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jueves, 13 de enero de 2011

Mercedes Rosales

MERCEDES ROSALES ATIENZA

Hace años y en muchos pueblos de Jaén, y en toda España, era una ilusión de muchas familias que algún hijo suyo fuera sacerdote. Además, a ello se unía que eran los únicos de las clases sencillas y populares que podía alcanzar estudios superiores. Por eso, la nómina de muchos profesionales nacidos en la posguerra se rellenaría en una gran parte con personas que acudieron a los Seminarios. En la ciudad de Alcalá la Real, muchas calles del barrio de San Juan huelen a bolas de alcanfor que protegían las sotanas de futuros sacerdotes Aquellos años pasaron y ahora que escasean las vocaciones sacerdotales, por el contrario los padres de los sacerdotes, como en los tiempos de abundancia, se sienten gozosos de tener un hijo entregado a los demás en medio de un mundo que no le es tan propicio como acontecía en años anteriores.

En los años sesenta del siglo pasado, Mercedes Rosales Atienza, la madre del cura Antonio Pérez Rosales, tuvo la gozosa experiencia de ver a su hijo que se le marchaba al seminario. La misma sensación que, por aquellos años, le cantaba a su madre, con unos versos aproximados, el jesuita Ramón Cué en su poema dedicado a su Madre. “Con lino blanco de bodas/ te han hecho los corporales/ el compañal de la novia/ es hoy lirio en los altares/”.Un poeta que los jóvenes seminaristas solían recitar a sus madres, porque aquel poeta jesuita había sabido perfectamente captar ese amor intenso, desprendido y apasionado que la madre de los futuros curas sentía por sus hijos. Y, Mercedes era un ejemplo de laboriosa costurera que le confeccionaba, con sus diestras manos, a su hijo Antonio todas sus prendas desde las de vestir hasta los vestidos religiosos de aquella sotana y fajín, los que orgullosamente lucía en las calles de Alcalá con motivo de las fiestas celebradas como el Día del Seminario. Mercedes no sólo visitó exteriormente a su hijo con decencia y gallardía, como maravillosa artesana del hilo, a la que acudían muchos vecinos de Alcalá la Real para confeccionarle el traje de novio o la prenda de vestir de fiesta. Mercedes, también, revistió a su hijo con la excelencia de su entrega de amor, con la sonrisa en su cara frente a las adversidades de los demás y con el sentido emprendedor de una inquieta mujer.

En su hogar- unas veces en aldea de Charilla, luego en la calle del Rosario y Abad Palomino-, se me simulaba el portal de belén con la presencia de la buena Mercedes y la de Antonio, el marido paciente, el hombre religioso y sencillo, y persona, sobre todo, prudente. Siguiendo a Cué, de seguro que estos versos se le vendrán a la memoria al hijo que complementaban la escena, años después cuando murió el padre: Sin saborear las mieles - del primer hijo, mi padre - se marchó una noche al cielo - sin volver más a besarme. Al bajar del altar iré cantando - un "Te Deum" filial. - Desde el cielo mi padre irá alternando - los versos de este cántico triunfal".

Los padres compartieron la vida sacerdotal con su hijo en distintos pueblos de la provincia y en su presencia durante su cargo de ecónomo de la curia diocesana. Pero, Mercedes quedó al final sola como madre fiel y leal acompañante del camino y siempre fue la mujer, generosa y amorosa, la de las puertas abiertas, la de la oración compartida cuando acudía a los actos litúrgicos de su hijo. Y, en una simbiosis de vaciamiento amoroso compartieron entre madre e hijo momentos intensos de ejercicio de las mejores virtudes y de ejemplo a seguir por las generaciones futuras-. Por eso, vuelvo al mismo autor y en sintonía con el anterior poema hago mías estas palabras” rúbrica familiar que se hará muy popular por relacionar tan bellamente a su madre con su Ordenación Sacerdotal y Primera Misa-, dejará resaltado para la historia no solo la veracidad de aquella temprana renuncia de su madre a la ayuda que pudiera prestarle él en su viudez, sino que, poética y religiosamente, la va a declarar a ella vinculada ya de por vida al apostolado sacerdotal de aquel hijo único”. Y con las palabras del poeta, me emocionaron las que dirigiste a tu madre al final de la misa, algo así: Y ahora lo sé yo. Pero ya antes lo sabías Tú. Resucitará nuestro destino: Amar. Todo es ya un sí eterno al amor. Saltaremos a la otra orilla de la mano de Jesús.... Ojalá, la semilla germinará en estos nuevos tiempos-

Martín Rosales

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