DÓNDE VAS CON
TANTOS BÁRTULOS
Nunca
imaginaba que la palabra “bártulo” hiciera referencia a una persona. Más bien,
adivinaba que podía provenir del nombre de una cosa. Me la había imaginado y
empleado en muchas ocasiones:” ¿Dónde vas con tantos bártulos?”, “Mercedes, vas
cargada de muchos bártulos”. Es verdad que no la he encontrado en singular en el diccionario ni en el uso
cotidiano. Siempre, se escucha en plural. Y así la recoge el Diccionario de la Real Academia Española. La
relacionaba como muy bien la define el diccionario español en el registro de los bártulos, a saber:
enseres que se manejan y comprendía
perfectamente el sintagma coger o liar los, mis, tus y con toda gama de
adjetivos los bártulos. También, no me sorprendían ciertas acepciones verbales
que coloquialmente expresaban la decisión de intensificar la precipitación o el
enfado, que acompañan a la decisión de irse como en el caso de preparar los
bártulos. O, más concretamente, otra expresión coloquial como recoger los
bártulos para disponer los medios ejecutar algo.
Sin embargo, un documento alcalaíno
de la segunda decena del siglo XVI, me ofreció un nuevo registro, que me
conducía a su origen y etimología. En
concreto el licenciado y abogado Alonso
de Hinojosa compraba a Martín de Guerra, un licenciado cordobés, que ejercía el
oficio de secretario de abogados, una librería jurídica. Y al proseguir su
lectura, me especificaba que se
encontraban en ella obras del derecho
civil y dos canónicos, y la lectura de Bartulo y de Pablo de Castro y Abades,
y otros libros que “de él compré”. Lo
adquiría por el elevado precio de mil reales, casi el precio de un ganado de
cien ovejas. Y del valor del contrato debía responder hipotecando los dichos
libros y una finca de 19 aranzadas de viñedo, es decir 19 fanegas, en la Sierra
de la Acamuña, linderas con el arroyo y otros viñedos de Gallardo.
Ya me di cuenta que estaba claro que
se relacionaba con una persona, de nombre Bartolo, un acortamiento de Bartolomé, palabra
de origen hebrero, que significa en esta lengua el hijo de Tomay. Esta palabra pasó a la lengua griega y se transcribió como bartholomaios, y
luego al latín, bartholomaieus (en español, Bartolomé), que algunos lo
traducen como el hijo de Ptolomeo
Bartolo de Sassoferrato fue el autor
de los libros comprados, y fue un famoso
jurista del siglo XIV, cuyos libros
adquirieron una fama inmensa en muchas
universidades europea, desde Bolonia a Salamanca pasando por otras españolas
como Alcalá de Henares o Granada. No nos extraña que Nebrija, cuyo V
aniversario de su muerte se celebra en
este año, estudiara en la ciudad de Bolonia, donde Bartolo impartió clases, y
luego se trasladó a las universidades española con los libros del escritor
italiano bajo su brazo.
El documento me ratificaba el uso de
Bártulo, en singular, como obra jurista y, en su auténtico significado
relacionado con el autor. Pronto esta palabra, uno decenios después, amplió su
acepción y cambió número en plural con su significado de “libros de estudio”
“argumentos jurídicos” y, otros más específicos como “alhajas o negocios”. Por eso es comprensible, el uso con el
sentido de ‘argumentos
jurídicos’, recogido de Crónica del reino de Chile, de Pedro
Mariño de Lobera: No quisieron recibir a don Alonso en tal cargo,
encomendándolo a un oidor que sabía muy bien usar de las armas de sus bártulos y
digestos, aunque en las armas de acero no estaba muy digesto por no ser de su
profesión ni ejercicio. Y de ahí, un paso de pasar de lo inmaterial a lo
materia y convertirse hasta el español actual, en la palabra “bártulos”
significa “enseres que se manejan”, según la definición del Diccionario. Y se
comprende sin lugar a dudas que la locución “ir con tantos bártulos “o «llevar los bártulos», tiene sus raíces en el estudio del
Derecho. Más claro no puede ser este documento alcalaíno. Pues esta expresión ya
y la utilizaban los estudiantes de Derecho cuando transportaban los manuales
escritos por Bartolo de Sassoferrato. Este comentarista o conciliador
cerró el ciclo del derecho medieval y abrió el derecho romano, y fue cofundador
con otros juristas como Pistova, Ubaldi y Maino de la jurisprudencia
europea. En aquel tiempo los manuales de
jurisprudencia, eran auténticos tumbos, libros de grandes dimensiones y grosor,
pues la imprenta recién inventada por Gutenberg no producía pequeños libros. Eran
grandes y costosos. Y para transportarlos, utilizaban cuerdas y otras ataduras
para echarlos sobre el hombro. Los bartoloes o los bártulos suponía un gran
esfuerzo llevarlos de un sitio para otro. Y no nos extraña que se hipotecara
una finca. Se comprende que cause
extrañeza y se diga dónde vas con estos bártulos.
Sin
embargo, tan sólo se citan tres autores: el mencionado Bartolo de Sassoferrato,
Paolo di Castro y el Abad Siculus. Sobre
el primero, está claro que el abogado alcalaíno adquiriera la obra, porque, en
aquel tiempo la mayoría de las cuestiones que podían proponer se ofrecían de
consulta en su obra de modo que el bartolomismo jurídico
era una garantía para vencer la tentación de remitirse a la opinión de este
jurista conocido y ser demasiado fuerte
como para ser vencida habitualmente; obedecía al método de Bolonia que tendía a
la rutina y al recurso a las autoridades. En cuanto a Paolo de Castro, en el documento
castellanizado, Pablo de Castro, Paolo Di Castro, o
Paolo Castrense, incluso latinizado como
Paulus Castrensis (Castro, 1360 -1441), era un abogado italiano que con sus
Consilia se sitúa entre los mejores juristas del siglo XV y extendió su fama hasta
el siglo XVII. Por último, los Abades hacen referencia al abad Bernardo de Montemirato, calificado como el
Antiguo, un canonista del siglo XIII ; y
al Abad Sículo (Abbas Siculus,
Moderno o Más Joven y Sículo por nacimiento en esta isla), sobrenombre de
Nicolás Tudeschis, que era también canonista, como insiste el documento sobre
libros canónicos, y no pertenecía a
los famosos jurisconsultos,
comprendidos entre los glosadores y entre los comentaristas del Derecho Romano en
la célebre Escuela de Bolonia
No es de extrañar que Francisco de Quevedo,
contemporáneo al letrado alcalaíno, en su capítulo sobre “El
letrado y los pleiteantes “ se refiera a estos juristas y nos proporcione datos
sobre el resto de las obras y autores, cuando escribe: “Un letrado bien
frondoso de mejillas, de aquellos que, con barba negra y bigotes de buces, traen la boca con sotana
y manteo, estaba en una pieza atestada de cuerpos tan sin alma como el suyo.
Revolvía menos los autores que las partes. Andaban al retortero los Bártulos,
los Baldos, los Abades, los Surdos, los Farinacios, los Tuscos, los Cujacios,
los Fabros, los Ancharaons, el señor presidente Covarrubias, Chasaneo, Oldrado,
Mascardo, y tras la le del reino, Montalvo y Gregorio López, y otros
innumerables, burrajeados de párrafos”.
Actualmente, por su tamaño,
tan solo pueden dar testimonio de este documento de los bártulos
alcalaínos algunos ejemplares de libros
de actas de cabildo del ayuntamiento conservados en el AMAR (Archivo Municipal
de Alcalá la Real) que recoge la vida municipal en la segunda mitad del siglo
XVI. Pues, los libros de canto coral, en
su mayoría, se transformaron y reciclaron
para formar parte de las portadas de los nuevos libros manuscritos.
Incluso, los que lograron sobrevivir sufrieron un expurgo y una quema en el verano
de 1936, cuando se conservaban en las salas del Palacio Abacial. No nos extraña
la riqueza que tuvo que perderse, pues los documentos notariales continuamente
nos ilustran de bibliotecas de hidalgos, letrados, clérigos y médicos que
transmitían a sus descendientes excelentes series de libros, en su mayoría,
jurídicos y religiosos que ocupaban las baldas de las estanterías de los
cuartos de sus casonas. Y no nos sorprende esta pérdida de este patrimonio
libresco, porque, en este documento de Bártulo,
se constata la compra de este elenco de obras jurídicas, propias de un
abogado. Pero, unos decenios después a este contrato, se estableció una
imprenta en la ciudad de la Mota, junto al Palacio Abacial y en ellas se produjeron,
como hay constancia, no sólo libros de medicina sino también muchos religiosos
dedicados a abades de la Ilustración.
Por casualidad, entre los libros adquiridos,
debieron ser muchos más que los comentados, a pesar de que tenemos constancia de que los Bártulos eran
nada menos que once cuerpos de libros en cartones que no alcanzaban ni los 66
reales, lo mismo que los tratados de los Abades en cantidad y precio. Pues
hasta alcanzar los mil reales, muchos compendios, tratados, glosas, lecturas,
comentarios, y leyes debieron formar parte de esta librería. Por cierto,
adquirida en tierras cordobesas, cuando lo más frecuente que se comunicara el
mundo cultural fuera con la ciudad de Granada. Pero parecía que el letrado
alcalaíno debía tener prisa en liar los bártulos y adquirir aquella buena
biblioteca. Pues era consciente de aque
l dicho latino
que se acuñó sobre Bartolo Nemo bonus iurista, nisi sit
Bartolista (nadie es buen jurista si no es bartolista), ya que. en Italia y fuera de ella, caracterizaba al
prototipo de abogado, y con el dicho liar los bártulos este joven abogado expresaba el gozo que experimentaba al atar los apuntes
de Bartolo, ya que así se marchaba con el petate a sus casas. Más bien,
adquiría aquel mamotreto de libros.
Muy interesante este artículo. Yo mismo he empleado muchas veces el término "bártulos" pero no tenía conocimiento de su origen.
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