A principios del siglo XX,
los olivares de la Sierra Sur de Jaén se encontraban en plena
producción y, en el libro de registro de molinos, la
tecnología había modernizado su industria. Con la llegada de la electricidad, se había conseguido que los antiguos molinos
de viga, torrecilla y prensa comenzaran a decaer, mientras empezaron
a surgir otras formas de maquinaria como las de vapor y las hidráulicas. El
cronista y escritor alcalaíno reflejaba en 1913 la situación de la
agricultura industria molinera:
“Ya en su agricultura, abandonando antiguas y
rutinarias prácticas, figura en primera línea de los pueblos
productores; sus aldeas crecen, los caseríos se
multiplican, y los campos se alegran con sus vides nuevas y con las
hojas verdes de sus crecientes olivares, esperanza de un mañana venturoso......
tenemos fábricas de orujo ( dos en construcción, y treinta y cuatro aceiteras, algunas
de ellas tan potentes como la movida a vapor, titulada de Santa
Matilde, de propiedad de don Buenaventura Sánchez-Cañete, y la novísima
de Nuestra Señora de las Mercedes, de la propiedad de una
sociedad cooperativa de labradores, movida por la electricidad y dotada de los
últimos adelantos”.
No obstante, el
carácter tradicional de elaboración aceitera predomina, al mismo tiempo que la fabricación
se acerca al lugar de las plantaciones, En años sucesivos, se incrementó el
número de vecinos, conforme se avanzaba el siglo XX en todas las localidades de
la Sierra Sur, así como el gran número de cortijos diseminados. Claro
testimonio de ello son estas palabras que, por los años cuarenta,
escribía el mencionado escritor castillero Rafael Álvarez de
Morales, acerca del olivar en el
Castillo de Locubín:
“En años de este siglo aumentó considerablemente la
plantación del olivo nevado, distinto del antiguo marteño de mal rendimiento;
se han ido arrancando las variedades antiguas de poca producción y, aunque se
mantiene la variedad picual, en general todas van
cediendo lugar al nevado, de más segura cosecha, maduración temprana, y que
soporta mejor el vareo de la planta. El cambio comenzó al desmontarse
masivamente la Dehesa, Las Canteras, la Sierra de San Pedro, el Cerrajón, el
Marroquín, Encina Hermosa y Los Rasillos, y plantarse con olivos de esta clase
la tierra de labor resultante”
En 1910, el
panorama industrial del aceite se reflejaba de la siguiente manera en tierras
alcalaínas: las nuevas
zonas olivareras de las Grajeras y Ermita Nueva se
servían de nuevos tipos de molinos ( uno de prensa hidráulica, en
Ermita Nueva, propiedad de Gregorio Fuentes Pareja y otro de torre en las
Grajeras, propiedad de Francisco González de Lara); otros, más antiguos, se
modernizaron en los nuevos sistemas (el de Francisco Sánchez de la
calle del Puerto , el de José Sánchez en Charilla y el de Vicente Cano , se transformaron de husillo, o el de Antonio
García Alcaide en prensa hidráulica); , y muchos de ellos se
convirtieron de vapor, principiando por los nuevos que en años
posteriores incrementaron el patrimonio molinero como el de Felipe Núñez
o los antiguos, como el de Gregorio Barrio en Charilla o Francisco Córdoba en
Fuente Álamo. El acontecimiento más importante fue la inauguración, en 1911, de
un molino de prensa movido por electricidad, propiedad de Julián Gil
Rodríguez; algunos pasaron a otras manos, como el de Misas, al propietario
granadino José Mier Gavilán que en 1917 se dio de baja. En 1918, se
inauguró una fábrica de Aceite y Orujo por Francisco Sierra Montañés.
En 1919, la red molinera se
había engrandecido en todas las aldeas alcalaínas hasta tal punto que la
mayoría de los molinos lograron cubrir todas las extensiones
agrarias. Además, la modernización había alcanzado a la mayoría de
los molinos de la zona alcalaína, convertidos en molinos de vapor. Sin embargo,
hay casos como el de Vicente
Cano, que comparte dos sistemas, uno de vapor y otro de torre; los
puramente, de torre ya son escasos y los de vapor mayoritarios.
La progresiva extensión del
sistema eléctrico para uso industrial , a lo largo de las decenas siguientes
del siglo XX, hizo que se abandonaran otros sistemas de producción del aceite y
comenzaran a aparecer las prensas de 25, 20, 30, 35 c. junto con las
termobatidoras. No obstante, en Cantera Blanca, hasta el año 1944 pervivió el
molino de una prensa y viga de Manuel Ruiz Ocaña.
En el año
1956, las descripciones geográficas muestran ya una nueva
panorámica del paisaje de la comarca: “El tapiz vegetal domina en
este orden: Cereales, olivar y pastizales permanentes, aparte de la gran
variedad de especies que dominan el monte alto y bajo. Gran parte de
los pastizales podrían convertirse en tierra de labor y la repoblación forestal
haría fortuna en cotos y dehesas”.
Al mismo tiempo, la
propiedad se había concentrado y era cultivada por los propios
dueños que solían poseer tierras de regadío y secano en un término medio que
nos parece excesivo de 25 Hectáreas. Como muestra de aquel paisaje, el cereal
ocupaba 10.480 Hectáreas, y el olivar 6.670 hectáreas, frente al
viñedo que era prácticamente testimonial 174 hectáreas en vid, el
resto superaba las seis mil hectáreas se dedicaba a pastizales y a otros
cultivos de pequeña productividad, entre ellas unas 580 hectáreas de regadío.
La producción de olivo era 20 Qm. por hectárea de secano, de donde
se extraía el aceite en las 24 almazaras y nada menos que seis extractoras de
orujo. Unas y otras no sólo eran utilizadas por los pueblos del término de
Alcalá, sino también por los cosecheros de los pueblos limítrofes de Córdoba y
Granada.
Alcaudete ofrecía un
análisis distinto, pues la propiedad estaba concentrada en pocas manos, la
mayoría de ellos absentistas, que vivían en Madrid y Jaén, aunque los
propietarios medios tenían una media de 3 hectáreas. El terreno de olivar
superaba con creces al de Alcalá en una superficie de 10.440 hectáreas y 1.202
de regadío.
Castillo de Locubín, además
de sus huertas, la principal fuente de riqueza era el olivar que ocupaba 4.679
Has. con una producción superior a los cinco millones de Kg de
aceituna, sobrepasando los 10 millones en los años de alto rendimiento, y
un rendimiento del 21 % de aceite y 34 de aceite de orujo. Existían
nada menos que 14 fábricas de aceite, dos en régimen de cooperativa y una de
orujo. Con unos parámetros similar parecidos, se encontraban Los Villares: una
producción de 5.864.877 kg. de aceituna en la campaña de 1954/55 y una
extensión de olivar de 5.463 Has. Y 11 fábricas de aceite.
Menor incidencia del olivar
existía en Valdepeñas con una extensión de 2.600 Has y
solamente cuatro fábricas de aceite; en Noalejo, tan sólo, se destinaban 200
Ha. Al olivar con una producción 12 Qm. o en Frailes con otra de 1.350 Has. y
una producción de 1.500 Kg. de aceituna con cinco fábricas electrificadas.
Los datos de Fuensanta ya
mantenían la línea progresiva de principio de siglo con 3.82 Ha. De olivar, que
en la campaña agrícola del 1953/54 arrojó las cifras de 1.129.017 Kg. de
aceite, 25.042 de turbios y 1.663.o17 de orujo.
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