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jueves, 13 de enero de 2011

Capellan de San Juan.Alcalá la Real

DON FRANCISCO ZAFRA PADILLA

En la primavera de 2006, murió el antiguo capellán de la hermandad del Cristo de la Salud de Alcalá la Real y sacerdote don Francisco Zafra Padilla. Ejerció como tal desde los años ochenta e hizo continuas muestras de de cariño, dignas del más alto encomio hacia todos los miembros de sus cofradías y feligreses. Coincidieron sus años con los que las hermandades tuvieron un enorme crecimiento en número de hermanos, se ampliaron en grado sumo la organización cofrade y se acrecentaron muchos bienes muebles e inmuebles de la hermandad. Pero, sobre todo, don Francisco reanudó la práctica dominical en la iglesia de San Juan, donde acudieron las personas sencillas del barrio de San Juan y muchos hermanos que lo tomaron como una práctica imprescindible para su vida. Además, siempre atendió a la hermandad en todas las actividades religiosas que se emprendieron los años de su capellanía, siempre con una actitud abierta y participativa, que era digno ejemplo de imitación en el pueblo de Alcalá la Real.
En su persona, se conjugaba la tradición – lo que era perdurable y eterno- con los nuevos reglamentos y órdenes que emanaban de las instituciones diocesanas, dando muestras de una fina sabiduría, una perspicaz intuición de acercarse al pueblo y una aptitud continua de servicio, que logró que aquella hermandad sanjuanera fuera la primera que se ase erigiera canónicamente y se aprobaran sus estatutos en 1986.
Como buen párroco, alentó a los feligreses en la empresa de la fábrica de la parroquia de Santo Domingo de Silos, renovándola en la reconstrucción de todas sus dependencias y cambiando todos los bienes muebles- bancos, vidrieras, altar, atril… -siempre de acuerdo con los buenos consejos artísticos y no sólo eso, implicó en el templo de San Juan, sin que nos implicó en la reconstrucción de la iglesia de las Angustias. No se puede olvidar su mejor empresa y de gran envergadura que tuvo lugar, durante su tiempo, con la reconstrucción de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Angustias, a la que se aplicó una gran partida de los organismos oficiales para afianzar a la techumbre, obra de carácter vital para su futuro y el del patrimonio local de Alcalá la Rea. También, implicó a los fieles y cofrades en otras dependencias de la parroquia.
En cuanto el culto, la liturgia y la pastoral, se mostró siempre sencillo y humano, recogiendo las iniciativas del fervor popular e impartiendo la doctrina con grandes muestras de generosidad pastoral. Visitó enfermos del barrio, atendió a los familiares de los fallecidos y cooperó espiritual y materialmente con los más desvalidos.
En su tiempo, de nuevo volvió a realizarse el sacramento del matrimonio en la iglesia de San Juan, atendiendo las peticiones de los vecinos y hermanos del Cristo de la Salud, al mismo tiempo que se rezaron misas por el alma de los difuntos entre los devotos y hermanos; también se renovaron todos los ornamentos, objetos y vestidos sagrados, así como libros de liturgia.
Siempre que se le reclamaba, acudía a las citas de las juntas, sobre todo, a las Juntas Generales de carácter ordinario y extraordinario, como cuando hubo que resolver momentos difíciles y conjugar las nuevas directrices de la Diócesis con la renovación de las cofradías. No olvidó su labor ministerial asistiendo con su presencia a los actos religiosos de la fiestas de sus dos hermandades parroquiales (Nuestra Señora de las Angustias, Cristo de la Misericordia y Cristo de la Salud): el primer y segundo domingo de Septiembre, Vía Crucis, procesiones, Navidad, fiesta de San Juan Bautista, quinario, triduos, y misas dedicadas por los hermanos fallecidos.
Con su espíritu generoso y su buen talante, supo distensionar las desavenencias entre hermanos, como el buen pastor que conocía a sus ovejas. Sabía dar confianza a los suyos, aconsejar en el momento oportuno y dar ejemplo en las circunstancias pertinentes.
Comprometió a sus hermandades en las labores de la parroquia, integrándola en el Consejo Parroquial. Siempre su huella estuvo presente, tras marcharse de la ciudad, pues su impronta no se pudo olvidar. Era excelente párroco, fue capellán muy generoso y, sobre todo, un sacerdote, que no olvidó nunca sus grandes dosis de humanidad para compartir las relaciones con los demás. Seguía a Cristo, y lo hizo seguir, desde la cotidianidad hasta el altar, qué mas se puede pedir.

Francisco Martín Rosales

1 comentario:

  1. Profesor, muchas gracias por el homenaje que tus palabras prestan y que conozco que son desde lo más profundo del alma. Desde aquí mi agradecimiento, desde el cielo sigue la admiración que sentía por tu conocimiento y bondad . Un fuerte abrazo

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