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martes, 4 de junio de 2019

EL RETABLO DE ALBOLOTE Y PABLO DE ROJAS



No obstante, en 1606 intervino junto con Bernabé de Gaviria en las esculturas del retablo de la iglesia de San Agustín de Albolote  que había diseñado Ambrosio de Vico y donde participó de entallador Miguel Cano. El contrato de la obra fue realizado a instancias del arzobispo de Granada don Pedro de Castro y Quiñones y consistía en una reforma de las anteriores pinturas que se habían fijado colocando en su lugar las esculturas de Dios Padre y de Cristo, Nuestra Señora de la Encarnación, y San Juan. Sin embargo, los cuatro apóstoles o evangelistas se les contrataron a Martín de Aranda. En el retablo se desarrolló la típica mancomunidad de artistas a la hora de ejecutar una obra de envergadura y con él se inició, por otra parte, el típico retablo protobarroco de una calle central más elevada. Dejando aparte el diseño que realizó Ambrosio de Vico en 1605, el entablado y ensamblaje  corrió a cargo de Miguel Cano, el padre de Alonso Cano y fue contratado el 21 de mayo de 1605 terminándolo seis meses después cuando cobró 304 ducados. Este realizó una obra de un banco, dos pisos y tres calles, la central más elevada que las laterales. El banco estaba dividido por cuatro cartelas salientes que soportaban las columnas y estaba decorado en lo laterales con los relieves de los Evangelistas. El primer piso, dividido en las mismas calles por columnas estriadas y con capiteles jónicos tenía en los encasamientos las pinturas y en la central, una dedicada a la Encarnación. El segundo piso, similar al primero, dividido por columnas corintias con un encasamiento central de mayor tamaño, donde se ubicaba el Calvario y venia bordeado a sus lados con dos tablas o cuadros de pinturas. La tabla central venía coronada por una frontón curvo con la figura del Dios Padre.


Este muy similar al que se ofrecen en los retablos alcalaínos. Claro ejemplo que el sobrino de Pablo de Rojas, Pedro de Raxis intervino en la pintura, dorado y estofado por medio de una escritura que contrató el mismo día que Miguel Cano lo hizo con el ensamblaje. Aunque es una obra un poco deslustrada, se aprecia el fino y esmerado trabajo de este pintor, el padre de la estofa. Pues es evidente su mano en el dorado y estofado de los escudos del obispo don Pedro de Castro y de don Pedro Villares, obispo de Nicaragua, las grecas, la vegetación menuda, las figuras geométricas entrelazadas, la decoración de chórcholas, capiteles, frisos, pirámides y las columnas, todo con un color predominante: el verde, rojo azul. Intervino además en todas las pinturas de los cuadros del retablo.
Un año después en el 19 de diciembre de 1606, Pablo de Rojas, vecino de la parroquia de Santiago como su sobrino Pedro, y Bernabé de Gaviria, vecino de la cercana parroquia de San  Gil, se comprometieron a esculpir el Crucificado, San Juan, la Virgen y el relieve de la Encarnación y los contratantes obligaban conscientemente de finalidad culta de estas imágenes, cuando decían  estas figuras an de ser redondas, que cada una haga el escorzo y postura que a tan deboto espectáculo conviene.Este muy similar al que se ofrecen en los retablos alcalaínos. Claro ejemplo que el sobrino de Pablo de Rojas, Pedro de Raxis intervino en la pintura, dorado y estofado por medio de una escritura que contrató el mismo día que Miguel Cano lo hizo con el ensamblaje. Aunque es una obra un poco deslustrada, se aprecia el fino y esmerado trabajo de este pintor, el padre de la estofa. Pues es evidente su mano en el dorado y estofado de los escudos del obispo don Pedro de Castro y de don Pedro Villares, obispo de Nicaragua, las grecas, la vegetación menuda, las figuras geométricas entrelazadas, la decoración de chórcholas, capiteles, frisos, pirámides y las columnas, todo con un color predominante: el verde, rojo azul. Intervino además en todas las pinturas de los cuadros del retablo.
En el mismo día 16 de diciembre 1606 se contrataron los evangelistas del banco  al escultor Martín de Aranda. En menos de un año, sin embargo  ya estaban finalizadas todas las imágenes contratadas por los primeros, pues el 19 de noviembre de 1607 Ambrosio de Vico las tasó y revisó sin subirle el precio del contrato, al comprobarlas en casa de los pintores, el taller de su sobrino Pedro de Raxis, en todos los pormenores. El Crucificado tenía cinco tercias y adornado con sus potencias, corona de espinas, título de la cruz y clavos de hierro e importaba 25 ducados; Dios Padre importaba 12 ducados y tenía tres cuartas de alto y de una tercia y consiguió cierto aire  en su labor de relieve entre dos cornisas redondas; la imagen de María tenía seis cuartas y media que eran seis dedos; la de San Juan, la misma altura importando ambos 40 ducados; Y el relieve de Nuestra Señora de la Encarnación se había realizado tal como concebía en forma de la historia que el contrato recogía con estas palabras:  a de tener el encasamiento siete quartas y media en quadrado y con esta consideración se a de terçiar la figura de Nuestra Señora, pues a de estar umillada, y el ángel inclinada la rodilla, de manera que tendrá el ángel de alto seis quartas y media. Importó esto último 50 ducados junto con la historia que era un jarrón de azucenas, un atril con su libro y una paloma.
  A finales del mes de diciembre del año 1610 Ambrosio de Vico tasó el resto de todas las obras de ensamblaje, pintura y dorado, sobrepasando el precio del contrato tanto por parte del ensamblador como pintor. Por un lado Miguel Cano, realizó algunas reformas en el encasamiento del Crucificado, molduras de los tableros cuadrados y el escudo de las Armas Reales. Por parte de Pedro de Raxis recibió por su trabajo 9.002 reales que superaban los 700 ducados del contrato de la obra. Esta obra, además de los adornos anteriormente referidos,  radicaba, en su parte más importante, en un cuadro de la Natividad en el primer tablero; una Demostración de Jerusalén,  que al final representó la Epifanía en el segundo tablero junto con el dorado y estofado del Crucificado, de la Virgen y San Juan; la Purificación de Nuestra Señora en el tercer; la Visitación en el cuarto; el estofado y dorado de la Encarnación  en el quinto; en el sexto la Natividad de Nuestra Señora; en el frontispicio el dorado de Dios Padre y en el banco el dorado de los cuatro apóstoles. Pero mejoró con cuatro mutilos, dos niños con colgantes de frutas y el compartimento del retablo con pinturas y dorados. Las figuras  son de tamaño un poco más pequeñas que el natural y se expresan en un plegado intenso y anguloso con el fin de realzarlas para ser vistas desde lejos, representan un incipiente  barroquismo del momento. No han distinguido los críticos la atribución a cada uno de los escultores, aunque las obras de Gaviria suelen presentar los rostros redondos con gestos bastante declamatorios  y forzados frente a la serenidad y bella melancolía de los de Pablo de Rojas.
La historia de este retablo no es sino un claro ejemplo de la interconexión entre los patronos y contratante de obras- los distintos artistas intervinientes- además de los controles de los veedores por ambas partes- el artista y la institución o persona particular, las reformas en el transcurso de su ejecución y los contenciosos por el desacuerdo en la tasación final. Todo ello debía influir en los favoritismos entre ellos para presentarse de unos a otros en un mundo muy apto a recomendaciones y, en la mayoría de los casos, ceñido a la subsistencia antes que a la revalorización de la obra artística. Muy significativas son las palabras de María Elena Gómez Moreno:



La vida artística andaluza se desarrolla en ambiente de estrecha colaboración, de verdadera hermandad. Los artistas se ayudan, se traspasan unos a otros los contratos, intervienen los maestros en las obras de los discípulos, dejan en manos de estos sus propios encargos y entrecruzan de tal modo que sus influencias respectivas, ante las que con frecuencia el crítico se queda perplejo por revelaciones de los documentos, en contradicción con lo que por sí mismas revelan las obras.    

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