ENCARNACIÓN JIMÉNEZ ROSALES
Hay
unas mujeres alcalaínas que alcanzan y
superan los ochenta que forman una generación inolvidable para el recuerdo. Nos
parecían eternas, por su constancia y fortaleza en los años de su vida, cuando
han superado mil batallas y mil adversidades,
pero las han afrontado siempre con la entereza de no dar nunca marcha atrás,
sin poner el retrovisor del victimismo. Por eso, no es de extrañar que sus familiares más directos, se
hagan eco de aquellos versos de Rosalía de Castro: que vienen adrede a
Encarnación Jiménez Rosales
Ay!, cuando los hijos mueren,
rosas tempranas de abril,
de la madre el tierno llanto
vela su eterno dormir.
Ni van solos a la tumba,
¡ay!, que el eterno sufrir
de la madre, sigue al hijo
a las regiones sin fin.
Mas cuando muere una madre,
único amor que hay aquí;
¡ay!, cuando una madre muere,
debiera un hijo morir.
Y este
era el sentimiento que respiraban su sobrina Elena, su marido Antonio Sánchez España y sus hijos Antonio Ramon, Esther y
Pedrito. Son heroínas que afrontan el matronazgo de su casa, y saben que deben decidir sin
considerarlo nunca como resistir. Por eso son tutoras y excelsas madres de
menores de los más desvalidos, a la
usanza de las antiguas ordenanzas, como de su hijo Pedro, al que mimaba y educaba en cada momento
de su vida. Hizo todo lo posible contra el síndrome de Down, y estaba dedicada
toda su vida a Pedro.
Hasta que ya
no pudo más, y sus fuerzas pudieron
afrontar la situación. Se le rasgó el corazón cuando fue enviado a un Centro de
Bailén en que se encuentra cuidado y atendido.
Y
ese desgarro del último momento, amándola como amó su madre Dominga, lo hacía
su sobrina Elena con versos de Rosalía de Castro:
Mas la dulce
madre mía,
sintió el
corazón enfermo,
que de
ternura y dolores,
¡ay!,
derritióse en su pecho.
Pronto las
tristes campanas
dieron al
viento sus ecos;
murióse la
madre mía;
sentí
rasgarse mi seno.
Y su huella quedó plasmada en sus hermano que lo recogen casi todos los fines de semana y se
lo traen a su casa con su padre y hermanos…
Y podemos
disfrutar, en la ausencia, de ella, cuando, al bajar al parque de la Magdalena
, estos fines de semana, de mimo amoroso plasmado en los saludos de Pedro
dirigiéndose a todos y constatar que es muy difícil que no haya vecinos alcalaínos que no reconozcan a Encarna y
Pedrito en una sola persona. Ahora en su hijo Pedro.
Y, esa huella de ausencia de Encarna, se convierte de un beso
de amor, como se manifestaba en la entrega a todos los miembros de su familia,
siempre solícita para aportar su grano de arena a sus hermanos, con una dedicación especial en su hermana
Dominga, que no abandonó hasta sus últimos días. De ahí que se convierta en
algo más que el miembro menor de la familia,
pues, en palabras de su sobrina “ Y para
mí ha sido algo más que una tía( hermana de mi madre) la más pequeña. Siempre
cariñosa… siempre atenta a toda… en los últimos momentos de mi madre estuvo
ahí. Si la familia es importante para mi
ella ha sido mucho más…. Mi tía… mi familia del alma. El dolor de su pérdida ha
sido profundo. Se me ha ido alguien más que mi tía… se ha ido con
ella parte de mi”.
Esta generación no era de barro, sino de un metal duro, de hierro
cincelado con el fuego del amor. Y, Encarna lo sobrepasaba mucho más. Por eso le
canta su familia , como el poeta chileno:
Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría
amarte, ¡amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía amarte más.
Y todavía amarte más y más.!
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