecando los dichos libros y una finca de 19 aranzadas de viñedo, es decir 19 fanegas, en la Sierra de la Acamuña, linderas con el arroyo y otros viñedos de Gallardo.  

Ya me di cuenta que estaba claro que se relacionaba con una persona, de nombre  Bartolo, un acortamiento de Bartolomé, palabra de origen hebrero, que significa en esta lengua el hijo de Tomay.  Esta palabra pasó a la lengua griega  y se transcribió como bartholomaios, y luego al latín, bartholomaieus (en español, Bartolomé), que algunos lo traducen como el hijo de Ptolomeo

Bartolo de Sassoferrato fue el autor de los libros comprados, y fue  un famoso jurista  del siglo XIV, cuyos libros adquirieron una fama inmensa en  muchas universidades europea, desde Bolonia a Salamanca pasando por otras españolas como Alcalá de Henares o Granada. No nos extraña que Nebrija, cuyo V aniversario de su muerte  se celebra en este año, estudiara en la ciudad de Bolonia, donde Bartolo impartió clases, y luego se trasladó a las universidades española con los libros del escritor italiano bajo su brazo. 

El documento me ratificaba el uso de Bártulo, en singular, como obra jurista y, en su auténtico significado relacionado con el autor. Pronto esta palabra, uno decenios después, amplió su acepción y cambió número en plural con su significado de “libros de estudio” “argumentos jurídicos” y, otros más específicos como “alhajas o negocios”.  Por eso es comprensible, el uso con el sentido de ‘argumentos jurídicos’, recogido de Crónica del reino de Chile, de Pedro Mariño de Lobera: No quisieron recibir a don Alonso en tal cargo, encomendándolo a un oidor que sabía muy bien usar de las armas de sus bártulos y digestos, aunque en las armas de acero no estaba muy digesto por no ser de su profesión ni ejercicio. Y de ahí, un paso de pasar de lo inmaterial a lo materia y convertirse hasta el español actual, en la palabra “bártulos” significa “enseres que se manejan”, según la definición del Diccionario. Y se comprende sin lugar a dudas que la locución “ir con tantos bártulos “o «llevar los bártulos», tiene sus raíces en el estudio del Derecho. Más claro no puede ser este documento alcalaíno. Pues esta expresión ya y la utilizaban los estudiantes de Derecho cuando transportaban los manuales escritos por Bartolo de Sassoferrato. Este comentarista o conciliador cerró el ciclo del derecho medieval y abrió el derecho romano, y fue cofundador con otros juristas como Pistova, Ubaldi y Maino de la jurisprudencia europea.  En aquel tiempo los manuales de jurisprudencia, eran auténticos tumbos, libros de grandes dimensiones y grosor, pues la imprenta recién inventada por Gutenberg no producía pequeños libros. Eran grandes y costosos. Y para transportarlos, utilizaban cuerdas y otras ataduras para echarlos sobre el hombro. Los bartoloes o los bártulos suponía un gran esfuerzo llevarlos de un sitio para otro. Y no nos extraña que se hipotecara una finca. Se comprende  que cause extrañeza y  se diga dónde  vas con estos bártulos.

          Sin embargo, tan sólo se citan tres autores: el mencionado Bartolo de Sassoferrato, Paolo di Castro  y el Abad Siculus. Sobre el primero, está claro que el abogado alcalaíno adquiriera la obra, porque, en aquel tiempo la mayoría de las cuestiones que podían proponer se ofrecían de consulta en su obra de modo que el bartolomismo jurídico era una garantía para vencer la tentación de remitirse a la opinión de este jurista conocido y ser  demasiado fuerte como para ser vencida habitualmente; obedecía al método de Bolonia que tendía a la rutina y al recurso a las autoridades. En cuanto a Paolo de Castro, en el documento castellanizado, Pablo de Castro, Paolo Di Castro, o Paolo Castrense, incluso  latinizado como Paulus Castrensis (Castro, 1360 -1441), era un abogado italiano que con sus Consilia se sitúa entre los mejores juristas del siglo XV y extendió su fama hasta el siglo XVII. Por último, los Abades hacen referencia al abad    Bernardo de Montemirato, calificado como el Antiguo, un canonista del siglo XIII ;  y al  Abad Sículo (Abbas Siculus, Moderno o Más Joven y Sículo por nacimiento en esta isla), sobrenombre de Nicolás Tudeschis, que era también  canonista, como insiste el documento sobre libros canónicos,   y no pertenecía a los  famosos jurisconsultos, comprendidos  entre los glosadores y  entre los comentaristas del Derecho Romano en la célebre Escuela de Bolonia  
No es de extrañar que  Francisco de Quevedo, contemporáneo al letrado alcalaíno, en su capítulo sobre   “El letrado y los pleiteantes “ se refiera a estos juristas y nos proporcione datos sobre el resto de las obras y autores, cuando escribe: “Un letrado bien frondoso de mejillas, de aquellos que, con barba negra  y bigotes de buces, traen la boca con sotana y manteo, estaba en una pieza atestada de cuerpos tan sin alma como el suyo. Revolvía menos los autores que las partes. Andaban al retortero los Bártulos, los Baldos, los Abades, los Surdos, los Farinacios, los Tuscos, los Cujacios, los Fabros, los Ancharaons, el señor presidente Covarrubias, Chasaneo, Oldrado, Mascardo, y tras la le del reino, Montalvo y Gregorio López, y otros innumerables, burrajeados de párrafos”.

Actualmente, por su tamaño, tan solo pueden dar testimonio de este documento de los bártulos alcalaínos  algunos ejemplares de libros de actas de cabildo del ayuntamiento conservados en el AMAR (Archivo Municipal de Alcalá la Real) que recoge la vida municipal en la segunda mitad del siglo XVI. Pues, los libros  de canto coral, en su mayoría, se transformaron y reciclaron  para formar parte de las portadas de los nuevos libros manuscritos. Incluso, los que lograron sobrevivir sufrieron un expurgo y una quema en el verano de 1936, cuando se conservaban en las salas del Palacio Abacial. No nos extraña la riqueza que tuvo que perderse, pues los documentos notariales continuamente nos ilustran de bibliotecas de hidalgos, letrados, clérigos y médicos que transmitían a sus descendientes excelentes series de libros, en su mayoría, jurídicos y religiosos que ocupaban las baldas de las estanterías de los cuartos de sus casonas. Y no nos sorprende esta pérdida de este patrimonio libresco, porque, en este documento de Bártulo,  se constata la compra de este elenco de obras jurídicas, propias de un abogado. Pero, unos decenios después a este contrato, se estableció una imprenta en la ciudad de la Mota, junto al Palacio Abacial y en ellas se produjeron, como hay constancia, no sólo libros de medicina sino también muchos religiosos dedicados a abades de la Ilustración.

Por casualidad, entre los libros adquiridos, debieron ser muchos más que los comentados, a pesar de que  tenemos constancia de que los Bártulos eran nada menos que once cuerpos de libros en cartones que no alcanzaban ni los 66 reales, lo mismo que los tratados de los Abades en cantidad y precio. Pues hasta alcanzar los mil reales, muchos compendios, tratados, glosas, lecturas, comentarios, y leyes debieron formar parte de esta librería. Por cierto, adquirida en tierras cordobesas, cuando lo más frecuente que se comunicara el mundo cultural fuera con la ciudad de Granada. Pero parecía que el letrado alcalaíno debía tener prisa en liar los bártulos y adquirir aquella buena biblioteca.  Pues era consciente de aque l  dicho latino que se acuñó sobre Bartolo  Nemo bonus iurista, nisi sit Bartolista (nadie es buen jurista si no es bartolista), ya que.  en Italia y fuera de ella, caracterizaba al prototipo de abogado, y con el dicho liar los bártulos este  joven abogado expresaba  el gozo que experimentaba al atar los apuntes de Bartolo, ya que así se marchaba con el petate a sus casas. Más bien, adquiría aquel mamotreto de libros.

 

1 comentario:

  1. Muy interesante este artículo. Yo mismo he empleado muchas veces el término "bártulos" pero no tenía conocimiento de su origen.

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