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lunes, 20 de marzo de 2023

ENCARNACIÓN JIMÉNEZ ROSALES


ENCARNACIÓN JIMÉNEZ ROSALES

 

Hay unas  mujeres alcalaínas que alcanzan y superan los ochenta que forman una generación inolvidable para el recuerdo. Nos parecían eternas, por su constancia y fortaleza en los años de su vida, cuando han superado mil batallas y mil  adversidades, pero las han afrontado siempre con la entereza de no dar nunca marcha atrás, sin poner el retrovisor del victimismo. Por eso, no es de  extrañar que sus familiares más directos, se hagan eco de aquellos versos de Rosalía de Castro: que vienen adrede a Encarnación Jiménez Rosales

Ay!, cuando los hijos mueren,
rosas tempranas de abril,
de la madre el tierno llanto
vela su eterno dormir.
Ni van solos a la tumba,
¡ay!, que el eterno sufrir
de la madre, sigue al hijo
a las regiones sin fin.

Mas cuando muere una madre,
único amor que hay aquí;
¡ay!, cuando una madre muere,
debiera un hijo morir.

  Y este era el sentimiento que respiraban su sobrina  Elena, su marido Antonio Sánchez  España y sus hijos Antonio Ramon, Esther y Pedrito. Son heroínas que afrontan el matronazgo de  su casa, y saben que deben decidir sin considerarlo nunca como resistir. Por eso son tutoras y excelsas madres de menores de los más desvalidos,  a la usanza de las antiguas ordenanzas, como de su hijo  Pedro, al que mimaba y educaba en cada momento de su vida. Hizo todo lo posible contra el síndrome de Down, y estaba dedicada toda su vida a Pedro.

Hasta que ya no pudo más, y sus fuerzas  pudieron afrontar la situación. Se le rasgó el corazón cuando fue enviado a un Centro de Bailén en que se encuentra cuidado y atendido.

Y ese desgarro del último momento, amándola como amó su madre Dominga, lo hacía su sobrina Elena con versos de Rosalía de Castro:

Mas la dulce madre mía,

sintió el corazón enfermo,

que de ternura y dolores,

¡ay!, derritióse en su pecho.


Pronto las tristes campanas

dieron al viento sus ecos;

murióse la madre mía;

sentí rasgarse mi seno.

 

Y  su huella quedó plasmada en sus hermano que  lo recogen casi todos los fines de semana y se lo traen a su casa con su padre y hermanos…

Y podemos disfrutar, en la ausencia, de ella, cuando, al bajar al parque de la Magdalena , estos fines de semana, de mimo amoroso plasmado en los saludos de Pedro dirigiéndose a todos y constatar que es muy difícil que no haya vecinos  alcalaínos que no reconozcan a Encarna y Pedrito en una sola persona. Ahora en su hijo Pedro.

Y, esa huella de ausencia de Encarna, se convierte de un beso de amor, como se manifestaba en la entrega a todos los miembros de su familia, siempre solícita para aportar su grano de arena a sus hermanos,  con una dedicación especial en su hermana Dominga, que no abandonó hasta sus últimos días. De ahí que se convierta en algo más que el  miembro menor de la familia, pues, en palabras de su sobrina  “ Y para mí ha sido algo más que una tía( hermana de mi madre) la más pequeña. Siempre cariñosa… siempre atenta a toda… en los últimos momentos de mi madre estuvo ahí. Si  la familia es importante para mi ella ha sido mucho más…. Mi tía… mi familia del alma. El dolor de su pérdida ha sido profundo. Se me ha ido alguien más que mi tía… se ha ido   con ella parte de mi”.

Esta generación no era de  barro, sino de un metal duro, de hierro cincelado con el fuego del amor. Y, Encarna lo sobrepasaba mucho más. Por eso le canta su familia , como el poeta chileno:

Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría
amarte, ¡amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía amarte más.


Y todavía amarte más y más.!


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