EL PERRO GALLEGO
Vivimos
unos tiempos, en los que la protección animal prima en muchos aspectos. Lo
palpamos en el ambiente, en las familias
y en todas las edades de modo que se ha asumido presencial y
vivencialmente por muchas personas la protección animal. Pero es curioso que
los animales jugaron un papel importante por el que los humanos
empatizaron y simpatizaron sentimientos
de cualquier índole. Viene esto a cuento de una reciente frase que encontramos
en un documento de finales del siglo XVII, Curiosamente, acudía ante el alcalde mayor un vecino alcalaíno para
resolver un litigio judicial. En 1679 Diego Muñoz se quejaba de que el francés Juan Cano le había insultado con
la expresión del ”perro gallego”, y a su
mujer tachándola de “borracha”.
Me
entusiasmada el sentido léxico de aquella frase, condicionado por mi tendencia
filológica. De sobra tengo asimilado el uso de la palabra canina y su relación
con las actividades humanas. No me olvidaba de su labor protectora de la casa
recordando aquel antiguo mensaje impresivo
“cave canem” que se fijaba en las inscripciones de las villas romanas. Ni tampoco, me pasaba por
alto su personalización canina en los hombres, con aquel dicho “que cada perro
se lama su pijo”, o lo que es lo mismo que cada uno de nosotros
debemos aprender a ser autosuficientes,
encargándonos de sus propios asuntos. y siendo responsable de nuestros propios actos. Tampoco, me
sorprendía que al perro se le suela adjetivar con topónimos que mostraban un
sentido muy diferente al instinto y comportamiento de este aminal, que, según su tipología, alcanza
la fiereza, la mansedumbre, la protección
y otras cualidades como la caza, búsqueda
y delación de otros animales o
sustancias de cualquier naturaleza. Recordaba hasta una frase cruel de aludir a
los perros con el topónimo judío, que estaba muy imbricada en una parte de la
sociedad española antisemita. E, incluso llegué a remontarme a una frase
proferida en tiempos pasados que
recordaban levantamientos contra los judíos por su acusación de usura “A quien
sea judío, que lo quemen”. Pero no llegaba a comprender que hubiera una
variante genética de la especie canina que se
apedillara con la región del apóstol Santiago.
Estaba este francés avecindando en Alcalá y
ejercía el oficio de establero, relacionado con el ganado. Y no era de extrañar
que a finales de este siglo XVII mantuviera raíces de otros pueblos que había
anteriormente visitado, donde era frecuente el uso de toponimia para zaherirse entre, vecinos, pueblos y reinos de
aquella época calificándose con sorprendentes epítetos. Pero lo curioso del
caso radicaba cuando por primera vez apareció “ perro gallego” para
relacionarlo con un vicio humano. Pues sabíamos que “perro judío” se
refería a este animal que en unos versos satíricos de Alba de Tormes recogió
Juan Agüero de Trasmiera, y correspondía el significado de este sintagma a la
unión del animal con el hecho de que en el pueblo solo mordía a los judíos y
estos se quejaban de que no lo hacía con los cristianos. Desgraciadamente, no
les cayó en suerte el otro refrán de “A perro ladrador, poco mordedor”.
Nada menos que al primero que le endosaron
aquel calificativo de “perro gallego”, fue a Rodrigo Díaz de Vivar, un
personaje que fue el líder ideal en momentos que se autocalificaban de gloriosos
para nuestra patria. Pues El Cid Campeador ha sido fruto de las filias y fobias
de los estudiosos y de sus adversarios o defensores. Por eso, no es de extrañar
que las fuentes musulmanas
muestren a Rodrigo Díaz como “el Campeador que Alah confunda”, “el infiel perro gallego” el caudillo
maldito, “el forajido sin patria, sin fe, sin honor…”. En definitiva, trasladaron una imagen del héroe
castellano que actualmente han puesto al día como hombre de frontera los
exhaustivos trabajos de investigación de
historiadores y filólogos de Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Dámaso Alonso,
o Menéndez Pidal entre otros. Lo
curioso del caso que esta frase
despectiva se mantuvo entre la gente para execrar a las personas y se extendió
desde Castilla hacia el Sur. De ahí que no nos extraña que haga una degradación
de un animal tan pacífico y le adose un gentilicio que nadie espera de un
pueblo que, por estos lares, no conocimos sino en tiempos de la repoblación de
la Alpujarra en 1568.
El pueblo llano se mantuvo este refranero y pervivó desde
su origen en algún acontecimiento real hasta su desaparición. Nadie usa actualmente este refrán, y , a lo sumo, algunos episodios de otra índole hacen referencia al "perro gallego". Vivimos
momentos en los que por la Candelaria se nos vienen y hacen realidad aquellos
dichos de animales: : desde el gastronómico “ Paloma que vuela, a la cazuela”; o el defensivo “ No te me irás, paloma torcaz”. Sin olvidar
el despectivo “Serranos, palomas y gatos todos animales ingratos”. Y el muy
actual “La censura perdona a los cuervos y se ensaña con las palomas”. Por eso,
aquella querella del ofendido cayó en agua de borrajas ante la justicia, pues
perdonó al francés sin someterlo a la cárcel. Eran otros tiempos. Lo hacía ante
la Cruz y Dios el perdón del querellado sin exigir otro cargo y para siempre
jamás.
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