CUENTOS, FÁBULAS Y RELATOS RURALES
LOS HUESOS Y LOS ROSCOS
DEL NIÑO
Había, una vez, dos
hermanos, una niña y un niño, que vivían con sus padres en una pequeña casita
de campo. Cierto día, su padre se marchó muy de temprano a trabajar. Cuando los
niños se levantaron, la madre les dijo a los niños:
-Tú, niño, ve a darle de comer a la burra a las cuadras del
cortijo; y tú, niña, ve a la fuente por un cántaro de agua. Al que regrese
primero, le daré un caramelo.
Al instante, los dos pequeños salieron corriendo. Pero, como el
niño montaba en la burra, regresó primero a la casa, ansioso de recibir el
caramelo. Sin embargo, la madre lo mató y lo echó muerto en una tinaja. Tras
llegar la niña y no ver a su hermana, le preguntó a su madre:
-Madre, ¿dónde está el niño?
-Todavía no ha vuelto, chiquilla-contestó la madre.
-Madre, dime por lo que más quieras, ¿dónde está mi hermano?
–insistió la niña a la madre.
-Niña, no me molestes más, aún no ha venido. -Respondió la madre-.
Y, anda y llévale esta merienda a tu padre. Con una condición: no se te ocurra
a abrirla.
La madre, entre otros objetos de portar la comida, le dio la
tinaja, donde se encontraba el niño. Partió en dirección al su padre. Por el
camino, la niña, ansiosa y nerviosa por curiosidad que le imbuía aquella
tinaja, la abrió. Al instante, contempló el dedo de su hermano, lo que le
provocó un inmenso sentimiento de pena. Lloró durante un buen rato. No
obstante, no le flaquearon las fuerzas del todo y se sobrepuso emprendiendo de
inmediato el camino.
Horas más tarde, llegó campo de su padre. Al verla, su padre le
dijo:
-Hija, ¿quieres comer conmigo?
-No, no tengo hambre, gracias padre-Contestó la niña.
El padre insistió, pero, al ver que no podía conseguir que la niña
le acompañara en la comida, se puso a merendar sólo. Conforme el padre iba
tirando al suelo los huesos, la niña empezó a recogerlo y los colocaba en el
cesto de mimbre. Extrañado el padre por esta conducta, el padre le espetó
diciendo:
- ¿Niña, para qué quieres los husesitos?
-Para el perrito nuestro.
-Niña, estos no le gustan.
-Padre, para el
gatito nuestro
-Niña, no le gustan.
-Para el perrito de la comadre
-. Niña no le gustan….
Esta
no le hizo caso alguno al padre, y se los llevó a su casa. Allí, los sembró en
el jardín. Cada día, iba a regarlos con mucho esmero y procuraba que no le
crecieran malas hierbas en su derredor.
Una tarde, volvió al jardín topándose con su hermano subido en un árbol con un canasto lleno de roscos. Le dio mucha alegría al contemplar esto abrazándose y dándose muchos besos. Los dos regresaron a su casa, donde fueron recibidos por la madre.
La madre quedó
extrañada de que el niño se presentara con la canasta de roscos, y le dijo:
-Anda. Dame,
hijo, un rosco.
-No, no que
molesta. –respondió el niño.
-Anda, por lo
que tu más quieras, dame un rosco- intervino posteriormente el padre.
-No, no, que
me comiste- respondió el niño.
-Anda hermano,
dame un rosco- dijo su hermana.
Al hermano le
cambió el rostro adusto por una cara llena de alegría. Complaciente y
agradecido, le respondió:
Este cuento procede de nuestro ámbito rural y fue recogido en 1991 por Rocío Díaz Aguilera.
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