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domingo, 29 de marzo de 2020

LA ATALAYA DE NUBES

En la alineación que comunicaba la fortaleza de la Mota, Gibralquite y las ciudades de Granada Montefrío y  Loja, se encontraba la Atalaya de Nubes. Hoy desparecida, que se relaciona con el Castellón. Incluso hay una leyenda en torno a la Encina Leona. Actualmente, se halla desparecida y hay testigos de piedras.  

La definía el cerro comprendido entre los arroyos que bajaban a Fuente Nubes y el Toril: la torre se ergúia en lo alto, y se ascendía a ella, por dos lugares  que definián  los arrroyos. El arroyo de Fuente Nubes,  junto con su correspondiente vereda, bajaba desde el camino de la Fuente de la Piedra hasta Fuente Nubes; por esta  vereda se pasaba por tierras de la capellanía de Hernández de Alcaraz ( luego de Diego de Aranda Figueroa) dejando el camino que revuelve el Raso de Nubes hasta bajo alinda con el cortijo de Pedro Verdugo, otra vez tierra de la capellanía, Fuente de Nubes y Monte de Nubes;. El el otro  arroyo  linda junta el camino  que divide el cerro de Raso de Nubes y el de la Atalaya de Nubes desde el camino de la Fuente de la Piedra hasta llegar a la misma fuente, monte de Nubes y Toril. Fue un lugar donde se repartieron las suertes en tiempos del emperador Carlos I,  desde lo alto del camino de la Fuente de la Piedra y en la longitud extendida de arroyo a arroyo, con suertes de seis fanegas y media de peonía y trece de caballería. Estos datos responden a las conclusiones encontradas en Los Libros de Veredas del siglo XVI. Pero hay un dato muy interesante, basado en el contrato de arrendamiento entre el regidor Alonso de Cabrera y el labrador Martín López de Córdoba en cinco de febrero de 1534. Lo hacía con el nombre de cortijo de la ATALAYA DE NUBES, que tenía era y cortijo de teja y una extensión de  más de 300 fanegas de tierra, a la que se añdían una veintena de fanegas en el Rodeo de la Rábita durante ochos años ante el escribano Antón Blázquez. 
Debió mantenerse esta atalaya hasta finales del siglo XVI. En 25 de noviembre de 1596, Catalina Marañón , esposa del capitán difunto Diego de Cabrera, arrendaba estos parajes , representada por Diego Gonzáles de Valladolid y su hermano Francisco Cano de Valladolid, y cita ante Luís Méndez de Sotomayor  el cobro de la renta de  Catalina de la Torre, mujer de Juan de Jérez " del Chaparral e monte que tengo en el cortijo de la Atalaya de Nubes·
Otro  cortijo era el de la Peñuela de Nubes que tambien pertenecía a la viuda, lindero con el de Antonio de Gamboa y Diego de Aranda, clérigo, que se administraba enm forma de capellanía. .





 Cercana  está  la aldea de La Pedriza, con un pasado claramente musulmán ofrece el campo propicio para tropezar con una sepultura pétrea musulmana o una vasija de barro llena de monedas en su núcleo rural y en sus antiguos yacimientos del Castellón, Encina Leona o Fuente Nubes. Allá, por los años setenta del siglo pasado, aparecieron, con motivo de la pavimentación de sus calles, una auténtica necrópolis con tumbas antropomórficas excavadas en la roca del suelo, que quedaron selladas desgraciadamente con el cemento para la eternidad. Era un claro síntoma de un yacimiento poderoso, que se complementa con la cueva subterránea bajo la placita de la aldea. Y, se ratifica con la lápida precalifal, encontrada cerca del cortijo del Toril y se exhibe en la Sala de la baja de la Campana de la Mota. No responde este elemento funerario a un simple objeto de unos coleccionistas que dejara abandonado en unos de los cortijos de los hombres de conquista, los que proliferan por estos lares con motivo de los diversos repartimientos de Alfonso XI y Carlos. Es una pieza valiosa de un caballero musulmán, datada en torno al año 872 y descubierta en la curva de la carretera de Montefrío hace unos cuarenta años. Además, cercano se encuentra el cortijo del Toril y el camino hacia Bajacar, un cortijo legendario. En este último se forjó la leyenda de La Encina Leona, y, en su entorno el cerro del Castellón, lo consideran los lugareños como un recinto fortificado desaparecido. Su etimología denota hasta un fundamento romano.
Y el cuento de aquel chaparro majestuoso, el de mayor frondosidad y sombra del entorno, anuncia y presagia un tesoro escondido. En días de luna, cuentan que su luz penetra entre las ramas fijando el lugar exacto del tesoro de la corona de la reina. Además, se reviste con el episodio de enriquecimiento de unos vecinos de Bajácar. 
Muy lejanos debieron ser los tiempos de aquel descubrimiento de una mujer viuda que acudió a la cita nocturna para encontrar el tesoro en esta famosa encina. Por su grandiosidad, le apodaban leona. Los mismos ingredientes del relato del cortijo del Sotillo charillero, en este caso, no fue un pozo, sino que se abrió el enorme tronco de aquel chaparro centenario. No disponía de manos aquella mujer acompañada de una niña pequeña para introducir las joyas de oro en su saco y canasto. Y mira por donde que, como todos los cuentos, no cumplió el condicionante desvelado, que debía acudir sola, sin acompañante. Por eso, se le esfumaron todo aquel caudal de joyas encontradas, porque ardió como la paja en un solo instante transformando los vasos, platos, bandejas, colgantes, pulseras y adornos en pavesas que volaban en el aire. El terreno está sembrado de indicios para poner a la luz todo este tipo de tesoros. Incluso algunos objetos y monedas musulmanas se exhiben en el museo local. No es de extrañar que se hable de los tesoros numismáticos de La Pedriza. Es simple conjetura, habladuría de los pueblos, o se hizo realidad la leyenda de la viuda de Bajácar. Doscientos cincuenta años de frontera dieron para un patrimonio perdido y, a veces, irrecuperable. Un día apareció un astrolabio en un museo europeo, otro día en el museo jiennense el tesoro charillero, una copia de un manuscrito de un escrito de los Banu Said apareció en centros de estudios árabes. Oro día, el pasadizo condujo a un recinto olvidado como la Ciudad Oculta de la Mota en medio de la Leyenda de Caba. Y el cuento de aquel chaparro majestuoso, el de mayor frondosidad y sombra del entorno, anuncia y presagia un tesoro escondido. En días de luna, cuentan que su luz penetra entre las ramas fijando el lugar exacto del tesoro de la corona de la reina. Además, se reviste con el episodio de enriquecimiento de unos vecinos de Bajácar. Muy lejanos debieron ser los tiempos de aquel descubrimiento de una mujer viuda que acudió a la cita nocturna para encontrar el tesoro en esta famosa encina. Por su grandiosidad, le apodaban leona. Los mismos ingredientes del relato del cortijo del Sotillo charillero, en este caso, no fue un pozo, sino que se abrió el enorme tronco de aquel chaparro centenario. No disponía de manos aquella mujer acompañada de una niña pequeña para introducir las joyas de oro en su saco y canasto. Y mira por donde que, como todos los cuentos, no cumplió el condicionante desvelado, que debía acudir sola, sin acompañante. Por eso, se le esfumaron todo aquel caudal de joyas encontradas, porque ardió como la paja en un solo instante transformando los vasos, platos, bandejas, colgantes, pulseras y adornos en pavesas que volaban en el aire. El terreno está sembrado de indicios para poner a la luz todo este tipo de tesoros. Incluso algunos objetos y monedas musulmanas se exhiben en el museo local. No es de extrañar que se hable de los tesoros numismáticos de La Pedriza. Es simple conjetura, habladuría de los pueblos, o se hizo realidad la leyenda de la viuda de Bajácar. Doscientos cincuenta años de frontera dieron para un patrimonio perdido y, a veces, irrecuperable. Un día apareció un astrolabio en un museo europeo, otro día en el museo jiennense el tesoro charillero, una copia de un manuscrito de un escrito de los Banu Said apareció en centros de estudios árabes. Oro día, el pasadizo condujo a un recinto olvidado como la Ciudad Oculta de la Mota en medio de la Leyenda de Caba.

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