LOS PLAYEROS
Si se acercara una persona a
preguntar sobre el término playero, de seguro que lo relacionaba con el mar, en
concreto con las playas mediterráneas; a lo más que le vendría el vocablo de
playera, referido a un tipo de calzado relacionado con la etapa estival para
pasear por las arenas. Sin embargo, esta palabra se remonta al túnel del
tiempo, y son muchas ciudades que hicieron uso de ella en su lenguaje comercial. En Alcalá la Real siempre ha llamado la
atención el camino de los Playeros, citados por los libros de Veredas.
Camino que recorría la parte oriental del municipio alcalaíno, y,
adentrándose por el camino que conducía a Vélez Málaga y las costas malagueñas,
servía también de marca de deslinde con las tierras granadinas de la ciudad de
Granada, Montefrío y del marquesado de Priego. Incluso conectaba con otras vías
hacia el norte en dirección con los pueblos del centro Jaén y de la Mancha. También es de sobra
conocida la actividad de los playeros, que respondía al sector terciario, y
solía estar copada por arrieros, moriscos, judeoconversos y comerciantes de este pueblo que ampliaron sus
labores de la agricultura tras la conquista de Granada y su conversión al
cristianismo abriéndose horizontes hacia las rutas mercantiles.
No es de extrañar que esta ruta de
playeros fuera exclusiva de nuestras tierras, sino que Amalia García Pedraza en
su libro Actitudes ante la muerte en la Granada del siglo XVI, cita
en concreto el testamento de algunos moriscos que ejercían de playeros (Sebastián
Oraybit, Alonso Cartit y Álvaro Xaquiz). Eran personajes que
ubicados en el barrio del Albaicín, parroquias de Santa Isabel y
san Luís, y se dedicaban a los intercambios comerciales entre Granada y
la costa de Granada y otros pueblos malagueños y granadinos, como Motril,
Salobreña, Almuñécar, Vélez, Torre del Mar, la propia capital y
Torrox, trasladando el pescado fresco y seco, y otros productos como la
caña de azúcar a través del Valle del Lecrín.
En
el caso de la ciudad de la Mota, era notoria la presencia de estos playeros a
través de la ruta comentada, e intercambiaban el pescado de la Costa malagueña
con otros productos alcalaínos. Pero no era este el único trato, sino que es
interesante comentar la presencia de los playeros y su procedencia. Por un
documento del escribano Luís de Pareja, en 24 de noviembre de 1550, se
encuentra un poder para la venta de esclavos que nos ilustra de otro tipo de
comercio diferente al pescado por parte los playeros. Se trata de la venta de
un esclavo indio. Y desvela el entorno
de los playeros, ya que no era necesario que procedieran de la costa. En
concreto el que porta el poder del contrato de compraventa y el playero
procedían de Antequera, el primero era Francisco Maldonado; el playero el
antequerano Pedro Díaz. El comprador era el cordonero alcalaíno Alonso del
Salto. El objeto del contrato de compraventa era " de nombre Jorge ,
esclavo de Pedro Díaz, de nación india, de color loro, de edad de veinte y
cinco años poco más o menos, herrado con unas letras que dicen Antequera, de
guerra, feo de rostro, mediano de cuerpo". Lo vendía por cautivo sujeto a servidumbre habido de buena
guerra y no de paz, e lo aseguro de deuda vieja, e nueva, e os lo doy con todas
las tachas buenas e malas que tiene" al precio de 9.735 maravedíes.
Los playeros se mantuvieron
hasta el siglo XX, del transporte con animales de carga (mulos, asnos...) se
pasó a las carretas y los camiones y solían intercambiar la carga por los
cereales de nuestra comarca. Curiosamente los playeros también cambiaron
de procedencia y lugar de origen, los arrieros fueron sustituidos por los
tenderos del mercados, es verdad que se traía el pescado pero los
transportistas y compradores eran ya alcalaínos,
como los Rueda, o los Rosales entre otros, y ya no sólo comerciaban el pescado
lo hacían también con las frutas. Atrás quedaron los años en los que introdujeron, junto con sus relaciones
comerciales, otras costumbres y elementos del folclore andaluz. Por los
playeros, los vestidos y los fandangos
de la zona de la Sierra Sur se introdujeron con su canto verdialado, que
cantaban los aceituneros en tiempos de recolección, y, en la fiesta del remate,
los mozos y las mazas acompañaban con danzas y música de candil. Muy conocido
es el de la aldea de Charilla, cuyo encanto se manifiesta en su melodía y en la
letra, como estos versos que cantaban: La
luna se va, se va, / déjala tú que se vaya,/que la luna que yo espero, /sale por
esa ventana…”.
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