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viernes, 22 de marzo de 2019

LA LEYENDA DE LA MINA.

         La última vez que me recordaron el nombre de La Mina fue con motivo de una conducción de agua que bajaba al  Cuartel de la Guardia Civil. Se había agotado aquel canal de agua y los miembros de la benemérita, alarmados me pidieron ayuda en mi servicio municipal. . Y ahondé en los derechos adquiridos su historia. La mina  había sido  vista  por  mí, de pequeño,  y mis abuelos me habían contado miles de historias. La mina se ubicaba en la falda del nuevo barrio  que había nacido en tono a las calles de Moreas de Gamboa y Tal de Arroba. La orientaba un cronista hacia el occidente del barrio de las Cruces, moteado de blancas cruces. Pero realmente se hallaba en dirección sur, en la ladera de los peñascos de la linde majestuosa de los Llanos, hacia el promedio de ese cerro, que como decía este insigne personaje “a cuyos pies  tiene Alcalá su caserío, abre su boca una mina,  cubierta de zarzas y tomillos, cuya senda tortuosa y estrecha, descendiendo con el declive de la ladera, pare4ce como que va a perderse por bajo de las primeras casas enclavadas en sus faldas”.  . 
         Hubo un antepasado que me comentó  las célebres brujas cerniendo higos que se transformaron en personajes provistos del espíritu de  la hechicería; otro me comentaba que a un  familiar suyo aquella hechicera lo había dejado encantado y no daba respuesta a nadie; algunos se remontaban a los tiempos del principio de la Edad Moderna y comentaban que allí acudían  y se refugiaban los duendes que acudían por la noche a la Mota, a la casa del Miedo; más consistencia tenía el hecho de que esta mina había sido refugio de  los monfíes cuando acudían a asaltar a los arrieros y sus recuas en su paso desde la Campiña a Granada; dicen que un pariente mí vio algunos bandoleros de la Sierra de Ronda  esconderse en aquella Mina  para despistar a los alguaciles y caballeros de la sierra   que le seguían los pasos.
 Con mi padre, me acerqué una vez al hueco de aquella mina, pero, lleno de miedo, no me  atrevía a bajar al fondo de aquella oquedad y nunca pude descifrar su misterio. No sé si allí había tiestos de vasijas o restos de fuego, allí ni jergones de paja, ni nada de nada. Pero un amigo de mi niñez m, el Pacuco, nos condujo en una día de batalla infantil entre barrios alcalaínos. Se introdujo entre sus matorrales, buscando el palacio de oro.  que le había comentado su abuela, lleno de estalactitas y estalagmitas, para descubrir la presencia de una reina de hadas  sentada  en el tono de marfil, que había salvado de l hambre a un niño  pobre del barrio del Arrabal.  Fue el único que se atrevió a avanzar con una caja de mixtos, cerillas actuales y un pedernal por si fallaba la cerilla y estopa, Le acompañaba Pataavana, con una capacha de su padre potando  todos aquellos elementos incendiarios y una vela. Lo esperábamos sentados bajo un almendró;  y se nos hacían los minutos horas, y a ellos semanas. Al  principio sentíamos algún que otro alarido y grito, pues parecían que topaba su cabeza con alguna piedra imprevista de la bóveda natural de aquella oquedad circular.  Al fin, los vimos salir. Nos abrazamos. Andamos con un azogue especial, para preguntarles  muchas cosas.
 Ávidos de conocer muchas historias, de contemplar los tesoros  escondidos. Nuestra primera pregunta  consistió si habían visto a los hombres de piedra, aquellos liliputienses de  que habían poblado las entrañas de la tierra, si les habían quitado las hachas de silex. No nos daban satisfacción alguna, solo los harapos y zancajos de sus ropas se  nos presentaban a nuestra vista.  Dejando aparte estos seres, le preguntamos ya por historias de  moros y cristianos.
-Escucha, Pacuco, Pacuco,
-Bueno, que no he visto nada.
-Pero mi padre me dijo que leyó sobre un pasadizo que desde aquí llegaba por debajo de tierra a otra mina del pie de la torre de la Cárcel Real.
-Cuenta, cuenta, hemos visto una oscuridad.
-Te cuento: Sabes lasa veces que hemos entrado por esa mina en el torreón de la Mazmorra, que se yergue como torre barbacana de la fortaleza de la Mota.
-Claro que sí. Allí, hay un hueco similar, oscuro, oscuro. Lanzamos piedras y suena el Agua y retumba  en su fondo.
--Pues, entonces me confirma la leyenda de la Mina. Aquella que hicieron bajo tierra en tiempos de los cartagineses, la utilizaron los romanos  y no nos extraña que los visigodos se escondieran.
-Más que  camino oculto subterráneo que arranca de la mazmorra es un escondrijo o guarida de animales.
-Déjame, que prosiga. Desemboca en el Cerro de enfrente, ten lo por seguro, bajo un peñón. Fue obra humana.  Pasaron los tiempos, y quedó en el olvido, como si fuera un túnel sin fondo. Algunos intentaron atravesarlo por curiosidad, sobre todo, algunos muladíes para salvarse de las garras de otros musulmanes. Pero no pudieron volver. Lo que te puedo asegurar es esta historia.
-Dime cual.                                                                        
-En 1340,  Alcalá se encontraba asediada y cercada por las tropas de Alfonso XI. No podían salir sus moradores de la fortaleza para enviar misivas al rey granadino. Entonce el alcaide Ibrahim cayó en la cuenta de que existía este pasadizo comentado en muchas ocasiones por los ancianos del lugar. Convocó al pueblo en el patio de armas de la torre  del caid. Allí les pidió que necesitaba un hombre valiente para que asumiese una  hazaña especial. Tenía que avisar al rey granadino que estaban cercados y debía acudir en su ayuda. Se ofreció Tayre. Era  un hombre de espíritu inquieto, capaz de todo como un adalid castellano, una auténtico almogávar, osado, de mediana estatura, su guardia personal, y también archero distinguido; no necesitaba altura para hacer muestras de su valor. El alcaide lo llamó  al aposentó de su palacete y le desveló que existía un pasadizo que nacía de la mazmorra y moría en las Torres Bermeja, a quinientos pasos de la cuartel castellano, a través de aquel conducto debía pasar por el camino de Guadix, y de allí avisar a las tropas granadinas que estaban cercados. Tayre no dudó, no podía soportar más la humillación que sufrían de parte los cristianos, los padecimientos de sed y hambre durante tantos meses de asedio. No se lo pensó dos veces, se hizo de una lucerna de bronce y de una antorcha . se introdujo por la sal de la mazmorra de la torre de la Cárcel Real, y, logró atravesar aquel pasadizo. Llegó a la corte3 granadina, donde fue recibido por su rey. Pero, de nada le valieron sus lamentos y dotes de persuasión. No recibió respuesta alguna. Volvió a su tierra, con la callada como respuesta. El rey no tenía tropas de refuerzo en aquellos momentos, porque estaban dedicadas a cubrir otros flancos. Ante el alcaide alcalaíno no hacía sino lanbzar improperios contra su rey. El rey convocó al pueblo y no les dio más opción que entregarse a las tropas cristianas. Unos meses después, un grupo de3 ellos se avecindaba en Moclín y otro en el Norte de África, donde recuerdan el nombre de Said en algunas aldeas del Atlas.
Nos contaron que los rasguños recibidos no eran sino fruto de haberse arrastrado como cangrejos y  los descosidos  de pantalones y camisas  se los había causado la estrechez de la parte final. Desilusionados, decían que ni  la esfinge ni la sibila de Cumas habían salido a su encuentro. Tan sólo al final se contemplaba una profunda sima que goteaba y formaba un pozo de agua. Pero, de ahí  que hubiera  un pasadizo era otro cantar.
-Probablemente, el emisario del alcaide Ibrahim buscó otras salidas de la fortaleza asediada, la puerta poterna, la Peña Horadada…O se vistió de cristiano para evadir la vigilancia de los asediadores.- se dijo Pacuco muy  alicaído por su vano intento.       




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