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miércoles, 25 de diciembre de 2013

CAPÍTULO XXII.NO LLEGA MIGUEL DE RAXIS


CAPÍTULO XXII. NO LLEGA MIGUEL DE RAXIS

 

El escribano Gome Muñoz no pasaba un momento de admirarse por la belleza de cada uno de los objetos que, en aquel gran portalón y cuarto de entrada, ocupaban los rincones más insospechados. Tan pronto, fijaba su vista en un tronco semidebastado como lo hacía  con una pequeña imagen de la Madre de Dios; en un rincón, se encontraban una gran cantidad de escudos de piedra a medio tallar, junto con algunos putti y angelotes. Destacaba un escudo grande con los símbolos de la ciudad de Alcalá la Real, la llave y los castillos y leones bellamente tallados. En su mesa, -que ocupaba el centro del  vestíbulo- parecían varios medallones que insinuaban la cabeza de un evangelista. Junto a una escalera de subida a los cuartos,  un banquillo de trabajo  estaba ocupado por las herramientas de tallar la piedra con algunos martillos de diversos tamaños, tres cinceles, una piedra de bruñir  y diversos punzones con puntas de diversos tamaños y filos aplanados y apuntado; otro banquillo-que daba a  la puerta del patio, con el fin de evitar el asma y el ahogo durante el trabajo- estaba repleto de herramientas de carpintería. Cepillos, gubias, y escofinas para realizar el ensamblaje y tallado del ambón  o una escultura, junto con una gama muy amplia de formones, barrenas, raspadores, lijas y limatones para preparar los trabajos de policromía y encarnado.  En varias baldas de la pared, unos caballetes tumbados, rollos de lienzos, algunas tablas,  botes con boj, vasos para dorar, estofar y encarnar,  frascos diversos con la escala cromática, y  algunas taleguillas con tierra para cromatar y hojas de  plantas cromáticas como la de zumacal. Junto a las baldas y  en un  poyete un arca pequeña guardaba 227 estampas de dibujo, de entre ellos 23 libros de estampas, trazas  y  música.  Sacos de yeso y escayola se colocaban sobre otro pequeño poyete para no recibir la humedad del suelo.    Sobre un bufete como mesa de despacho, se amontonaban muchas láminas de un tal Zuccaro  curiosamente, ocultaban los dibujos por estar cubiertas con mucho polvo de la piedra arenisca salida de los escudos,  formando una  mezcla amarilla con el serrín  de la madera. Tras el bufete, dos bastidores de pintar y  varios paramentos pintados ya  viejos que los ofrecían como muestra de la clientela que se acercaba a esta casa. De  una alcayata grande colgaban varias calabazas con cola para pegar. 

            Quiso convidarlo el padre Pedro Sardo y bajó a la  bodega, donde en varias tinajas guardaban los vinos de la tierra. Gome  Muñoz le dijo:

-Te has hecho de ricos caldos este año.

-Son de viñas muy diferentes Algunas propias y otras  de  alguna que otra compra. Mías y de mis hijos. Comparto negocios  con algunos mercaderes de Granada. Del arte solamente no se puede vivir        

-Aquí, está mi  hacienda y  en mis manos. Pues en los cuartos altos, no están más que muchos dormitorios y muchas bocas para comer.

-No me había llamado para algo importante, ¿acaso  no  me habrá llamado para que le dé testimonio de las arrobas de vino almacenadas?

-Sí, Gome, te he llamado  para algo importante. Pero, no para el vino. Esto es un detalle para empezar bien el negocio.  Vivir entre artistas no es posible. Y, más, siendo mis hijos. Cada uno tiene su orgullo. Se cree que es el más importante. Raro es el día que no hay una trifulca entre ellos. A veces no se aguanta ni  una broma.   Me tengo que andar con pies de plomo para poder mantener la paz familiar. Y eso que me murió mi rey negro Baltasar. Mi Juan le siguió los mismos pasos; y mi otro Juan se fue a las Indias.

-Ya me lo  dijo usted  hace unos años cuando hizo el testamento hace cuatro años.

-Y eso, que mi hijo Gaspar se hizo sacerdote y se marchó a Priego.

-Pedro, uno menos, porque Gaspar no está relacionado  con los otros  hijos, está solo; así pues ni tiene familia que alimentar  y, al contrario, se ha hecho con algunos bienes gracias a su oficio de sochantre.

-Y eso que en Priego  no hay colegiata.

-No hay colegiata,  pero Gaspar, mi segundo  rey mago como le llamo cariñosamente, se ha ganado el prestigio de las iglesias del señor de Priego. Tiene un oído excelente  y domina el canto llano en todos los sentidos. No tienen tiempo ni para venir a verme, anda corrido  entre misas y  el acompañamiento musical de  entierros, misas solemnes y las fiestas  de la tabla  de las parroquias.  Prepara, además,  el coro de los niños para los actos solemnes y  enseña a los capellanes al canto. Incluso cuida de la biblioteca de la iglesia de la Asunción...y, además, ha adquirido un  cortijo en las Navas,  

-Ya me dijeron sobre su prestigio y su influencia en la  villa. Sus hermanas Ana y Catalina le acompañaron al principio en las labores de amas, pero pronto se casaron y se domiciliaron en aquellas tierras.  

-Bueno, mi hijo Juan  tampoco cuenta, porque ya no está con nosotros. 

            En este preciso instante, su hijo Melchor entró en la casa  saludando a su  padre y al escribano. No había tenido que andar sino unos cuantos paso desde su portal a la casa de debajo de la calle Real, donde vivía su padre.  Puso una cara de pocos amigos. No le gustaba que sus  problemas trascendieran a otros estratos. Llegó dando voces que su taller no tenía nada que ver con el de su padre,  manifestando “llevo varios años emancipado”. “ ya pasó mi tiempo de preparar las colas, elaborar las barnices y los colores, cuantos bastidores han pasado por mis manos,  cuantos troncos han quedado tan solo para que mi padre le diera el retoque de las manos y la cara” “qué más volviera mi tiempo de oficial”.  Pero asentía el parecer de su padre, porque a veces no podía controlar la situación sino se hacía con las leyes. 

            -Padre, ¿otra vez con los papeles?

            -¡Qué le vamos a hacer!

            -Sí ya hemos terminado recientemente con mi hermano Pedro el retablo de  las hermanas  Gutierre de Burgos  en el Convento de San Francisco. Fuimos como las manillas de un reloj para presentar con prontitud y arte el túmulo de l príncipe Carlos en 1568, yo como ensamblador y escultor, Pedro de pintor y Nicolás un camaleón que obraba en todo.  Incluso, no nos duelen prendas en que se incorpore a nuestros trabajos el joven Miguel. Pablo, el más problemático de todos, se nos ha marchado  y parece como si hubiera renegado de nuestro apellido. Ahora firma con Pablo de Rojas. Ni Sardo, ni Raxis ni Sardo Raxis. Me dice mi hijo que se ha ido con é a Granada que no quiere pareces un moro Rasis, y  se identifica con las ilustres  de aquel lugar, por eso se ha llamado Pablo de Rojas.

            Fiel a la cita, se acercó Nicolás Raxis, que no llegaba a los treinta años. Traía en su cesto algunas asaduras y cabezas que había comprado en las Carnicerías Altas, y además, un par de  botos grandes para evitar los fríos invernales.

            -El que faltaba Nicolás.-Le interrumpió Gome.

-No, que todavía queda tu hijo Pedro. Me ha dicho su esposa que ha ido al Llanillo para  tratar  cierto asunto con un arriero de Granda en la posada de los Álamos. Ah…y Miguel ha ido a recoger una carga de leña para calentarnos, pero está al venir.

-Siempre mis hermanos Pedro  y Nicolás abriendo nuevos mercados. Se pasan los días en fondas, entre corredores, regatones y mercaderes.  Un día, reciben una misiva por medio de un cosario anunciando que le llamaba Sebastián de Solís, para hacer una imagen en Jaén; otro, que en Granada les reclaman  para colaborar en un retablo; las noticias de probables contratistas en Priego  son diarias…¡qué  os voy a decir que no sepáis!   Nos falta trabajo, pues mis hijos y tus nietos ya comienzan a trabajar como oficiales y  aprendices. Fijaros en Gaspar, Baltasar y Pedro.

           

            -Esperemos, pues, un poco-dijo el escribano.

            -Vayamos aclarando los asuntos, ¿cual  es el conflicto?

            -Me parece que no lo hay  entre ellos. Pero sí quiero marcar las lindes de mis bienes, los que pertenecen a todos en caso de herencia, y los de mi hijo Miguel, que ha preferido vivir conmigo. Hasta ahora compartíamos entradas y salidas, pero su obra, sus trabajos y sus negocios  ya me superan. Es mis pies y mis manos, si tengo que ir de veedor a Jaén, mi Miguel conmigo; si tengo que presentar  a un hijo o nieto a otro artista para hacerle valer mi  arte, mi Miguel no se aparta de mi lado ; si un nieto hay que llevarlo a Granada para  que  se quede en casa de un  escultor o pintor como hace unos días lo hacíamos con Gaspar el de Melchor, Miguel no se separa de mí.; si debo embarcar a tierras italianas como lo hice en 1568, mi criado es Miguel …Pablo ya apenas nos visita, sea marchado, no quiere saber  mucho de mi y de Miguel, tan solo mantiene relaciones con Melchor y sus hijos. Pero  el que Miguel  sea  mi ángel custodio, no quiere decir que su  arte no valga.   No vayan a creer los demás que sus bienes me pertenecen a mí y a todos  ellos.  El es libre de hacer con lo suyo lo que quiera.

            -Padre, entre, Nicolás, Pedro y yo  hacemos buenas migas-le contestó Melchor, un poco alterado-, fíjense los contratos compartidos entre nosotros o los del propio Pedro y Nicolás que forman una piña, le llamaban confraternidad  en la que consideran que  cualquier trabajo es firma de ambos lo hiciera quien lo hiciera. Además, Pedro solo tiene que alimentar a su esposa.  Mi caso es un poco más complicado, parece como si  me  pisaran los talones mis hijos, porque me han salido también artistas. De tal palo, tal astilla. En este4 caso de tu tronco, tales ramas…

            -Bueno, dejadme. Hoy, simplemente, quiero que don Gome  se lleve unos apuntes. Copie, don Gome: poseo muchos colores del oficio de pintor, 27 hierro de talla, como formones y gubias; 25 cepillos de ensamblar con sus hierros, garlopa y junteras, un banco, abadejo, puente con abadejo, tablero y dos sierras.  

            Al quedarse en silencio, Leonor bajó al portalón. Se quedó quieta sin decir nada, no hacía sino mirar de reojo a don Gome; parecía como si  le quisiera desvelar algo a los presentes. Mientras sacaban papeles, y los anotaba el escribano en un folio, ella regresaba a la cocina para retenerse. Canturreaba en el patio para disimular que no percibía la conversación. Se decía  a sí misma que este escribano era el mismo que había visto la noche anterior con la Comadre, que ella no estaba confundida, el mismo sobre el que se comentaba que frecuentaba una casa de alrededor a altas horas de la noche. Se acercó al padre y en voz baja le dijo:

            -Padre, ten cuidado, este señor no tiene buenas compañías. Le remuerde la conciencia. Me lo ha dicho la mujer de Contador. Es comidilla que juega a varios palos.

            El escribano no quiso hacerse el sordo,  sino que alzó su pluma y , alterado, no quiso seguir el trabajo. Muy irritado, dio un golpe sobre el banco, y sin mediar palabra alguna, salió corriendo  como "a  perro flaco no le faltan pulgas" y  dando un fuerte portazo. Hablaba solo pasando por la cruz de la calle de los Vicentes y no escuchaba la fuerte regañina que le estaban dando los hermanos  Sardo y su padre a Leonor. Le recriminaban su indiscreción e insensatez. 
Aplazaron para otro día  la escritura de formar una sociedad  laboral  y el deslinde de bienes.  

                 

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