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viernes, 27 de marzo de 2020

ARTICULO PARA LA REVISTA DEL ECCE-HOMO 2020


EL SOLDADO DEL SANTO ENTIERRO  DE CRISTO, UN CARTEL DE 1784
Primera parte



Mira por donde el mismo día que se presentaba el cartel de Semana Santa 2020, topé, en los archivos alcalaínos, con un soldado de la hermandad del  Santo Sepulcro de Alcalá la Real. Levantaba el documento el  escribano Florencio Serrano un 26 de diciembre de 1784  en la escribanía de su casa de la calle Real. Se llamaba Juan de Vega, y me vino a la mente la familia y saga de los Vega, tan ligados a estos pasos de Semana Santa. En concreto, el capitán Juan Vega ya fallecido, pues debió ser un antepasado suyo, quien testaba ante el escribano y aportaba datos muy interesantes. Lo dejé hablar. Y me dijo que sus padres eran José de Vega y Ana Teresa Hinojosa. Se casó por dos veces: en la primera, lo hizo con María Canovaca Ruiz (hija de Pedro Cano y Ana Ruiz) , con la que tuvo un hijo de nombre Antonio  y una hija, de nombre Dorotea,  que no llegó ni a ser casadera, pues murió en temprana edad  y dispuso de  un ama para su crecimiento;  en segundas nupcias, contrajo matrimonio con  Manuela Marta, hija de Juan Martín  y Manuela Nieto.
Vivió en la calle Rosario, muy cerca de las iglesias  en las que se desarrollaron sus  actividades cofrades, entre el convento del de Nuestra Señora de los Remedios, subiendo la calle Real llegaba  al  convento de frailes  de  la Observancia de San Francisco, y la iglesia de San Juan,  de modo que por la misma calle Rosario ascendía a su  parroquia de Santa María Mayor, que disfrutaba su sede vicaría  durante estos años. 
Sobre su laboral, por el testimonio de sus mandas y encargos testamentarios,  se veía que debía haber sido un buen labrador, ya que había labrado las tierras de la capellanía del labrador Francisco Márquez.  Consistía en un peculio de cuatro fanegas y media con su lagar y dos fanegas de tierra calma en  el pago del Rosalejo, a la que se añadía aranzada y media de viña torrontés, alguna que otra de albillo o albarillo, y unas cepas de todos vidueños. También gozaba de un solar junto a la iglesia de Santo Domingo de Silo, más bien un solarín, porque el barrio antiguo  estaba prácticamente abandonado y allí cultivaba algunos alcachofares, espinacas, acelgas, tomates de secano y unos almendros. 
Buen cristiano, participaba como hermano de  la hermandad y esclavitud del Pendón de los Soldados del Santo Sepulcro de la iglesia de San Francisco de la Observancia, un templo  de mucha más amplitud que las demás de la localidad, con la que compartía culto a diario, a través de una reja abierta exteriormente,  que le exponía a su vista una capilla, donde se veneraba a  su Santo Entierro, la Soledad  y un Santo Cristo a sus pies del templo. Era  frontal a la capilla Mayor, ye daba a la plazoleta para todo aquel  que venía del campo por el barrio de San  Blas,  recorriendo las  calles de los Lagares, y  del Cristo de la Piedra; otras veces lo hacía desde la ermita  de San Sebastián, lindando con el claustro de San Francisco y contemplando el Barrero, la Mata, la Acamuña, y, por delante, las dos calles  casi abandonadas que subían a la fortaleza de la Mota.  
Tampoco olvidaba la práctica piadosa del Vía Crucis, ya no se acordaba del que se había levantado en la Cuesta del Cambrón, sino  que lo practicaba, simulando a Jesús  cuando subía al barrio del Calvario, donde, desde mediados del siglo XVII, se levantó la primera estación con su cruz. Esta  señalaba como hito  el recorrido desde el final de la calle Peso Viejo, junto a un oratorio, donde se veneraba un cuadro del Señor del Ecce-Homo, una capilla sencilla, de cúpula de media naranja, que invitaba a proseguir el camino del Calvario, como se llamaba el  barrio, y luego de las Cruces, por las catorces cruces de las estaciones. Se detenía en algunas estaciones, que se habían horadado y  habían formado una pequeña urna en la roca de las faldas de los Tajos, donde habían introducido la  escena pasional. Cuando regresaba de los Llanos, siempre lo hacía en la ermita de la Verónica, otras veces, mientras rezaba un  padrenuestro y avemaría,   leía detenidamente en otras peanas: "Aquí cayó por primera vez... por segunda vez... por tercera vez...". Y, un poco sudoroso y casi sin aliento, se paraba finalmente en el oratorio del Santo Sepulcro, donde albergaba otras imágenes como la de san Judas,  a los pies del molino de viento de los Llanos. Contemplaba la ciudad, señalaba su casa de la calle Rosario, el ayuntamiento, los conventos y regresaba por  los rincones con olor  de romero, entre cuevas  de pastores y almendrales, y  por veredas que daban a los  huertos de los vecinos de los barrios altos  con solarines. También le venían  a la mente la leyenda del corregidor y la muerte que se encontró mientras simulaba un encuentro amoroso con una dama con toga negra envolvente. 


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