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domingo, 6 de febrero de 2022

EN LA SEMANA DEL JAÉN. LAS PUERTAS DE LOS ARRBALES DE LA FORTALEZA DE LA MOTA.

 

PUERTAS DE LOS ARRABALES DE LA MOTA (II)

 

No solo las pandemias, epidemias, pestes y otros acontecimientos contagiosos se han originado en estos últimos tiempos, sino que, a lo largo de la historia, se han desarrollado de modo cíclico.  No nos vamos detener ni siquiera en las más famosas como la del 1680, ni la más reciente  por su impacto como como la mal llamada gripe española ocasionada a principios de siglo XX. Cuando se difundía una enfermedad contagiosa o una peste animal en la ciudad, se obligaba a estar fuera de ella hasta que se comprobaba que el individuo no tenía peste. Por eso, se abrieron, poco a poco, puertas en los barrios o arrabales nuevos, que nacieron como albacaras de la antigua ciudad fortificada. Se comprendía porque estos eran los recintos murados  en la parte exterior de la fortaleza, con la entrada en la plaza fortificada y salida al campo, y en los cuales solían guardarse el ganado.

 














 

LA PESTE Y LA PUERTA DE SAN BARTOLOMÉ

 

Viene esto a cuento de la desparecida Puerta de San Bartolomé, que no debe confundirse con la comentada el domingo anterior de Puerta Nueva. En el Cerro de los Palacios, luego llamado de San Bartolomé, este espacio murado se desarrolló entre calles, corralones, viviendas en forma de palacios y viñedos hasta el levantamiento de la ermita dedicada a este apóstol. Muy cercana al  campo, esta puerta cerraba la entrada Y, para ilustrarnos de este cerramiento, con motivo de la peste el 15 de junio de 1649, y  para evitar el gusano de los montes que destruía la bellota de los montes y el ganado, se echaron conjuros; el regidor don Luis de Quesada Méndez  llamó a fray Juan de Valdivia de la Orden de San Francisco. Este se ofreció y se le buscó cabalgadura y gente, que le acompañara; también el fraile pidió que el ayuntamiento de la ciudad votase el conjuro al santo que quisiese; y, así, lo hizo con San Antonio de Padua “y así lo exige como abogado de esta imprecación” Le dieron  cien reales al padre fraile y   otros tantos de limosna al convento de San Francisco por las misas que se tenían que celebrar. En estos tiempos de peste, se colocaba esta puerta en el barrio de San Bartolomé que llegaba a una era que había donde hoy sube la carretera y camino de Rodahuevos (deformación de Rodajuelos). Allí estaba la casa de Sebastián Ayna, donde se colocaba la puerta enfrente de la ermita de San Bartolomé. Se abrió, en concreto, en la peste de 1600 a través de un adaverjo y un camino, que en su último trayecto se dirigía  por otra calle empinada a la Puerta Nueva. Era el lugar por donde salían  los trabajadores a las labores del campo y, desde el alba hasta la oración de noche, permanecía  abierta. Por lo tanto, la Puerta Nueva de la Muralla del Aire hizo  en siglos anteriores de Puerta del Campo para el recinto fortificado de la Mota, pero la puerta de San Bartolomé hace referencia a la  del Barrio de San Bartolomé debajo de la Mota. Y no debe confundirse. Pues el barrio por la parte alta de San Bartolomé se denominaba de Puerta Nueva.

 

 LA PUERTA  DE LA PEÑA HORADADA Y LA DEL HIERRO

 

Las puertas jugaron también una función esencial de control de los pasajeros. Ya sabemos que  les impedían la entrada en tiempos de peste o epidemia, por simples razones sanitarias. Bastaba que avisaran de Granada, el presidente de la Chancillería, para que colocaran puestos de guardias en ellas, se limpiaran las calles, se fijaran carteles con el nombre de ciudades apestadas, y, en la misma puerta, se encendiera una vela, de noche para iluminar su acceso e  impedir que entrara cualquier persona. Esto se cumplía a rajatabla, y rara fue  la peste que ocasionó  muertos en la fortaleza alcalaína. Podemos decir que  la ciudad fortificada de la Mota se salvó  en  casi  todos los siglos anteriores al XIX menos algunos muertos aislados de extranjeros, forasteros o vecinos del campo. En otras ocasiones, se cerraban  para impedir  cualquier ataque imprevisto de los enemigos musulmanes o franceses  en tiempos de guerra o, de algún que otro monfí o bandolero en tiempos de paz.     

           

Ambos responden  a los últimos supervivientes de las guerras, que se  echan a estas sierras subbéticas  y se dedican a saltear cortijos, otros se agrupaban con los evadidos de la justicia y campaban en libertad sin sujeción  alguna a ninguna autoridad. Los primeros, que los hubo, fueron perseguidos por los años ochenta del siglo  XVI, por las  autoridades- el corregidor, los regidores y guardas de campo- tras las guerras de los moriscos en  varias ocasiones; los bandoleros, solían recorrer las sierras de Frailes, el  Castillo de Locubín y San Pedro, siendo perseguidos por las autoridades, sobre todo en el siglo XVII y XIX.

 

Volviendo a las puertas, cuando la Mota ya se hallaba casi abandonada, las  únicas que servían era la Peña Horadada, para controlar la salida de los campesinos al laboreo por la Mota, y, en la nueva ciudad, la de los Álamos y la Fuente Tejuela, luego la de las caserías de los Valencias o la Cruz de los Moros.

 

No se mantuvieron siempre con el mismo nombre, ni las mismas puertas pervivieron con la utilidad. Pues, entre las desparecidas, en 1582, era muy importante la de la Peña Horadada, para todos los barrios del derredor de la Mota, San Sebastián, San Francisco, San Bartolomé y para la salida del campo; recibe el nombre a una peña, donde se libró una escaramuza entre unos musulmanes y un miembro de la familia Aranda, que clavó la lanza Hazconada en una peña (y como vulgarismo le dio el nombre deformado de Peña Horadada, por la cueva de su subsuelo). Otra puerta de arrabal, la del Aire, perdió algún prestigio  en este entorno, por los pocos vecinos del Bahondillo en siglos pasados, también llamada la puerta de Santiago o de La Pescadería; era  un arco apuntado, que actualmente ha sido por una puerta enrejada, albergado bajo un cubo de la muralla con un suelo enladrillado de espinapez. Como puerta poterna y de entrada de carruaje, cercana a la puerta se encontraban las Caballerizas del Abad.

 

Cercana a la muralla por la cara a los arrabales nuevos, se encontraba otra puerta. Y algunos llegaron a darle el nombre a la Puerta de la Mancebía- Se  presentaba como la del  primer cerramiento de los barrios del Albaicín y Entrepuertas. Pero esta  puerta, no  se conserva, y tan sólo se observa un arranque del arco  antes del tramo ascendente delante de la Puerta de las Lanzas. En un documento del escribano Alonso Ramírez de Molina, por fin, se ha  encontrado con el nombre de  LA PUERTA DEL HIERRO. Aparece en  una escritura de censo de 12 de enero de 1566 que realiza el zapatero Lázaro Rodríguez, junto con su esposa Ana Martínez de Pareja, con el regidor Pedro Hernández de Alcaraz en 1566 (legajo 4720 folios 86-89). Para avalar esta operación hipoteca y pone a disposición sus casas. 

Se hallaban estas casas y tiendas, con cuatro morada, encima, que nos los principales tenemos en la calle de  los zapateros de esta ciudad, linde por abajo con casas de la viuda de Juan Martínez y tienda de Pedro de Martos, e por arriba la calle del Albaicín hasta dar a una calle que le dicen de la Puerta el Hierro.

Por lo que este tramo de la calle de Entrepuertas se llamaba de Los Zapateros, y nos ubica LA PUERTA DEL HIERRO en el tramo que denominaba a su calle. 

 

 

PUERTA DEL RASTRO

 Al otro lado de la muralla del  Arrabal Viejo, estaba el Rastro, lugar destinado para vender la carne al por mayor. Desde allí se edificó una calle en 1576 hasta el Matadero y desde este se dirigía otra  a la Puerta Nueva. Además, otra calle, en forma de anillo y foso, iba  desde la puerta de Martín Ruiz hasta la de Santiago  y continuaba  pasando por el Rastro. Este matadero se realizó, en los primeros decenios del siglo XVI, la mayor obra en 1556. Todavía quedan sus cimientos y caja de estanque en una de las fincas de olivar del arrabal. Se componía de un corral cercado, donde en un gran patio se recogían los ganados, provenientes del Corral del Concejo, situado a las laderas de los Llanos, para sacrificarlos antes de ir a la carnicería, patio al que se accedía por un portón o portada, y se encontraba con algunas galerías de arcos para protegerse de la intemperie, empedrado y con un pozo en su interior junto con casa de encargado.

 Al Rastro se llegaba también desde  el arrabal de san Bartolomé por un camino empedrado y desde el Arrabal Viejo por una puerta, llamada del Rastro, y que se componía de varios arcos restaurados en 1556 en forma de portales para guardar el ganado. Esta puerta, junto a la torre del Pico y la muralla del Rastro,  no se conserva, salvo un arranque recientemente descubierto en las excavaciones  recientes,  comunicaba, a través de las calles de la descendida y la del Matadero con el Rastro, el matadero, la Puerta Nueva y con la alhóndiga, donde se comercializaba el trigo, el vino y el aceite, una especie de lonja muy famosa y necesaria, que se instituyó en tiempos de Felipe II para controlar el precio y el abastecimiento de los principales alimentos. Era uno de los muros menos consistentes de la ciudad, porque tuvo que ser reconstruido en 1591, y además fue el sitio por el que conquistó la fortaleza en su primer momento. Si nos remontáramos al  final de la época musulmana y a los primeros años de la conquista, por este lugar de la muralla, que  tenía poca altura, se introdujeron las tropas de Alfonso XI hasta llegar a la torre de la Cárcel el 20 de diciembre del año 1340  e inició la conquista de Alcalá de Aben Zayde, según el  manuscrito de don Antonio López de Gamboa,

 


 


 

 

 


 


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