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lunes, 15 de julio de 2019

EL NIÑO DEL PASMO.Un relato del siglo XVI.PARA LEER EN VERANO.



 
En la capital de la sede abacial de la sierra jiennense, Elvira García era la mujer de Juan Martínez cuando corrían los años cincuenta del siglo XVI. Los había muchos con este nombre y apellidos en la ciudad de la Mota, entre ellos el famoso imaginero y su padre el bordador. Estos se apodaban Montañés. Pero aquel se distinguía por apodarse de la Peña. Su matrimonio se vio involucrado en una pleito judicial, complicado y difícil de solucionar para la justicia de aquel tiempo. Lo hicieron de común acuerdo. Su hijo se encontraba en la cama, sin habla. Y no era raro el día en el que acudían a los curanderos e, incluso, a las santeras del lugar para curar aquel estado de pasmo que hubiera sido provocado por los malos espíritus, el mal del ojo o  algún que un susto superior a que cualquier persona humana puede superar. El médico Jarava se lo achacaba a cierto desajuste producido por las noches de la ciudad fortificada pasando del frío más profundo a los días calurosos de primavera. No tenía explicación que una pelea entre mozos había acabado en este estado tétrico de modo que se remontaba a buscar su etiología en seres superiores o fenómenos de envidia que se infiltraban en los cuerpos con sentido maligno. Los físicos del lugar incluso practicaron un análisis de orina examinándola sobre una gota de aceite para ver sus consecuencias de dispersión si era fruto de frío o del calor.  Lo cierto que el niño de Elvira había caído postrado en la cama, víctima del pasmo y anonadamiento de modo que rondaba los límites más dilatados de una conciencia. Es verdad que mostraba algunos síntomas de dolor corporal y catarro, pero esto fue en los primeros días y podía achacarlo a los aires letales que corrían por el Bahondillo causando pasmos y vahídos intempestivos.  Pero, su hijo no era víctima de un simple resfriado, porque todo su cuerpo mantenía tensos los músculos de modo que continuamente le recomendaba la vela y el chavo para desentumecer el pasmo muscular.

También, se presentaba como si fuera víctima del tétanos y se confundió con la rigidez ocasionada por esta enfermedad, que podría haber provenido de hierro del cuchillo de aquella pelea, oxidado y con mohín. Lo que si estaba clara que Alonso estaba más rígido que una tabla y, de vez en cuando, efectuaba convulsiones involuntarias de los músculos. Se había quedado pasmado.Los padres estaban hartos de acudir al galeno de la Plaza Baja y repetirle que el pasmus o el spasmos, como decían griegos y latinos, era una parálisis provocada por un enfriamiento tras sufrir una paliza que le calentó huesos y el cielo de la boca. Y, en parte llevaban toda la razón. Pues su hijo había sufrido unos golpes tan fuertes del hijo de Juan Alonso que los habían dejado pasmado. Aun más, cada día se agravaba el estado enfermo del niño, que estaban al punto del ultimo trance de la vida.
El asunto era grave, su vecino Alonso, hijo de Juan de Alcalá, le había dado a su hijo del mismo nombre ciertas puñaladas con golpes, puñetazos duros y maduros, a su hijo Alonso, un niño de nueve años. Juan Martínez no se lo pensó dos veces, sino que, sin estar informado profundamente de aquel juego de niños, a tontas y locas acudió al alcalde mayor Miranda de Paz querellándose con el muchacho porque había apaleado a su hijo con golpes y estacazos y, ante el escribano Luís de Cáceres, se levantó el auto, dando lugar a que fuera apresado
 inmediatamente el hijo de Juan de Alcalá.

            Quedaba encerrado en la segunda planta de la cárcel real y no contemplaba, a lo largo del día, mas paisaje que él que veía por las abocinadas ventanas, un poco del barrio del Calvario, los aledaños de la torre de la Dehesilla y el encinar que rondaba los caminos de Priego. Se divertía, cuando le bajaban a través del óculo de la cúpula mudéjar la comida colgada en un caldero. Le dirigía improperios y burlas al carcelero porque simulaba la bajada de la cuerda y de pronto la volvía a tensar y subir para que no la alcanzara. Las palmas de las manos daban un forzado aplauso o se cruzaban al aire.
Juan de Alcalá no se conformaba con esta versión, menos aún con este triste y penoso veredicto judicial. Consideraba que era un asunto de chiquillos, que nunca podía ser fruto de una pelea entre una alternancia de golpes entre ambos, y salió malparado el hijo de Juan Martínez. Acudía  diario a la torre de la Imagen. Por eso se presentaba al alcalde mayor todos los días y le informaba dele estado diario de la víctima. Le insistía en que aquel niño sufría el espasmo universal, esta enfermedad que tenía cura y que no había causado su hijo Alonso.
No lo creía el teniente de corregidor y lo evadía diariamente. Cierto día, Juan de Alcalá se presentó al alcalde y le informó de que en casa de Juan Martínez se notaba cierta alegría en las caras. Le pidió que enviara al alguacil mayor y observara el estado del enfermo. Le prometió el alcalde mayor que lo intentaría hacer. Aquella mañana se hallaba muy concurrida la medina y pareció que con el sol primaveral había salido todo el mundo a la calle.  Juan Martínez se dirigió por la calle del Preceptor hacia la Plaza Alta, luego entró en la Iglesia Mayor rezó una oración a la Virgen de la Antigua. Salió por la puerta del Perdón y, a través de la calle del Taller y de las Cuatro Esquinas, se dirigió a la Torre de la Justicia. Topó con Juan de Alcalá, hablaron entre ellos con voz baja y se mostraron muy efusivos como si quisieran anunciarse algo nuevo. Incluso se dieron las manos.Juan Martínez entró a la sala de audiencia y pidió comparecer ante el alcalde mayor. Los saludó y cortésmente bajando la cabeza y le dijo.

-Buenos días, señor.

- Buenos días, Juan. Otra vez con el pasmo y sus consecuencias.

-No, mi señor. Traigo nuevas noticias.

- Dígamelas. No me venga como todos arrepentidos, se dan las paces, se pagan los servicios de los médicos y se rehacen sus amistades con el dinero. Y a Dios paz y Santas Pascuas.

-No, mi señor. Esta, en su caso de resurrección.

- Pues, hace poco las celebramos- le espetó el alcalde mayor.

-Voy al grano.
-Espere, espere. alguacil, que venga el escribano Pareja.

El alguacil cambió el color del rostro, algo notaba en la orden del alcalde. Se dirigió a la plaza Baja, saludó a los playero, al cerero, y al boticario que salía de su tienda de la muralla del Adarve. Subió las Escaleruelas, dejando atrás los tenderos de las Casas de Cabildo, y, se acercó a las tiendas de la Plaza. Entró en la tienda del escribano Luis Pareja. Y le conminó a que le acompañara.

-Asunto de riñas.

-¿No será el pleito entre los Alonso? Me huele que se han tornado las picas en Flandes.

- ¿Quién sabe? 

Forman el banquillo de los juicios y el escribano se sienta en la silla ante el bufete para escribir la declaración de Juan Martínez. Le ordena   el alcalde mayor que escriba literalmente todo lo que le ha manifestado en el intermedio  el padre del pasmado Alonso  y lo hace en estos términos:

Yo, Juan Martínez de la Peña declaro que es verdad que su hijo Alonso estuvo malo y a punto de la muerte a cosa de esta enfermedad que le vino…”. En este momento, se presentó Juan de Alcalá y le guiña a su tocayo dando muestras de alegría. El alcalde mayor se detiene y saluda al padre del encarcelado. Y le insta a que se espere, que parece que hay nuevas noticias.  Inmediatamente, le ordena de nuevo al escribano que prosiga la escritua de las declaraciones del padre de la víctima:“… que le vino porque Dios se la quiso dar”.

En este momento cambiaron los rostros de todos los presentes, nadie se creía que se hicieran aquellas declaraciones. Quedaron todos  estupefactos. Ahora, sí, que estaban pasmados. Se abrazaban entre los presentes. Lo impidió la autoridad judicial y obligó a que se reflejara todas las puntualizaciones:no de golpes ni malos tratamientos que le fuesen hecho mayormente”. El alcalde mayor pregunta a Juan Martínez:

-Cómo pudo ser esto para cambiar de opinión.

-Se lo digo, mi señor. Mi hijo ya habla.

.-Y qué ha dicho.

-Que el dicho Alonso, de Juan de Alcalá, no le hizo malos tratamientos ni le dio golpe alguno. Y así lo certifica, jura y antepone a Dios en todas sus palabras que es verdad.

-Bueno, necesitamos el testimonio médico.

-No es necesario, mi hijo ha sido visitado por el doctor Jarava y los otros médicos de la ciudad. No he escatimado dinero para  que prestaran sus servicios en la cura de sus enfermedad. Me lo han confirmado, mi hijo padece la enfermedad del espasmo universal, cuyos síntomas son los que está sufriendo postrado en la cama de mi casa, somos conscientes que es una enfermedad peligrosa y que puede morir.

-Pero, otro está sufriendo las penas impuestas de una pelea infantil -le espetó el alcalde.

-Que no, que ni los golpes, ni los malas tratamientos ni las heridas son fruto de la enfermedad. Por eso me he presentado ante usted, quiero solicitar la libertad del hijo de Juan de Alcalá. No fue el culpable. Ha sido víctima de mi precipitación. No quiero cargar sobre mi conciencia la ausencia de libertad y el apresamiento de un inocente

- ¿Sabes lo que significan sus declaraciones?

-Está claro que pido se le restituya la libertad, no se le imponga cosas que no hizo, y que es nuestra y agradable voluntad, que vuestra Señoría tenga por bien de dar salud al dicho Alonso, hijo de Juan de Alcalá.


Se levantan todos y el alcalde mayor ruega que se detengan las muestras efusivas del padre del encausado. Sin pensárselo dos veces, Juan Martínez alzó la voz y manifestó que el hijo de Juan de Alcalá ha sufrido una injusticia con su prisión y ratifica que le ha movido a retirar la querella con el apresado, Incluso, se niega a recibir indemnización alguna y le pide que suelte al muchacho preso.
No le queda más remedio al alcalde mayor, tras haber consultado las leyes y los pormenores del auto judicial solemnemente proclamar en un dos de septiembre de 1550:





-Declaramos y Confesamos que el vecino de esta ciudad Alonso, hijo de Juan de Alcalá, no tiene culpa ni tuvo culpa alguna de la enfermedad que de presente tiene e padece, el dicho Alonso, hijo de Juan Martínez ni le dio golpes ni hizo ningún mal tratamiento poco, ni mucho para que se diga que pueda padecer, que fuese para después sobrevenirle la dicha enfermedad. Le entrega el escribano el escrito de las declaraciones, el juez hace lo mismo con el fallo judicial de la libertad del hijo de Juan de Alcalá. Por otra parte, desea que se restablezca totalmente el otro Alonso, hijo de Juan Martínez.  Entretanto, el alguacil se dice interiormente " me siento totalmente pasmado”. 


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