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miércoles, 5 de febrero de 2014

ALCALÁINAS FUNDADORAS DE UN CONVENTO EN GRANADA. RELATO


            I

         LAS PRIMERAS DOMINICAS  DE ALCALÁ, FUNDADORAS DE UN CONVENTO DE  GRANADA

 

                                   I .

 

ALCALÁ DE LOS REYES CATÓLICOS

 

A principios del siglo XVI, Alcalá  estaba encerrada en la fortaleza de la Mota y en el barrio de Santo Domingo. Tras siglo y medio de zozobra y congoja  por las incursiones de los moros del reino de Granada,  la vida social y comunitaria, en tiempos de paz, comenzaba a desarrollarse  normalmente, como, en muchos otros lugares de Andalucía, lo había hecho anteriormente. Las torres de defensa y de alojamiento en su interior,  dieron paso a nuevos edificios, destinados para casa de ayuntamiento, de la justicia,  escribanos y recaudadores  En aquella fortaleza tan cerrada, comenzó a resurgir el comercio  y se levantaron el matadero, las carnicerías, el pósito, y otros edificios públicos y religiosos,  dando un nuevo aspecto  en torno a una plaza, rodeada por la Iglesia Mayor, el hospital de los Monteses, una botica, los escritorios  y las tiendas adosadas a las  torres con sus  corredores y miradores, la antigua cárcel, la botica y las casas de fachada piedra de los principales caballeros de la ciudad.

Incluso, los propios Reyes Católicos, agradecidos por los servicios de aquellos vecinos tan dechados de valor bélico, coadyuvaron al ornato de la ciudad y otorgaron una provisión, por la que les concedieron una campana y reloj, cuyo sonido debía escucharse en todas  las caserías de  la comarca.

 

                        NACE EL BARRI O DE SAN JUAN

 

A las afueras de este recinto, se extendió el prado de la Fuente Nueva, que fue comprado por la ciudad  para servir de dehesa. Y, a finales del reinado, la ciudad inició un nuevo desarrollo urbano, que no pretendía otra cosa que acrecentar la población convocando a los serranos, montañeses, y gallegos que probaban fortuna en tierras andaluzas tras la conquista de Granada. Para ello estableció la costumbre, mantenida inmemorialmente, de conceder solares a lo nuevos pobladores en la parte llana y valle de la ciudad. Esto dio lugar a que se ampliara la  ciudad fortificada con nuevos arrabales en torno a las nuevas iglesias de san Juan, el Anillo, san Sebastián, y la cuesta del Cambrón, obligando a que el abastecimiento de agua  se canalizara con una nueva fuente, que emanaba desde los Llanos hasta  la Tejuela.

 Como antigua ciudad fronteriza, pretendió seguir manteniendo la fortaleza ante las invasiones turcas del Reino de Granada y ser baluarte de las tropas y control del paso hacia dicho reino. Por eso, se beneficiaba de las medidas de exención, como el pago del almotacenazgo, con el que los reyes eximieron a Alcalá y al Castillo, o el de las alcabalas que les pedían a los mercaderes alcalaínos en Sevilla y en otros muchos lugares.

Era, todavía,  una sociedad compuesta de  los descendientes de los antiguos pobladores y conquistadores, entre los que había algunos judíos, a los que se le aplicó que pagasen la moneda forera 

Los principales  conflictos, sin embargo, se movían entre los distintos bandos de caballeros,  y, además entre este  grupo y la Corona. Solían resurgir por el abuso de estos señores, que controlaban los órganos de gobierno de la ciudad y se introducían en las tierras comunales beneficiándose de sus prerrogativas.

Y eso que  la Corona concedió muchas mercedes provisiones para afrontar los nuevos tiempos, entre las que destacaba que pudieran gastar  18.000 maravedíes de las sisas. Por otro lado, el cabildo municipal recibió de los reyes la merced de disfrutar los nueve cortijos de propios con el fin de hacer frente a  los gastos ordinarios. Estos se extendían en el flanco sur, pues el norte se lo habían reservado los caballeros. Sus nombres eran Cabeza del Carnero, Mesa, Medianil, Juanil, Acequia Alta y Baja, Pinillo, Piojo, y Fuente de la Piedra. A ello se añadían los ingresos de los censos sobre las tierras de la Hortichuela, Chupete, Allozarejo,  las tiendas de la plaza y otros lugares de la ciudad. Como ejemplo, en un año cualquiera de finales del siglo XV,  el cabildo tenía arrendadas en la plaza las tiendas de Rueda, Miguel Sánchez Vasco, Pedro Sánchez de la Puerta, Alonso Hernández, tienda del Rincón o  los mesones en el arrabal, o  solares y adarves   en el mismo lugar junto a la Puerta del Arrabal.

 

                                   LOS BANDOS

 

No era todo malo  en estos caballeros, sino que  siempre estaban preparados para el servicio a los reyes. Pues, tras el toque de campanas de las iglesias o  la convocatoria de concentración  por el pregonero y el tambor, al instante se concentraban en la plaza de la Mota y nombraban el capitán y otros cargos  formando una compañía de caballería en dirección a los frentes de guerra, siempre que se recibiera una llamada real, como fue, en aquellos años,  la del sitio de Mazalquivir ante una cédula enviada por el rey don Fernando.

 

No se  había calmado la sed de botines de este  el grupo de caballeros en los años de paz, Pues, fueron parte activa en el  acontecimiento importante,  cuando se produjeron una serie de alteraciones del marqués de priego en el año 1508, y en la que se vieron relacionados casi todos los hidalgos alcalaínos. Luego, sufrieron las consecuencias. Pues recibieron una provisión de la reina doña Juana para que Alcalá estuviese apresada por apoyar  al rey Católico. Mientras tanto, don Pedro Fernández de Córdoba, implicado  en los acontecimientos, se vio obligado a ser investigado por un juez pesquisidor enviado por los reyes, a que se destruyera su fortaleza de Montilla y fue desterrado de Andalucía,  lo que fue acompañado con la pérdida de muchos cargos y un fuerte castigo para que sirviera de escarmiento. No obstante, dos años después que el marqués fuera restablecido en su marquesado, Alcalá siempre mantuvo con él una relación muy estrecha por pertenecerle la alcaldía y tenerle que rendirle homenaje.

El conflicto con las poblaciones se dirimía por razones de límites y de intrusos ganaderos, sobre todo, de  Priego, Alcaudete y Granada. Con la primera tuvo un pleito, por el que los Reyes Católicos apoyaron a la ciudad alcalaína. Con la segunda, se rompió la línea de acogida de los malhechores en su tierra por una orden dada de los reyes dirigida al conde de Montemayor y el licenciado Vela Núñez acudió para solventar  los conflictos entre los dos términos.

Eran ganaderos. Pero el vino de Alcalá era famoso, pues  obtuvo un privilegio especial para que pudiera venderse en Granada, según aparecía en un testimonio del escribano de Granada Jorge de Baeza en el que se mandaba que se metiese vino de esta parte en dicha ciudad. Pero, para evitar la competencia, logró que el corregidor de Granada evitara los pregones que permitía entrar vino en su ciudad en los mismos términos que a otros pueblos.

La ciudad comienza a ser controlada, primordialmente, por la familia de los Aranda en detrimento de otras, sobre todo, los Montesinos y Badeas, que, a través de enlaces matrimoniales iban acaparando la mayoría de los cargos municipales y  las  tierras de la ciudad, dando lugar a abusos de poder con los que confrontarán con el propio cabildo invadiendo y usurpando tierras de lo común. Solían ser valientes guerreros y también aventureros. Pero, cansados de guerras, los mayores comenzaban a disfrutar de los beneficios anteriores. Los más jóvenes, siempre dispuestos al combate, caían en los miles de frentes que se abrían en Italia, África o  el Nuevo Mundo. Otros, pagaron con la edad tantos años de lucha. Entre ellos, el capitán  Pedro de Quesada, que había dejado a su viuda con sus cuatro hermanas.

 

                       CUATROS MUJERES   RELIGIOSAS

 

En aquellos tiempos,  los predicadores franciscanos y dominicos comenzaron a visitar la Iglesia Mayor por tiempo de Cuaresma. Criticaban las malas costumbres, la cruzada y la evangelización de las Indias.  No era extraño que, con sus prédicas, muchas mujeres  no vieran con buenos ojos  la Casa de Mancebía, que, incluso, los reyes habían permitido que se estableciera dentro de la fortaleza. Entre  ellas, Catalina,  que era la  viuda del alcaide y capitán mencionado del Castillo de Locubín. Junto con sus hermanas Lucía, Margarita, y María,  formaron una especie de incipiente convento en su casa, tras hablar con el abad  don Juan de Ávila.

En la soledad, no les quedó más remedio a estas castas mujeres, que entregarse a la religión, pues estaban emparentadas con los hidalgos alcalaínos y debían mantener su pureza siendo beatas al servicio de Dios, lo mismo que sus maridos lo habían hecho en vida en la conquista de nuevas tierras con el nombre de Dios por delante.

Las cuatro juntas tomaron la unánime decisión de transformar en  oratorio una de sus casas de la calle de  Despeñacaballos. Adecentaron toda su casa y se lo comunicaron a su confesor un teniente de capellán, que no llegaba a comprender aquel cambio. Ellas le recordaban que nunca podían olvidar la huella que les dejó en 1499 el dominico fray Alonso Gutiérrez de Burgos.  Le decían que les había aconsejado que formaran un convento o monasterio de la Orden de Predicadores en la ciudad. O, al menos, se  hicieran religiosas, cumpliendo la tercera regala.  Adecentaron las casas, la mística invadió aquel patio sostenido por cuatro vigas, que bajaba por una esquina a una bodega donde guardaban en un aljibe el agua de la lluvia. Colgaron todas las paredes de láminas y cuadros, comprados a los mercaderes granadinos. En su primera estancia, lienzos de la Magdalena junto a una pequeña escultura del Señor del Ecce-Homo y,  en la pared más señera, un Crucificado gótico. Compraron unos reclinatorios que  les servían para llevar cabo los rezos diarios  cumpliendo con el rigor que establecían  las horas del breviario del calendario litúrgico.

Algunos de sus maridos no habían tenido tiempo ni siquiera de  testar, pues habían fallecido en las costas de África, y, en la toma de algunas de aquellas ciudades a las órdenes del señor de Alcaudete, se veían obligadas  a  compartir todo. Incluso, pedían en tiempos de carestía de pan la porción a los regidores, que la repartían a las puertas  del cabildo o en las panaderías de la ciudad..

En Navidad,  mimaban, con  sus manos, la figura del Niño colocado sobre  la  austera tabla  de la mesa.  Era uno de los pocos recuerdos de sus maridos. Probablemente adquiridos o robados en el sur de e Italia. Por las Carnestolendas,  se asomaban, a través de la reja, a escudriñar  el bullicio de la  fortaleza, mientras se divertían los niños vestidos de obispillos, cantando copas burlescas contra los capellanes de  la Iglesia Mayor. En Cuaresma, al amanecer, solían  mortificarse con disciplinas, ayunaban casi todos los das y  se confesaban de los  malos pensamientos.  En las primeras horas ocupaban la capilla de los Arandas y rezaban por el alma de todos los difuntos de su familia. A los pobres que acudían a su casa, les sacaban  algunas cuartillas de trigo de sus trojes  y,  economizaban  con ellos algún maravedí que otro, sacado del arca de siete llaves. Por la tarde, rezaban el vía crucis en la iglesia de santo Domingo con el beneficiado. Y, al anochecer el toque de ánimas, se encerraban en sus casas y  volvían a repetir unas oraciones ininteligibles por las ánimas del purgatorio. Visitaban todas las capillas. Comían una sopa de gallina, pasas y algo de pan  Y rezaban, al acostarse, por todos los difuntos. 

 

                       LAS CUATRO EN GRANADA

 

            Aconsejadas por el provisor de la abadía, vendieron parte de los  bienes que  habían acumulado sus progenitores y se fueron a Granada con el fin de  unirse a la orden dominica que comenzaba a establecerse en aquella ciudad. Les puso en contacto el  sacerdote con algunos  miembros de la  congregación de santo Domingo de Guzmán, que les buscó una casa en el Realejo junto al recién fundado convento de Santa Cruz.

            Las cuatro mujeres acudían diariamente a los mismos  actos y   misas de los conventuales. Les  limpiaban los enseres  y objetos religiosos. Le hacían de despenseras y  les compraban los alimentos.  Tanto llegó su fervor y su  amor por la orden dominica, que les permitieron tomar los hábitos de  la Orden y  les reservaron una capilla dentro de aquel majestuoso templo.

            Ellas no  se contentaron con haber conseguido este reconocimiento, sino que, un día, las llama el padre provincial.

            -Hermanas,  todos los días me llegan noticias de vuestras buenas acciones. Me es imposible que os niegue lo que me pide vuestro confesor.

-               Padre Alonso, no nos lo merecemos por Dios.

-              ¡Cómo no, hacéis caridad con todos, con los pobres y los moriscos, sois de buen linaje y  me han dicho que vuestra dote sobrepasa a cualquier otro que  en nuestro convento quiera iniciarse!

-              Somos cuñadas del famoso capitán Pedro de Quesada, alcaide, y provenimos de la muy famosa ciudad de  Alcalá donde estuvieron confesores de la reina, de su misma orden dominica. Ellos nos dieron estos nuestros principios.

-              Basta, hermana, la mejor biografía es la que escriben vuestras acciones con el pueblo. Ayer, me llamaron otras hijas de ilustres granadinos que quieren compartir con vosotras  el convento.

 

No lo dudó fray Alonso de Loaysa, unos días después, les  hizo las gestiones para  que profesaran la segunda regla de la  Orden de Predicadores. Les puso una nueva prueba que resistieran  otros cuantos años de beatas junto a las nuevas hermanas recién incorporadas. Lo cumplieron y con creces.  Ampliaron la comunidad. Aquellas mujeres le impresionaban, cada día más, al dominico, sin embargo no tenían recursos para afrontar un nuevo monasterio.

Seguía dudando el provincial, pero, al final, consiguió reunir  a todos los miembros de  su cabildo y les dio la licencia  un día del mes de abril de 1514. No tardó en comunicárselo a la reina Juana, que contestó afirmativamente con una provisión real, enviada desde Segovia  un 25 de mayo del mismo año Junto al  convento del padre Loaysa mantuvieron  su condición de beatas la ampliada comunidad  de catorce  mujeres, mientras iban adaptándose a la nueva condición de monjas.

 

A finales del año, llamaron al padre provincial y ala arzobispo,  y bendijeron el convento en una casa junto a la plaza del realejo, en las inmediaciones del barrio judío con el nombre de santa catalina de Siena.

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Pablo de Rojas  estuvo en aquel convento y les esculpió los santos Juanes. Durante su estancia,  una   monja mayor le comentó que no había sido el duque de Arcos, quien lo había fundado, sino unas paisanas suyas antes del 1523. No se lo creía.

_- No puede ser. Tanto alcalaíno, emigrante de mi tierra. Cría que solo se marchaban de allí  los artistas,  y también los hidalgos dejaron aquella tierra....

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