LA
CASA DEL DUENDE DE LA MOTA
Muchas leyendas son verdaderas, o, al
menos, tienen viso de realidad. Y esta es una de ellas. Hace de ello casi
cuatrocientos años, y es cierto que, en gran parte, estos hechos
que te voy a contar
ocurrieron en una importante casa
de la Mota. Era una casa lujosa, de señores; tenía noble fachada con pórtico adintelado de
piedra de cantería y el resto con muros de mampostería; se ubicaba en un paraje
privilegiado de la ciudadela alcalaína, lindera a la casa del corregidor; mas debajo de la
Plaza Alta , en dirección hacia
la muralla de la Puerta Nueva
y la torre de la Especería ;
en concreto esta mansión era propiedad y cobijo de una famosa e hidalga familia, los Aranda Méndez de Sotomayor.
Nobleza y alcurnia no le faltaban, pero todos los vecinos se referían a esta casa como la casa del misterio, incluso
con más intriga que los misterios de las cuevas del Bahondillo y del arrabal de Santo Domingo.
Hacía tiempo que su familia la había abandonado a duras penas. La había
recibido Leonor Méndez de Sotomayor como el último eslabón de la herencia
paterna por ser descendientes de las familias de los conquistadores de la
ciudad, incluso. Pero, la
abandonaron, aunque los poderosos la consideraban de gran valor sentimental y
crematístico por haber sido vecina del
palacio de los primeros señores musulmanes, y, luego, de los alcaides de la fortaleza, -entre ellos el
conde de Cabra-. No podían soportar vivir desgraciadamente en aquella casa que
todo el mundo bautizaba como La Casa del Duende. A ello se
añadió un pariente, por cierto escritor
de la genealogía de los Aranda, sufría ataques de melancolía y delirios.
Tras su abandono, los vecinos de
alrededor, al principio, no le dieron importancia a los comentarios y habladurías que la gente
había extendido entre los vecinos de
la fortaleza alcalaína; tan sólo, algunos se asomaban a la ventanas de
sus casas y, para satisfacer au
curiosidad, se pasaban las horas observando, a lo largo del día y de la noche, todos los movimientos de ida y venida de
aquella familia. Los había, sin embargo,
que referían que no
encontraron otra cosa que el
deambular nocturno de los miembros de la
familia aquejados de algún mal sonambulista; a lo más, los veían sentados en el bufete de su sala
cuadrada leyendo libros-o
pergaminos encontrados en el arcón de las cámaras-; lo hacían a la luz del
un lánguido candil o del cebo de los candelabros como si buscaran el sitio
oculto
de algún objeto de valor y había que protegerlo; .tan poco daban
importancia a los bultos humanos que se
traslucían por el encerado de las ventanas y los relacionaban con las sombras
de los dueños cubiertos con amplios capotes para protegerse del frío. Pero,
pronto se extendió como la pólvora las habladurías de los criados de esta
familia: afirmaban que sus señores habían
vuelto a aquella casa, de noche y con sigilo, porque los llamaban seres
extraños produciendo ruidos en las cámaras altas.
Este fue el comienzo de esta historia. Sin embargo, cada día surgían nuevos
imprevistos y acciones mágicas, donde se mezclaban los ruidos ocultos con los
seres de ensueño y los efectos fantasmales de la luz y la oscuridad. Al principio, los vecinos
achacaron los sonoros ruidos a
los fuertes vientos, tan frecuentes por los altos de la ciudad, los que arremolinaban los aperos de
labranza y los arrastraban contra las
puertas golpeándolas desordenada y
escalonadamente como si cayera ruidosamente un castillo de naipes. Tampoco, le
dieron importancia a los apagones
intermitentes de una lámpara que
parecía que portaba un encorvado
fantasma. Aunque la visita ocasional de los esporádicos inquilinos lo achacaban
a un duende en forma de frailuco, que había albergado la familia, los vecinos
creían que no era sino una simple alucinación de las mentes de aquellos
señores, víctimas de su afán por la usura y
la acaparación de bienes. Lo cierto es que aquel duende les hizo perder
la cabeza a aquellos señores y, un día sin esperarlo, ya no volvieron a aquella
casa y se bajaron a los llanos de la ciudad para aliviarse de aquella
persecución que no sabían interpretar si era fruto de los duendecillos o del diablo en forma de fraile.
EN LA CASA , UN CONVENTO DOMINICO
Pasaron algunos años y nadie les quiso
alquilar aquella casa. Mas, no hay mal que por bien no venga... Pues esto le vino muy bien a los planes de aquella familia. Pronto, a aquellos señores se les ocurrió una feliz idea con la que les
hiciera purificar aquel lugar y cambiar la mala reputación y fama
que se había extendido sobre su familia y sobre ellos entre algunos vecinos de la ciudad. El
ama, una devota y señora emprendedora, huérfana
de padre y madre, pensó fundar un convento. Cedió su casa, buscó personas influyentes y poderosas entre los
notables y ayuntamiento de la ciudad para que le ayudaran a hacer realidad el
proyecto: No tuvo, al principio, muchas dificultades, porque la mayoría de los
regidores y jurados eran familiares
suyos relacionados con las diversas ramas de
los Aranda. Como se suele decir, mató dos pájaros de un tiro, porque su
plan contribuía con la defensa municipal de que
no se abandonara la privilegiada fortaleza, y, por otra parte, sabía que le era imposible fundarlo en otro
sitio, porque a nadie se le
permitía edificar edificios religiosos en los bajos de la
ciudad.
En los primeros momentos, los hechos se
fueron desarrollando como si los marcaran inexorablemente las agujas del
reloj de la
Mota. El prelado de los dominicos dio el
visto bueno al proyecto; el abad hizo lo mismo dentro de su jurisdicción,
también a Leonor se le aceptaron todas
las cláusulas de su contrato con el nuevo convento: dos monjas reservadas a la
familia y privilegios de enterramiento
para los miembros de la familia en la capilla mayor del templo. Se
trajeron monjas de otros lugares como
Almagro para constituir la cédula inicial de aquel convento,
Cada día, con
el crecimiento de miembros del
convento se renovaban la ilusión y la alegría de Leonor Méndez de Sotomayor,
porque continuamente se veía obligada a acudir a los escribanos de la plaza alta para recibir
las dotes de las novicias. Además, no se quedaba su gozo en el grupo humano, sino que se
amplió el recinto del convento con las nuevas casas de los Monteses y
Valenzuela; y aun más, se
comprometió con los mejores canteros
de la familia Bolívar a renovar aquella casa con un claustro porticado,
una capilla y dormitorios para las hermanas; en pocos años, aquella casa albergó a más de veinte monjas.
Pero, pronto, comenzaron a surgir raros inconvenientes, acontecimientos extraños e inesperados sobresaltos. Las
primeras monjas venidas de Almagro y
Jaén, como no sabían nada de la historia
reciente de aquel convento, tan solo se quejaban de las malas condiciones
que ofrecía aquella casona al sotavento
y frío del cerro de la
Mota. Pero , con la entrada de las nuevas inquilinas de
Alcalá, muchas de ellas, procedentes de famosas familias hidalgas de la ciudad,
comenzaron a revivir las antiguas
habladurías que corrían de boca en boca a lo largo de la ciudad. A ello se
añadió que se produjeron varias muertes
de las doncellas más delicadas, y comenzaron a levantar los más inesperados
comentarios sobre la salubridad del
convento
REGRESÓ EL DUENDE
A la hora de la verdad, las monjas tan
sólo discutían y deliberaban en sus cabildos lamentándose de estas tristes
circunstancias, pero no quedaban en nada,
porque no sabían a qué achacárselo, de tal modo que les hacía
conformarse con resignación cristiana a aquellas adversidades del local y la
vida en comunidad. Es verdad, se decían, que se podría echar la culpa al
frío invernal de la Mota que
les hacía mella en su salud , pero , muchas muertes acontecieron en otras estaciones del
año; por eso , no olvidaban los calores de agosto que causaban tabardillos y funestas fiebres de verano; y , por lo que más se inclinaban y, de común acuerdo, solían achacarlo al aljibe
de la casa que cambiaba el color del agua convirtiéndola en una especie de
vidueño rosado. Por mucho que el físico les recomendaba que le echaran a los vasos y jarras de beber unos
polvos medicinales mezclados con un jarabe especial elaborado en la botica de la
Plaza Baja , muchas se veían afectadas por una continua
descomposición del cuerpo, que no daba abasto para limpiar los pozos ciegos
abiertos en la roca de la fortaleza. Para colmo, aquellos desarreglos
provocaban una anemia
corrosiva de los cuerpos que afectaba
hasta la voluntad de sus almas. La mente se les turbaba, veían visiones
a su alrededor.
No tardaron en producirse algunas bajas
o deserciones marchándose del convento, y, eso que casi se incrementaba el
claustro a dos novicias por año y se les quedaba aquella casa estrecha y sin
posibilidad de albergar a tantas doncellas que esperaban la llamada del
mayordomo para ajustar la dote ante el escribano. El agua les había puesto nerviosas y enfermas, por un
lado; por otra parte, tampoco podían soportar los cotilleos frecuentes entre
ellas sobre unos ruidos nocturnos
que se asemejaban a los lobos
de la sierras; también , se
asustaban por otros muchos imprevistos: pues, de un día para otro, un objeto estaba sobre un bufete y a la mañana
siguiente, aparecía colgado en la cámara; o lo que más acontecía , el hecho de
que un velón apagado al anochecer en un
cuarto de dormir a la hora de completas, a
los matines del otro día había
aparecido en el comedor; y, por encima de todo,
les colmaba la paciencia que
desparecieran con mucha
frecuencia los ramos de flores del altar
de la capilla y al día siguiente aparecieran
pisados con gran violencia como si quisieran destruirlos;
esto sin olvidar que raro era
el día
que la mayoría de las monjas no
encontraban los velos a la hora de
vestir sus hábitos y bajaban a la capilla desaliñadas con su larga cabellera sobre la túnica. La priora no se lo tomaba a
broma, sino que se le achacaba al antiguo espíritu que se había cobijado en
algún escondrijo de las cámaras y
renacía moviéndose de un modo imprevisto por las diferentes habitaciones y
cuartos.
Por eso, entre ellas, de nuevo
reapareció en sus conversaciones la
antigua figura del duende de la casa cumpliéndose aquel dicho que “a perro muerto todo son pulgas”. Y, se cuenta que lo malo no fue que tuviera un aspecto
fantasmal convertido en frailuco
visitador del convento, sino que, en medio
de aquel desconcierto, ya había
comenzado a trastornar las mentes de
algunas monjas. Aquel duende, como antes, no emprendía, en su reaparición, acciones
ficticias, propias de los cuentos infantiles, sin mayor malignidad de ser propios de puros juegos de elucubración mental;
ahora aquel duende había dado un
paso más y había subido un escalón superior
la hora de apoderarse de aquellas mentes indefensas por la debilidad
física. Se convirtió en un auténtico demonio que provocaba en muchas de ellas
actos descontrolados en medio de la seriedad y el silencio del local. Pues, no
era raro el día que una monja estallara de una risa resonante al contemplar un
cuadro de un paso de Pasión; y, lo malo era que no era una risa sana, sino un
retumbar al modo de la Sibila
de Cumas o de una intoxicada por hierbas venenosas. También, la hubo que se
sentía estigmatizada con fuertes ruidos en los oídos y clamaba pidiendo que le
sacaran aquello del interior del cuerpo;
y, aún más, a veces se hacía cómplice
con los objetos imaginados o los seres demoníacos y profería
auténticos atentados contra la divinidad. Se juntaba la priora con la
superiora para combatir estos actos, pero,
ni con los artilugios de los gendarmes de la Inquisición ,
podían domeñar las fuerzas de aquellas poseídas por el
maligno duende.
VIENE EL EXORCISTA
Por días, se enrarecía cada vez más el
ambiente, hasta tal punto que la priora
se vio obligada a comunicarlo al
confesor y capellán del convento. Este no le dio mucha importancia al
principio; mas no obstante, se lo comunicó al abad y a su
provincial dominico que, por aquellos años, frecuentaba la ciudad para fundar
el convento masculino de Nuestra Señora del Rosario.
Pro el día en que una de ellas intentó
atentar con una imagen religiosa, ya no aguantaron más,
convocó al capellán y este atentado se
lo comunicó al señor abad. Ambos coincidieron en que algunas monjas estaban
dominadas por el demonio, era un caso claro de exorcismo: hababan lenguas
extrañas, sus fuerzas se sobredimensionaban
y habían atentado con los
símbolos divinos. El abad, hombre muy experto en teología, creía que era el momento de erradicar estos
desmanes en un sitio religioso y que podía servir de escándalo a toda la
ciudad. Y no era un duende ni las habladurías populares, las que había que
callar; era algo más; se había sobrepasado el fiel de la balanza de ser
cristiano: Por eso, acordaron traer un fraile exorcista para
aplicara a aquellas monjas unas sesiones de quitarle la posesión del demonio.
Lo buscaron de la cercanía y de los
pueblos de los pueblos de los
alrededores, y no lo encontraron. Mandaron correos a los monasterios y
conventos de los obispados de Granada, Córdoba y Jaén, y les dieron algunos
nombres de exorcistas; pero, los
regidores amparados a los conjuradores s de lo campos, le recomendaron unos franciscanos de la diócesis de Guadix y Baza,
que decían eran muy famosos. Y consiguieron dar con uno de estos frailes
exorcistas. Este no sólo era experto en
la materia sino que había practicado en
muchas ocasiones ( y, concretamente
en numerosos conventos), aquel
ritual mediante el que se pretendía e expulsar o destruir aquel duende
sobrenatural que tenía asfixiadas y
dominadas a aquel grupo de monjas. Para
ello, vino en tiempos de Cuaresma como
tiempo de Purificación.
Llegó en secreto, de noche y se
albergó en el mesón de la Plaza.
Alta. Al día siguiente, convocó a la
priora y planificó el rito exorcista. Le
pidió a ella y a las monjas no poseídas
compartir con él varios días de oración
y ayuno; pues creía que estos dos importantes remedios eran fundamentales para pedir la ayuda
divina, según el ejemplo de los Santos Padre.
A continuación, una vez que contactó
con las poseídas, al principio le costó trabajo dilucidar si aquel ser
sobrenatural era un demonio, un espíritu
maligno, o un brujo de carne y hueso que
se introducía en la casa a horas
intempestivas. Lo que no le ofrecía duda
era que aquel convento había sido objeto o lugar de posesión de un ente
sobrenatural y, además, por sus conocimientos, prácticas y experiencia, consideraba en el grado total la posesión de aquellas monjas por el maligno duende (según
sus libros, “(el ente toma control de las funciones del poseído, puede
moverse, hablar, etc., a través de la víctima”).
EL ACTO DEL EXORCISMO
Como personas religiosas que eran, el fraile sabía que debía poner más empeño
en acertar en este asunto; por eso, ayunó durante cierto tiempo
y previno todos los aspectos y pasos del
proceso del acto exorcista. Sabía que debía
cuidar hasta el mínimo detalle las oraciones, los gestos y los ritos, y
no sólo usarlos mecánicamente sino darle un sentido de preparación para que
hicieran efecto en estas religiosas.
Lo mismo intentó hacer con las fieles atormentadas,
antes de iniciar el exorcismo. A ello, con muchas ganas, las compañeras animaban a las posesas a que oraran ante
Dios, a hacer mortificaciones, renovar frecuentemente la fe recibida en
el Bautismo, y a acercarse al sacramento
de la penitencia para protegerse y también fortificarse con la sagrada
Eucaristía. También, les ayudaron con la
oración por caridad los amigos, los parientes, el confesor y el director espiritual de cada una de ellas,
inclusos, hubo oraciones con la presencia de otros fieles.
Per llegó el día esperado. A las poseídas por el duende las reunió en el pequeño oratorio del convento, se les hizo la señal de la cruz como muestra de que comenzaba el ritual, a continuación el fraile les impuso las manos, sopló espíritu divino y les hizo con el hisopo una aspersión con agua como símbolo de purificación en el bautismo, para que las monjas posesas se sintieran defendidas ante las insidias del enemigo. Con un hachón encendido y ante la mirada de un crucifijo, el exorcista repitió las letanías, con las que pedía por la salvación de ellas intercediendo a todos los santos, la misericordia de Dios. Después de las letanías, el fraile recitó en forma responsorial y en latín, varios salmos, que imploraban la protección del Altísimo y alababan la victoria de Cristo sobre el Maligno. Terminado el salmo, el exorcista añadió una oración sacada del salmo. Salvam fac ancillam tuam.Después, proclamó el evangelio, como signo de la presencia de Cristo, que por medio de su propia palabra en la proclamación dela
Iglesia , pone remedio a las enfermedades de los hombres. De
nuevo, impuso las manos sobre las atormentadas, para lo que se invocó la fuerza del Espíritu Santo a fin de que el
diablo saliera de ellas, diciéndoles que por el Bautismo fueron hechas templo
de Dios.
Per llegó el día esperado. A las poseídas por el duende las reunió en el pequeño oratorio del convento, se les hizo la señal de la cruz como muestra de que comenzaba el ritual, a continuación el fraile les impuso las manos, sopló espíritu divino y les hizo con el hisopo una aspersión con agua como símbolo de purificación en el bautismo, para que las monjas posesas se sintieran defendidas ante las insidias del enemigo. Con un hachón encendido y ante la mirada de un crucifijo, el exorcista repitió las letanías, con las que pedía por la salvación de ellas intercediendo a todos los santos, la misericordia de Dios. Después de las letanías, el fraile recitó en forma responsorial y en latín, varios salmos, que imploraban la protección del Altísimo y alababan la victoria de Cristo sobre el Maligno. Terminado el salmo, el exorcista añadió una oración sacada del salmo. Salvam fac ancillam tuam.Después, proclamó el evangelio, como signo de la presencia de Cristo, que por medio de su propia palabra en la proclamación de
Luego, recitó el Credo; después, el Pater Noster, con el cual se le pide a Dios, como Padre
nuestro, nos libre del Malo. Y, acabado todo esto, el exorcista cogió la
cruz del Señor y se la enseñó a las
posesas, lo hacía como fuente de bendiciones y gracias. Hizo la
señal de la cruz sobre ellas para
hacerles ver que a con esto
se indica el poder de Cristo sobre el diablo. Y llegando al momento
culmen, después dijo la oración de petición, por la que rogó a Dios
para que viniera en salvación.
Finalmente, con gran solemnidad declamó
una oración imperativa por la que, en nombre de Cristo, se le mandó
claramente al diablo que dejase a las atormentadas.
Oh,
Señor, tú eres grande, tú eres Dios, tú eres Padre, nosotros te rogamos, por la
intercesión y con la ayuda de los arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel, que nuestros
hermanos y hermanas sean liberados del maligno
Pero
les pidió, expresamente, que se abstuvieran de cualquier oración de exorcismo, sea de
petición o imperativa, las cuales solo podían ser usadas por los
exorcistas. Al fin, creyendo
haber logrado echar al demonio e hizo
un canto de acción de gracias, otra oración y las
bendijo. A lo largo de la ceremonia se guardó por aquel grupo de
monjas un silencio sepulcral durante
todo el ritual exorcista.
SE VA EL EXORCISTA
Tras la visita del fraile exorcista, la comunidad pasó varios días y meses en medio de una gran tranquilidad y paz interior. En las horas de oración le daban gracias a Dios por los frutos del sosiego recibido. Además, el confesor del convento cuidaba de guiarlas espiritualmente para que perseverasen en la oración, sacándoles lecturas ¡principalmente de las Sagradas Escrituras; con su ayuda frecuentaban el sacramento de la penitencia y de la eucaristía y también llevaban una vida cristiana con obras de caridad y llena de amor fraterno con todos.
Pero, parecía que los diablillos de la
fiesta del Corpus y los sayones con los rostrillos negros no querían dejar
tranquila aquella mansión de Amor y volvieron
al convento. De nuevo, sobrevino
la recaída en la misma posesión. La llegada del duende se producía ahora
con mayor ansiedad y provocando mayores desasosiegos; de nuevo, hubo
abandono de otro grupo de monjas; en vano servían todas las prevenciones
tomadas, de nuevo aparecieron el agua
rosada, las enfermedades, las
alucinaciones, los desvaríos de conversaciones en lenguas extrañas y los
forcejeos imposibles de dominar por la superiora hasta el punto que a esta se
le colmó la paciencia y, secretamente,
habló con varios señores de la ciudad para urdir un plan . Lo hizo con un
regidor, familiar suyo, que le sugirió un cambio de residencia del convento aprovechando que el abad había
condescendido a que casi se convirtiera en parroquia una iglesia del llano de
la ciudad.
La priora llamó a un escribano y arrendó una
casa; trasladó de noche a toda la comunidad a una casa de la
calle real fuera de la fortaleza de la Mota. No estaban muy
conformes los miembros del ayuntamiento que mantenían sus casas en la fortaleza
para no perder los privilegios; también la reacción del abad como autoridad
eclesiástica no se hizo esperar. Y, así, todas las monjas recibieron un decreto de excomunión por
haberse trasladado de domicilio sin
licencia abacial. Pero, pronto quedaron sin efecto aquella excomunión, pues
obedientes y a regañadientes regresaron al convento. Y, a volver al convento del misterio, a la casa endiablada de la Mota , de nuevo se repitieron
los mismos acontecimientos. El mismo proceso y concatenación de hechos:
enfermedades, miedos por el duende, exorcismos continuos... No podían resistir
más. .
….Y,
así llegó el 1602, esta vez el plan se
hizo con mayor sigilo. Se buscaron de
valedor al regidor Sotomayor
Aprovecharon la ausencia del abad
fuera de la ciudad, pues había marchado a Valladolid para arreglar asuntos
familiares y personales de su estancia como abad de esta ciudad castellana.
Como un reguero de pólvora se extendió que las mojas habían intentado pasarse a
las casas de Cristóbal de Ibáñez junto a la ermita de la Veracruz para hacer en ella su convento,
esto sin habérselo advertido al abad
ni sin tener el beneplácito del ayuntamiento
de la ciudad. Este convocó su cabildo,
y se dividieron los pareceres: el viejo
alcaide y los hidalgos de sangre opinaron que no se podía permitir el traslado
del convento, porque iba en contra de los intereses de la fuerza y conservación
de la Mota ; de
mudanza nada, y menos sin estar presente el abad. El escribano del cabildo, acordaba este criterio en contra
del parecer de Sotomayor:
-Se hable con el prior del convento de los dominicos para que
no se bajen porque no tienen decencia ni custodia las casas que agora viven.
Días después, de Valladolid regresó
el abad mayor y mantuvo la excomunión de todas las monjas, al
mismo tiempo que les tramó un ardid
jurídico muy complicado. Convirtió en parroquia la ermita de la Veracruz , con lo que
conseguía que no se pudieran levantar iglesia y convento cercano a sus alrededores.
Las monjas no podían aguantar más.
Habían vencido la casa de los duendes. Y ahora se veían rotas por los
abandonos, deshechas por los sinsabores
de la ciudad y arruinadas porque no
podían afrontar la destrucción económica de sus bienes.
EN LAS CASAS DEL LLANILLO
Pero, como si se tratara un milagro,
a primeros de año 1602, nació un rayo de esperanza en la comunidad
dominica. No podían levantar un convento, pero sus patronos le sugirieron que
podían comprar y trasladarse a un recinto en forma de convento. Se buscó un
lugar casi religioso, un hospital que, por supuesto, tuviera un oratorio; y lo consiguieron, en el
Llanillo, junto a la iglesia de la Veracruz.
Le llamaban Hospital del Dulce Nombre de Jesús, donde se
albergaba la imagen de la
Coronada , patrona de los Desamparados y Madre de la Caridad. Aquel amplio recinto de casas tenía capacidad para
albergar aquella numerosa familia
religiosa, Tan sólo, debían buscarle
traslado al hospital y les compraron las casas de enfrente, las que estaba
anejas a la ermita de la Veracruz. La
jugada era perfecta.
Además le favorecieron las
circunstancias, el cambio de criterio de las autoridades y hasta
el tiempo. La peste intensa que azotaba a la ciudad fomentó la marcha de la fortaleza de muchas
personas y los regidores cambiaron de opinión con
respecto a las monjas. Consideraban que los nuevos barrios de la ciudad
necesitaban de servicios religiosos y, si el abad había permitido la instalación de la
parroquia en la ermita de la Veracruz , no creía que
fuera un obstáculo que estos se realizaran, como en otros lugares y obispados,
en las nuevas dependencias del
monasterio.
Por eso, no es extraño, que un famoso
regidor alzara el tono y dijera en la sesión
del veinte de febrero de 1602 tocando el corazón de los presentes:
“No le demos más vueltas, y dejemos que
las monjas tengan allí el convento y se
hagan en su templo los servicios religiosos de
impartir los sacramentos, Lo digo con mucha razón, porque no ha sido
parte del no haber habido hasta hoy parroquia
para que deje de estar poblada como están todos aquellos arrabales tan remotos de la
parroquias antiguas que hay en esta ciudad. Por cuya causa, han acabado muchas personas, grandes como
recién nacidos, los unos sin confesiones
y los demás sacramentos; e las criaturas sin bautismo: cosas de
grandísima lástima y sentimiento. Y esto
que ha hecho el dicho abad de haber
puesto la dicha pila santa, no
mira al interés de su renta , pues, antes, se añade quiebra de ella por aumentar un escusado; y que esto( que yos os digo) mira al bien
común de las ánimas; y así,
por estas causas como por otras muchas que avía bien que decir, os pido e
suplico a la ciudad nombre dos caballeros de ella para todo lo dicho
tocante a esta causa de que favorezcan a estas santas monjas y, si el señor
abad no fuere servido , (que sí será,
pues es tan cristiano e
caballero) de que, si no quisiere hacer merced a esta ciudad de lo que aquí se
suplica de manera que se consiga lo que se le suplica y , si no hubiere en ello, se nombre
dos caballeros comisarios para que les ayuden a defender las dichas monjas en todo lo
conforme a conciencia y justicia
pudieren. Pues en esto sería bien no ir
contra a el dicho señor abad, que no es
razón para esta ciudad que lo imagine
tal que es nuestro prelado, y
sino por ser justa e sancta defensa y así lo pido e suplico y lo pido
por testimonio don Pedro Fernández Alcaraz Cabrera"
No hizo falta más. Se
trasladó el convento al Hospital, el duende quedó en la Mota , en la casa vendida en 1603 a un tal Francisco de Córdoba; que sepamos años
después se abandonó todo el recinto
fortificado y con ella su casa. Por un encanto especial de aquel rincón los
cernícalos y las aves migratorias solían
posar en los recovecos de las bodegas y planta baja de la casa del misterio,
del duende, buscaban tal vez matar al duendecillo.
Interesante leyenda e interesantisima intervención de Pedro Fernández Alcaraz Cabrera, quien conoció al mismisimo San Juan Dios mientras estudiaba en Granada.
ResponderEliminar