EL PASMO
Dicen que la historia es la maestra de nuestra
vida. Y da gusto enriquecerse con testimonios anteriores que permiten ahondar
en muchas facetas y comportamientos que sirven de modelo y de ejemplo para
generaciones posteriores. Hace unos días cayó en mis manos un legajo de una
auto judicial curioso. Hacía referencia a un simple perdón entre dos familias
por culpa del enfrentamiento de sus hijos. Elvira García y su esposo Juan M,artínez
de la Peña, en los años cincuenta del siglo XVI fueron los protagonistas junto
con el paisano Juan de Alcalá. Y los actores
secundarios fueron sus hijos, por cierto, ambos llamados Alonso. Estos matrimonios
se vieron involucrados en una pleito judicial, complicado y difícil de
solucionar para la justicia de aquel tiempo. El hijo del primer matrimonio se
encontraba en la cama, sin habla. El asunto era grave, su vecino Alonso, hijo
de Juan de Alcalá, le había dado ciertas puñaladas con golpes, puñetazos duros
y maduros, al otro Alonso, un niño de nueve años. Juan Martínez no se lo pensó
dos veces, sino que, sin estar informado profundamente de aquel juego de niños,
a tontas y locas acudió al alcalde mayor Miranda de Paz querellándose con el
muchacho porque había apaleado a su hijo con golpes y estacazos y, ante el
escribano Luís de Cáceres, se levantó el auto, dando lugar a que fuera apresado inmediatamente el hijo de Juan de Alcalá.
Y no era raro el día en el que acudían a los curanderos e, incluso, a las
santeras del lugar para curar aquel estado de pasmo que hubiera sido provocado
por los malos espíritus, el mal del ojo o algún que un susto superior a
que cualquier persona humana puede superar. El médico Jarava se lo achacaba a
cierto desajuste producido por las noches de la ciudad fortificada pasando del
frío más profundo a los días calurosos de primavera. Pues no tenía explicación
que una pelea entre mozos hubiera acabado en este estado tétrico de modo que se
remontaba a buscar su etiología en seres superiores o fenómenos de envidia que
se infiltraban en los cuerpos con sentido maligno. Sin embargo lo cierto era que
el niño de Elvira había caído postrado en la cama, víctima del pasmo y
anonadamiento de modo que rondaba los límites más dilatados de una conciencia. También, se presentaba
como si fuera víctima del tétanos y se confundió con la rigidez ocasionada por
esta enfermedad, que podría haber provenido de hierro del cuchillo de aquella
pelea, oxidado y con mohín. Lo que si estaba clara que Alonso estaba más rígido
que una tabla y los padres estaban hartos de acudir al galeno de la Plaza Baja
y repetirle que el pasmus
o el spasmos, como decían griegos y latinos, era
una parálisis provocada por un enfriamiento tras sufrir una paliza que le
calentó huesos y el cielo de la boca. Y, en parte llevaban toda la razón. Pues
su hijo había sufrido unos golpes tan fuertes del hijo de Juan Alonso que los
habían dejado pasmado. Aun más, cada día se agravaba el estado enfermo del
niño, que estaban al punto del ultimo trance de la vida. Juan
de Alcalá no se conformaba con esta versión, menos aún con este triste y penoso
veredicto judicial. Consideraba que era un asunto de chiquillos, que nunca podía
ser fruto de una pelea entre una alternancia de golpes entre ambos, y salió
malparado el hijo de Juan Martínez.
Y cierto día, cambió el panorama de esta triste situación. El niño habló y
declaró la inocencia del pupilo de Juan de Alcalá. Juan Martínez se dirigió por
la calle del Preceptor, llegó a la Plaza, entró en l Iglesia mayor , y rezo a
la Virgen de la Antigua. Salió por la puerta del Perdón y, a través de la calle
del Taller y de las Cuatro Esquinas, se dirigió a la Torre de la Justicia. Topó
con Juan de Alcalá, hablaron entre ellos con voz baja y se mostraron muy
efusivos como si quisieran anunciarse algo nuevo. Incluso se dieron las manos. Juan
Martínez entró a la sala de audiencia y pidió comparecer ante el alcalde mayor.
Formaron el banquillo de los juicios y el escribano escribió esta
declaración de Juan Martínez Yo, Juan Martínez de la Peña declaro que es
verdad que mi hijo Alonso estuvo malo y a punto de la muerte a costa de esta
enfermedad que le vino…porque Dios se la quiso dar, no de golpes ni
malos tratamientos que le fuesen hecho mayormente”. El final del
relato estaba cantado, El padre del apresado saltó de alegría, el juez falló la
liberación del hijo de Juan de Alcalá y Juan Martínez liberó su conciencia de
esa pesadilla que le acosaba diariamente. Hicieron las paces entre ellos a
pesar de que el niño había sufrido aquella enfermedad peligrosa.
Este relato me dejó pasmado como diría Alfonso Guerra. Y debió acontecer en
muchos vecinos de mediados de aquel Siglo de Oro de Alcalá la Real. El pasmo, hoy día, invade a las familias, a
las vecindades, a los pueblos y a los conflictos más insospechados. Lo curioso
de esta leyenda es su moralina, a veces se montan torres de Babel para explicar
lo que es simple y sencillo, la etiología de un pasmo puede ser un catarro, un
cambio de aires. Lo pernicioso es no curarlo con su correspondiente antídoto,
pues nos puede dejar en la rigidez tétrica de la muerte.
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