La casa de nacimiento de Pablo de Rojas, perteneciente a su padre Pedro Sardo, lindaba con las de su hijo Meclor Raxis Sardo por un lado y del escribano Pedro Contador, por la otra parte. Como todas las casas alcalaínas de estos tiempos, se componía de una parte baja, donde se albergaba el taller con su mesa y su banquillo y, como quiera que los retablos, que esta familia realizó, fueran de pequeñas dimensiones, podían almacenarse todos los materiales y los bastidores en estas salas. En su sótano, cosa también frecuente, se componía de una amplia bodega sin necesidad de contratarla, cosa que hacían los cosecheros de vino, pues esta familia, gracias a sus rentas compró viñedos y traficó con el vino. Su almacenamiento en las tinajas de vino demuestra que compartía el oficio artístico con otros negocios, pues muchos de ellos, sobre todo el padre, y los hijos Pedro y Miguel tuvieron algunos peculios adquiridos a lo largo de su vida artística que consiguieron con lo obteniddo por el pago de las obras. La parte superior con varios cuartos la reservaban para la intimidad familiar. Y en la planta tercera, las trojes almacenaban trigo para proveerse la familia durante el año. Los ornamentos y muebles solían ser elementales. Para guardar los enseres, cuatro arcas, dos grandes y pequeñas, donde se almacenaba la ropa, las joyas y, sobre todo, los documentos gráficos e instrumentales de la artesanía imaginera. Como oro en paño, las telas de lino y estopa, pinturas de colores, 123 estampas de dibujos traidos de Roma, 20 libros de estampa, de traza y de música[1]. En este contexto de la casa de su padre Pedro Sardo, el joven Pablo de Rojas, el décimo de tan extenso linaje, debió formarse con toda seguridad. De seguro que no necesitó de un contrato de aprendizaje, pues su padre ejerció el papel de su maestro de escultura y pintura y, por razón natural, estaba obligado a darle los medios de subsistencia básicos- alimento, vestido, salud, vivienda- y, como es lógico, a impartir los conocimientos y destrezas básicas para su formación artística.
En este ambiente familiar, vivió el joven Pablo de Rojas, en una de las calles de la parroquia de Santo Domingo, en la de los Izquierdos y, en los últimos años se trasladó a la parroquia de Santa María, a la calle Real junto a su hermano Miguel. Debió ser un taller, sencillo y no muy repleto de instrumentales, pues según constatamos en algunos testamentos de su familia. En concreto, hay referencias de uno de ellos el del padre y otro el hijo de Pedro Raxis. Sólo se citan un banquillo de trabajo, algunos cepillos, gubias y escofinas para realizar el ensamblaje y tallado del embón o de la escultura, algún modelo de barro, y formones, barrenas, raspar martillos, lijas y limatones para preparar el trabajo de la policromía que constituían los principales medios de trabajo. El del padre, ya en un periodo decadente de la actividad artística, nos ilustra de que en él había una hechura de barro de San Sebastián que servía de base para una hechura de la misma imagen, dos bastidores de pintar, cuatro paramentos viejos ya pintados, un martillo, un cincel, una piedra de bruñir, un pedazo de pino y seis calabazas para pegar. Complementaba este taller los instrumentos de pintura y policromía que suelen ser en los que se especializan los Raxis-Sardo. Pues aparecen caballetes, lienzos, tablas, vasos de pintura u otros materiales como el oro para el dorado y par los adornos de los estofados y las encarnaciones. Las referencias a los instrumentos que tenía Miguel, su hijo, en la casa donde compartía con su padre, sin embargo, son mucho más explícitas, pues en el año 1575 con motivo de la separación de bienes, además de las piezas de arte adquiridas y el material de dibujos y grabados para servirle de modelo, recoge el profesor Gila colores de su oficio y beinte y siete hierros de talla entre formones y gubias, beinte y çinco cepillos de ensamblar con sus hierros, garlopa y junteras y un banco, balete, abadejo, puente con abadejo, tablero y dos sierras.
En este taller familiar, contactó con el arte renacentista italiano, pues su padre mantuvo su relación con los artistas de su país mediante los viajes que realizaba a su tierra natal, donde se solía trasladarse en compañía de algunos de sus hijos, sobre todo Miguel, y, a su regreso, traía carpetas de dibujos y láminas de los mejores artistas del momento, como demuestran los cuadros que aún quedan en los retablos de las iglesias alcalaínas o prieguenses. Claro influjo de ellos es la huella de Mantegna, Rafael y pintores de la escuela florentina. Al principio, aproximadamente hasta el año 1564, fue el taller de su padre, donde aprendió los primeros conocimientos de su oficio como aprendiz y por lo tanto no se han podido constatar la presencia de su mano en los contratos de retablos e imágenes realizados en el ámbito paterno; posteriormente desde el año 1564 hasta el 1580, sus hermanos mayores formaron sus propios talleres y en ellos debió adquirir la perfección de sus inicios e, incluso, cooperó como oficial retribuido hasta que logró emanciparse y formar su propio taller.
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