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sábado, 15 de enero de 2011

CUE NTO, UN REGALO DE REYES


UN REGALO DE REYES

Corría los primeros días del año 1762, en un pueblo de las tierras de la Abadía de Alcalá la Real. Comentaban los campesinos las malas formas de un corregidor que había asaltado la iglesia, años ha, con la tropa y ministros del orden público, en la noche de la Adoración de los Reyes interrumpiendo una especie de misterio o representación dramática de la Adoración de Sus Majestades acompañada de preciosos villancicos. Este año se presagiaba tranquilo en la ciudad y sus alrededores, tras la proclamación como rey de España en la persona de Carlos III que había despertado gran simpatía entre los vecinos, los labradores habían sembrado sus campos, cayeron las primeras aguas, y, todos buscaban el remedio divino para impetrar la fertilidad de sus campos.

Y ocurrió algo insólito, algo no propio de la edad de un niño, en uno de los pueblos de la Abadía y el mismo día de los Reyes. Una mañana de nieve desde el paraje de la Cobertilla habían venido a Priego unos humildes labradores, (nombre que, por aquellos tiempos, solía denominar a los vecinos que se dedicaban al campo arrendando grandes cortijos de famosos hidalgos avecindados en las ciudades capitales del Reino y rentistas del trabajo de las familias agrícolas). Estos campesinos, aun siendo pobres, eran honrados y religiosos, sus nombres eran Juan José Muñoz, el del padre, y, el de la madre, María Ballesteros, y el motivo no era otro sino cumplir con la obligación de bautizar al día siguiente al hijo que había nacido dos días antes a las primeras horas de un día radiante.

Nos las tenía todas consigo aquel matrimonio, el niño parecía que hablaba en le vientre de la madre e, incluso, dentro de él, lloró tres veces; además ésta ni siquiera, en los momentos más difíciles del embarazo y parto, había sufrido dolores o síntomas raros. Por eso, cuentan las crónicas de este suceso lo siguiente “no se verificó cosa de consideración, que haber estado la madre muy placentera y alegre el tiempo que le duró el parto, y sin aquellas exclamaciones, que en semejantes casos ocurren; pues tal cual dolor, que le daba, se le suspendía como de paso, aquella continua alegría; y en el último dolor, con que parió, solo dixo ¨María Santísima me valga y todos los santos”. Una vez que expulsó las secundinas, María no guardó reposo alguno sino que se puso a trabajar como si no hubiera pasado nada importante en su cuerpo, aun más su madre la veía más robusta y ágil que en los días anteriores, Si no hubiera sido por la oposición su madre que le asistió en el parto, por sí misma hubiera recorrido casi la legua que le separaba al templo para cumplir la costumbre de hacer el bautizo al día siguiente y eso que era una mañana de ventisco y nieve

Cuando el cura, un tal Pío Zamora le dijo en lengua latina “ Exi ex eo inmunde spiritus ( algo así como salid de él espíritus inmundos), el niño, al mismo tiempo que se revolvía en un movimiento brusco y , como liberándose de un sofoco, respondió “Amen” ante siete testigos que escucharon las palabras purificadoras... Después, el cura le echó las aguas y proclamó en voz alta: “ Ego te baptizo in nomine Patris, Filii et Sspiritus Sancti”, el infante, ya por nombre Juan Francisco, respondió al unísono con el párroco y presentes “Amen” ante el estupor de padres y padrinos.

El párroco, completamente desconcertado, dirigió la mirada a los presentes y les peguntó.

-¿Habéis escuchado al chaval lo que ha dicho?

-Sí, don Pío y no una vez, sino dos y con el mismo tono y eco.

Sin esperar, el mismo niño repitió sin prisa y pausadamente:
-Aaaameeeen.

A lo que el párroco, de nuevo, les preguntó a los asistentes al sacramento de las aguas:

-¿Lo oyen?

Y el niño respondió por cuarta vez con un rotundo “Ameeeeeeeeeeeeeeeeeeeen”.

-Un milagro, un prodigio, -respondió el cura-, hay que avisar al señor abad.

-Un superdotado, -dijo el sacristán.

-Nada, simplemente, un regalo de reyes- contestaron los padres.

A partir de aquel día, el niño ayunaba, todos los viernes, a pesar de que su madre le ponía el pecho sobre sus labios y por la tarde lo hacía con unas ganas inmensas, una figura de santo cristo le había aparecido en la boca, y, cuando acudieron las autoridades eclesiásticas para investigar el prodigio, cuentan los autos que el niño siempre está muy alegre y reflexivo como si comprendiera lo que se hacía con él. El provisor siempre repetía.

-Lo que podemos esperar de estos labradores de la abadía….

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