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sábado, 31 de agosto de 2019

TRAS EL QUINCE DE AGOSTO EN ALCALÁ INFORMACIÓN DE HOY



 Corrían otros tiempos, los de la sociedad agroganadera, cuando las fiestas religiosas marcaban un hito para señalar el principio o el final de una estación agrícola o ganadera. Las había para el remate de la aceituna en torno a San José, o, si se adelantaba, en la Candelaria, en primavera; por Semana Santa, comenzaban a florecer los campos en abril; y , en otoño, se iniciaba la vendimia y culminaban muchas fiestas relacionadas con la Virgen María en la advocación del Rosario. Ni qué decir que, con motivo del final de la cosecha de cereales, el quince de agosto era la fiesta por excelencia, la de la Asunción de María, cuando se resolvían todo tipo de pagos en las contrataciones, en los empréstitos dos o en las obras.  Tras el quince de agosto había que esperar hasta la Exaltación de la Cruz o a la Natividad de María en el mes de septiembre para celebrar fiestas, principalmente más cerradas, ya que sus organizadores eran las cofradías, hermandades o fundaciones, salvo la de San Roque de Mures.
Todas estas fiestas parten de una fuente sacra en una sociedad confesional católica, que alcanza su cenit con el nacionalcatolicismo de pasados tiempos. Por su inercia, mantienen algunos elementos de la morfología religiosa (el culto y la fecha), pero cada vez más se vacían de su fundamentación cristiana ante el fomento de otros aspectos que se han desarrollado en torno a la fiesta. Se  ha pasado del ágape familiar al banquete  de todo los miembros con la  convivencia de la comunidad que celebra las fiestas, con platos de arroz gratuitos pata todo ser viviente; la música ha desbordado las antiguas capillas de música y se ha impuesto las orquestas de baile que sobrepasan las danzas autóctonas, como el fandango de Charilla, y la multiplicación de las verbenas que pasan del día de la fiesta principal al de la Víspera, Patrón y Patronillos; de algunas voladeras para anunciar las fiestas y el volteo de campanas no es de extrañar que castillo y  fastuosas tracas de fuegos artificiales  se impongan en todos los rincones festivos; incluso, con gran acierto, se propagan un amplio programa cultural, festivo y deportivo, donde comparten espacio temporal desde el  humorista de turno a los colectivos musicales como  las corales, los grupos, las bandas, las agrupaciones y los conjuntos de músicos desde el trío hasta la orquesta sinfónica; desde el mimo hasta los diversos géneros de teatro ( predominando la comedia, por eso de que ya es trágica la vida para no edulcorarla con su ficción escénica); del circo a los grupos de calle y  juegos de ficticios encierros de toros de plástico; incluso, todos los juegos de mesa, de calle y de campo se  programan con motivo de las fiestas para ensalzarlas.
En esta nueva sociedad laica, aconfesional y multicultural, en la que estamos enraizados afortunadamente desde el principio de la democracia actual, conviven estas dos fórmulas festivas, predominando el encuentro, la convivencia y el aspecto lúdico en detrimento del aspecto de rito cristiano. No es de extrañar que asistamos a momentos en los que los organizadores de  las procesiones patronales encuentren dificultades para sacar las imágenes, o lugares donde los templos presenten grandes ausencias en los días de la festividad patronal de cada rincón.  Y aún, se asista al nacimiento de nuevos acontecimientos festivos, sin que esté relacionado con el elemento religioso. No tiene nada de extrañar, hace muchos decenios comenzaron a celebrarse las Fiestas del Árbol, para festejar la plantación en primavera. O se conmemoraba a personajes famosos o artistas con un programa curtido de actividades como los Juan Martínez Montañés; o mimetizaran eventos de otros rincones como los festivales o Etnosur, sin conexión alguna con el día de un santo o una advocación mariana.
Menos nos debe sorprender, en esta sociedad, en la que el multiculturalismo y el laicismo se imponen por todos los lares, que se ritualicen los momentos fundamentales de la vida. Desde el nacimiento hasta la muerte, pasando por la carta de ciudadanía del adolescente y la unión de una pareja, todos los momentos fundamentales de la vida se someten a una serie de ceremonias. Es cierto que el cristiano se imbuya de una   espiritualidad que le marca el sello bautismal a lo largo de toda la vida dentro de las familias. Pero, no nos debe asombrar cuando cada persona o grupo asume otros ritos, que se marcan con las simbologías más variadas. Desde la bandera hasta los signos más extraños para iniciar o finalizar una actividad humana o grupal. Pasaron los tiempos de Torquemada, y aún más, no tiene sentido revivir a personajes como aquel arzobispo compostelano, de nombre Elipando, que, en tiempos de dominación musulmana de España, quería crear una cultura sinergista para contentar a tirios y troyanos, en su caso, judíos y musulmanes con cristianos, una cultura que fue derrotada en los concilios de Frankfurt y Ratisbona. Ahora, abundan los familiares del Santo Oficio de la Nueva Inquisición y los Inquisidores de turno en las Nuevas Tecnologías. No son Palabra de Dios, pero son como Atila, invaden todo y se consideran los paladines y adalides de su reconvertida democracia. Les viene a cuento: “Bajo las fuertes patas del temible caballo de Atila no volvía a crecer la hierba ni vida alguna.”.   E, incluso, esta menos conocida que no deja hueco ni para la libertad de expresión: ¡Quiero oír la letanía de la sangre de los hombres! Son claro testimonio de que en su entorno no se ganó la democracia.

Francisco Martín

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