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jueves, 29 de mayo de 2014

DESDE EL MIRADOR DE LA FUENTE LA NEGRA


DESDE EL MIRADOR DE LA FUENTE LA NEGRA

 

 

Pasando por el camino de San Bartolomé o Pasadilla de Santo Domingo, o lo que es lo mismo que la famosa Carrera de  los  Caballos ( donde, en siglos de frontera,   solían ensayar los caballeros sus  luchas a  caballo y prepararse los juegos de cañas, toros y de alcancía), el camino de la Fuente la Negra se dirige directamente a este paraje, actualmente tras pasar por debajo de un pasadizo de la N432.

Llegar a este lugar significa adentrarse en el misterio de un  acuífero que surte entre los álamos negros y, una vez estancadas sus aguas, nos muestra un remanso de paz y de serenidad de espíritu para meditar desde un mirador excepcional de Alcalá la Real. La fuente la Negra se considera, según algunos,  como el origen del río San Juan, que se denomina por el  trayecto de Alcalá la Real arroyo del Guadalcotón tras su paso por los predios de Charilla y los barrancales del paraje de la Fuente del Gato.

Y desde este misterio del líquido que da la vida y que  se convierte en una fuente negra para  escondernos su origen, se divisa una cara de la fortaleza, a la que se asciende por una escalonada alfombra de olivos cortados por los peldaños de las antiguas veredas y los perennes caminos ( algunos sustituidos por las nuevas carreteras autonómicas, municipales y nacionales que conectan Alcalá la Real con las aldeas y los pueblos comarcanos).  Una carretera de  circunvalación y de entrada a la ciudad fortificada  ha permitido acceder a los barrios altos de  la actual ciudad  tras  pasar por el entorno del Antiguo Arrabal, cementerio e iglesia de san Bartolomé, hoy abandonado  en medio de cercas privadas con sillares públicos de las antiguas casas del patrimonio local. Pero no se pasa por este barrio solamente, sino que es un lugar ideal para  pasear: precisamente   allí,  donde antiguamente existían las eras que barcinaban los cereales de agosto ( el trigo, la cebada, el mijo, las lentejas, las habas..)  y antaño se encontraban los barrios de la Peña Hazconada, el Rastro y del Matadero:  por estos parajes el monocultivo del  olivar, y antes el viñedo, presentan una contienda entre su rocoso suelo y la tierra artificial de la destrucción.  

Estos barrios abandonados  rezuman el sacrificio del hombre del campo en su lucha con la conquista de  los frutos de la naturaleza ( tan mayoritario en nuestra zona , porque alcanzaba más del noventa por ciento de la población activa)  huelen a mañanas aceituneras  de invierno,   nos manchaban con la uva de los viñedos otoñales que se remontaron a los tiempos de  las alquerías musulmanas, y recuerdan los antiguos huertos familiares con  ganadillos, melocotonares y manzanares para las trojes de las casas en invierno.

El palenque de la puerta Nueva se simula con una calle escorzada que forma una pirámide truncada, anunciando en su rellano la única salida de muchos vecinos  en tiempos de guerras, epidemias y pandemias para poder  sobrevivir. Esta parte de la ciudad es un canto al pasado, sin viviendas ni urbanas ni rurales, y hoy día reclama urgentemente una intervención  de restauración en medio de torres desgastadas en las bases de sus cuerpos cilíndricos o en los tapiales rectangulares. Los ladridos de los perros encubren miradas carnitas y chabolas de madera donde se cobijan algunos gallineros  en torno a la nueva carretera.

Parece que, desde el mirador de la Fuente  de la Negra, resonaron los ladridos de los canes, que nos llevaron las  reminiscencias de los gritos de luchas de homicianos contra almogávares. Este lugar recuerda  un canto postrero al pasado de luchas intestinas, de abandonos de miserias con ansias de libertad  y de  proyectos truncados por la modernidad. Pero, al acercarnos   a la profundidad del agua , parece como si surgiera un torbellino que anunciara el preludio de un momento nuevo e histórico que surgirá entre las cenizas del ave de Fénix.      
 
 
 
 
 
 
 
 

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