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lunes, 3 de junio de 2019

PABLO DE ROJAS EN EL SIGLO XVII

Entre 1598 y 1602, algunos críticos de arte, entre ellos María Elena Gómez Moreno, le atribuyen una segunda etapa de formación de Juan Martínez Montañés. Lo único que pudo ser cierto de esta etapa es la llegada del discípulo a Granada para la boda de su hermana Catalina  en el 1602.  En 1600 realizó las imágenes de la Virgen y San Juan que se conservan en el convento del Angel Custodio de Granada.
Por 1602 y 1604, su sobrino intervenía, concretamente, junto con Miguel Cano en el retablo de la iglesia de San Cecilio pintando las tablas; de ahí que no nos cause sorpresa las atribuciones de San Roque y del Crucificado de dicha iglesia al Círculo de Pablo de Rojas, pues tuvo que completarse la imaginería del retablo, desgraciadamente desaparecido. Otras veces, el pintor que acompañó las obras de ensamblaje de Cano fue García Corrales como era el caso de la iglesia de Santa Escolástica en 1600. El padre de Alonso Cano y el mismo Ambrosio de Vico también trazaron el retablo de San Cristóbal entre el año 1604 y 1608.
No obstante, para muchos críticos, su presencia artística está asegurada en 1600 en el Calvario del convento del Angel Custodio de Granada, actualmente guardado en la iglesia parroquial de San  Cristóbal donde a la imagen del Crucificado de influencia de Alonso Mena acompañan las tres figuras del mencionado calvario(el Cristo, San Juan y la Virgen).
A partir de 1603, Pablo de Rojas mantuvo las relaciones artísticas y la  amistad con su discípulo Bernabé, pero éste se independizó del maestro al establecer su residencia  en la parroquia de San Gil e instalar su propio taller, pues ya había contratado obras en solitario como el San Sebastián de la iglesia parroquial de Albolote o, un año después,  las del retablo de la iglesia del Salvador con las figuras del Salvador, San Martín y San Blas y el Dios Padre, que hoy día se encuentran en San Cristóbal y el último en el Museo Catedralicio.        


En 1606 intervino junto con Bernabé de Gaviria en las esculturas del retablo de la iglesia de San Agustín de Albolote  que había diseñado Ambrosio de Vico y donde participó de entallador Miguel Cano. El contrato de la obra fue realizado a instancias del arzobispo de Granada don Pedro de Castro y Quiñones y consistía en una reforma de las anteriores pinturas que se habían fijado colocando en su lugar las esculturas de Dios Padre y de Cristo, Nuestra Señora de la Encarnación, y San Juan. Sin embargo, los cuatro apóstoles o evangelistas se les contrataron a Martín de Aranda. En el retablo se desarrolló la típica mancomunidad de artistas a la hora de ejecutar una obra de envergadura y con él se inició, por otra parte, el típico retablo protobarroco de una calle central más elevada. Dejando aparte el diseño que realizó Ambrosio de Vico en 1605, el entablado y ensamblaje  corrió a cargo de Miguel Cano, el padre de Alonso Cano y fue contratado el 21 de mayo de 1605 terminándolo seis meses después cuando cobró 304 ducados. Este realizó una obra de un banco, dos pisos y tres calles, la central más elevada que las laterales. El banco estaba dividido por cuatro cartelas salientes que soportaban las columnas y estaba decorado en lo laterales con los relieves de los Evangelistas. El primer piso, dividido en las mismas calles por columnas estriadas y con capiteles jónicos tenía en los encasamientos las pinturas y en la central, una dedicada a la Encarnación. El segundo piso, similar al primero, dividido por columnas corintias con un encasamiento central de mayor tamaño, donde se ubicaba el Calvario y venia bordeado a sus lados con dos tablas o cuadros de pinturas. La tabla central venía coronada por una frontón curvo con la figura del Dios Padre.
Este muy similar al que se ofrecen en los retablos alcalaínos. El sobrino de Pablo de Rojas, Pedro de Raxis intervino en la pintura, dorado y estofado por medio de una escritura que contrató el mismo día que Miguel Cano lo hizo con el ensamblaje. Aunque es una obra un poco deslustrada, se aprecia el fino y esmerado trabajo de este pintor, el padre de la estofa. Pues es evidente su mano en el dorado y estofado de los escudos del obispo don Pedro de Castro y de don Pedro Villares, obispo de Nicaragua, las grecas, la vegetación menuda, las figuras geométricas entrelazadas, la decoración de chórcholas, capiteles, frisos, pirámides y las columnas, todo con un color predominante: el verde, rojo azul. Intervino además en todas las pinturas de los cuadros del retablo.
Un año después en el 19 de diciembre de 1606, Pablo de Rojas, vecino de la parroquia de Santiago como su sobrino Pedro, y Bernabé de Gaviria, a su vez


vecino de la cercana parroquia de San  Gil, se comprometieron a esculpir el Crucificado, San Juan, la Virgen y el relieve de la Encarnación y los contratantes obligaban conscientemente de finalidad culta de estas imágenes, cuando decían  estas figuras an de ser redondas, que cada una haga el escorzo y postura que a tan deboto espectáculo conviene.


En el mismo día 16 de diciembre 1606 se contrataron los evangelistas del banco  al escultor Martín de Aranda. En menos de un año, sin embargo  ya estaban finalizadas todas las imágenes contratadas por los primeros, pues el 19 de noviembre de 1607 Ambrosio de Vico las tasó y revisó sin subirle el precio del contrato, al comprobarlas en casa de los pintores, el taller de su sobrino Pedro de Raxis, en todos los pormenores. El Crucificado tenía cinco tercias y adornado con sus potencias, corona de espinas, título de la cruz y clavos de hierro e importaba 25 ducados; Dios Padre importaba 12 ducados y tenía tres cuartas de alto y de una tercia y consiguió cierto aire  en su labor de relieve entre dos cornisas redondas; la imagen de María tenía seis cuartas y media que eran seis dedos; la de San Juan, la misma altura importando ambos 40 ducados; Y el relieve de Nuestra Señora de la Encarnación se había realizado tal como concebía en forma de la historia que el contrato recogía con estas palabras:  a de tener el encasamiento siete quartas y media en quadrado y con esta consideración se a de terçiar la figura de Nuestra Señora, pues a de estar umillada, y el ángel inclinada la rodilla, de manera que tendrá el ángel de alto seis quartas y media. Importó esto último 50 ducados junto con la historia que era un jarrón de azucenas, un atril con su libro y una paloma.

 

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